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Silenciosa algarabía, griterío interno y una poesía que se organiza
a sí misma*

Por Victoria Guerrero

 

Cuando uno empieza a leer los poemas que conforman este libro, las imágenes sobre el viaje, la ciudad, el mar y la playa aparecen página tras página. Una está tentada a escribir sobre los migrantes y la migración, sobre lo que significa escribir desde la otra margen, sobre los poetas que se van (y vuelven, a veces), como esta mesa, que es ejemplo de ello. Sin embargo, decidí no abundar más sobre eso, aunque se trate de un tema muy rico y, cómo no, siempre candente.

Desde que Paolo me entregó su libro me puse a pensar en el título Silenciosa algarabía. Al abrir la primera página aparece el epígrafe de la gran Blanca Varela: “Poesía. Silenciosa algarabía del corazón”, y casi casi se trata de un pequeño homenaje en este año de su fallecimiento. Sentí curiosidad sobre por qué Paolo había decidido colocar un verso de Varela como epígrafe y leiv motiv al conjunto de poemas que le siguen. Confieso que siempre me han fascinado los epígrafes porque son puntos de partida, claves que te conectan con el mundo del poeta, con su genealogía como autor. Se trata de un viaje dentro de sus lecturas, de sus vinculaciones afectivas y su manera de entender su propio texto, que no necesariamente debe coincidir con nuestra lectura. Decidí, entonces, seguir esa pista, esa bulla silenciosa que arde dentro. Esa poesía que intenta rescatar el sujeto que escribe alrededor de estos versos. Y cito el poema de Varela, el cual está incluido en El libro de barro, de 1994:

Poemas. Objetos de la muerte, Eterna inmortalidad de la muerte. Algo así como un goteo nocturno y afiebrado. Poesía. Orina sangre.
Muerte fluyente y olorosa. Gran oído de dios. Poesía. Silenciosa algarabía del corazón.

Paolo de Lima en una entrevista reciente a propósito de su libro ha expresado que: “La poesía me es siempre un espacio de búsqueda constante, de adivinar el otro lado de la vida, de aquel artilugio maravilloso que nos posibilita el poder supremo de respirar” (El Peruano, 16 octubre 2009, pág. 31). Así, este libro se convierte en una reflexión permanente sobre la poesía y los poetas. Todos aquellos puentes, mares, playas y ríos, toda aquellas fronteras que nos separan pero se tocan, como la mirada de las dos ballenas una frente a la otra en el poema “Desde las arenas del Océano Pacífico las estrellas del mar retornan del cielo” son todas imágenes, metáforas que- intuyo- intentan unir, a través de la poesía, lo que la realidad ha separado cruelmente. Es decir, se tiende un puente más complejo y universal a través de una poesía que viaja en el corazón del sujeto poético. Se trata de un viaje real a través de las calles de la capital canadiense: “Mejor / no estar, seguir con las plisadas / en St. Catherine Av. / visco bolsillo de Montreal / Canal Rideau y el Market de Ottawa”, o de ella rumbo a Boston en una caravana poética que lo llevará al “matrimonio del poeta de Kloaka en Filadelfia” y otro interior, con más dudas que certezas: “Algo está viajando / y no sé exactamente qué sea”.

Lo que está viajando, “esos fragmentos” a los que alude De Lima constantemente en los poemas, son retazos que se hilvanan para construir el poema, la idea de una poesía que se organiza a sí misma en medio del griterío interno, de aquella algarabía “y es el poema el que nos medita en el desorden / que sin llamar organiza el rugir del mar en uno / la arena que va siendo el nuevo temporal” (“Una figura como una ciudad entre dos territorios”). Ese rugir, se entiende, es la chispa que late en el corazón de poeta, en el corazón de la poesía.

Pero seamos claros, no estamos hablando de una poesía “que se está callada escuchando su propia voz”, como escribió Martín Adán, sino una poesía que se ensucia con lo cotidiano: ir de un lugar a otro o imaginar el “patio de una escuela nacional” (es decir, debemos pensar exactamente en esa escuela derruida del Perú), pero a la vez se engarza en su propia reflexión teórica. No por nada el autor ha viajado a Ottawa de manera real para estudiar e investigar. Por ello la hiperconciencia del fragmento, de la división, de la incapacidad de fijar la historia se hacen presentes en esta poesía. “Una historia que no se puede fijar / nómada / y errante Historia que no se cuenta Ni a sí / misma siquiera Sin pasado” (“Una historia que no se puede fijar”). Paradoja, pues, de la era de la globalización donde suponemos que los límites van quedando en el pasado; falso, mientras se borran unos, se crean otros y el sujeto que mitiga las dudas es el que tiene su visa de estudiante (del primer mundo).

Para finalizar, los dejo con estos versos que de cierta manera me interpelan: “Nada como caminar junto al río al salir de la biblioteca de B.U. / con esas gordas ratas entrando al Burger King / (¿Ya las vieron Rocío, Sol, Vicky?) / Aquí en la ribera un punto de luz estremece el río”.

 

* * *

* Texto leído el lunes 30 de noviembre del 2009 en la Feria del Libro “Ricardo Palma” de Lima durante la presentación de Silenciosa algarabía (Tranvías Editores), en la que también formaron parte Domingo de Ramos, Martín Rodríguez-Gaona y, como moderador, Óscar Limache.

 

 

 

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