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            (Extracto  escogido sobre investigación mayor titulada “Suicidiario de la Poesía Chilena”)
        Por Victor Minué
          
        
         
        
 
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        Se  podría hacer una tesis exclusivamente de Pablo de Rokha, considerado dentro de  los 4 grandes de la poesía chilena, junto a Gabriela Mistral, Vicente Huidobro  y Pablo Neruda. Es más, se podría hacer un ramillete de tesis doctorales  únicamente con aspectos marginales de su obra, como la famosa guerrilla  literaria con Neruda, desactivando o detonando las bombas-diatribas  alojadas en “Neruda y Yo”[1],  por ejemplo.  
        La  obra poética de Pablo de Rokha es un paradigma de incontinencia y complejidad  creativa que se escapa en un abisal espiral de ambiciones poéticas, políticas,  sociales, éticas, filosóficas, afectivas, religiosas, económicas,  constituyentes de una utopía caótica y liberadora sobre un ideal de mundo,  irreparablemente en fuga hacia lo inalcanzable; impracticable por la historia  personal que frustra el ideal de la escritura. Esto no significa una desunión  entre la escritura poética y la realidad, sino parte de una esgrima dialéctica  de  oposición e integración de  incontinentes impulsos tanáticos, tesis exterminadoras sobre la miseria del  hombre,  destruyéndose lentamente,  regenerándose incesantemente, con el ideal del superhombre[2],  con la voluntad de poder[3] transformar el holocausto íntimo y social en utopía liberadora y esta a su vez  en praxis y acción, en   “revolución concreta  y aspiración al infinito”[4].
        
          Canto del macho anciano
          “Sentado a la sombra inmortal de un sepulcro, 
            o enarbolando el gran anillo matrimonial herido a  la manera de paloma
                                que se deshojan como congojas,
            escarbo los últimos atardeceres.
          Como quien arroja un libro de botellas tristes a la Mar-Océano
            o una enorme piedra de humo echando sin embargo  espanto a los acantilados
                                de la historia
            o acaso un pájaro muerto que gotea llanto,
            voy lanzando los peñascos inexorables del pretérito
            contra la muralla negra. 
          Y como ya todo es inútil,
            como los candados del infinito crujen en goznes  mohosos,
            su actitud llena la tierra de lamentos.
          Escucho el regimiento de esqueletos del gran  crepúsculo,
            del gran crepúsculo cardíaco o demoníaco, maníaco  de los enfurecidos ancianos,
            la trompeta acusatoria de la desgracia acumulada,
            el arriarse descomunal de todas las banderas, el  ámbito terriblemente pálido
            de los fusilamientos, la angustia
            del soldado que agoniza entre tizanas y frazadas, a  quinientas leguas abiertas
            del campo de batalla, y sollozo como un pabellón  antiguo.
          Hay lágrimas de hierro amontonadas, pero
            por adentro del invierno se levanta el hongo  infernal del cataclismo personal,
                              y catástrofes de ciudades 
            que murieron y son polvo remoto, aúllan. 
          Ha llegado la hora vestida de pánico
            en la cual todas las vidas carecen de sentido,  carecen de destino, carecen 
                              de estilo y de espada,
            carecen de dirección, de voz, carecen de todo lo  rojo y terrible de las empresas o las epopeyas o las vivencias ecuménicas,
            que justificarán la existencia como peligro y como  suicidio; un mito enorme,
            equivocado, rupreste, de rumiante
            fue el existir; y restan las chaquetas solas del  ágape inexorable, las risas caídas
                              y el arrepentimiento invernal de los excesos,
            en aquel entonces antiquísimo con rasgos de santo y  de demonio,
            cuando yo era hermoso como un toro negro y tenía  las mujeres que quería
            y un revólver de hombre a la cintura.
          Fallan las glándulas
            y el varón genital intimidado por el yo rabioso, se  recoge a la medida del abatimiento
                            o atardeciendo
            araña la perdida felicidad en los escombros;
            el amor nos agarró y nos estrujó como a limones  desesperados
            ;yo ando lamiendo su ternura,
            pero ella se diluye en la eternidad, se confunde en  la eternidad, se destruye en
                             la eternidad y aunque existo porque batallo y “mi poesía es mi
                             militancia”,
            todo lo eterno me rodea amenazándome y gritando  desde la otra orilla. 
          Busco los musgos, las cosas usadas y estupefactas,
            lo postpretérito y difícil, arado de pasado e  infinitamente de olvido, polvoso
                             y mohoso como las panoplias de antaño, como las familias de an
                             taño como las monedas de antaño, 
            con el resplandor de los ataúdes enfurecidos,
            el gigante relincho de los sombreros muertos, o  aquello únicamente aquello
            que se está cayendo en las formas,
            el yo público, la figura atronadora del ser
            que se ahoga contradiciéndose”.
          “(…) Todas las cosas van siguiendo mis pisadas,  ladrando desesperadamente,
            como un acompañamiento fúnebre, mordiendo el  siniestro funeral del mundo,
                             como el entierro nacional de las edades, y yo voy muerto andando.
            Infinitamente cansado, desengañado, errado, 
            con la sensación categórica de haberme equivocado  en lo ejecutado o desperdiciado
                             o abandonado o atropellado al avatar del destino
            en la inutilidad de existir y su gran carrera  despedazada;
            comprendo y admiro a los líderes,
            pero soy el coordinador de la angustia del  universo, el suicida que apostó su destino
                             a la baraja
            de la expresionalidad y lo ganó perdiendo el  derecho a perderlo, 
            el hombre que rompe su época y arrasándola, le da  categoría y régimen,
            pero queda hecho pedazos y a la expectativa; 
            rompiente de jubilaciones, ariete y símbolo de  piedra,
            anhelo ya la antigua plaza de provincia
            y la discusión con los pájaros, el vagabundaje y la  retreta apolillada en los extramuros.
          Está lloviendo, está lloviendo, está lloviendo,
            ¡ojalá siempre esté lloviendo, esté lloviendo  siempre y el vendaval desenfrenado 
                            que yo soy íntegro, se asocien
            a la personalidad popular del huracán!
          A la manera de la estación de ferrocarriles,
            mi situación está poblada de adioses y de ausencia,  una gran lágrima enfurecida
            derrama tiempo con sueño y águilas tristes;
            cae la tarde en la literatura y no hicimos lo que  pudimos,
            cuando hicimos lo que quisimos con nuestro pellejo.
          El aventurero de los océanos deshabitados,
            el descubridor, el conquistador, el gobernador de  naciones y el fundador de
                          ciudades tentaculares,
            como un gran capitán frustrado,
            rememorando lo soñado como errado y vil o trocando  en el escarnio celestial del vocabulario
            espadas por poemas, entregó la cuchilla rota del  canto
            al soñador que arrastraría adentro del pecho  universal muerto, el cadáver de
                           un conductor de pueblos,
            con su bastón de mariscal tronchado y echando  llamas (..)”
           
          (..)  ¡adiós!... cae la noche herida en todo lo eterno por los balazos del sol deca
                          pitado que se derrumba gritando  cielo abajo…………
        
        Canto  al macho anciano es “una despedida del mundo: el poeta presiente su enfermedad  que se hace más tenebrosa dentro de su aislamiento…Canto de amor y de  guerra…sus imágenes se descuelga como una catarata desde el primer verso premonitorio  que lo oscurece todo”[5],  resume el poeta Lavín Cerda*. Éste poema   presentado en fragmentos representa, a nuestro modo de ver,  quizás la más explícita y desgarradora  despedida del mundo y testamento poético, de los poetas que integran la  revisión crítica de nuestros poetas suicidas.
        En  este poema, autocalificándose como macho anciano asume la voz mítica de alguien  que contempla su pasado a partir de la etapa final de su vida; revive y repasa  paisajes forjados a fuerza de leyenda, geografías sagradas recorridas por un  apátrida, por mártires y héroes que ahora se desintegran en el crepúsculo  agónico de la utopía inalcanzable, “gritando cielo abajo” en los escarpados  abismos del anciano corazón, llagado por dentro del  pánico más real que nunca imaginar pudo,  podrido de latir,  derramando con su  tinta-sangre el testamento apocalíptico de la inmensidad de la herida reventada  en cada verso,  acallada para siempre por  una Smith & Wesson Cal 44, obsequiada por el muralista mexicano David  Alfaro Siqueiros, el mismo que intentó asesinar a León Trotsky, y que ahora era  cómplice involuntario de la muerte de otro utópico revolucionario; la muerte  del utópico, no de la utopía.
        
        Metástasis suicida en la  dinastía de Rokha y últimas horas del poeta
        “Se  había levantado Pablo a eso de las 9 de la mañana. Se había bebido con fruición  el jugo de huesillo y el café y tomo tostadas. Había hablado por teléfono con  su hija Lukó y salió al jardín. Cinco minutos antes de las 10 se había  encerrado en su escritorio. Allí se sentó en su entrañable sillón de mimbre,  testigo de tantos tremendos poemas, se puso sus lentes ópticos, y se meció  algunos escasos minutos. Entonces exactamente a las 10:10, tomó el grandísimo  revólver Smith & Wesson calibre 44 niquelado con cacha de nácar que le  obsequió en Mexico el muralista David Alfaro Siqueiros. Introdujo el cañón a la  boca lo mordió con rabia e hizo fuego.
        Para  siempre el estallido fue lo más grande. Yolanda la ama de llaves, nerviosa,  interrogó a su sobrina Margarita acerca de si ella había quebrado algún vidrio,  pero no había. Las mujeres entendieron rápido que aquello era grave. Corrieron  el escritorio del poeta y entraron.   Pablo de Rokha estaba tendido hacia atrás, mirando al techo, con los  anteojos colgando de la oreja derecha y la sangre manando de su boca. El arma  permaneció apretada con fuerza, a su diestra.
        El  mismo día 10 de septiembre de 1968, no más de dos horas después, de la Municipalidad de la Reina visitaron al poeta, en  su misma casa de Valladolid 160, para notificarle que en reconocimiento de su  labor el municipio había decidido que la calle donde él moraba llevara su  nombre”[6]
        Cuatro  meses que se dispara Pablo de Rokha, ya se había disparado Pablo, su hijo con  un revolver menor calilbre 22, no quiso vivir más. Y seis años antes de que  Pablo de Rokha se suicidara ya se había envenenado Carlos de Rokha. 
        La  mañana del viernes 24 de abril de 1987 viniendo del cielo se suicidó Carmen  Luisa Diaz  Loyola,  hermana del viejo león de la poesía  chilena.  Fue la cuarta de la dinastía de  Rokha.  A sus 70 años saltó 15 metros en Apoquindo  6415. Su cuerpo se azotó y se silenció para siempre en el segundo subterráneo  del edificio Rampa de las flores.
        
        A modo de elegía
        Pablo  de Rokha: dionisiaco, epopéyico, despótico, megalómano, profético,  apocalíptico, mesiánico, demoníaco, escatológico, utópico, heroico, apoteósico,  bíblico, dinástico jefe de la tribu, patriarca litúrgico de las comidas,  campesino amarditado[7],  blasfemo iracundo, vanguardista patológico[8],  soldado de la revolución concreta y la aspiración infinita, nuestro padre  violento de la poesía, el de la inmensidad de la herida, inconmensurable deuda.  Desparramó por el suelo el mito de sus sesos sabiendo que la entrañas de los  muertos se modifican en los vivos.
                                
         
         
        NOTAS
        
          
            [1] Libro publicado por Pablo de Rokha en 1955.
            [2] Perteneciente a la filosofía nietzscheana. 
           
          
          
            [4] Frase de Nain Nómez, en “Carlos de Rokha: una escritura en  movimiento”,1988.
           
          
            [5] Extraído del libro “Pablo de Rokha: una escritura en movimiento”,1988.
           
          
            [6]  En “Poesía y suicidio del dinosaurio irritante”. Santiago de Chile.  Apsi, mayo 1987.
           
          
            [7] Adjetivo intervenido a modo de “rotismo”. “Chilenismo” para darle un  sentido popular a la expresión.
           
          
            [8] Con éste adjetivo despectivo el crítico Alone describió la escritura  de Pablo de Rokha, cuando apareció su libro “Los Gemidos”.