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La
poesía chilena en el periodo 1987-2005
Patricia
Espinosa
Revista
Crítica Hispánica, Duquesne University. Vol. XXVIII, Nº
1, 2006.
En el caso de la joven poesía,
la historia literaria chilena podría ser entendida como una condena. Sobre
todo por la presencia de los ultracanonizados monstruos. Pareciera que la fragmentada
historia de nuestra narrativa deja el campo un poco más libre, ahoga menos.
Es cierto, el peso de la historia puede destruir, puede aplastar a lo nuevo o,
por lo menos, empujarlo a las categorías de lo eternamente emergente, lo
nunca consolidado. Categorías que subyacen a la mirada despectiva que los
sectores hegemónicos de nuestro quehacer literario dirigen a cada aparición
de nuevos poetas. La sospecha se instala. Hay que darles tiempo, no hay que apresurar
los juicios. Necesitan "decantar" sus propuestas. Si llega a ser como
tal o cual referente, solo si llega a tal "altura" desplazaremos la
sospecha por el análisis, la inclusión en los curriculum, la crítica
literaria. En poesía las comparaciones se han convertido en un vicio odioso.
Todo se ha vuelto
irremediablemente filiación. Los héroes de la poesía nacional
y sus custodios, sobre todo sus custodios, se nos aparecen como perros guardianes
en la entrada de la casa de la poesía. Al decir de Guy Debord: "Cualquier
equilibrio existente es puesto en cuestión cada vez que hombres desconocidos
intentan vivir de otra manera"(1) .
La poesía chilena está desbancando a la narrativa: ha sido
un juicio recurrente y soterrado en el ambiente literario nacional de los últimos
años. Desde fines de los ochenta comienza a surgir un amplio grupo de poetas,
nacidos en la década del sesenta, orientados a la elaboración de
textos donde la experiencia de lo cotidiano, la preocupación por lo urbano,
el privilegio de la situación por sobre la acción, el desencanto
y la narratividad ocupan un lugar central. Textos que políticamente acogen
la táctica de abordar todo aquello que signifique lo menor en tanto oponerse
a un mundo que consideran diezmado por las estrategias del Imperio. Reflexiones
en torno a lugares descentralizados, periféricos a pesar de la mentada
globalización y una fuerte crítica a la modernidad; sin embargo,
a su vez, ligados a una estética de la virtualidad, en tanto apropiación
de todo aquello que los lenguajes, discursos, bibliografía, cultura de
masas y alta cultura hacían circular libremente. Todo ello, resulta enfocado
desde un desencanto que no adscribe a discursividades maestras. Los autores a
los que me refiero escriben a fines de la dictadura - la mayor parte publica su
primer libro el año 1987- y develan ciertas dosis de reencantamiento. El
fin de la dictadura impone la promesa de una nueva democracia, y esto se nota
en los poetas del periodo. Simbólico resulta el slogan que la Concertación
por la democracia instaló previo a la llegada de Patricio Aylwin: "Chile,
la alegría ya viene", a pesar que el entusiasmo inicial se desvaneció
rápidamente. Entre los nombres adscritos a tal formación que nacen
durante la década del sesenta, cabe señalar nombres como los de
Víctor Hugo Díaz (1965), Guillermo Valenzuela (1961), Malú
Urriola (1967), Sergio Parra (1964), Yuri Pérez (1966), Jesús Sepúlveda
(1967), Francisco Véjar (1967). Muchos de estos poetas, aun se encuentran
en proceso de instalar sus obras y mal podríamos señalar que haya
una formación de relevo. Sin embargo, configuran un grupo al que podríamos
denominar "generación perdida", ya que se visibiliza a fines
de la dictadura, años en que la preocupación literaria estuvo fuertemente
ligada a la narrativa lo cual derivó en una gran desamparo crítico;
además, resultaban demasiados jóvenes para ser incluidos como poetas
consolidados de la generación del 80(2).
No habrían de pasar siete años desde la publicación de sus
primeros libros, para que surgiera una nueva formación de autores que comienzan
a publicar alrededor de 1994. Los poetas de "la generación perdida"
volvían a quedar descolgados. Entre los poetas de la naciente formación,
nacidos en su mayoría cercanos a la década del setenta, encontramos
a: Yanko González (1971), David Bustos (1972), Javier Bello (1972), Antonio
Silva (1970), Alejandro Zambra (1975), Leonardo Sanhueza (1974), Kurt Folch (1970),
Andrés Andwanter (1974), Cristián Gómez (1971), Germán
Carrasco (1971), Damsi Figueroa (1976). Y si los poetas que emergen a mediados
de los ochenta acusaron el golpe del abandono crítico, los poetas de los
noventa por su parte, significaron la soledad absoluta en términos de posible
lenguaje de tribu, un regreso a la conciencia extrema del estar realizando poesía
y la adopción de registros ligados definitivamente a la intertextualidad,
principalmente de poetas anglosajones, subversión del binarismo alta/baja
cultura, desconcierto, inseguridad y la cristalización de la poesía
a partir de un excedente de sentido solo recuperable mediante la escritura. La
producción de los noventa marca inflexión respecto a los autores
anteriores en cuanto a la preocupación por la forma y la reflexión
en torno al hacer poético. Se recupera así, la versificación,
la prosodia, el ritmo, el intertexto cultista, sin embargo en términos
temáticos no se advierte un giro radical.
Sin embargo lo anterior
tiende a desdibujarse en las discursividades poéticas de los más
jóvenes, es decir aquellos que comienzan a publicar desde el 2000. Las
escrituras de esta nueva red poética ofrecen una amplia diversidad de registros,
una trama heterogénea, un corpus -por tanto- en formación, donde
es posible advertir algunas temáticas compartidas. La interrogante respecto
al arte no aparece, tampoco el manifiesto, la cita culta ni la reflexión
en torno al hacer poético. Cuatro zonas de soporte que históricamente
han rondado el hacer poético chileno. Destaca la exacerbada presencia del
desencanto aunque no violento, sí fuertemente irónico y hasta cínico.
Cabe señalar también la ausencia de metarrelatos y la opción
por la pequeña tragicidad de lo cotidiano. Sin mitos, lar, padre/madre,
ideología, amor, heroicidades, las voces generalmente en primera persona,
recuperan la barriada, la población marginal procesando el acontecimiento
en lugar del conflicto; reinstalan la situación donde ya no se ansia la
certeza sino la trayectoria nómade. Más aun, también hay
una desmitificación de la figura del poeta o del rol que cumple la poesía.
Es una poesía que expone a un yo todavía recuperable en su desgaste,
desligado de abstracciones y muy pegado a exponer la vivencia fragmentada de su
registro experiencial. En muchos autores está la alusión directa
a un otro dentro del texto mismo; es decir, le hablo, le digo, apelo a un otro
definido inscrito en la escritura.
Anteriormente mencioné la fuerte
presencia del desencanto cruzando la gran mayoría de estos textos. Esto
conlleva un no protagonismo de los metarrelatos y su deslizamiento hacia la pequeña
tragicidad de lo cotidiano. Entre los autores que podemos mencionar están:
Felipe Ruiz (1979) quien señala: "La tormenta destruyó/ el
nido lárico" o Alexis Donoso (1980): "puedo ver/ el espectáculo
de la lluvia humedecer la ciudad en ruinas/ luego escribo que las palabras sirven
para esto que te cuento" o "atravieso Santiago de Chile de punta a cabo
y créeme que tendremos que nombrar todo de nuevo levantarnos del fracaso
entre los escombros". Eduardo Barahona (1979): "América es la
ciudad que encontré/ el desorden de estar vivo sin tener padre". Marcar
territorio en una urbe donde como señala Gladyz González (1981):
"No hay glamour/ ni bares franceses para escritores [...] este no es el paraíso
ni el anteparaíso". Son escrituras que han dejado atrás la
confrontación alta/baja cultura; lo cual significa que la apropiación
de múltiples registros no está espectacularizada. Pareciera que
simplemente acontece. Al igual que la presencia de una micropolítica que
procesa la subjetividad, el acontecimiento en lugar del conflicto. Algo que llama
la atención es la tematización de la infancia como origen pervertido.
Esto se encuentra presente, por ejemplo, en Gustavo Barrera (1975), Paula Ilabaca
(1979), Pablo Paredes (1982), Karen Toro (1980) y Pablo Karvayal (1975) y Diego
Ramírez (1982) quien ejecuta de modo impecable una escritura en donde la
infancia huérfana y el territorio del deseo resultan bellamente infectos
y aterradores. Por otra parte, la paradoja de no pertenecer y de ligarse mediante
micro rituales es un movimiento permanente. En la exclusión y la inclusión
se instala la escritura. Quizás a esto se deba el cruce de lo poético
con el registro narrativo que los textos evidencian. No hay vacío en estos
textos, ni tampoco sin sentido de la vida. Hay, como anteriormente señalé,
en vez de tragedia, situación, situacionismo. Estamos ante un discurso
de cuño anarco pero que tiene la intención de asumir la desviación
y la denuncia. Siempre desde lo menor, desde la microtragedia. Nada ya del poeta
demiurgo, del poeta que nos permite conectarnos con el cielo o con el infierno,
simplemente, al decir de Ernesto González (1978): "Quizás este
tono menor sea el destino implacable/ de unos versos/ no diré poesía
por temor a que no la haya". Es como si se careciera de la prepotencia que
ha caracterizado a tantas otras formaciones emergentes. Sucede como si se quisiera
entablar un diálogo quebrado en donde el yo y el tú se encontraran
a medio camino entre la desesperanza y el reconocimiento. Entonces no parecerá
extraño que el cuerpo tienda a romper las tradicionales clasificaciones
genéricas, el binarismo masculino/femenino, diseminándose en tanto
deseo, haciendo de él un campo de intervención política.
Es decir, un cuerpo queer, que se alza como territorio de lucha y apropiación.
Pienso en Héctor Hernández (1979) o en Gregorio Alayón (1983)
quien con su gran sentido de grotesco clama por un otro, insertando un discurso
amoroso que invoca un "hazme tira" como un elemento disruptor frente
a la posible bondad del que lo ama.
Una de las mayores isotopías
que revelan estas escritura es una especie de desmontaje dentro de la propia experiencia
micropolítica, donde ya ni siquiera es necesario instalar la duda metafísica
y exponer que se ha tomado partido por la marginalidad, por el resquicio, por
ser la voz de los sin voz. Sencillamente porque yo soy el otro, la alteridad parece
hablar desde ella misma, desde el sujeto atomizado, pero concreto, sin consigna,
poseedor muchas veces de un cinismo periférico que ha optado por un formato,
un género, posmodernamente retro. Qué más retro que optar
por un género, hacer poesía es en sí un gesto retro. El gran
rupturismo político deviene, por tanto, del situarse ante la caída
del metarrelato de los géneros literarios: reinstalando un género:
la poesía.
Nos encontramos entonces, en condiciones de afirmar que
el universo poético 1987-2005, constituye una formación social subordinada,
donde los autores ocupan un lugar residual. Sus textos así, circulan por
lugares no institucionalizados y realizan un trabajo directo de gestión
para publicar o leer sus trabajos, creando pequeñas editoriales, usando
bastamente Internet y dialogando con poetas latinoamericanos que comparten sus
experiencias. Uno de los principales objetivos de estos autores, es armar un territorio
propio más que luchar por instalarse en los circuitos consolidados. Constituyen
de tal modo, una formación que crece en el desencanto ya instalado y que
internaliza con fuerza el no esperar nada. Esta formación poética,
tiene como interés básico hacer poesía en medio de un campo
editorial que definitivamente ha tachado el registro poético. Ellos mismos
establecen las normas de producción: "los criterios de evaluación
de sus productos, […]obedece a la ley fundamental de la concurrencia por el reconocimiento
propiamente cultural otorgado por el grupo de pares, que son, a la vez, clientes
privilegiados y concurrentes" (Bourdieu, 90). Estamos en presencia de un
campo que parece cerrarse sobre sí mismo. Este campo de producción
restringida, es capaz de producir e imponer las normas de su producción
y los criterios de evaluación de sus propios productos. Los poetas han
creado editoriales independientes, sus publicaciones son de costo reducido en
cuanto a tiraje de volúmenes y materiales utilizados. Los procesos de difusión
son escasos y la crítica se recluta al interior mismo del campo de productores.
Lo cual puede entenderse tanto como la instalación de una "sociedad
de admiración mutua"(3) o como
un mecanismo de autolegitimación ligado a la indiferencia como ley del
mercado editorial y crítico tanto académico como mediático.
Estamos en términos críticos, enfrentados a un segmento crítico
que forma parte del grupo de los poetas. Es más, los sujetos que ejercen
la crítica, muchas veces dueños de las editoriales, ocupan el rol
de editores y compiten también por legitimar sus creaciones. Los autores
que publican en el tramo 1987-2005, advierten que las políticas de mercado
y los procesos de canonización académicos y mediáticos son
un territorio al que habrá que atacar. Sus textos circulan entonces por
lugares no institucionalizados y realizan un trabajo directo de gestión
para publicar o leer sus trabajos. Los productores de textos poéticos han
generado nuevas formas de canalización, desde la creación de pequeñas
editoriales al uso de Internet. Contrabando del bando en contra, Tácitas,
Al Márgen, Calabaza del Diablo, Del Temple, Quid Ediciones. Un mecanismo
que me parece altamente productivo; sin embargo, también trae adscrito
la restricción respecto al universo lector. Tal vez se deba a ello la poca
crítica que han obtenido en el ámbito mediático y la nula
presencia en el circuito académico. Estamos en todo caso, ante una serie
de propuestas que no se distinguen por sus poéticas ni manifiestos; sino,
entre otras cosas, por una cierta radicalización frente a las condicionantes
del mercado, a las cuales responden con autogestión. Ciertamente, uno de
los principales objetivos de estos autores, es establecer un nuevo circuito geográfico,
alternativo al hegemónico. Este desplazamiento genera de por sí
estrategias de subversión ante los canales de circulación institucionalizados
por la academia, el mercado y las burocracias culturales. Constituyen de tal modo,
una formación que creció en la abortada promesa concertacionista.
Esta formación poética, tiene como interés básico
hacer poesía en medio de un campo editorial institucionalizado que definitivamente
ha tachado el registro poético, un campo donde los premios literarios y
las becas del Consejo Nacional del Libro han caído muy bajo como instancia
legitimadora.
La poesía chilena emergida en el periodo 1987-2005,
se inscribe en lo que puedo denominar literatura metaficcional. La cual tiene
dos características principales: autoconsciencia, antirrealismo,(4).
Rasgos que aluden a la reflexión sobre el acto de escribir, más
que específicamente al hacer poesía, al cuestionamiento en torno
al ejercicio y función de realizar literatura en medio de la crisis de
paradigmas, en un periodo dominado por las leyes del mercado. La poesía
se vuelve hacia sí misma, sin embargo siempre a partir de una estrategia
de política menor respecto a la realidad. Hay un diálogo continuo
con lo cotidiano, privilegiando la mirada objetivista, pero en vez de ser eminentemente
realista, se vuelve antirrealista debido a que contiene un cuestionamiento a la
pretensión objetiva de un texto realista. Así, en toda poesía
de metaficción se encuentra presente como elemento esencial la dicotomía
realidad/ficción. Un texto de metaficción necesariamente tiene que
destacar el discurso para obtener su propósito, el de "llama[r] la
atención sobre su condición de obra de ficción" (Dotras,
27). La utilización del registro metatextual dialoga con lo que puedo denominar
función situada. Se trata de arraigar la mirada del yo a microhistorias,
evitando la hiperbolización del mundo tanto en términos de degradación
como de mejoramiento total. Estamos ante textos que recuperan al sujeto caído,
el famoso antihéroe que instaló la modernidad, que logra ser capaz
de vivir de modo menos trágico con su condición de minoridad. El
fracaso continuo y el desencanto, están pero hibridizados con la nostalgia
por un orden fractalizado. De ningún modo la totalidad tiene espacio en
estos textos, solo hay trazas, filamentos que constituyen una suerte de cuerpo
sin órganos. Un sistema fracturado en su organicidad que solo permite acceder
a micro zonas de intensidad siempre al borde de su devenir contrario. Lo cual
podría justificarse como un gesto de resistencia ante la historia literaria
chilena tan fuertemente orientada a celebrar voces poéticas de corte mesiánico.
La época de la obra total, de los discursos mayores en clave hiperbólica,
que hablaban de "la literatura", de la "nueva" obra, de la
redención poética de Chile, parece haberse cerrado precisamente
a mediados de la década del ochenta con los nombres de Enrique Lihn, Rodrigo
Lira, Juan Luis Martínez y Raúl Zurita.
Si quisiéramos
abordar la concepción de postmodernidad a partir de la muerte del sujeto
y la representación, estaríamos mal. Sujeto y representación
han cobrado fuerza en estos poetas, fundamentalmente en la formación 2000.
Sí podemos afirmar que hay un predominio de lo sincrónico, en términos
de privilegiar el ahora el cual acoge al pasado en tanto huella. Hay, por cierto,
un diálogo con la alta cultura y las imágenes, mensajes, íconos,
lenguaje massmediático, residualidades del universo popular. Estamos ante
la reinstalación del yo, situado, social pero diferenciado en tanto alejado
de cualquier discurso central, dando continuamente cuenta de su lugar periférico.
Puedo observar la expansión de lo estético a las formas de la vida,
de las prácticas sociales y un fuerte ánimo por la poesía
narrativizada. Todo conduce a la reinstalación de una poética realista,
donde el sujeto/el texto, aborda lo real como una producción de autonomía
imposible. La realidad aparece inscrita en el poema cuya función es de
índole política. Advierto entonces, una estética de la cotidianeidad,
basada en la táctica y negada a la estrategia(5).
La táctica contiene así, el deseo de responder a cualquier violencia
simbólica mediante la palabra que responde a la hegemonía que trazo
fronteras "insalvables" entre los discursos sobre el centro versus la
periferia, lo propio versus lo ajeno, lo masculino versus lo femenino, la dictadura
versus la democracia, la alta cultura versus la baja cultura, la clase alta versus
la clase baja, lo estético versus lo no estético. Las tres formaciones
poéticas a las que me he referido, surgen en pleno proceso de globalización.
Es quizás ésta la razón que gatilla la emergencia de un sujeto
en crisis respecto al lugar, pero que sin embargo es capaz de reconocer pequeños
territorios sin duda identificables como latinoamericanos. El imaginario social
respecto a la identidad se ha hibridizado. Lo cual nos permite plantear la vigencia
de una "neoidentidad". Del mismo modo en que podemos advertirlo en la
narrativa y poesía de Roberto Bolaño. La presencia de una subjetividad
diferenciada a partir del territorio que ha roto fronteras. Es esta una mimesis
devenida del imaginario personal, fundado en la experiencia vital y la experiencia
con la propia literatura en términos de dar cuenta de la crisis de la referencialidad,
de la intertextualidad. Sin metarrelatos, sin promesa alguna respecto al futuro,
en plena crisis, aun hay cuentas que saldar con la modernidad.
Tanto la
producción poética en dictadura como la realizada en la postdictadura,
se ven enfrentadas a la corrupción del sistema político y la neutralización
de la diferencialidad del sujeto. Movimiento que nos enfrenta al problema de la
identidad y la alteridad como construcciones intelectuales que se confirman en
su carácter relacional y se afirman en la singularidad y la diferencia.
Cuando no es posible encontrar una identidad absoluta, tampoco es factible hallar
una alteridad sustancial y estable, sino que 'el alter' se disemina en otros.
Los 'otros' pueden ser: étnicos y culturales; sociales e interiores. Las
identidades pueden adquirir sentido en su construcción discursiva. Un discurso
que construye una 'realidad', pero que también valida intelectualmente
la creación identitaria y marca las fronteras con El Otro, el diferente,
el qué está ubicado fuera de mis límites discursivos. Los
mismos y los otros habitarán así los NO-LUGARES: espacios a-identitarios;
sin historia pero con memoria y no relacionales. Las relaciones se establecen
a distancia y las identidades no encuentran marcas estables para consolidarse.
Esta tesis intenta demostrar que la producción poética chilena del
periodo 1987-2005, se construye en torno a dos ejes fundamentales: la neoidentidad(6)
y la metaficción o metatextualidad(7)
. Estos ejes, permiten, a su vez, construir una propuesta de caracterización
de la posmodernidad poética latinoamericana, la cual en sentido estricto
denominaremos posmodernismo reconstruccionista. En este sentido sigo a Huyssen
quien detecta "una sensibilidad posmoderna [...] que plantea la cuestión
de la tradición y conservación cultural del modo más fundamental,
como problema estético y político [...] que actúa en un campo
de tensión entre la tradición y la innovación, entre la conservación
y la renovación, entre la cultura de masas y el arte de élite"(8).
En términos estéticos hay una no satisfacción de la nostalgia
de unidad o denegación a la exigencia idealista de verdad, porque la posibilidad
de acceso al original se ha visto abortada. Cada texto así, contribuye
a mantener la búsqueda sin telos, ya no hay punto de partida posible
ni tampoco regreso, retorno o lugar de llegada. Nos enfrentamos así, a
huellas, fragmentos discursivos que no pueden construir la presencia sino sólo
rondarla, rozarla para, en el mismo acto, desviarse de su espejeo, impidiendo
la reproducción del original y los pactos de mimesis con el lector.
Para
finalizar, recalquemos que esta red de poetas, no tiene ni ha tenido manifiesto
ni líder. Creo que esta falta de centros asegura una sana diseminación,
una expansión fractal necesaria, que podría permitir un reordenamiento
de nuestro esclerótico campo literario. Los poetas que surgen a fines de
la década del 80 se conectan evidentemente con los autores que surgen a
mediados de los 90 y comienzos del 2000 a partir de la tematización de
experiencias de devastación, dictadura, democracia incapaz, corrupción,
cuerpos sometidos y castigados, mercantilización de cada ámbito
de la vida. Lo cual nos lleva finalmente a identificar un proyecto de continuidad
estético-político, tremendamente saludable para la pequeña
república de la letras chilenas.
NOTAS
(1)
Debord, Guy. Comentarios sobre la sociedad del espectáculo. Barcelona:
Anagrama, 1994.
(2) Jofré, Manuel. En el ojo del huracán. Un antología de
30 poetas chilenos jóvenes. Santiago: Documentas/Cordillera, 1991.
Jofré menciona a 37 poetas nacidos entre 1946/1957 y dos en 1961. La generación
del 87, está conformada por autores que en su mayoría nacen en 1965.
Resulta bastante exótico –por decir lo menos- que Jofré, considere
a la antología como una muestra de “poesía joven” ya que el libro
se publica en 1991, cuando los poetas frisan los 45 años.
(3)
Bourdieu, Pierre. Creencia artística y bienes simbólicos.
Córdova- Buenos Aires: aurelia*rivera, 2003. p. 92.
(4)
Dotras, Ana M. La novela española de metaficción. Madrid:
Ediciones Júcar, 1994.
(5)
De Certeau, Michel. La invención de lo cotidiano. México:
Universidad Iberoamericana, 1996.
(6) Según Alfonso de Toro: “El discurso de "lo propio" y de "lo
latinoamericano" o de "la especificidad de Latinoamérica"
como resultado de su condición de ex-colonias, del sincretismo cultural,
de las diversas étnias, de su subdesarrollo económico y social,
etc., es una respuesta a la hegemonía y un lugar común en muchas
publicaciones hasta nuestros días. El problema radica en definir esa 'especificidad'
en la que se va constatando a cada paso su carácter híbrido y sus
diversos entrecruzamientos culturales. Más bien se había entendido,
hasta ya bien entrados los años ochenta, bajo 'especificidad latinoamericana'
la pureza originaria del continente (posición muy generalizada en la etnología),
muchas veces refiriéndose a la era precolombina o a las culturas populares
cuya pureza ahora radicaría en el indigenismo o el mesticismo. Se trataba
entonces de una constitución del sujeto y del objeto partiendo de un lugar
de enunciación de tipo esencialista y por esto excluyente, donde lo popular
se autoctonizaba en forma localista y no se pensaba como una categoría
histórica, es decir, como un proceso y que como tal se va hibridizando.
Lo 'específico' era pues una marca de exclusión, de rechazo con
una fuerte tendencia a un fundamentalismo intelectual y no una contribución
a la pluralidad. Como consecuencia de lo hegemónico y del deseo de especificidad
se encuentra en toda clase de escritos el tópico de la 'identidad', que
es de hecho un aspecto fundamental en la cultura latinoamericana. Se trata de
la herencia colonial y de la autodefinición en el presente donde se sostiene
que a Latinoamérica no se le ha permitido entrar en la historia y si ha
entrado lo ha hecho con préstamos. El problema de la identidad es al fin
un reclamo de ser re-conocido, de obtener una voz y un espacio. El problema de
la identidad es evidentemente también una reacción frente al fenómeno
de la colonización, a la hegemonía cultural, al etnocentrismo y
al eurocentrismo, y trata de establecer su 'especificidad latinoamericana'. Mas,
el problema de la identidad no es algo específico latinoamericano, sino
que ha sido un eterno y obsesivo problema, p.e. de las dos Alemanias desde fin
de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. En todo caso, el problema de la identidad
se replantea tanto fuera como dentro de Latinoamérica a fin de siglo en
forma apremiante y urgente como reacción a los fenómenos de globalización
y de migración. Creo, sin entrar en este lugar en detalle, que hoy la identidad
esencialista, es decir, aquella que se define frente a otro, o mejor dicho, contra
(y no ante) otro, excluyendo al otro y marcando su desigualdad (en el sentido
hegeliano de 'Unterschied' y no en el derridiano de 'diferancia' o de 'altaridad')
ha perdido su legitimación históri-ca, y no tanto a causa de la
existencia de diversos grupos étnicos, sino de una masificación,
difusión y comercialización de los productos culturales, en una
palabra, como resultado de la globalización. http://www.uni-leipzig.de/~detoro/sonstiges/poskollat.htm.
p. 3-4
(7) Usaré indistintamente ambos términos. Sobre el concepto de metatextualidad,
Iván Carrasco señala: “Los textos considerados como literarios en
las distintas sociedades modernas carecen de factores o procedimientos externos
de legitimación (referentes empíricos, métodos universales
o técnicas de contrastación y verificación, como en las ciencias,
etc.); por ello, sus autores necesitan fundamentarlos o avalarlos mediante el
desarrollo de una textualidad paralela o incorporada total o parcialmente en los
textos, que los explique, les dé identidad genérica y de naturaleza
textual, los ubique en el sistema artístico y posibilite su reconocimiento
y valoración social como textos literarios. Esta conceptualización
émica, explícita o explicitada, elaborada en el marco de una institución
literaria, da a conocer el grado de conciencia de sus autores sobre la naturaleza
y caracteres de la textualidad que practican.Esta reflexión ha sido llamada metalengua por Walter Mignolo quien la define como un proceso secundario
de conceptualización que es la expresión de una norma social y de
un sistema de valores de una sociedad global (o de algún sector de ella).
Los elementos de una metalengua son un sistema de creencias (estéticas,
conceptuales), un conjunto de técnicas y la racionalidad que unifica estos
elementos. La metalengua es una especie de principio o método de interpretación
de la literatura total o parcial de un autor determinado, que debe ser reconstruido
a partir de las informaciones dispersas de los escritores que la producen o asumen
y de los textos que la manifiestan, a veces explicitadas en forma sistemática
a través de manifiestos o poéticas dispuestos en forma de tales
o presentes en discursos ad hoc como prólogos, prefacios, aunque
por lo general se encuentran implícitos en los distintos conjuntos textuales”.
Cf.
“Pluralidad y ambivalencia en la metatextualidad literaria chilena”. Estudios
Filológicos Nº 36: 2001.
(8) Huyssen, Andreas “Cartografía del postmodernismo”, en Picó, Joseph
(ed.). Modernidad y posmodernidad. Madrid: Alianza, 1988. pp.189-248.
Patricia Espinosa Hernández: Licenciada en Letras, P.U.C.,
Magister en Letras, P.U.C y Doctor (c) en Literatura chilena e hispanoamericana,
Universidad de Chile.
Se desempeña como profesora e investigadora en
el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de
Chile y el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.
Ha publicado numerosos ensayos y artículos sobre crítica y literatura
chilena en revistas y periódicos chilenos y extranjeros. En el año
1994, comenzó a ejercer como crítico literario en el desaparecido
Diario La Época y Revista Rocinante. Durante el transcurso
del 2003, publicó Territorios en fuga: estudios en torno a la obra de
Roberto Bolaño.