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MATRIA de Antonio Silva

Por Patricia Espinosa H.

 

El pensamiento crítico en Chile, está siendo devastado. Si tal proyecto iniciado por la Dictadura no tuvo un éxito inmediato, la política neoliberal de la Concertación sí ha logrado instalar la indiferencia y el silenciamiento crítico. En términos mediales la pérdida es casi total, la desaparición del sujeto crítico ha sido feroz. En términos literarios la narrativa post ’90, acusa el arribismo globalizador y la desideologización de los discursos con total desenfado. Son mínimos los casos en que los narradores escapan a tal hegemonía. En cuanto a la poesía, el golpe asestado por el mercado ha incidido en una actitud  diferente. Sus lineamientos van así por la autogestión y muchas veces por la adscripción a una estética que sí es capaz de ver o abordar qué pasa con los procesos culturales, sociales en los que se ve inmerso nuestro país, principalmente desde las micropolíticas de resistencia que experimenta un sujeto común en el desamparo e individualismo que ha consolidado la Concertación. Tras la Dictadura, vino el simulacro de la Democracia adherido al mito de la Transición. Una transición que sirvió para acallar discursos críticos, expulsándolos de manera más definitiva que lo que logró hacer la dictadura. Castigar a los cuerpos e imponer una mordaza nos parecen hoy procedimientos terribles, pero finalmente rústicos como procedimientos represivos. Había que esperar a la nueva generación de tecnócratas concertacionistas para que el proyecto hegemónico se cumpliera de manera más eficiente. Sin dejar de ocupar los medios represivos de la dictadura, como lo atestiguan en estos mismos días las comunidades mapuches, se creó un sofisticado aparataje de silenciamiento y saturación. Saturación que es a la vez catástrofe y banalidad. Sin embargo, seguimos sustentando que mientras haya cuestionamiento o crítica existe la posibilidad de revertir la exclusión, de interferir en campo de lo visible concertacionista. Por cierto, el verdadero apagón cultural está sucediendo a nuestra vista y paciencia. Es por ello que me parece tremendamente importante que emerjan escrituras que se nieguen a este apagón cultural programado por las políticas culturales del Estado. La poesía de Antonio Silva se ubica en la otra vereda, en un lugar de repudio y reciclaje tanto literario como ideológico.  Entonces, oscilar por el neobarroco y por el camp. Privilegiando la figura del sujeto mujer y homosexual.

Están las huellas de Lezama Lima, Sarduy, Perlongher, Kozer, y hasta Sor Juana. Fragmentos afincados en Latinoamérica. Reconocibles en Chile.  En una geografía, una topografía que recoge tanto al mestizo como a la figura indígena inscritos en un lenguaje poético que les configura un lugar al femenino- indígena-homosexual. 

En el poema “Matria”, que da título al libro, se dice: “En la ceguera vi a la india que cuelga de mis vértebras,/ loca que ejercita en mapuñol/ el celular corro de las soledades”. La crítica social se trama en esta suerte de elegía invertida, dicha por un yo aindiado, que acusa el exceso de un lenguaraje español ampuloso, denigrado, del cual se apropia para usar como carnada y concitar escenas de  denuncia.

El recargamiento de la palabra, la proliferación adjetivante en la construcción del verso, la hiperbolización de la mirada que no duda en imbricarse con la eroticidad genera ornamento ligado a la idea, al concepto, al régimen discursivo. Un ornamento que asimilado a una realidad que emerge ingenua, a ratos prístina, pero también mancillada, infecta el engranaje lírico llevándolo hacia la marginalidad, hacia lo lumpenesco, callampero, poblacional. Silva consigue manejarse en un doble movimiento, el del artificio y a su vez la potenciación de la política del artificio. Es decir, instala la teatralización  performativa;  en el sentido en que ésta opera en tanto el lenguaje produce la realidad a partir de la creación de una escena. La teatralización preformativa, es la contestación a las determinaciones históricas que la norma/poder ha impuesto respecto al sujeto que puede hablar, el cómo debe hablar y desde dónde hablaría. La teatralización performativa, indica así en la poesía de Silva la instalación de una práctica discursiva que crea realidad exponiendo su propio artificio teatralizador para así instalar un diálogo con el fuera del texto a partir de sujetos particulares: la temporera, la travesti, la loca, la indígena: “cuando niña soñaba con ser/ la sirvienta de una teleserie mexicana – (muchacha italiana viene a casarse)/ Aquí los restos/ parada en cuatro tablas/ en cuatro bocas cuatro/ que prefiguran una casa/ una memoria/ cardumen de chozas/ endeudadas hasta el brasero del alma/ dignos pero dignos”. Decir poéticamente, se vuelve entonces una apertura que intensifica, hiperboliza el carácter no solo rebalsante de lenguaje sino que además, da lugar a sujetos tachados por la teatralización que impone el poder. Asistimos entonces, a una teatralización o puesta en escena de sujetos excluidos, marginados, despreciados pero dignos. 

Atisbo también esta escritura, rastros de aquello que Susan Sontag denominó camp: una estética atraída por lo artificioso, exagerado, irónico, paródico, “pastichoso” (sic). Arte y género no son definibles. Pero sí parodiables. Lo masculino y lo femenino, el lenguaje, la poesía se entienden a partir de una convención, de la reiteración de normativas asumidas como un original fallido, sin lugar ahora solo queda la intervención performativa politizada como señala el poema “Pretexto”: “Cirios vulgares sándalo y soledad/Un gato de loza siempreviva siempremuerta/ Laurita Vicuña en un vergel de nylon/  Peluches y trapos/Angelitos de un dorado muerto/Y en el centro la india mirada de una huérfana”.

Silva y el sueño de la niña que quiere ser la sirvienta de una teleserie.
Silva y las cuatro tablas que semejan una casa.
Silva y su mirada sobre la pobreza y la dignidad.

En el poema “Beatitud” inscribe cinco segmentos que asumen el formato de carta de petición o de agradecimiento. Todas realizadas por una firma que convoca a distintos sujetos femeninos que se dirigen a una animita. El universo popular  desposeído busca auxilio en la animita también femenina, en la oración existe aún la posibilidad de salvación o de escape. Hay en esta escritura una relación conflictiva con la religiosidad, la creencia se ratifica en la fetichización de la santidad; así, más que desacralizar la figura de Cristo o María, ligados a los padres, al origen, se instala un panteón materializado en San Sebastián, San Antonio, San Judas Tadeo, la animita. Religiosidad popular, el habla popular, la mirada poética centrada en y desde lo popular. En cada escena poética, hay un afán por resignificar prácticas de vida, de dolor, de sufrimiento, de ocultamiento. Quizás por ello, la palabra no teme ensuciarse con el juicio discriminador en tanto contestación política tal como sucede en el poema “Los maricas” donde dice: “De la mano van los invertidos/ Al encuentro de matarifes, lumpenaje y soldados/ Al encuentro de mi canto/ Al encuentro de un plumaje abanical/ Locos y tristes los maricas/ Condenadamente alegres/ Indeciblemente bellos, bellos”.

Silva utiliza el lenguaje homofóbico para luego revertirlo mediante la inserción del hablante y su poesía, su canto que solo puede verlos a partir de su condición de belleza despatriada en un Chile “que deviene/ Lágrima, pene y herida”, como señala en el poema “Lingual”.  El afán paródico de Silva refuerza el cliché para luego desautorizar normativas de identidad sexual y, desde mi perspectiva, del uso de la lengua. La hegemonía sujeto blanco, masculino, hétero, letrado, es revertida continuamente a través de estos textos como parte de una estrategia que deslegitima y legitima el uso del habla culta, de la iconografía católica,  lo masculino-femenino, lo gay o lo transexual. Las performances ambivalizan los significantes y, con ello, la normativa hegemónica. Juana Iris es al amanecer Jonathan Riquelme Melenao, al igual que la Gabi cuyo nombre puesto entre paréntesis es Gabriel Ricardo o José Melenao, oriundo de Temuco, ahora llamado Rachel. A partir de la presencia de Juana Iris, la mestiza travestida, emerge en plenitud la lírica “abolerada”, modernista, ligada a la ambivalencia, el recargamiento, al son, al sentimentalismo lacrimoso. En el poema “Cortometraje” se dice: “] tras el venezolano culebrón el lector deberá soportar el/ catódico lagrimeo de María Jorquera -temporera y bataclana-” (sic). El formato folletinesco latinoamericano es expuesto como sitio en el que habita el discurso amoroso de un sujeto ambivalente que observa en el otro “caer una liendre de plata” mientras “Instalas tu dedo en una nube de moscas/donde las alas son puertas y ventanas”. La belleza siempre será posible, aun en medio del horror y la tristeza. “Exilio” se remite al  yo, al lugar de origen, “un pueblo miserable”,  “un colegio de machitos”, “mi odio”  y una tristeza que se agudiza cuando “Alguien dice ‘se va la loca’” al partir el tren.

“Simulando aprendí a ser verdadero” es el verso que abre los tramos finales de este volumen. La simulación o el simulacro, es un acto de representación, una performance, que desoye el origen, que ha perdido la noción de originalidad. La realidad es siempre una representación imposible, un simulacro, una performance que crea verdad a partir de la propia condición de simulacralidad. La literatura es también un simulacro, y entiendo simulacro en tanto simulacro performativo: un acto que crea realidad en el mismo instante en que se realiza.  La poesía de  Antonio Silva,  crea una realidad  que parece  desbordar la página. Una realidad que nos habla de amor, muerte, placer, tristeza, desamparo.  Matria es una suerte de viaje, una oración, un dispositivo protector ante la  eficiencia de un sistema  que no ceja en marcar la diferencia  a partir de binarismos, inscritos incluso en la noción de género. Devenir mujer o devenir hombre limitan nuevamente el espectro de opciones de movilidad posible. Matria espejea la multiplicidad, el chorreo semántico, la proliferación tanto del lenguaje como del estatuto de género sumidos en la dualidad. La escritura, el verso, el poema no temen el rebuscamiento, la cursilería, el engalanamiento, el desborde; porque la realidad, la posible y tal vez equívoca realidad de la cual pretendemos sostenernos, es también asimilable a un texto politizado, camp, performativizado, teatralizado con desmesura. Un lugar: el texto, para exponer sin más el desborde de la poesía.


 

 

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"MATRIA" Poesía de Antonio Silva.
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