Víctor
Coral o la nada visible
Por Pedro
Granados
Como friso a su poema "Los buenos deseos", incluido en la
reedición corregida y modificada de Luz de limbo (Lima:
Zignos, 2005 [2001]), el poeta Víctor Coral (Lima,
1968) ) inscribe una frase perteneciente a uno de los autores homenajeados
en este poemario, Fernando Pessoa: "En lo alto del cielo, como
una nada visible, una nube pequeñísima es un olvido
blanco del universo entero". Luz de limbo parecería
también, en sus mejores momentos, dejar olvidados algunos jirones
de nubes muy blancas en nuestras manos. Son los versos que corresponden,
a través de la urdimbre general de descripción virtuosa
y persuasiva elocuencia, a nudos donde se tensan y corresponden aún
mejor estos mismos cabos aunados a uno extra: el de un particular
salto al vacío; caída libre, por lo demás, en
consonancia a la viñeta de Ícaro que adorna la carátula
del volumen. Denominémosle a este precipitado auscultación
íntima -comprometido el ámbito familiar- que si bien
tiene un antecedente preclaro en la poesía de César
Vallejo, los hallazgos de Coral modelan un vaciado original; es decir,
ya que no copia sino sigue al maestro, constituyen además la
marca más personal de su propuesta. Vayan un par de ejemplos:
Adrián, un nombre como un insulto
o una pedrada,
tal vez hubiera escrito algo mejor de haberte conocido,
pero eso es imposible ahora; entonces, esto eres tú:
un paseo descalzo por la playa,
ciertas frases que ya es tarde para incluir aquí
y un sweater azul marino que empieza a quedarme
como me quedan, por tu ausencia, la inquietud y la duda;
un deseo oscuro que rueda por todo mi cuerpo
("Adrián")
Lo siento mucho, sabes, no tengo esperanzas.
Pero algo me jala desde el fondo,
es el reflejo del mar,
el recuerdo de un tiempo perdido;
algo así como partirse un diente
y sentir su enormidad en la boca;
un lejano dolor al centro del cuerpo
("Cuando a nadie se espera")
Impecable soledad, entonces, justo al final de cada uno de los poemas
citados; sapiencia para rematar a su víctima; limpia estocada
postrera. Pero quizá no se pueda decir lo mismo de todos los
25 poemas distribuidos en apenas 47 páginas. En el talento
de Coral para la retórica y elocuencia estriba, por ahora,
su propia limitación; sobre todo si en este generoso despliegue
del verso por la página no atinamos a sacudirnos, ya no de
influencias (todas éstas bienvenidas, creemos, hasta que no
hallemos nuestra propia voz), sino de auténticas muletillas
lingüísticas y, por ende, esclerosis de la imaginación
(para no hablar de los sentimientos) inherentes al británico
modo de los años sesenta. Para el caso del Perú,
la persistencia de los desplantes en el lenguaje -actitudes de niño
terrible, tan significativas como las de Roberto Challe en el fútbol
peruano de los años setenta- de la poesía de Antonio
Cisneros que vemos todavía lanza algunos coletazos en los noventa.
Esto no quiere decir que la estética de Cisneros -aquello de
tejer engolosinados y cínicos racionamientos con lo harto banal
o previsible- esté vigente ahora mismo, al menos no en la poesía
de Víctor Coral. Con todo lo que lo estimamos, a estas alturas
del partido, desafortunado sería insistir en jugar al fútbol
como Don Roberto.
Lo que pasa es que en Luz de limbo todavía no se ha
asentado plenamente una poética; cada uno de sus cuatro brevísimos
apartados ("Entre cenizas", "Mínima social",
"El amor que no existe" y "Luz de limbo"), excesivos
para el libro en su conjunto, revelan una intención distinta;
mejor dicho, un ideal temático y prosódico por alcanzar,
insistimos, aunque con variada fortuna. Víctor Coral no es
un poeta del amor erótico, tampoco es cómico ni epigramático;
pero es, sin lugar a dudas, el de más hondura en toda su generación:
Xavier Echarri, Jorge Frisancho, Willy Gómez, Montserrat Álvarez
y Lorenzo Helguero, entre los más destacados. También,
quizá, de alguna manera uno de los más actuales ya que
contra el británico modo se están revelando ahora
mismo, entre otros, sus propios introductores en el Perú, nos
referimos a Antonio Cisneros (Un crucero a las islas Galápagos)
y a Rodolfo Hinostroza (Memorial de Casagrande) que quieren
lucir, hoy por hoy, más bien sencillos y entrañables.
Por lo tanto, comprobamos una vez más que, tal como lo decía
el maestro César Vallejo, poesía nueva no debe confundirse
nunca con pirotecnia lingüística, arrestos de consumado
archivero o tecnologías de taimados diletantes; es en cambio
todo un acontecimiento que, entre la poesía culta internacional
de nuestros días, se parece más a un milagro: hacer
visible lo invisible. El resto es negocio.
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