"Manuel
de pistola automática" de Juan Carlos Mústiga
La
ciudad sin pecado de Carlos Basile Concha
Por Pedro Granados
Juan Carlos Mústiga (Lima, 1958) es "Carlos Basile
Concha" o "Carlo", para "Tancredi Lo Grasso",
uno de los inolvidables protagonistas de esta nueva novela del autor
peruano, Manual de pistola automática (Lima: Fondo editorial
PUCP, 2005). Como es "Papeluchero" o "Perol",
por el oficio de escribidor y, respectivamente, por lo gordo para
los demás personajes de esta fábula: "Mono"
("Monkey"), "Pan con leche" "("Panes"),
"Elsie", "Shimabukuro" o "Pihuicho".
Coloquio de perros, tal como en la famosa obra de Cervantes, todos
vagabundos canes; pero, al mismo tiempo, filósofos de la vida,
irredentos lectores de cabeza alta y baja. Tal como en Pedro Páramo,
también, "Carlos Basile Concha" sale en busca de
su padre. Después de casi toda una vida, los "cuarentisonqui"
años, sólo conserva de él una foto antigua robada
a su madre y, sobre todo, una infidencia involuntaria de uno de sus
queridos tíos: "Era bailarín, alegre, trompeador,
no le tenía miedo a nada; nadador, esbelto, atleta; murió
ahogado en los Estados Unidos, a donde pensaba llevarnos; andaba con
una gente extraña, peligrosa; no, no se ahogó, lo mataron;
they killed him…". Estas palabras actuarán, en
el transcurso de la novela, a manera de malla omniabarcadora o, más
exactamente, red sumergida donde irán a articularse los encuentros
y desencuentros de sus personajes; y donde vendrá a reposar,
leve, la poesía de este Manual de pistola automática.
Y a su padre lo encontrará, "Carlo", literalmente
por doquier; es decir, en todo lo humano que, insólitamente,
aflora incluso entre lo sórdido. Por ejemplo en el mismo "Lo
Grasso", implacable prestamista del barrio, una vez que éste
cayera en desgracia; como leemos en el pasaje intitulado "El
Perdón":
"-¿Y el viejo - pregunté.
-Está muy mal - me contestaron-. Grave.
-Sálvenlo por favor. Hagan todo lo posible.
-¿Es un familiar suyo? La gente acá no quería
que lo ayudáramos; algunos hasta lo patearon antes de que
venga la policía.
-Es mi papá - mentí."
Como serán su papá, insistimos, todos y cada uno de
los personajes en cuanto actualizan de algún modo su recuerdo
amable: cierto gesto de generosidad viva, profundamente humana, y
cierta inocencia que es, no menos, quizá invisible patrimonio
de todos los seres humanos. En este sentido, y a diferencia de los
comics y película de Frank Miller, ciudad de los policías
corruptos y las mujeres atractivas, la novela de Mústiga -sin
dejar de ser menos literaria- redime de sus faltas a todos; incluso,
al final, a él mismo:
"y, mientras me veía a mí
mismo en la imagen y miraba, también, a los demás
en la realidad, sorprendidos, casi decepcionados de ver cómo
me erguía estando herido, sentí que aún me
podía seguir apoyando en las palabras y también en
una pierna, y entonces le dije a los enfermeros que estaba de acuerdo,
que iría con ellos, que no había nada de malo en dejarse
ayudar alguna vez, que ya solo no lo hacía, causita."
Autor de dos colecciones anteriores de cuentos, A pulmón
(1986) y Una moral inquebrantable (1987), Juan Carlos Mústiga
lo es, asimismo, de una novela por encargo: Tormentos deliberados
(1993); en la actualidad prepara un volumen de cuentos reunidos titulado
Dos veces. Y es también, hoy en día, una de las
voces más interesantes entre la fructífera y compleja
producción de la narrativa peruana reciente.