La
poesía dominicana revisitada
Pedro
Granados
Tenemos una suculenta ruma de poemarios recientes sobre la mesa.
El término "revisitada" alude a que hace cinco años,
al presente, escribimos un artículo que, aunque ha sido acogido
luego en varios portales de la net, fue originalmente publicado en
dos entregas por
el suplemento Biblioteca (Listin Diario, 29/ 7 y 5/ 8, 2001)
bajo el título de "La poesía que vendrá:
lanueva poesía dominicana". Breve ensayo que surgió,
en principio, como una reseña a la antología de Frank
Martínez y Nestor Rodríguez, Juego de imágenes.
La nueva poesía dominicana (Santo Domingo: Isla negra,
2001 [1995]); este nuevo ensayo, entonces, es de algún modo
su puesta al día, mas no su prolongación mecánica.
En algunos casos, ciertos puntos de vista del crítico se han
modificado; en otros, más bien es en las obras de los autores
donde esto se ha cumplido. Ahora bien, si en el trabajo anterior nos
circunscribimos a la denominada "Promoción de los ochenta"
o a la del "Ajedrez ochentista", tal como la denominan los
antologadores de Juego de imágenes, en esta oportunidad
el radio generacional de los autores de los libros que comentaremos
es algo más abierto; va de aquellos nacidos alrededor de 1950,
hasta los que representarían ya una tentativa generación
del 2000.
Mateo Morrison: Renovada curiosidad
Lo que decíamos en el ensayo del 2001 quizá lo puede
resumir mucho mejor la "Receta para ser correctamente antologado
por un escritor de la post-modernidad", poema de Mateo Morrison
incluido en Difícil equilibrio (República Dominicana:
Angeles de fierro, 2004), que pasamos a citar:
"Subvertir las palabras
Desafiando el espacio
Llenar de vaguedades cada línea.
Evitar temas relativos a las guerras sociales
Y no besar muchachas en los versos.
Al final, llevar tu trabajo en una
Jaula de cristal a un colega
Que de seguro te inmortalizará
En el vacío".
Como bien ilustra César Zapata con el título de su
prólogo a este libro, la poesía de Mateo Morrison va
experimentando un "Viaje estético: del gesto social a
la imagen lúdica"; he ahí, entonces, lo de Difícil
equilibrio. En realidad, Morrison pasa a demostrarnos su versatilidad,
particularmente feliz en algunas pinceladas que tienen que ver con
el erotismo y la ausencia, donde a la manera de un Miguel Hernández
podemos leer: "Recordé, en Shangai lejos del viento,/
tus sonidos ardientes/ y construí con mi nostalgia/ un enorme
soplo para que te llegara" ("IV"). Identificado como
un típico poeta de post-guerra -la de la invasión norteamericana
de 1965 a la isla-, este nuevo poemario brinda indicios suficientes
de renovada curiosidad. Por otro lado, no quisiéramos adelantarnos
en nuestra exposición, pero veremos que la poesía testimonial
-entre la "poesía sorprendida" anterior(1)
y el hiato que constituyeron los del ochenta(2)-
ha vuelto a gozar de buena salud, que nos animaríamos a denominarla
neo-testimonial; obviamente que ahora dando respuesta a otra coyuntura
histórica (globalización), con distintos recursos estéticos
y por cierto sin constituirse, como elocuentemente señala Manuel
Núñez, en "vicaria del Partido" (166).
Alexis Gómez-Rosa: Insular y cosmopolita
Poeta mayor. Ha publicado el 2005, La tregua de los mamíferos.
Escrito en llamas de abril, 1965 (Santo Domingo: Secretaría
de Estado de Cultura) que es de alguna manera, después de un
inquieto y sostenido aprendizaje de más de 30 años,
un retorno a la temática de su poemario inicial, nos referimos
a Oficio de post-muerte (Brooklyn, N.Y.: Williamsburg Printshop,
1973); lúcido lector, pareciera querer auto-aplicarse la lección
plenamente aprendida. En respuesta a un significativo cuestionario
de José Rafael Lantigua (El oficio de la palabra. Santo
Domingo: Trinitaria, 1995) sobre sus metamorfosis poéticas,
entre un Alexis-Gómez de post-guerra y los otros, éste
responde: "el mal no estuvo en la visión temática
ni en la intención que alimentaron esos poemas urgentes. La
falla de lo producido se puede sintetizar en la falta de una conciencia
crítica. El lenguaje fue un simple vehículo de comunicación
chato, irrelevante y "utilitarista", y no el objeto de la
pasión que despierta la escritura. La poesía de los
años 60 y 70 fue patria y pulmón que reclama y vocifera.
Poesía enfática, contenidista y acartonada, más
propensa al júbilo y a la sangre que al decoro poético
que Neruda y Vallejo representaron" (180).
De esta manera, en La tregua de los mamíferos, Gómez-Rosa
ratifica la fama internacional de la que viene precedida su poesía;
sobre todo si reparamos en la atención que la crítica
concediera, abrumadoramente, a New York City en tránsito
de pie quebrado, Premio de poesía Casa de Teatro (1990),
quizá su libro mejor conocido hasta el momento. Sin embargo,
no debemos pasar por alto las virtudes o excelencias del actual, a
decir de Wilfredo Lozano:
"Montado como se organiza un filme, el poema tiene la difícil
y rara cualidad de hacernos pasear por una galería de imágenes,
de retratos, dramáticos algunos, exquisitamente tiernos otros.
Tras este procedimiento el poeta poco a poco nos muestra un complejo
y distinto universo de la guerra, el del hombre que al tiempo que
sostiene la defensa del suelo nacional, vive la vida cotidiana,
tiene miedo y cuando tiene que asumir su deber simplemente lo hace,
a riesgo de terminar cargando la condición de un héroe"
("La tregua de los mamíferos de Alexis Gómez-Rosa").
Para muestra un botón:
"42, 000 marines bajaron de grises
portaviones
y helicópteros.
....................... -Está
agria la piña, caballero.
Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro;
media vuelta a la izquierda, se puede observar
un hermoso campo de latas y neumáticos
a pocos kilómetros del hospital militar,
el río sube a depositar ahogados en la cena"
Y es esta especie de suspensión del aliento o cámara
al vacío, creemos, el mejor recurso formal de los que ha acuñado
Gómez-Rosa en su ya dilatado recorrido -sensibilidad, contención,
humildad y lucidez aunadas- constituyen su singular reelaboración
del verso proyectivo (Charles Olson) tan caro a toda su generación(3).
No así, necesariamente, su fervor por el versículo -al
británico modo- donde ciertos excesos prosódicos
pueden causar algún empacho; o donde el sujeto poético
se desplaza generoso, pero no le dedica un momento real al paciente
lector. En realidad, británico modo y cinismo han conformado
a la larga, al menos en la versión latinoamericana del monólogo
dramático inglés, como dos caras de una misma moneda(4).
Así sucede, verbigracia, en el caso emblemático del
peruano Antonio Cisneros que si en los early sixties acierta
con sus versículos a brindarnos una versión crítica
de la historia oficial -Canto ceremonial contra un oso hormiguero,
por ejemplo- luego aquel mismo recurso sólo le ha servido para
dar cauce a un sujeto poético bonachón, sarcástico
o enredado en sus propias irresoluciones. Este, felizmente, no es
el caso de Alexis Gómez-Rosa, mas queremos insistir en la inflación
del británico modo; hecho del que son conscientes algunos
de sus propios introductores en nuestra lengua (verbigracia, Antonio
Cisneros y Rodolfo Hinostroza) tanto que, hoy por hoy, con los poemarios
Un crucero a las islas Galápagos (2005) y Memorial
de Casagrande (2005), respectivamente, quisieran pasar más
bien como poetas sencillos y entrañables.
Miguel Aníbal Perdomo o lo serenamente insólito
Este poeta nacido en 1949, un año mayor que Alexis Gómez-Rosa,
rompe sus fuegos literarios con una novela, Cuatro esquinas tiene
el viento (1981); luego vendrán los poemarios: Los pasos
en la esfera (1984), El inquilino y sus fantasmas (1997)
y el que ahora pasamos a reseñar, La colina del gato (Santo
Domingo: Editorial Gente, 2004). Textos más homogéneamente
en prosa que en el poemario anterior; mas, cual el anterior, también
algo irregulares como conjunto. Cuando -como sucede a veces- no constriñe
el poema imponiendo una voz dramática, sino permite a los elementos
de la naturaleza o del entorno estarse en paz y desperezarse a su
aire, sólo entonces, alcanza lo inaudito o, como reza nuestro
subtítulo, lo serenamente insólito:
"La tranquila escalera nos sube oscuramente
hasta el segundo piso, a la primera puerta que nos sale al encuentro.
Pero el puño palpita de inocente alegría cuando
nos enfrentamos a la ligera sala. Muy tranquila, la noche, discurre
sin tropiezos, por la calle borracha de vino de ciruela [...]
El cerdo almibarado protesta en la cocina, cuando Wang Ho lo aquieta
en la salsa de soya y pantanos de apio. Por la oculta ventana,
se entromete el cerezo y enfila cien imágenes detrás
de los resuellos del amable dragón" ("La
fiesta de zhow")
Texto que tiene del misterio de Poe, de la fantasía inesperada
y aparentemente inmotivada de un Felisberto Hernández y que,
asimismo, rinde tributo a la musicalidad del cuento modernista (particularmente
los de Darío y Gutiérrez-Nájera), en tanto y
en cuanto parecerían poemas sin anécdota que sólo
se apoyan en la música para sugerir; mas, en este caso, cuya
levedad no casa necesariamente con lo feérico, sino con un
cuento de hadas (poema de hadas) manchado de lodo en las puntas o
definitivamente de bruces contra el suelo. Por lo tanto, derrotero
paródico que, a su modo, también lo señala Alexis
Gómez-Rosa en la solapa del volumen. Sin embargo, este nuevo
poemario de Miguel Aníbal Perdomo añade algo más
-y tal vez de igual importancia en cuanto a legado hacia los jóvenes
autores dominicanos- que aquel singular e irónico gesto desconstructivo.
Si el gato, según Borges en el "El sur", es el gran
cercano desconocido; aquél ser tan próximo, pero del
que nos separa un fanal invisible y definitivo; algo semejante sería
toda la realidad para nuestro poeta, incluida por cierto su propia
noción como sujeto:
"Tras el grave silencio, se ha de
ir finalmente a la tosca laguna que ya anuncia de cerca el rumor
de los párpados. Y se habrán de evitar escollos
invisibles, tener la voluntad de pupilas abiertas, para mirar
de frente la corrosiva máscara que gobierna el sentido"
("Estudio en fondo sepia")
La colina del gato aludiría, entonces, a un lomo leve
y amable, a veces huidizo, pero radicalmente inconocido; metáfora
de una cima siempre sólo en apariencia conquistada.
Carlos Rodríguez, la intimidad que siente y reflexiona
Nos ha sido particularmente grato conocer más de la poesía
de Carlos Rodríguez (1951-2001), que no sean sólo los
poemas antologados en Juego de imágenes, libro ya mencionado,
y en Los nuevos caníbales v.2. Antología de la más
reciente poesía del caribe hispano (Santo Domingo: Isla
negra, 2003). Poemas que, a su turno, llamaron ya poderosamente nuestra
atención y que pertenecerían a su único poemario
hasta esa fecha publicado", nos referimos a El ojo y otras
clasificaciones de la magia (1995), ya que a sus restantes poemarios
inéditos tenemos acceso sólo con la presente publicación
de El West End Bar y otros poemas y Volutas de invierno (Santo
Domingo: Ediciones Ferilibro, 2005), quedando pendiente todavía
la edición póstuma de "Puerto gaseoso" que
reúne poemas escritos entre 1991 y 1992. Notable acontecimiento
literario, entonces, que comienza a hacerle justicia a uno de los
poetas dominicanos más interesantes de las últimas generaciones.
Por lo tanto, el presente volumen junta dos poemarios distintos en
uno; El West End Bar y otros poemas que reúne textos
compuestos entre 1980 y 1990, y Volutas de invierno donde,
por su parte, accedemos a poemas escritos entre 1995 y 1996; aunque,
asimismo, también a través de la solapa del libro nos
enteramos que al momento de morir trabajaba simultáneamente
en "El libro de la muerte" y "El lago de la erótica(5).
En nuestro artículo anterior nos referíamos a él
con estos términos:
"dada la modernidad de su personal registro, entronca con lo
que tratan de hacer los más jóvenes. Del Siglo de Oro
español hasta Jaime Gil de Biedma, pasando por Antonio Machado
y Luis Cernuda, su poesía exhibe con acierto algo de aquel
festín de la palabra sumado a una incisiva y, muy contemporánea,
ironía: "Sólo un ronquido escucho además
de otro murmullo/ que es constante./ Los cuervos hablan hoy en la
mañana y mi ventana es un nidal./ El libro de estas cuerdas
es una gran fiesta/ que acaba a ratos./ Amanece y está el residuo
limpio de la noche./ Una muchacha duerme en la otra sala,/ un amante
en el sofá y mi mujer, que es la del ronquido" ("Amanece")
(Granados 2001)
Poeta que declaraba que "leer poesía era leer a Vallejo"
(Sánchez 149), en esta oportunidad corroboraríamos esta
presencia también en su propia obra; aunque, matizando, que
Vallejo está presente, pero a través de la poesía
de otro peruano, Luis Hernández Camarero. Filiación
ya establecida, creemos que con fortuna, por León Félix
Batista en el "Peludio" (17) y quien, asimismo, también
acierta a recordarnos que: "Aunque nació en 1951 y escribió
toda su obra entre 1980 y 2000, no es posible ubicarlo entre los grupos
correspondientes a su edad fisiológica -Poeta de postguerra-
o su edad literaria -Generación de los 80- ni tiene prosélitos
ni antecedentes visibles en la historia literaria dominicana. Estos
libros lo convierten en la voz por excelencia de la diáspora"
(17). Lo que no corrobaramos, para nada, es la insistencia de Batista
en pretender vincular a Rodríguez y a Hernández con
el neobarroco, al menos que con la atingencia de "pero siempre
en el asilo de la legibilidad" (16) ampliemos el concepto hasta
hacerlo inmanejable.
El West End Bar está constituido por sesenta textos relativamente
breves, algunos incluso epigramáticos, divididos a su vez en
dos partes; la I contiene los primeros 16 poemas, la II todos los
demás. Voz de terciopelo en los poemas y una auto-conciencia
de su condición de artista, son la traza de la prosodia y de
la fábula de Carlos Rodríguez; el sujeto poético
nos permite ser testigos de su interacción con todo lo que
le rodea; gestos que -por vía de transparentes sensibilidad
e inteligencia- no carecen de alegría de vivir y de sutil humor:
"Tres años guardados (no
perdidos).
Lo sabíamos y sacamos de este cofre de amores y reliquias
un paseo nocturno, newyorkino.
Divisamos las luces colgantes frente al río
(y el río mismo) quieto, meditabundo
como el sueño que arrastramos, saboreando la mañana
de la noche, ese gusto fresco que nos convida
salpicándonos de besos, roces, brazos apretados"
("39")
El poeta que sospecha que siempre alguien lo ama. Actitud henchida
y hasta escandalosa, si nos rigiéramos por la racionalidad
política típica de los poetas del 60 y 70; pero no postura
mojigata o taimadamente conservadora de, por ejemplo, algunos representantes
de la generación de los 80 en la República Dominicana.
Probablemente, por lucidez, nuestro poeta persiguió tenazmente
el absurdo; pero, tal como César Vallejo en Trilce,
mientras otros se toparon con la nada, Carlos Rodríguez encontró
el sentido. El último poema del volumen, perteneciente esta
vez a Volutas de invierno, no hace sino reafirmarnos en lo
que creemos es su legado. Mezcla insólita de candor y aguda
inteligencia, tal como en la poesía de Luis Hernández;
mas, sobre todo, compasión infinita al hecho inmediato y cotidiano
de existir: "Al alejarse definitivamente el cuerpo y con él/
este tecleante, quedarán mis árboles de enfrente,/ mi
Riverside, la intimidad que siente y reflexiona" ("Después").
Armando Almánzar Botello: Bokeador antillano fajado con
la post-teoría
Comentando ciertas inclinaciones de la generación del 80,
aquello de la "poesía del pensar", Diógenes
Céspedes hace un esclarecido comentario con el que no podemos
dejar de coincidir: "La filosofía, incluso más
que la historia y la política, es el mayor enemigo de la poesía.
A la historia y a la política podemos desarmarles fácilmente
sus estrategias y sus tácticas, pero la filosofía es
más obstinada y ejerce un mayor efecto de fascinación
que cualquier otra disciplina so pretexto de su disfraz de ciencia,
y a veces de ciencia de las ciencias". Diógenes Céspedes,
Ensayos sobre lingüística, poética y cultura
(Santo Domingo: Trinitaria, 2005) 99.
Vaya esta introducción para referirnos a Armando Almánzar
Botello (1956) y como marco a su obra, Cazador de agua y otros
textos mutantes. Antología poética 1977-2002 (Santo
Domingo: Editorial Gente, 2003). Rara vez nos hemos topado con tal
erudito del presente; de cuanto libro sobre teoría cultural
y psicoanalítica hallemos en las librerías. Pasmoso
y serio conocedor -bonachona y generosa persona- que, de algún
modo hemos de decirlo, cultiva un discurso a caballo entre arqueología
del saber, ciberespacio, gótico y un ligao local de sabor muy
dominicano. En sus "textos mutantes" le resulta casi imposible
evitar la glosa intelectual; y las veces que acierta son cuando -en
general por vía del humor- se sacude de esta invisible y tenaz
atadura; como en este notable pasaje de "Cazador de agua":
"Asomado a mi balcón mareante,
yo, modesto cazador de agua, habitante de la banda periférica
de la megalópolis y con licencia especial para manejar
sofisticados aparatos cibernéticos y nano-robóticos,
(licencia otorgada por las autoridades competentes del E.E.I.),
percibo en las noches de fósforo el rumor centelleante
del extraño laberinto que se extiende allá abajo.
Desde la jungla tecnológica agazapada en el abismo, llegan
a mis oídos atónitos, (agudizados por la ingeniería
genética), voces corales, ruidos solitarios y vibraciones
infrasónicas que me ponen los pelos de punta"
Poco a poco vamos entendiendo, entonces, que nos hallamos en plenas
Antillas del futuro, donde el sujeto poético es ya también
una máquina él mismo; observador privilegiado de un
aleph, pero esta vez caótico y no menos preñado de horror.
Imagen elíptica de nuestro kafkiano presente; leída
así esta obra pone en evidencia su auténtico relieve:
la pertinencia de su crítica, su gesto de libertad imaginativa
y su, no es lo de menos, bienvenida sangre ligera y oportuno sentido
del humor: "Marvina me obliga sin piedad a lamerle, como siempre,
su código de barras".
Rannel Báez: Sin poesías
Gratísima sorpresa ha constituido toparnos con un libro como
Orbe Per Verso. Sin poesía, editado el 2002 en Santo
Domingo, una vez que se hiciera merecedor al Premio Internacional
de Poesía "Casa de Teatro" de aquel año. Poemario/
Manifiesto, se divide en cinco "Órbitas", cada una
de las cuales va como sigue: I: Movimiento de rotulación, II:
Movimiento de aliteración, III: Movimiento de secreción,
IV: Movimiento de translación y V: Movimiento de perversión;
todo un viaje. Sin embargo, ninguna de estas partes distingue otro
tenor que no sea el de una "Arte poética"; es decir,
todo este poemario es, aunque matizado mínimamente en cada
"Movimiento", un extenso metapoema. Poeta cerebral y patafísico,
paradójico y paródico, con un don extraordinario para
la caricatura y dueño de un humor desopilante. Heredero de
Huidobro, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Borges, en
tanto meta-poeta y "órbico"; y de Nicanor Parra o
su antecesor, César Vallejo, por lo antipoeta; de esto último
viene, entonces, aquello de Sin poesía:
"Cuando la noche se derrite con la
luna metida en una oreja hay
un pecador debajo de la sábana y otro pesca el pecado con
una
pata de cabra y la necesidad de robarse la madrugada en un saco
para venderla por un peso de "barriga ´jarta´
y corazón contento"
al primer usurero de complicidad robarse el sueño del vecino
por
una sardina y un pedacito de cárcel de su mismo tamaño
Así
amanece distinto y del mismo color y la mañana es una gárgola
promiscua surtida de moralejas y sinsabores
Pero al amanecer se han quemado las rutinas del cadalso y la
poesía tiene su propio sol entre los ojos"
Probablemente algunos otros son los méritos y subtemas de
Orbe Per Verso; y algunas otras también sus debilidades,
sobre todo en lo que toca a cierto exceso verbal -incluso si efectuamos
un viaje intergalaláctico- y exhibición también,
gratuita o naive, de ciertas fuentes u homenajes. Pero queremos
reiterar que Rannel Báez enriquece de modo oportuno y necesario
la poesía dominicana de estos días; como Alexis Gómez-Rosa
o como Armando Almánzar Botello, la descentra, la hace más
ambiciosa en sus alcances y --enhoramala para la "poesía
del pensar"-- la hace saludablemente más impura.
Nan Chevalier: La carne como espejismo
Nan Chevalier (1965), ha publicado anteriormente Las formas que
retornan (1998), La segunda señal (2003) y, ahora,
Ave de mal agüero (Santo Domingo: Editorial Letra Gráfica,
2003). De los tres, el segundo es con seguridad una colección
de cuentos; mientras que el primero y el tercero son poemarios, aunque
con inconfundibles rasgos narrativos: insistencia en la fábula
y prosodia de la prosa. Quizá este último aspecto sea
el más interesante en lo que va de su producción poética
hasta hoy; es decir, justamente la naturaleza híbrida de su
verso, el de escribir con sílabas métricas marcadas
más bien como prosa:
"El diario en las manos, es un estremecimiento
el cuerpo
que lee. Ávidos ojos que lo han visto ya todo, vuelan
mejor
sobre la página trece. Pero el diario se resiste y los
dedos
retienen la saliva: hay como un chasquido de ensayo para
despegar los pliegues. No los ojos; a ciegas las manos
olfatean el obituario: primero,
los nombres; luego, tembloroso, el apellido materno
y el paterno. Entonces, aquel bastardo
lee su propia muerte y muere" ("V")
Ejemplo notable de lo que arriba decíamos y que es forma y
sustento de otra hibridez, pero esta vez semántica: la aclimatación
de vida y muerte en la escritura de Nan Chevalier. Intersección
de ambos estados: certezas en el limbo. O crónica de las cosas
tocadas por el viento ineludible del deterioro y la aniquilación.
En suma, nuestra carne hecha espejismo. No existe trascendencia ni
otro mundo aparte de éste, el de ser crisálidas de un
día y luego mariposas por unas cuantas pocas horas. En este
sentido, más que de Los heraldos negros, hecho reiterado
por la crítica creciente sobre su obra, percibimos más
bien la atmósfera asfixiante de los universos de Carlos Onetti
y el desamparo de un Samuel Beckett; o de otros autores donde hallamos
sólo a cuenta gotas la esperanza y el amor.
Basilio Belliard y su sueño escrito
Basilio Belliard (1966) es un tenaz poeta puro, tras las huellas
de Novalis, de simbolistas como José María Eguren o
post vanguardistas a lo Octavio Paz. En el "Introito" a
su primer poemario, Diario del autófago (1997), leíamos:
"La búsqueda del poema ideal se define en la ecuación
de lo infinito. Nadie lo ha escrito, ni se escribirá. Es como
la búsqueda del grial poético. Acaso porque no está
en los dominios del lenguaje" (13). La palabra, por tanto, resulta
insuficiente: típica ecuación romántica; como
el norte de la literatura es, si acaso, hacernos merecedores de toparnos
con aquel "grial". Ahora, con Sueño escrito
(Santo Domingo: Editora Nacional, 2002), el sujeto poético
no hace sino reafirmarse en su esencia, aunque decantándola
todavía más, bajo el patrocinio de Octavio Paz y su
poética del "instante": luz, aunque efímera,
allanadora. Y, en este sentido, esto es ya un avance; una forma de
pactar con un maestro o, al menos, con un liderazgo de las garantías
del Nobel mexicano:
"Total: el día,
en luz serena:
desnudo.
En un tris,
la nada se consume:
vuelve al ser.
¡Que los muertos
entierren a sus muertos! ("Consumación")
Porque de este poeta escribíamos el 2001 lo siguiente: "Otro
poeta puente entre los 80 y los 90 [...] cuando de verdad logra desprenderse
de los preciosismos inútiles que lo atan a la denominada "poesía
del pensar" -expresión acuñada por José
Mármol para definir a su generación-; perplejidad ante
lo cotidiano, parodia, fragmento y fábula serían los
ingredientes que fluyen a través de Belliard hacia los poetas
del 2000" ("La poesía que vendrá"). En
Sueño escrito, agregaríamos, una probada sensibilidad
(es notable su antología del poema en prosa dominicano, La
espiral sonora) insiste -heróicamente- en un lenguaje desgastado
por el abuso. Proeza casi imposible sería insuflar vida a lo
que estética e ideológicamente está ya muerto.
Sin embargo, debemos tener cuidado en lo que vamos enhebrando a través
del hilo; la poesía es una forma de milagro, también,
y al que ora, dicen, se le abre la puerta. En todo caso, más
allá de expresar nuestros reparos con esta poética,
también es muy cierto lo que dice, por ejemplo, Adolfo Castañón
en la solapa del volumen: "Basilio escucha porque, más
allá de sus lecturas, sostiene relaciones intensas con la contemplación
y el silencio y lleva una brújula para no perderse en el vacío".
En suma, de las pocas cosas de las que estamos convencidos es que
donde existe pluralidad existe también libertad; y, en este
sentido, como fácilmente podemos colegir en lo que va de este
trabajo, la actual poesía de la República Dominicana
exhibe fascinante heterogeneidad e interés envidiables en todo
el ámbito hispano.
Saludo a la novísima poesía dominicana
Aprovechamos la lectura de una breve antología, que aparece
en el flamante No 1 de la revista virtual círculo de baba [http://www.librodominicano.com]
que dirige Ricardo Ruiz, para saludar a sus jóvenes poetas.
Entre ellos, sólo de Homero Pumarol (1971) teníamos
noticias -a través de su primer poemario Cuartel Babilonia
(2000)-; del resto de los antologados -porque no tenemos las señas
de todos- suponemos son tan o más jóvenes que Pumarol.
Lo cierto es que, cada uno a su modo, elaboran propuestas equivalentes:
lenguaje e ideas derivados de la vida inmediata; es decir, cultivan
el grado cero de las teorías, pero no de la inteligencia que
se revela aguda y sedienta en todos ellos. Otros signos de su carnet
de identidad podrían ser la honestidad y la lucidez de hacer
carne en ellos mismos, primero y antes que en nadie, aquello que denuncian:
"Se salvara la isla?
Quedaremos a flote después de tanto bombardeo y tanta
insistencia?
Quedarán aún brazos con ganas de construir un
paisaje nuevo?
Quién la ama?
Quién realmente ama 48,671 km2 de espejismos?
Toda una extensión de dolor y soledad,
Dolor de madre pariendo hijos muertos"
Giselle Rodríguez, "Orgullosamente dominicana";
"Ahora guarda tu instinto, sal de la esquina
mézclate en la papilla democrática que te hacen
comer
y espera el momento en que cambie el mundo"
Marco Antonio Cabezas, "En la esquina de vallekas".
Escépticos ante los conceptos -que es otro modo de repudiar
la manipulación del poder-, percibimos por primera vez en la
República Dominicana un grupo poético, entre las expresiones
recientes, en abierta negación del refrito estético
anterior; nos referimos a la "poesía del pensar"
que -con algunas honrosas excepciones (León Félix Batista,
Ylonka Nacidit-Perdomo o Frank Martínez, por ejemplo)- ha continuado
hasta muy avanzados los 90. Es decir, el distanciamiento teórico
funciona también, entre aquellos jóvenes, como un distanciamiento
ideológico-político; desarraigo de los lugares comunes,
del imaginario nacional, como de la poesía elitista y desorejada
(desentendida) de las urgencias coyunturales e históricas que
practicaron los "poetas del pensamiento".
Ahora, este neo-testimonio no es similar, para nada, a aquél
que programáticamente desarrolló -en República
Dominicana y en toda Latinoamérica- la generación del
70; ésta, en general, hacía eco de la poética
del social realismo (alentada desde la Casa de las Américas)
combinada a una particular clonación local de la beat generation:
Ginsberg, Keruac, Corso, etc. No, de ningún modo, tanto Homero
Pumarol, Giselle Rodríguez, Marco Antonio Cabezas, Juan Dicent
e Iván de Paula -antologados por círculo de baba en
este orden- se salvan de ser fundamentalistas a través del
lirismo y del buen humor. En este sentido, creemos que así
como niegan la entendible, aunque ahora extemporánea, reacción
canónica de la poesía del 80 -frente a la mera reproducción
de los ruidos de la calle y descuido en la edición de los poemas
de los del 70-, al mismo tiempo se vinculan con un extraordinario
poeta dominicano, hoy desaparecido, y sólo un tanto mayor.
Nos referimos a Carlos Rodríguez (Santo Domingo, 1951 - New
York, 2001) donde la modernidad de su personal registro exhibe una
incisiva y, muy contemporánea, ironía; además
de ser un dominicano sin geografía específica, digamos
que sin fronteras, porque produjo buena parte de su obra fuera del
país. De este modo, Juan Dicent, quizá la sorpresa más
grata de todo este grupo, escribe:
"Y la gente se va a la playa en
Semana Santa.
Desde el jueves el éxodo del peaje.
Tres días de romo, sol, mar, rave y bacharengue.
Por allá se enamoran,
tiran basura,
se divorcian,
sueñan,
caen presos,
y los más afortunados, mueren"
"EASTER";
"Mi hermana vive en Monday Street,
en Athens.
Su hijo teenager is in love,
con una niña de pelo amarillo,
parece sonámbulo.
Se pregunta si es muy vieja para navegar,
para chatear en la Infernet.
Mi hermano vive en Columbus Drive,
en New Jersey.
Antes podía ver los gemelos desde
su ventana, sobre el Hudson.
Mamá no quiere vivir con ellos,
yo soy su último hijo soltero.
Pero tengo la presión bajita,
me siento cansao todo el tiempo,
además de esta irritación en los ojos,
en la lengua, y claro, en los pulmones"
"MONDAY STREET"
De alguna manera, pues, y aunque estos escritores son aún
muy jóvenes y necesitan consolidar sus poéticas, podemos
decir que las aguas -una vez superada la noria de los de la "poesía
del pensar"- han retomado, si no su cauce, sí su fuerza
o caudal en la poesía dominicana. El rumbo se hace al andar
mas, es gozoso para nosotros comprobarlo, pareciera darse entre estos
jóvenes una mixtura entre tradición -rescate de la poesía
inmediatamente anterior a la de los 80, como la de Alexis Gómez
Rosa; o de aquélla que no estuvo en marquesinas o fue ninguneada:
Carlos Rodríguez o Manuel García Cartagena (1961), sólo
para citar un par de nombres- y extrañamiento frente a esa
misma tradición vía la curiosidad por la cultura popular
internacional y la oportuna adopción del propio autismo. Paradoja
aparente que marca, de algún modo, el derrotero de los jóvenes
poetas de hoy día en todo el mundo hispánico; como decíamos
en una reseña anterior refiriéndonos a la poesía
que practican, por ejemplo, sus pares puertorriqueños: "estética
de lo efímero en vías de expresar y apresar mejor los
vaivenes de la generalizada alienación cultural en que vivimos
(ya no del "instante" como, por ejemplo, en la estética
romántico-didáctica de aquella institución denominada
Octavio Paz)": "Los nuevos caníbales: reciente poesía
del caribe insular hispano" [ http://www.letras.s5.com/pg110405.htm].
Desconcierto, pues, y un no saber vallejiano aparecen colaborando
activamente con esta nueva poesía; así, por lo menos,
nos lo ilustra Homero Pumarol de manera enfática, no sólo
con los versos con que nos dedicara su libro del 2000: "Para
Pedro Granados/ con estas líneas des/ granadas y este/ no saber",
sino también con los que hoy tenemos al frente :
"¿Qué haremos cuando
pare?
Pregunta el clavo a la pared.
Yo no sé, yo no sé, dice el martillo.
¿Qué haremos cuando pare?
Repiten las botellas, yo no sé,
llenando los pasillos y las escaleras"
"Miles away"
Asimismo en este contexto, aunque no estén incluidas en "Círculo
de baba", mención especial merecen los trabajos de
Rita Indiana Hernández (1977) y de Petra Saviñón
(1976); poetas ambas auténticas, pero la primera mucho más
innovadora que la segunda. Si bien es cierto que a Hernández
no le conocemos un poemario posterior a La estrategia de Chochueca
(2000), su obra es la que más nos ha llamado la atención
entre las 24 poetas antologadas en Safo. Las más recientes
poetas dominicanas (San Francisco de Macorís, R.D.: Angeles
de Fierro, 2004), edición a cargo de Noé Zayas. Compañera
de ruta de Homero Pumarol -y con más de un punto de contacto
entre sus poesías-, nuestra poeta une al desenfado inteligente,
propio de su generación, un enorme placer por la escritura
(avis rara hoy en día) y, sobre todo, esta fruición
la sabe comunicar al agradecido lector. Además tiene otra enorme
virtud, con sus pertrechos cosmopolitas (ya que percibimos en ella
a una lectora adicta y sin fronteras) hurga en el lenguaje y la forma
de vivir locales:
"4:00 a.m. la Dumbi y yo en gozadera,
cuatro de la mañana en ciudad Trujillo,
la gente ojerosa, pidiendo cacao,
comprando cositas en las esquinas de la parte alta
a los chamaquitos que venden poesía
con la gorrita pa´bajo
y prende esa luce pa´vete la cara
y chequea y se frikea
y mete la mano buscando la dinera
la cartera que tengo en la mano
y tira los bolones de perico en la pierna de la Dumbo
el perico, qué rico la Dumbi me dice la cara de tigre
ese chin, ¿tú cree que soy loca, coñazo?
Y yo
meándome
los chamaquitos pecho e palomo
las piernas que vuelan techos
que brincan conchos
la Dumbi se calma, guíllese le digo
se quilla la Dumbi
y dice ¿cara de qué?
el chamaco se ríe de la Dumbi y su tigueraje leve de
Gazcue" ("Villas Agrícolas")
Por lo tanto, persuasiva recreación del entrecruce de grupos
sociales distintos; sugestivos enmascaramientos del sujeto; y un estupendo
oído para el lenguaje de la calle -que su talento poético
selecciona y estructura a su aire- y para el ritmo culto del verso
son las mejores cartas de presentación de esta poeta -y sabemos
también interesante narradora- hasta el momento.
NOTAS
(1) "Esta
adscripción al compromiso rechazó paladinamente los
influjos de la Poesía Sorprendida. El paradigma será
Pedro Mir y algunos poetas del 48: Abelardo Vicioso, Abel Fernández
Mejía, que era mentor luego del grupo de postguerra, Rafael
Valera Benítez, Máximo Avilés Blonda. Este entronque
de poetas y escritores del 48, del 60 y de la postguerra [aunque este
es otro tema] monopoliza prácticamente la vida cultural del
país". Manuel Núñez, "Características
ideológicas del discurso de izquierdas en nuestra literatura"
en Ponencias del Congreso Crítico de Literatura Dominicana.
D.Céspedes, S.Álvarez y P.Vergés (ed.) (Santo
Domingo: Editora de Colores,1994) 153-179, 165.
(2) Cuyo perfil
lo traza nítidamente José Mármol, líder
teórico-práctico del grupo; según él,
y tal como sería para la Poesía Sorprendida, en los
80: "La lengua es, con respecto a una nación, su savia
espiritual, su sistema simbólico por excelencia [...]
Y en punto a los aperos de un escritor, ella constituye su materia
prima, su instrumental de trabajo y su único horizonte estético
y teleológico. Es el principio y fin de su obsesiva y dichosa
tarea individual y social". José Mármol, "El
escritor y su lengua: Límites y posibilidades" en Ponencias
del Congreso Crítico de Literatura Dominicana. D. Céspedes,
S. Álvarez y P. Vergés (ed.) (Santo Domingo: Editora
de Colores, 1994) 219-228, 222.
(3) Andrés
L. Mateo ubica a Gómez-Rosa dentro del denominado "Pluralismo"
que, en los setenta, tuvo en el poeta Manuel Rueda su más elocuente
vocero; el que, bajo la imagen de "bloque" (propio de la
cantera vallejiana), glosó lo teorizado antes por Charles Olson,
citamos: "El bloque poético multidimensional que sustituye
aquí al verso en su horizontalidad única abre el espacio
a nuevas dimensiones. Leer un bloque significará moverse, no
sólo hacia delante, sino hacia atrás, hacia arriba,
hacia abajo y en diagonal, lográndose todas las combinaciones
que el ánimo, el capricho o la agudeza del ojo deseen".
Andrés L. Mateo, Manifiestos literarios de la República
Dominicana (Santo Domingo: Editora de Colores, 1997) 132.
(4) En los años 60 esta forma
poética permitió la matización -a partir de dar
cabida a un sujeto social por lo general pequeño burgués
y educado, aunque políticamente comprometido- de lo que era
el social realismo imperante en la década anterior. Roque Dalton,
por ejemplo, la cultivó como nadie aunque avisorando sus limites,
tanto que en Taberna intentó dar un paso adelante optando
por la polifonía: formato no solipsista, quizá más
democrático y sin duda menos autoritario. En esta línea,
aunque invitando también, entre otros, a Lorca, Vallejo o Robert
Frost, La tregua de los mamíferos gana en sutileza de
matices y poder de convocatoria o apelación al lector.
(5) Esta valiosa
información se la debemos a la compañera y albacea de
la obra literaria del poeta, Carmen Dorilda Sánchez; la que,
también en el "Epílogo" ("Carlos Rodríguez:
el ser y la poesía") a este libro (150), aclara que ya
en Juego de imágenes salieron publicados varios poemas
de "Puerto gaseoso". Por lo tanto, según se infiere
de este testimonio, lo que en aquella antología leímos
no pertenece solamente al primer poemario de Rodríguez, de
1995, sino también al pendiente de publicación; es decir,
a su producción de 1991 y 1992.