Ilabaca  Núñez, Paula. La perla suelta. Santiago:  Cuarto Propio. 88 pp.
        Dile que me morí atragantada;  que me morí de la risa y luminosa, mejor.
          La perla suelta (2009) de Paula Ilabaca
        
          Por Arnaldo Donoso 
         
        Dado un muro, ¿qué pasa detrás? / ―Hay hombres
  
          construyendo otro muro. Frente a ese muro vuélvase
 
          a la proposición: «Dado un  muro, ¿qué pasa detrás?» 
          ―Hay hombres construyendo otro muro frente al cual
  
          usted está preguntando: DADO UN MURO….
        Juan  Luis Martínez
        Desde Completa (2003) Paula Ilabaca ha  publicado alrededor de 400 páginas que ejercen una la mayor resistencia a cualquier  linde genérico. Felipe Becerra dice en su postfacio a La perla suelta que la escritura de Paula susurra en una arritmia “Indecisa entre poesía y prosa”. Concedo el  lugar privilegiado del susurro en  todo lo que he leído de Paula Ilabaca, sobre todo por su relación con el ensayo  de Barthes “El susurro de la lengua”, el “ruido límite”, entre  el ruido y la  música del goce de la lengua cuando funciona bien, susurro diferenciado del  farfullo que consiste en los mensajes fallidos, puro ruido y cacareo. No  obstante, me parece que el juicio de Felipe 1) se centra más en su lectura de La perla suelta más que en la escritura de Paula y 2) actúa como una  sujeción maniquea (poesía/prosa) que niega la fascinación por renunciar a un  inicio y a un fin, por resistir (en) los bordes, mantenerse tránsfuga, presente  en la serie comprendida por Completa, la ciudad lucía (2006) y La perla suelta. En otras palabras creo  simplemente que La perla suelta nuevamente  vence las disfunciones y constricciones disciplinares-genéricas, pues  privilegia en extremo “el poder estético de sentir” al tiempo que se desliza contaminada  por directrices como las del texto del epígrafe ―“El espacio” de La nueva novela― en un juego de  velocidades y lentitudes.
el ruido y la  música del goce de la lengua cuando funciona bien, susurro diferenciado del  farfullo que consiste en los mensajes fallidos, puro ruido y cacareo. No  obstante, me parece que el juicio de Felipe 1) se centra más en su lectura de La perla suelta más que en la escritura de Paula y 2) actúa como una  sujeción maniquea (poesía/prosa) que niega la fascinación por renunciar a un  inicio y a un fin, por resistir (en) los bordes, mantenerse tránsfuga, presente  en la serie comprendida por Completa, la ciudad lucía (2006) y La perla suelta. En otras palabras creo  simplemente que La perla suelta nuevamente  vence las disfunciones y constricciones disciplinares-genéricas, pues  privilegia en extremo “el poder estético de sentir” al tiempo que se desliza contaminada  por directrices como las del texto del epígrafe ―“El espacio” de La nueva novela― en un juego de  velocidades y lentitudes.
        De  modo que no puede hablarse sino de flujo, de movimiento, de interrupciones. Veo  con claridad ese juego de vencer las constricciones, de avanzar complejidades,  de la velocidad y lentitud, por ejemplo, en ese “ya que venga otra cosa” de La perla suelta, en las minúsculas de la ciudad lucía, en la textura empalagosa  de la miel tragada en la performance Corrección  de la voz, en la rotura del papel de las lecturas públicas y el pliegue  femenino de los títulos de los libros de Paula. Cuando Héctor Hernández  caracteriza la escritura de Paula Ilabaca en “El Carnaval mental del Deseo” cuestiona  el tipo y rótulo escritura femenina al pensar lo femenino como una categoría que “no es propiedad de un género, ni  siquiera del literario [sic] que descompone su propia ficción y que  descomprime las posibilidades múltiples de una autoría”. De allí a que no pueda territorializarse,  cercarse, con correlaciones formales o formalistas Completa, la ciudad lucía o La perla  suelta.
        Toda  esta poesía es distinta y merece otro tratamiento. Otro sistema. Logro entender  esta red textual según la siguiente proposición de Félix Guattari: “El poder  estético de sentir, aunque similar de derecho a los otros poderes como el de  pensar filosóficamente, de conocer científicamente, de actuar políticamente,  nos parece que está pasando a ocupar una posición privilegiada dentro de [… las  enunciaciones de] nuestra época”. Desde el trabajo de portada de La perla suelta, me refiero a la  inquietante captura de video de la performance Corrección de la voz de Paula, el secuestro de la velocidad del  vídeo, la intervención del cromatismo, el cuerpo como intersección, hasta el  contraste de los colores que exigen luz natural para leer las solapas, hay una  manipulación hiperestética. Vuelvo sobre la idea de Hernández sobre la ficción  y la autoría (categorías tan trabajadas y generales, o tan vacías o infinitas,  depende) afectadas por la descompresión y la descomposición a fin de conectarla  con la idea de paradigma estético-procesual. “El poder estético de sentir” se  comporta como el horizonte de sucesos  del súper agujero negro situado en medio de la galaxia: no hay forma de escapar  de ese horizonte tras el que se esconde el movimiento, el intercambio de  energía, flujos y fuerzas. Es imperceptible, porque mueve todo el exterior.
        Llegados  a este punto corresponde indicar dos cosas respecto de cómo se inserta en el  paradigma estético una escritura como la de Paula. Por una parte, se pliega  densamente al proceso de escritura, pero no en la forma seria que otros  trabajos ha observado (uno mío), con la crisis y lo sufriente por delante, como  reflejo de quién sabe qué. Generalmente la crítica se cierra a la risa (Nieves  Alonso y otros), pero es absurda esa seriedad. Desde mi perspectiva hay más  burla, y carnaval si incluyo a Héctor, que crisis u odio en La perla suelta: “le irrita todo lo que  parece ir en serio”; “ya que venga otra cosa”; “Entonces era pura risa de burla  y enorme”; “El medio trabajito; de joyería”; “Se puso contenta al tiro”; “a  ella, a quién más, a la perla”; etc. Esa risa es el farfullo que corta el  susurro, lo que le falta para respirar. De hecho, para el enfoque  esquizoanalítico es muy sana. Por otra parte ―y ahora abarco la serie completa―  pienso que en tanto soporte de multiplicidad, autorreflexividad, cambios de  velocidad, conexiones, delirio, intensidad, risa, etc., esta forma de hacer  poesía sería inactual si no deviniese minoritaria, si no trabajase una praxis  poético-política, como notan desde registros convergentes la profesora Patricia  Espinosa y Héctor Hernández. En tanto la vida en sociedad se ha estetizado ha  emergido un horizonte crítico que cuestiona y problematiza sus implicaciones.
        Si  el libro ideal sería “aquel que lo distribuye todo […] en una sola página, en  una misma playa: acontecimientos vividos, determinaciones históricas, conceptos  pensados, individuos, grupos y formaciones sociales” como plantean Deleuze y  Guattari, ¿es posible escribir ese libro salvando las aparentes contradicciones  ético-estéticas? Nada de ello es posible si no existiese el encierro autista de la perla. Aquí hay una arquitectura  disciplinaria, el “territorio básico”, y un régimen que como todo régimen o  disciplina engendra su resistencia y en el libro es observable gracias al  devenir animal. “Los devenires resisten al poder en cuanto rompen los espacios  cerrados, las identidades y la división de reinos” (Mario Rodríguez). En La perla suelta se generan funciones,  conexiones, devenires minoritarios y multiplicidades desde que se dice “yo no  soy esa” (Ilabaca cit. Mari Trini; o cit. Paulina Rubio).
        Aun  hablando de encierro autista versus resistencia, nada se resuelve en la pura  polaridad. En La perla suelta todo  pasa por la liberación de varios devenires o alianzas, cuyo vértice es el de  “yegua sarnosa”. Devenir femenino + animal, porque según Deleuze todos los  devenires comienzan y pasan por el devenir-mujer. “Es la llave de los otros  devenires”. Debe considerarse que esta liberación/fuga ha sido paulatina. La  tangente última del proceso es la emergencia del devenir y el olvido de los  nombres, la antimemoria. En Completa y la ciudad lucía proliferan nombres, el propio y de una alter-ego, mientras que en La perla suelta desaparece todo nombre  propio y se desencadenan los devenires. La constante en la serie son los  códigos estructurales y disciplinarios masculinos (agentes molares) que se  conmutan siempre por “personajes conceptuales” que en este último libro se  traducen en el eunuco (que custodia  la cama), el amo (el remake del esclavista), el rey (panóptico, que duerme con los  ojos abiertos), el joyero (que vuelve  regular/dócil a la perla barroca).
        Insisto,  a Paula le interesan los ritmos, no los géneros: “no sé si [escribo] prosa  poética, sino más bien un ritmo […] son los ritmos del lenguaje los que me  motivan” (Ilabaca entrevistada por Alejandro Lavquén, Punto Final 668, agosto de 2008). “Los límites ya nos aburrieron”,  dice Diego Ramírez, cosa que me combina además con el epígrafe. Así funciona la  “capacidad estética de sentir”.
        Hoy  pensar, escribir, exponer, crear, son una opción política: “quien dice creación  dice responsabilidad de la instancia creadora con respecto a lo creado”  (Guattari). Si el cuerpo y la docilidad (la ficción) y el encierro (la autoría)  son las coordenadas de las que huye La  perla suelta, son el movimiento, el desbocamiento (la descomposición) y la  intensidad (la descompresión) sus liberaciones. Huye de cualquier “lector  mínimo”. No es ni más ni menos de lo mismo, sino más de lo próximo. Esta perla  suelta secuestra un vértigo hilarante, denso y exquisito, abierto a las más  diversas y ricas posibilidades de experimentación estética y discursiva.
         
        Fotografía: Pamela Domínguez