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          Hambre fauna lengua
          en Labia Larvaria de Jorge Cid
        Por Paula Ilabaca
        
          
        
        Engullir  constantemente. Si bien las palabras debieran salir del cuerpo del autor, en  este libro ocurre al revés. El autor lo devora todo: Mi labia dejó que todos entraran por sus labios. Devora y deviene.  Devora una lengua conocida y la devuelve, la regurgita en un castellano  pastoso, usado y viejo; maravillosamente  barroco, complejo, extravagantemente  hilado. Deviene María Magdaleno (o María de Magdala), deviene en lociones  mielosas, deviene en ese chulo de sitio eriazo, obsceno, acechante. Deviene  comadrona. Deviene, se viene. Nunca un autor, nunca un guacho latino se había  venido tanto en un texto.
barroco, complejo, extravagantemente  hilado. Deviene María Magdaleno (o María de Magdala), deviene en lociones  mielosas, deviene en ese chulo de sitio eriazo, obsceno, acechante. Deviene  comadrona. Deviene, se viene. Nunca un autor, nunca un guacho latino se había  venido tanto en un texto.
        Mientras devora esta lengua otrora ajena, el autor nos  presenta un texto en tres tiempos los que retorcidos por este engullimiento,  van recorriendo las páginas en distintas tonalidades y genitalidades: el verso  se confunde en un yo que es ella y es él, un yo que en una celebración marginal  se instala en el libro, se instala en el cuerpo ungido que es labia, que es  larva.
        Pienso, entonces,  en la larva. Se nace muerto. Nací muerta. Cuando un cuerpo muerto es abandonado a su suerte y nadie lo sabe, cuando un  cuerpo se halla muerto, por mano de otro u otra,  en la soledad más absoluta, hiede. Cuando un  cuerpo ha sido muerto y espera para que en él se descifren las incógnitas de la  criminalidad, para que en él se descifren las claves de su asesino, ese cuerpo  habla. El primer síntoma de su habla es la fauna cadavérica, la que aparece  después de unas horas de su putrefacción. Esta fauna se manifiesta en larvas.  Larvas que según su crecimiento y reproducción indican el transcurso de las  horas, un cálculo casi exacto que demuestra en qué momento el cuerpo ha dejado  de vivir.
        Si uno de los  surgimientos o emanaciones de la larva ocurre en un cuerpo muerto, el que  paradójicamente habla, es este el  cuerpo que Jorge Cid a través de la  esencial baba de vid,  elige para  otorgarle vida y que comience a parlotear. Cuerpo muerto, palabras en desuso;  cuerpo muerto, todo verbo que al autor se le cruza en esta primera habla - su  primer libro - primera habla que por lo demás, subterránea de larvas y hedor  nauseabundo, levanta la cabeza y convierte así a nuestro viejo castellano en  una lengua menor.
        De esta manera,  Jorge Cid, revierte un suceso de muerte en uno de vida para, posteriormente, y  en un devenir mujer, abrir la boca y devorar, mientras se atraganta viniendo una sabia de experiencia / ha  llenarme los semas de esta lengua otrora ajena. Y esta “lengua otrora  ajena” la que en un constante entrar y salir del cuerpo del autor, se convierte  en verba recia, verba rabiosa que  escupe el cantor que nombra al mundo.  Un cantor que luego en una cama de la clínica  del espanto, observa un transitar de podridos, de cuerpos infectos y  espectrales que seguramente vuelve a engullir y desembuchar en este constante  movimiento que se instala en su habla, movimiento que, por lo demás, permite la  aparición de Cid, Magdalena y el cristo  de todas las esquinas.
        Es a través del  cristo, el hospital y la clínica, los mortinatos, el autor extrae y expone  desde la larva del cuerpo muerto, la miseria de los marginados por presentar  los signos de la enfermedad y lo extraño: Yo  ya no estoy para gemirles/ que es la labia larvaria/ que es la verba recia/ que  es la lengua guarra la que formó hecatombe mi derrotero; derrotero que es  privado y a la vez público al aunar no las voces, pero sí los espectros de las  otras corporalidades que tanto la sociedad como el Estado esconden en los  peladeros de las poblaciones y los lugares institucionalizados para  contenerlos: porque estamos del lado  agrio del azar/ porque paridos en el catre desvencijado de la noche/ somos los  del síntoma evidente,/ los del verso amputado,/ las del sexo estrecho.
        En Labia larvaria se tocan y rozan cuerpos  múltiples, trasvestidos y tensados a un ritmo empalagoso y terco que angustia. Yo ahora escribo/ desde la ruina (…) y soy  un perro cuya hambre/ no perdona al mundo; o bien En todas y cada una de las próximas palpitaciones de un hombre/ que  busca/ lo que otra sombra/ quiere darle. En lengua guarra, apartado final del texto, resulta ser la celebración  de todo el ajetreo anterior. Si bien el devenir mujer es radical, yo quisiera  decir de lengua guarra: agudo, inquietante, devenido. Lenguo pastoso y bravo.  Meloso, tajante. Lengua de palo, madero, fiero. 
        
          
            Santiago, julio de 2009.