El protagonista de la novela de Pedro Lemebel "Tengo
Miedo Torero" es un homosexual conocido sólo como
La Loca del Frente, que cae bajo el juego de un estudiante universitario
y revolucionario
llamado Carlos. Ubicada en Santiago durante la dictadura de Pinochet,
esta etérea pero constreñida primera novela del escritor
chileno Lemebel quizás lo coloque como el nuevo chico del bloque
del mini-género donde "la política radical se encuentra
con la política sexual radical" (un antecedente familiar
es "El Beso de la Mujer de Araña" de Manuel Puig).
También periodista, artista de performance y activista. Lemebel
es un crítico abierto de las rígidas costumbres sociales
chilenas. En 1999 él recibió una Beca Guggenheim para
completar una colección de cuentos acerca de la homosexualidad
en Chile, y algunos de sus escritos líricos, piezas arenosas
sobre la vida gay, han sido publicados en la revista Grand Street.
Cuando la novela comienza, en la
primavera de 1986, el gobierno prepara las festividades del Día
de la Independencia, celebrando otro catastrófico once de septiembre,
cuando el General Augusto Pinochet dirigió un sangriento golpe
en 1973 para deponer el presidente democráticamente elegido,
el socialista Salvador Allende, y las protestas de estudiantes
y los disturbios callejeros están el plena actividad.
La Loca no es una criatura política. Sus apresurados
días de calle han quedado atrás, y ella se mantiene
bordando los manteles y las ropas de cama para las esposas ricas del
régimen.
Así que cuando el guapo Carlos viene a pedir permiso
para esconder cajas con libros censurados y realizar sesiones nocturnas
del estudio en su casa, ella no sospecha nada. Cuando ella se da cuenta
(Carlos y sus amigos están involucrados con el Frente Patriótico
Manuel Rodríguez, un grupo rebelde que tramaba derrocar a Pinochet),
es demasiado tarde. Ella tiene la cabeza sobre tacones y no podría
menos que cuidar las granadas arrumadas en su sala de estar. Y su
asociación con Carlos la conduce a un cierto despertar político.
Cuando el lirismo se mantiene bajo control, las oraciones exuberantes
de Lemebel (traducidas de modo sensible por Katherine Silver) son
encantadoras y evocadoras. Pero en los momentos en que la escritura
es sobreexcitada, bombardea al lector con imágenes mal emparejadas
y con literaciones distractivas.
El propio General hace apariciones episódicas en el libro,
pero no hay una visión fascinante de la mente de un dictador
malo. El está generalmente en compañía de su
esposa sumamente tonta, aguantando su incesante parloteo acerca de
las últimas tendencias de la moda o la sabiduría política
de su estilista personal.
Cuándo él no se está lamentando de haberse casado
con una musaraña, o escuchando esas calmantes marchas militares,
ios pensamientos de General giran en cosas como recordar su décima
fiesta de cumpleaños, cuando apareció uno de los 40
niños que su madre lo forzó a invitar, dejando a Augustito
comerse toda la torta de cumpleaños (rencoroso desde chico,
él le había mezclado
partes de insecto).
Este es un material ligeramente divertido e irreverente, pero va demasiado
lejos, y uno comienza a preguntarse por qué el cuento principal
se interrumpe para dar aire a estas caricaturas chillonas
y marchitas. No hay esfuerzo de hacer creíbles como personas
a Pinochet y a su esposa. Pero quizás ese es el punto. Tal
vez representar a un dictador brutal como un tonto aterrorizado por
su esposa es un gesto político, encogiendo al tirano al tamaño
de tira cómica y restándole poder en la memoria colectiva.
En cualquier caso, no la convierte en una lectura terriblemente interesante.
El aspecto más compulsivo de la novela es la amistad improbable
que florece entre La Loca y Carlos, aunque aún esto no se explora
con mucha profundidad. La Loca es obviamente el
personaje que más interesa a Lemebel, y a ella le otorga una
personalidad y una historia distintiva. Ella es una figura conmovedora,
una diva envejecida y consciente que sus encantos decoloran y la
desesperanza de su amor por Carlos. Un desarrollo sorprendente, y
no exactamente preparado, es la cordialidad de Carlos, que no son
sólo buenos modales u oportunismo.
Con la excepción de un relato loco acerca de algún adolescente
juego homo-erótico, tal como se articula el libro, en que se
despierta la vida emocional de Carlos. El resultado es un romance
unilateral y débil, apenas más verdadero que las melosas
canciones de amor que la Loca escucha en la radio.
Las dos líneas del relato de la novela convergen, previsiblemente,
en el intento chapuceado de asesinar a Pinochet en septiembre de 1986.
La banda de guerrilleros tiende una emboscada a la caravana de automóviles
presidenciales, y Carlos está, por supuesto, entre ellos. En
una escena paralela -tan paralelo como puede ser la lectura del capítulo-
la Reina está en un cine mirando una persecución de
autos cuando le asalta la idea que Carlos corre peligro. Este reluciente
librito tiene sus seducciones, y ofrece un compasivo y afectivo retrato
de su personaje principal. Pero el relato inventado y el instrumento
que sostiene el molde solicita exigencias mayores.