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Pedro Lemebel: "Tengo Miedo Torero"
Loca y País

Por Julia Livshin

San Francisco Chronicle, Domingo 15 de febrero de 2004.
Traducción de Omar Pérez Santiago
Escritores de la Guerra, Foro Nórdico, 2004.


El protagonista de la novela de Pedro Lemebel "Tengo Miedo Torero" es un homosexual conocido sólo como La Loca del Frente, que cae bajo el juego de un estudiante universitario y revolucionario llamado Carlos. Ubicada en Santiago durante la dictadura de Pinochet, esta etérea pero constreñida primera novela del escritor chileno Lemebel quizás lo coloque como el nuevo chico del bloque del mini-género donde "la política radical se encuentra con la política sexual radical" (un antecedente familiar es "El Beso de la Mujer de Araña" de Manuel Puig). También periodista, artista de performance y activista. Lemebel es un crítico abierto de las rígidas costumbres sociales chilenas. En 1999 él recibió una Beca Guggenheim para completar una colección de cuentos acerca de la homosexualidad en Chile, y algunos de sus escritos líricos, piezas arenosas sobre la vida gay, han sido publicados en la revista Grand Street.

Cuando la novela comienza, en la primavera de 1986, el gobierno prepara las festividades del Día de la Independencia, celebrando otro catastrófico once de septiembre, cuando el General Augusto Pinochet dirigió un sangriento golpe en 1973 para deponer el presidente democráticamente elegido, el socialista Salvador Allende, y las protestas de estudiantes y los disturbios callejeros están el plena actividad.

La Loca no es una criatura política. Sus apresurados días de calle han quedado atrás, y ella se mantiene bordando los manteles y las ropas de cama para las esposas ricas del régimen.

Así que cuando el guapo Carlos viene a pedir permiso para esconder cajas con libros censurados y realizar sesiones nocturnas del estudio en su casa, ella no sospecha nada. Cuando ella se da cuenta (Carlos y sus amigos están involucrados con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, un grupo rebelde que tramaba derrocar a Pinochet), es demasiado tarde. Ella tiene la cabeza sobre tacones y no podría menos que cuidar las granadas arrumadas en su sala de estar. Y su asociación con Carlos la conduce a un cierto despertar político.

Cuando el lirismo se mantiene bajo control, las oraciones exuberantes de Lemebel (traducidas de modo sensible por Katherine Silver) son encantadoras y evocadoras. Pero en los momentos en que la escritura es sobreexcitada, bombardea al lector con imágenes mal emparejadas y con literaciones distractivas.

El propio General hace apariciones episódicas en el libro, pero no hay una visión fascinante de la mente de un dictador malo. El está generalmente en compañía de su esposa sumamente tonta, aguantando su incesante parloteo acerca de las últimas tendencias de la moda o la sabiduría política de su estilista personal.

Cuándo él no se está lamentando de haberse casado con una musaraña, o escuchando esas calmantes marchas militares, ios pensamientos de General giran en cosas como recordar su décima fiesta de cumpleaños, cuando apareció uno de los 40 niños que su madre lo forzó a invitar, dejando a Augustito comerse toda la torta de cumpleaños (rencoroso desde chico, él le había mezclado partes de insecto).

Este es un material ligeramente divertido e irreverente, pero va demasiado lejos, y uno comienza a preguntarse por qué el cuento principal se interrumpe para dar aire a estas caricaturas chillonas y marchitas. No hay esfuerzo de hacer creíbles como personas a Pinochet y a su esposa. Pero quizás ese es el punto. Tal vez representar a un dictador brutal como un tonto aterrorizado por su esposa es un gesto político, encogiendo al tirano al tamaño de tira cómica y restándole poder en la memoria colectiva. En cualquier caso, no la convierte en una lectura terriblemente interesante.

El aspecto más compulsivo de la novela es la amistad improbable que florece entre La Loca y Carlos, aunque aún esto no se explora con mucha profundidad. La Loca es obviamente el personaje que más interesa a Lemebel, y a ella le otorga una personalidad y una historia distintiva. Ella es una figura conmovedora, una diva envejecida y consciente que sus encantos decoloran y la desesperanza de su amor por Carlos. Un desarrollo sorprendente, y no exactamente preparado, es la cordialidad de Carlos, que no son sólo buenos modales u oportunismo.

Con la excepción de un relato loco acerca de algún adolescente juego homo-erótico, tal como se articula el libro, en que se despierta la vida emocional de Carlos. El resultado es un romance unilateral y débil, apenas más verdadero que las melosas canciones de amor que la Loca escucha en la radio.

Las dos líneas del relato de la novela convergen, previsiblemente, en el intento chapuceado de asesinar a Pinochet en septiembre de 1986. La banda de guerrilleros tiende una emboscada a la caravana de automóviles presidenciales, y Carlos está, por supuesto, entre ellos. En una escena paralela -tan paralelo como puede ser la lectura del capítulo- la Reina está en un cine mirando una persecución de autos cuando le asalta la idea que Carlos corre peligro. Este reluciente librito tiene sus seducciones, y ofrece un compasivo y afectivo retrato de su personaje principal. Pero el relato inventado y el instrumento que sostiene el molde solicita exigencias mayores.

 

 


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Loca y País. Por Julia Livshin.
San Francisco Chronicle. Domingo 15 de febrero de 2004.
Traducción de Omar Pérez Santiago.