¡Evohé!
Sea cantado el éxtasis de la matriz muerta.
Eros c´est la vie
¡Evohé!
Sea cantada la simiente inerte que manchó mil telas
y se consumió a sí misma.
¡Evohé!
Sean cantados los hombres que pueblan la tierra
donde se echará el grano
Y sean cantadas las horrendas palabras puestas en
sus bocas
¡Evohé!
Escucho la palabra inacabada que se engendra en el
tirso infernal
Ahora que una estúpida lengua se mueve con su danza
¡Evohé!
Lo ferm voler qu´el cor m´intra
Que seas tú y que no sea yo
Y que no renazca el día
Y que la tierra que te cubre te dé el eterno sueño
Y que tu sombra vague errante
¡Evohé! ¡Evohé!
Tú eres quien recoge la semilla. Y tu vulva es la
tierra abierta
En la sombra ensayas tus quietos movimientos
Mientras yo me enredo en los ajenos cuerpos de
la noche
¡Y son tu cuerpo!
Ese cuerpo reiterado hasta el último entierro de
las encarnaciones
Escondida en las inciertas palabras cotidianas
¿Cómo sabes los secretos del vino?
Y sopla el viento sobre tus pechos
Y sopla el viento.
No hay nadie a quien reconocer
Sólo las siluetas merodean en los corredores
"Tomé el narciso y entré en el lecho
nupcial
Bebí la muerte con la vida.
Gimo con ustedes en las tinieblas".
Alguien se acerca y me escupe el rostro,
Canta himnos nupciales robados a los muertos
Cae desde los más hondos estuarios de la nada
Y sopla el viento sobre tus pechos
Ábrete, ábrete como la flor del pájaro,
Sí, ábrete en cuatro mudas,
Hazte hembra dos pares de veces
Deshoja tu cuerpo y yace en cuatro muertes seguidas
Ábrete y esparce tus flujos,
Embriagadora, embriagadora
Hazme beber los oscuros licores de la carne
E inquieta a los perdidos ojos de los muertos
Devuélveles su mirada, su mirada vacía e incinerada
El jardinero conoce la tierra que cambia los colores de las
rosas
En la buhardilla un manojo de niños espían tu
cuerpo desnudo
Estás en medio de las dos palmas enfrentadas,
Delante del reloj que marca las horas con un quejido humano
Soy estéril porque desperdicio la semilla en la tierra
estéril
Y la voy tirando entre las desnudeces de las Venus
Y es como irse hacia el Sur más allá de las
tierras
Irse por el mar hasta donde ya no hay mar
Y el agua se confunde con el cielo
Y la quilla se hace añicos. Y el timón de proa
y los maderos
Se deshacen en las manos que van perdiendo su forma
Y después del mar todo es espíritu...
LA ANTESALA
DEL
ÉXTASIS O LA
TRAVESÍA DEL ORGÓN
RAD
Y llegamos a esa costa al fin
Cuando ya nadie tenía esperanza.
Llegamos de noche.
Nuestros cuerpos estaban empapados con el mar.
Nuestras almas palidecían.
Pero estábamos allí donde ningún hombre
antes había estado
Éramos los primeros pero también los últimos.
Nadie llegaría después de nosotros.
El camino que habíamos abierto ya se había cerrado.
Nuestras huellas habían desaparecido en el tiempo.
Ese esclavo que habíamos subido al Argos nos lo había
advertido.
Pero sus palabras fueron desoídas.
Nos reímos de el, un Dios, pensando que era un esclavo.
El nos dijo que otros hombres habían llegado a estas
tierras, a la Hiperbórea.
Habían llegado y la leyenda de su viaje se había
extendido entre las gentes
Pero que su suerte había sido adversa
Que habían perdido su inmortalidad,
Y entonces supimos que eran Dioses y no sólo hombres,
Y aquí habían muerto.
Pero lo escuchamos sin darle oídos
Y no alzamos nuestras plegarias y no encendimos piras fúnebres.
Y así fue nuestra suerte adversa
No encontramos agua, ni tampoco frutos ni animales.
Creímos que moríamos pero fue tal nuestra insistencia
Que la tierra nos dio el grano y tuvimos pan para
alimentar nuestros cuerpos exhaustos.
Estábamos en la tierra prometida de los Dioses, en
el
Paraíso Terrenal
Y bajamos nuestras odres y nos dejamos embriagar por el vino.
Entonces supimos que éramos los elegidos
Que por algún oscuro designio habíamos sido
favorecidos por los Dioses
Y nos convertiríamos en los depositarios
De las almas tránsfugas de esos viajeros inmortales
que aquí habían muerto hace años.
Nuestros rostros cambiaron,
Ya no fuimos nunca más los mismos.
Sufrimos la metamorfosis de los Dioses,
En un principio nuestra embriaguez no tuvo límites.
Caímos en una demencia frenética.
Fue tal nuestra soberbia que nos enfrentamos en singulares
combates
Atrás quedó el sentir de hermanos
Éramos enemigos declarados
Así nuestro sueño no tuvo descanso
Y sólo la guerra nos motivaba
Atesoramos tanto odio que en poco tiempo nos
pareció todo vano y despreciable.
Entonces pensamos en dejar estas costas y volver a nuestras
tierras
No sabíamos que el tiempo había pasado y que
ya a
nadie encontraríamos.
Lo intentamos infructuosamente
Pero el Argos no pudo nunca surcar el mar pues los
vientos no le fueron propicios.
Estábamos prisioneros de nuestro destino y de
nuestras hazañas.
Estábamos cautivos de la monotonía de la eternidad.
Y entonces añoramos los tiempos de nuestra aventura,
Cuando la realidad se imponía a la esperanza y
existía el vértigo del devenir.
Añoramos los cambios y la incertidumbre
Pero añoramos por sobre todo a la muerte.
Estábamos obsesionados con ella.
Nadie moría, ninguna vida se acababa,
Pensábamos estar confinados a este limbo
Hasta que encontramos los frutos negros de la muerte,
El árbol de la Mandragora,
Los testículos vírgenes de Tánatos colgaban
de una
roca donde caía la espuma sanguínea del mar.
Uno a uno fuimos echándonos a la boca esa última
esperanza de entrar al reino de la muerte,
De volver a nuestra naluraleza mortal
Combatimos la muerte con la muerte
Y morimos en paz, reconciliados,
Después de haber llegado a las tierras que están
más
allá de todas las tierras,
Más allá del mar, más allá de
la existencia,
A las tierras que sólo los Dioses habían habitado
Y para morir fuimos entrando uno tras otro al Argos
Que se convirtió en el ataúd para enterrarnos
en el mar.
Y es ya una eternidad que estamos aquí en las costas
de esta tierra..
Embarcados en la nave ebria de la muerte.
Nadie ha venido, nadie ha podido dar con este camino.
Ni muertos dejamos de anhelar que alguien nos encuentre
Y así podamos traicionar a los Dioses.