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El lento silbido de los sables (2010) Patricio Manns
La radical impugnación de la Pacificación Araucana en El lento silbido de los sables.

Benjamín Guzmán Toledo.
Doctor © en Teoría de la literatura y literatura comparada.
Universidad Autónoma de Barcelona – Departamento de Filología Española



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“(…) Los hombres no nacieron para vivir inútilmente y como los animales selváticos, sin provecho del género humano; y una asociación de bárbaros tan bárbaros como los Pampas o como los Araucanos no es más que una horda de fieras, que es urgente encadenar o destruir en el interés de la humanidad y en el bien de la civilización (…)”
Diario El Mercurio, 24 de mayo de 1859.


Introducción
El lento silbido de los sables, la más reciente novela de Patricio Manns publicada en Editorial Catalonia, se nutre por cuarta vez en su producción literaria del tema de la desterritorialización mapuche y la violencia congénita de dicho proceso histórico denominado eufemísticamente “Pacificación de la Araucanía”.

En efecto, tanto en el antetexto Actas del Alto Bío-Bío (1985) [1] como en su producto final Memorial de la noche, lo narrado dice relación con la promulgación de la Ley Agraria en 1928 y sus graves consecuencias para la etnia mapuche, hecho que deviene en el primer levantamiento militar indígena de 1934.

Si adicionamos a esta enumeración El corazón a contraluz, donde el texto mannsiano asume una sólida apología de las etnias australes extinguidas por la codicia empresarial europea y criolla (selk’nam u onas, kawéskar o alacalufes, yámanas), tenemos también en El lento silbido de los sables una cuarta reiteración de la evidente impronta etnoficcional en las novelas de Manns y una voluntad estilístico-testimonial presente prácticamente en el resto de su novelística, aunque en dichas obras el énfasis en la defensa indígena pasa a focalizarse en favor del subalterno urbano.

Sin embargo, aquí el punto de vista narrativo claramente orientado a la causa indígena mapuche adquiere ribetes polémicos por la furibunda radicalidad de su compromiso, pues dicho propósito metaliterario le lleva a abjurar de un período histórico chileno de más de treinta años (1851-1886) e implica éticamente a todos los gobiernos comprendidos en ese considerable segmento temporal (Presidencias de Manuel Montt [1851-1861], José Joaquín Pérez [1861-1871], Federico Errázuriz [1871-1876], Aníbal Pinto [1876-1881] y Domingo Santa María [1881-1886]).

En este contexto, es dable esperar en este nuevo palimpsesto mannsiano otra contramemoria literaria que, oscilando entre el documento histórico y la ficción narrativa, contribuye a iluminar nuestro presente como nación desde los desgarros más profundos del pasado, re-velando un pretérito que muchos quisieran ignorar, especialmente si lo ocultado, lo negado, explica en gran parte el actual conflicto en la zona sur del país y en definitiva el empoderamiento informativo sobre el tema termina por conferirle un estatuto de verosimilitud muy distinto al que ha sido consagrado por la historia oficial.

Breve Reseña histórica
El lento silbido de los sables, a través de la vida y obra del militar Orozimbo Baeza, [2] examina el proceso que la historia oficial chilena denomina Pacificación de la Araucanía. En nuestro análisis, realizaremos un cotejo entre la ficción y algunos hechos históricos reales, buscando establecer algunos puntos de vista mannsianos respecto a esta relación.

En la actualidad, no existe consenso respecto de este proceso histórico denominado también “Ocupación de la Araucanía” del cual se ocupa la novela, ni siquiera en relación con las fechas de inicio y término del conflicto.

Para los historiadores conservadores, proclives a considerar esta etapa como “necesaria” para el desarrollo e integración definitiva de los territorios australes al país, este periodo se inicia en 1861, año de inicio del gobierno de diez años de José Joaquín Pérez Mascayano (Ravest 1985).

Para la visión contraria, tal decisión bélica por parte del Estado chileno en contra de los indígenas en realidad se inicia en 1851, bajo la presidencia de Manuel Montt, cuando éste recibe el “Plan de Pacificación”, de manos del Alto Mando militar de la época (Bengoa 1985).

Como dato objetivo sí estamos en condiciones de señalar los deslindes territoriales de la ocupación militar: El río Bío-Bío, como límite septentrional y el Río Toltén por el sur, lo que hace del territorio en disputa un conjunto de millones de hectáreas, muchas de ellas cultivables y con un número estimable de cabezas de ganado.

Como ya lo hemos expuesto, existe un gran disenso en los documentos historiográficos chilenos que se refieren a la Pacificación de la Araucanía. En este sentido, un aspecto importante de registrar es la voluntad de verosimilitud narrativa que intenta conseguir Patricio Manns, pues recoge testimonios de diverso signo político-ideológico para construir su obra literaria, aun cuando su posición autoral asume una clara defensa del mundo indígena.[3]

En la novela la perspectiva mannsiana se expresa en la presencia de un eje temático que exalta los actos castrenses, en desmedro de los realizados por los mapuches. No obstante lo anterior, ello no significa en modo alguno que la focalización narrativa esté realmente comprometida con el aparato militar, pues en las acciones descritas el elemento irónico y/o crítico-satírico es muy claro.

En este caso, el Ejército (a través de militares como Tomás Walton, Miguel Ángel Trapial Herrera, Cornelio Saavedra, Abigail Cruz, el mismo Orozimbo Baeza), es presentado como una organización carente de valores, como el brazo armado de los partidos políticos en el poder, comprometido en una tarea de exterminio contra sus propios connacionales y por cierto motivados por el provecho económico que devendrá de la tarea asignada.

Un caso evidente es el del Teniente Coronel Tomás Walton, quien propone una forma de guerra denominada “guerra de recursos”, la que en la práctica es una guerra de exterminio, sustentada en el “ahorro” de tiempo, logística y bajas militares:

“Yo no diviso una gran diferencia entre la ocupación periódica, por medio de adelantos progresivos de la línea de frontera, y el dominio del territorio, exterminando de una vez a todos o la mayor parte de sus habitantes” (Walton 1870).

La postura de Walton tiene éxito, pues el ejército decide iniciar una ofensiva total contra el pueblo mapuche, llamada precisamente “guerra de recursos”, tal como él lo pretendía. Esta guerra de recursos fue una postura bélica caracterizada por la asfixia económica de los araucanos, impidiéndoles comprar cualquier suministro en los negocios establecidos, quemando sus sementeras, cometiendo abigeato con su ganado, apoderándose ilegalmente de sus tierras y vendiendo niños y mujeres mapuches en las ferias agrícolas, en nombre del propio Ejército de Chile.

En la ficción mannsiana, un joven militar, el Teniente Trapial Herrera,[4] narra en casa de Baeza en Santiago, en un periodo de asueto de parte del personal militar, su participación en el asalto al poblado de Boroa y la captura del primer amor mapuche de Baeza, una indígena de nombre Luz de luna, homónimo al de su futura hija con la autóctona Rayén. Herrera entrega detalles de las horrendas violaciones de las que ella fue objeto por parte de su jefe Tomás Walton y algunos oficiales, así como de su cruel muerte, a merced de unos funcionarios castrenses que le clavan una bayoneta en su vagina.

El Teniente Coronel Cornelio Saavedra, uno de los ideólogos militares en la planificación de la guerra, también es presentado en el texto como un hombre carente de escrúpulos, duro, carente de la más mínima emocionalidad, venal. [5]

El coronel Abigail Cruz, el superior de Orozimbo Baeza cuando éste llega por primera vez hasta Arauco, deja morir a sus hombres cuando cruzan el río a caballo en invierno, pues dice que le importa “la misión”, no los hombres. Obliga a beber alcohol a sus subordinados y protege al capellán, aun cuando existen suficientes testimonios de sus actos de violación a menores.

La novela va de este modo relatando el acrecentamiento del genocidio hasta arribar a una masacre final que termina por sojuzgar a los indígenas y la degradación ética que transforma a Baeza en un monstruo, hecho muy lejano, antitético al soldado valeroso que llega por primera vez a Arauco insuflado de amor patrio, justicia y nobles ideales.

Sobre dos críticas de signo contrario
Por lo expuesto con anterioridad, una atenta lectura de esta nueva etnoficción mannsiana nos lleva a expresar nuestro profundo desacuerdo con los puntos de vista sostenidos por Patricia Espinosa (2011) y Enrique Fernández (2011), autores de las dos críticas literarias sobre El lento silbido de los sables aparecidas en el país hasta el momento.

Es difícil sostener el prisma argumentativo con el que ambos estudiosos han abordado la novela mannsiana, pues se trata de valoraciones/evaluaciones ajenas a un ejercicio crítico del análisis literario, centradas más bien en consideraciones de carácter personal, de ética sexual individual (claramente en el caso de Espinosa) y de análisis contrastivo descontextualizado, con utilización de calificativos precariamente fundamentados, en relación con Fernández.

El lento silbido de los sables para Espinosa es un trunco “homenaje” mannsiano devenido en agresión a la propia dignidad del pueblo mapuche. En rigor, no se trata de un homenaje propiamente tal, pues, conforme al propio concepto, la novela no es un “acto” celebrado en “honor” de alguien (la cultura indígena mapuche), ni expresión de “sumisión” o de “veneración”, ni menos “juramento de fidelidad”, si tomamos en consideración las otras acepciones o desplazamientos semánticos del vocablo.

Muy por el contrario, su propósito central, en palabras del propio autor, (hecho evidente que parece no ver Espinosa en la dedicatoria del texto) es “estimular (“aguijonear”, “incitar, excitar con viveza a la ejecución de algo”) la lucha de los pueblos originarios, de América Latina, en general, y de Chile, en particular”.

Básicamente lo que Espinosa ataca con indignación es la configuración actancial de Orozimbo Baeza, de la mujer mapuche y de lo que, en su particular concepción, estaría representando la novela.

Respecto del primer punto, critica acremente al protagonista, describiéndolo como un “alcohólico inmune al remordimiento”, un “violador consuetudinario de mujeres y niñas mapuches”, un hombre atrapado por un “deseo sexual incontrolable”, un “guerrero violador” y otros epítetos análogos.

En relación con su segunda objeción, tanto la caracterización del militar chileno, así como la configuración de la mujer indígena, “similar a una prostituta o una geisha”, “no deja a los mapuches a una altura merecida”, pues el empeño mannsiano termina “denigrándola” y todo ello concluye en “la dilución del discurso político de la novela, en pos de una seguidilla de asquerosas estampas pornográficas que glorifican el pene del conquistador y la vagina mapuche púber”.

Es innegable señalar que en El lento silbido de los sables aparecen los tres aspectos citados por Espinosa, pero con un sentido diametralmente opuesto al señalado por ella, pues en absoluto constituyen fines en sí mismos.

La degradación total que alcanza Baeza, la progresiva pauperización y la mendicidad de la mujer mapuche y, muy especialmente, la preeminencia de una praxis sexual sórdida en el conjunto de acontecimientos narrados son medios, instrumentos, herramientas de las que se vale el autor para enjuiciar la bestialidad del proceso neocolonizador del siglo  XIX en la Araucanía.

Manns no alienta las vejaciones sexuales ni con ellas intenta degradar a la mujer mapuche. Se trata precisamente de lo opuesto: de ejercer mediante esas escenas una crítica saboteadora del papel jugado por el ejército chileno como brazo armado del Estado en los territorios de Arauco, acción genocida llevada a cabo sin ningún límite moral, en donde la clase oligárquica dominante durante tres décadas impulsó una masacre para desterritorializar Arauco y ofrecerlo como un pingüe negocio inmobiliario a los emplazamiento humanos de las colonias extranjeras -Alemanas, francesas e italianas- rápidamente avecindadas en ese enclave. [6]

Desde esta perspectiva, el discurso político mannsiano no se diluye, como plantea Patricia Espinosa, sino que está estratégicamente construido como efecto de representación. El asco y la repulsión que causan las escenas mencionadas por Espinosa cumplen el rol de constituir evidencia de los disvalores militares y sensibilizarnos frente a la tragedia mapuche, como lo podemos apreciar en los ejemplos siguientes:

“-El Capellán la tiene en su tienda -informó Zambrano-, Pero hoy la lleva al bosque. Supongo que violó a la niña tantas veces que se le murió debajo de la sotana y tratará de enterrarla” (Manns 2010 81).

“-Iba por el bosque sobre mi caballo para remontar una colina, que era mi observatorio personal. Desde allí podía controlar muchos movimientos de nuestras propias tropas y de los escuadrones indios que estas tenían al frente. De pronto se me cruza una mapuche con un canasto de mimbre sobre la cabeza. Era joven. Decidí propinarle un escarmiento y le di un caballazo arrojándola por tierra. Quedó como aturdida con la cabeza debajo del canasto. Cuando vi sus piernas, mi acordeón se convirtió en mazorca. Salté a tierra y puse los treinta centímetros a la obra. Después me invadió un extraño sentimiento, pues no sabía si estaba muerta, y para no dejarla agonizando allí, al borde del camino, le metí cuchillo” (109).

En el primer caso, se trata de la figura ruin del Capellán, quien ha raptado una pequeña indígena y abusa de ella en su tienda. Cuando se da cuenta que está agónica, la lleva al bosque para violarla por última vez y luego asesinarla.

El segundo ejemplo lo constituye una declaración de un militar, quien comparte con sus compañeros la confesión de una violación y asesinato sin remordimientos de ningún tipo.

Sobre la base de lo explicado arriba, ¿Podemos adscribirle a estos segmentos narrativos (y otros que aparecen profusamente en el texto) el propósito de glorificar genitalmente a los soldados y exhibir su versatilidad sexual? Es obvio que no.

En el caso de Fernández, su crítica está enfatizada en el supuesto “pisoteo” de la imagen de la mujer mapuche presentada en la novela y, muy especialmente, en la escena donde Orozimbo Baeza tiene relaciones sexuales con su propia hija “Luz de luna”, fruto de su relación con la indígena Rayén, lo que hace del texto “un repertorio de obscenidades” y una “novela burda”.

Las constantes violaciones y humillaciones de la mujer mapuche son el efecto de la animalización de los soldados y su perspectiva conceptual de los indígenas como animales, como meros objetos, no como seres humanos. Esa es la intención del autor, extraliterariamente y del narrador, al interior del texto.

Detrás de esas escenas hay una intención ideológica del texto como testimonio literario de una masacre, de tal manera que esos segmentos narrativos no constituyen visiones peyorativas de la mujer mapuche, sino enjuiciamientos críticos de la actuación connivencial entre el aparato administrativo estatal y el ejército.

En el caso del incesto (literario) de Baeza, se trata de realzar fundamentalmente el proceso de creciente degradación que sufre el protagonista, quien arriba a los 18 años de edad a la región del conflicto y permanece allí durante más de 30 años. Es la “Pacificación” quien lo transforma en dipsómano, violador, mentiroso y asesino, para quien no hay límites posibles para la búsqueda del placer carnal.

Aparte de la intención autoral de refrendar la descomposición moral de Orozimbo Baeza, para Luz de luna y su madre Rayén, en tanto que mujeres con una cosmovisión distinta, la visión occidental respecto del incesto les dice poco o nada.

Además, Baeza está casado legalmente en la capital del país, Santiago, con una dama de la alta sociedad: Josefina Aedo Pérez-Cotapos. Fruto de esta relación existen dos hijos: Marcial y Rafaela. Para él, esos son sus hijos. Rayén es solamente una india con la que él convive en Arauco y con la cual mitiga su soledad.

Por otro lado, en la cosmovisión mapuche las relaciones de parentesco son complejas y multiformes: en ocasiones obedecen a reglas patrilineales y en otras a cánones matrilineales. De aquí se sigue que si los jerarcas del clan mapuche consideran que una pareja no es “familia”, no colocan obstáculos para que sostengan relaciones sexuales consentidas. Al ser Baeza un “huinca”, [7] su relación con Rayén no se puede considerar un matrimonio y Luz de luna ser verdaderamente una hija. [8]

No obstante todos nuestros fundamentos anteriores, tanto Espinosa como Fernández omiten señalar algo esencial, en relación con sus apreciaciones sobre El lento silbido de los sables: que la moral no es el espacio del arte literario.

Como lo ha expresado brillantemente el escritor Milan Kundera (1987), en el hombre existe el deseo innato de juzgar antes de comprender. En este sentido, los pre-juicios de Espinosa y Fernández les impiden la comprensión de la etnoficción mannsiana, olvidando la voluntad transgresora de la novela, hecho capital que lleva a decir al novelista checo “la única moral de la novela es el conocimiento”.

Desde el mismo punto de vista de Kundera, Goulemot (1996) refrenda que la literatura pornográfica (en el caso que la novela mannsiana lo sea efectivamente, hecho del cual discrepamos) tiene también un rol de redescubrimiento sensual, de uso de recursos textuales e ilustrados para conquistar al lector, de efectos provocados por su lectura.

El descenso a los infiernos
En definitiva, el itinerario biográfico-existencial de Orozimbo Baeza se corresponde plenamente con el conocido leitmotiv literario de la catábasis. [9] Por ello, resulta bastante extraño que ambos críticos no lo perciban e insistan en una crítica centrada en aspectos ético-morales.

La adscripción de los actos de Orozimbo Baeza a este motivo explicaría que su vida previa, esto es, infancia y juventud, transcurran sin mayores contratiempos, tiempo en que es adoctrinado en la fe religiosa católica, realizando su primera comunión a los ocho años de edad y posteriormente su casamiento, conforme a las reglas del rito católico.

En rigor, su viaje infernal se inicia cuando es enviado a combatir en la “Guerra de Arauco” en 1861, donde tiene oportunidad de conocer la cultura militar de la época, el rostro real de los hechos de armas, los primeros encuentros con la muerte, la sangre y los asesinatos contra los mapuches. El subteniente Orozimbo Baeza que se nos presenta al llegar a Arauco es un hombre probo, antagónico a los motivos que llevan al ejército a actuar contra sus connacionales, preocupado de la justicia de sus acciones, solidario con sus compañeros y comprometido con la verdad.

La guerra lo va cambiando, va perdiendo sus ideales, deviene en alcohólico, pues quiere olvidar el dolor de estar impotente ante las innumerables tropelías que presencia, las matanzas sangrientas, el dolo, el enmascaramiento, la falsedad, etc.

Su punto de inflexión moral se produce cuando observa al capellán militar del destacamento raptar una indígena mapuche de corta edad y violarla reiteradas veces hasta dejarla agónica. Luego, sacarla subrepticiamente desde su tienda de campaña para llevarla al bosque y ejecutarla de un disparo en la cabeza, no sin antes mancillarla por última vez. Baeza lo sigue desde el campamento para evitar que el capellán consume tan deleznable acción, pero no puede evitar masturbarse al presenciar dicho acto (las cursivas son nuestras):

“Orozimbo limpió el esperma de su mano con un puñado de hierbas salvajes, montó a caballo y marchó tras el sacerdote. Todavía tenía los ojos empapados de lágrimas. Había comprendido que la guerra le acababa de ganar la batalla, y que nunca más, a partir de ahora, volvería a ser el hombre puro que creía encarnar. Por lo pronto, la cantidad de violaciones y exacciones que cometería durante los próximos años probarían hasta la saciedad que no se puede jugar con fuego sin incendiar la casa” (82).

En síntesis, hay una causa basal que explica (aunque evidentemente no justifica) los actos de Baeza. No se trata de una presentación descontextualizada, sino una ontogenia diacrónica de los acontecimientos de Arauco, hechos que posibilitan una modelización tanto del Estado como del ejército chileno en la Araucanía, dado que como lo señala el mismo narrador “no se puede jugar con fuego sin incendiar la casa”.

En definitiva es la propia narración quien nos propone un rechazo a los actos perpetrados por el binomio Estado-Ejército en el territorio araucano en tanto sistema modelizante incitativo, debido a las grietas que detecta en su ideología. En este caso particular, el refrán utilizado es una estructura fundamental del mismo sabotaje. Si no hubiese tal crítica del sabotaje que desmontase textualidades “engañosas” (sean téticas o atéticas), se corre el riesgo de captar solamente la literalidad del texto, error de Patricia Espinosa y de Enrique Fernández.

Razones histórico-jurídicas para ficcionalizar una radical impugnación
Tanto el estricto apego a los datos históricos, como asimismo la rigurosa investigación realizada constituyen elementos auxiliares para la elaboración de una etnoficción que, como ya lo hemos señalado, ejerce una crítica saboteadora del discurso oficial estatal-militar chileno sobre la supuesta “Pacificación” de la Araucanía.

En términos literarios, en El lento silbido de los sables hay una propuesta de lectura que impugna de manera furibunda el proceso pacificador, derogando y/o dejando sin efecto, anulando, el concepto mismo de “Pacificación” y proponiendo en su lugar el de “Ocupación”, como un concepto más adecuado para los sucesos de Arauco acaecidos en el siglo XIX.

La “radical impugnación” mannsiana, a su vez, se encuentra sustentada en un conjunto de razones histórico-jurídicas que nos proponemos examinar en los párrafos siguientes.

Cuando Orozimbo Baeza arriba hasta su primer destino en la Araucanía, la única persona con la cual establece una relación confiable, basada en valores de justicia y solidaridad es su ordenanza Eraclio Zambrano, un cabo primero que ya se encontraba combatiendo en el territorio indígena. Zambrano le facilita un texto a Baeza en donde se aborda el Parlamento de Quilín en 1641, cerca del fuerte de Nacimiento, época en que Chile, así como toda Sudamérica, con la excepción de Brasil, pertenecía a la Corona Española de Felipe IV.

Obviando el problema de verosimilitud narrativa contenido en el hecho que un suboficial tenga información de esta índole y que éste tenga preocupaciones ciudadanas y una conciencia cívica más allá de su oficio, ciertamente la veracidad de la realización de este cónclave hispano-indígena permite aproximarnos a un primer elemento histórico-jurídico favorable a la perspectiva mapuche.

Básicamente, este parlamento fue suscrito entre el Gobernador de Chile de la época, Francisco López de Zúñiga y Meneses, algunos parlamentarios de la corona española, entre ellos el jesuita Diego de Rosales, [10] y algunos representantes mapuches.  Lo medular del documento es que en él se definen a perpetuidad los territorios de la nación indiana. Este Parlamento, llevado a cabo el 6 de enero de 1641, fue ratificado por el mismo rey Carlos IV por Real Cédula del 29 de abril de 1643.

Dicho de otra forma, el Parlamento de Quilín reconoce la autonomía de los territorios de Arauco. Este hecho es muy relevante, pues significa que tras el proceso de independencia chilena de España, ocurrido entre los años 1810-1818, cualquier reivindicación no araucana sobre estos territorios implicaba una negociación entre el Estado chileno y los legítimos dueños de la tierra.

Todavía más: esa negociación se llevó a cabo, pero su espíritu y letra fue vulnerada unilateralmente por el propio estado chileno.

En efecto, en el año 1825, Chile, en tanto que nación independiente, celebra un estatuto con los indígenas, destinado a regular las relaciones entre la naciente república y el Wall Mapu (País Mapuche) denominado el Parlamento de Tapihue, el cual, no obstante las promesas jurídicas que contenía (reconocimiento de la existencia de una frontera y de la soberanía mapuche), en la realidad fue letra muerta.

Este abandono legal tuvo su expresión más concreta con la llegada de las colonias extranjeras al sur del país, acto estimulado calurosamente por el propio Estado, con la política de colonización impulsada por el ministro Vicente Pérez Rosales a partir de 1850.

Esta medida, complementada en 1852 con la creación por ley de la Provincia de Arauco, la cual en la práctica anexó parte del territorio mapuche a Chile, terminó por precipitar los hechos de sangre en la región de Arauco.

En la novela, en dos ocasiones hay referencias directas a estas históricas situaciones; en la primera, es el propio narrador omnisciente quien entrega información y emite comentarios sobre el particular (las cursivas son nuestras):

“La Nación Mapuche (…) nació constituyéndose en una suerte de tapón entre el Chile del Gobierno Central y sus tierras y ciudades que quedaban al sur del río Toltén, como Osorno, Río Bueno, Valdivia, Puerto Montt, Ancud y Castro (…)

Por esta causa, el Gobierno de Chile buscó una estratagema para desatar la guerra, y esta consistió en lanzar una campaña preparatoria de prensa, acusando a los mapuches de flojos, irresponsables, alcohólicos, y que habían abandonado el cultivo de la tierra y la crianza de ganado para dedicarse a sus largos carnavales y sus no menos prolongadas orgías. La idea básica era despojar a los indios de su territorio para entregarlas a los colonos europeos, tal como se había hecho con las provincias comprendidas entre Valdivia y Puerto Montt, más al sur, donde a partir de 1852, se había establecido una pujante colonia alemana y otras -aunque más pequeñas- no menos pujantes colonias italiana y francesa” (20-21).

En la segunda, el cabo Zambrano y Orozimbo Baeza se detienen a comer en una posada ubicada a la vera del camino, tras una extenuante jornada de días que los conduce en misión militar hasta Boroa, una aldea próxima a Temuco (las cursivas nos pertenecen):

“Al cabo de un rato se acercó el dueño de los lugares.
-¿De dónde es usted? –inquirió el Teniente.
-Soy italiano -repuso el lacónico posadero-. Me gusta Chile.
-Esto no es Chile -observó cáustico Orozimbo Baeza, aplicando sus nuevos conocimientos-. Usted vive en la Nación Mapuche.
-Es lo mismo, señor oficial. Está dentro de Chile.
Orozimbo lo miró, mientras el otro limpiaba sus manos con un delantal.
-Estamos en paz -dijo el italiano sonriendo-. Yo los necesito a ellos y ellos me necesitan a mí. Es la única manera de evitar las guerras.
-Muy simple- dijo el Teniente-. Pero le prevengo que esto está por comenzar.
-Y yo le aseguro que mientras tenga la posibilidad de traer aguardiente, nadie me tocará un pelo de la calva.
En efecto, su cabeza desprovista de cabellos parecía un huevo, a tal punto que sus clientes lo llamaban Pastene Fulgieri, el Descabellado.
-Mi teniente -dijo Zambrano en voz baja-. Esta gente es así. No les interesa el país y sus leyes. Al contrario, están masacrando a los indios con sus barriles de aguardiente” (38-39).

Frente a tal cúmulo de antecedentes irrefutables, llama la atención que no exista, -no obstante el tiempo transcurrido y las consecuencias de la ocupación- un discurso opositor a la línea oficial historiográfica respecto de la ordalía mapuche en Arauco y que sea mayoritariamente la reivindicación étnica, no el discurso académico, la voz primordial que intenta incorporar una visión distinta a esos hechos.

 Propuesta de sabotaje mannsiano: “Ocupación” y no “Pacificación”
La constatación más irredargüible respecto a que lo vivido en la Araucanía es una “Ocupación”, la entrega el hecho del sangriento desenlace de El lento silbido de los sables. En dicho epílogo se narra la decisión -por parte del Estado Mayor del Ejército- de impulsar un ataque final contra la etnia mapuche, pues tras tantos años de masacre aún resisten focos de insubordinación en defensa del territorio indígena.

En este contexto, les resulta de gran ayuda el regreso victorioso de los destacamentos que se encuentran en el extremo norte del país, combatiendo contra Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico (1879-1883) y donde algunos militares de alta graduación -Cornelio Saavedra, el propio Orozimbo Barboza, alter ego del protagonista de El lento silbido de los sables- optimizaron su experiencia bélica, hecho decisivo para la posterior capitulación araucana.

Tras una cruenta carnicería, y cuando todos los territorios que quedaban alzados son dominados militarmente, sin ninguna capacidad de respuesta, comienzan a retirarse las divisiones hacia sus cuarteles ubicados en distintas zonas del país, no sin antes dejar reconstruidos y reforzados sus fuertes en Arauco, los cuales quedan apertrechados con insumos alimenticios y un considerable parque bélico, además de renovado recurso humano.

Sobre la base de lo anterior, el término utilizado de la “Ocupación” va a remitirnos de forma paradigmática hacia un ámbito militar, en el sentido de la permanencia de ejércitos extranjeros en territorios de otro Estado, interviniendo y dirigiendo su vida pública.

Esto es lo que sucede precisamente en la Araucanía, dado que los Parlamentos de Quilín en 1641 y de Tapihue en 1825, expresan claramente que el Wall Mapu es otro Estado. En este mismo sentido, no existe ningún documento mapuche que autorice el ingreso del Ejército de Chile a los territorios araucanos.

Este ingreso es una medida inconsulta y privativa del Estado chileno, cuyo Ejército, en tanto que ejecutor de su política exterior no sólo “interviene y dirige la vida pública de la Nación Mapuche” como se puede esperar conforme a una ocupación, sino que se apodera violentamente de esos territorios (mediante asesinatos, violaciones, exacciones territoriales, robos de ganado, tráfico de personas, etc.) configurando lo que el Derecho Internacional define técnicamente como un Genocidio. [11]

Particularmente, los artículos consensuados en el Parlamento de Tapihue en 1825 nos revelan el posterior incumplimiento del Estado chileno del principio de derecho conocido como Uti Possidetis Iure (“como poseías [de acuerdo al Derecho] poseerás”), en virtud del cual los estados en conflicto conservan íntegramente sus territorios anteriores al inicio de las hostilidades. De tal forma que si tras la conflagración se genera un cambio de esa situación, ello debe ser refrendado en un tratado firmado entre ambas partes, cosa que obviamente no aconteció en el caso mapuche, hecho que viene a corroborar la ocupación.

La creación de la provincia de Arauco por parte del Estado Chileno en 1852 que se ficcionaliza en la novela, lesionó gravemente los intereses de la nación mapuche, pues desconoció los parlamentos celebrados con anterioridad y dejó el campo abonado para la referida ocupación.

En este mismo sentido, el inicio de las hostilidades en Arauco son “de hecho” y no “de derecho”, pues no existe una “declaración de guerra” que la fundamente jurídicamente ni un “armisticio” cuando ella finaliza,  hecho que implícitamente significa reconocer la calidad de Estado al Wall Mapu.

Si tales documentos existiesen, dos serían las fórmulas para referirse al conflicto: una guerra “de nación a nación” o, en su defecto, una guerra “civil”. En ambos casos, la razón asiste a los mapuches, pues se reconoce su condición de Estado.

En este contexto, nos parece pertinente señalar que existen suficientes elementos de juicio respecto de la distorsión histórica de la “Pacificación” de la Araucanía, los que nos permiten concluir en que tal concepto de la “Pacificación” constituye un eufemismo, un ideologema bajtiniano, [12] el que ha intentado esconder la macabra realidad y que, en consecuencia, debe ser cambiado por otra expresión, verbigracia “ocupación”, dado que el vocablo de pacificación no se ajusta a los hechos efectivamente desarrollados en los territorios de Arauco.

Una crítica metaliteraria del sabotaje
Por todo lo anteriormente expuesto, El lento silbido de los sables se articula en un caso especial de metaliteratura, cuyo análisis demuestra que rebasa los aspectos específicamente intraliterarios, alcanzando un estatuto que lo convierte también en un producto cultural en absoluto inocente, como asimismo en un documento político de reflexión y reescritura de la historia.

Lo interesante de esta visión de “producto cultural” es que el autor toma perfecta conciencia de ello, aún a riesgo de convertir la novela en un mero amusement, tal como nos lo explican Adorno y Horkheimer (1944-1947). [13]

La fuerza especular de su impugnación de la pacificación araucana y el lenguaje denunciatorio con que se relata la tragedia mapuche impiden que el texto sea visto como un simple entretenimiento de masas, hecho posible merced a la reproducción técnica de un bien o servicio propio de la economía capitalista.

En este mismo sentido, la organización institucional de la Editorial que publica la novela, evita que prevalezcan los criterios mercantilistas tradicionales (edición, diseño, tiraje, etc.) en un mercado editorial tan pauperizado como el chileno.[14]

Gracias a estas consideraciones, El lento silbido de los sables tiene un efecto performativo real y puede estar en condiciones de luchar por un lugar de privilegio en la lucha por la hegemonía cultural desde la perspectiva de Gramsci (Gruppi 1978), instaurando una voz disonante (aunque progresivamente valorada) dentro de las obras culturales que examinan el periodo histórico de la masacre indígena.

Con la instauración de esa voz disonante esta novela también asume el punto de vista del subalterno, pues ejerce, en primer lugar, una crítica radical contra la injusticia, el abuso y la expoliación, pero también construye un relato desde la marginalidad sobre el choque de culturas producido en Arauco y más aún, entrega fundadas razones sobre la dramática actualidad del conflicto. [15]

 

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 Notas

[1] El antetexto es un texto literaria y lingüísticamente coherente que precede al que el autor da como definitivo. El antetexto puede ser un borrador, pero puede ser también una obra editada. Véase Marchese y Forradellas. Diccionario de Retórica, Crítica y Terminología Literaria. Barcelona: Ariel, 1986 28.

[2] Orozimbo Baeza, el protagonista de la novela, está basado en el militar chileno Orozimbo Barbosa Puga (1838-1891). Presumiblemente “Baeza” es por su mujer Corina Baeza Yávar. Barbosa ingresa al Ejército a los 18 años de edad y combate en dos oportunidades en Arauco: entre los años 1862-1864 y 1868-1869, ocupando cargos administrativos y detentando grados militares. La escasa correlación de hechos, datos y fechas entre ambos responde a la construcción literaria del personaje.

[3] Dentro de los historiadores con una posición favorable al Estado chileno, podemos señalar a Guevara (1902) y Lara (1889).Desde la perspectiva pro mapuche, la obra anteriormente citada de Bengoa (1985).
Incluso hay un tercer vector informativo, pues se recogen informes directamente redactados en las mismas zonas del conflicto por parte de los corresponsales de guerra, publicados en los periódicos El Ferrocarril y La República de Santiago, El Mercurio de Valparaíso y El Meteoro de Los Ángeles, los cuales sensibilizan a la opinión pública frente a los hechos de Arauco.

[4] Personaje con clara connotación simbólica, pues en idioma mapudungún Trapial es voz nativa que significa “puma”. El apellido por tanto, revela su ascendencia mapuche, luego, su condición de renegado que combate a su propia etnia.

[5] Cornelio Saavedra Rodríguez (1821-1891) fue un político y militar chileno. Presentó el proyecto de Pacificación de la Araucanía y tuvo por algunos periodos la jefatura máxima en estos territorios. Por el concepto de “servicios distinguidos” recibió una hacienda y extensiones de tierra en el sur. Actualmente existe una pequeña urbe en su honor: Puerto Saavedra, en el sur del país.

[6] Quizás como pocas novelas mannsianas, El lento silbido de los sables tiene tan marcada su textualidad atética, esto es, requiere una crítica que describa tal acto (y por ello nos sorprende en grado sumo la ceguera de Espinosa y Fernández).

[7] Palabra despectiva en idioma mapudungun que significa “no mapuche”, “gringo”, “español”, “extranjero”, “chileno” “afuerino”, “invasor”, “usurpador”, “ladrón”. Vid. De Moesbach (1963). 

[8] Para estudios serios y profundos sobre la cultura araucana, más allá del prejuicio de su cosmovisión sexual, vid. el examen de Koessler-Ilg (2006) y Zapater (1978).

[9] Conocido también como “Viaje a los infiernos”, este motivo literario dice relación con el descenso del protagonista a una región sobrenatural, un inframundo, donde tiene múltiples experiencias de signo negativo como “pruebas”. Orfeo (Orfeo y Eurídice, mitología griega), Odiseo (Odisea) y Dante (La Divina Comedia) son personajes característicos de catábasis.

[10] Diego de Rosales (1601-1677), sacerdote jesuita español, es uno de los principales intelectuales del periodo colonial chileno, autor del libro manuscrito Historia General del Reino de Chile, cuya primera publicación en tres tomos fue lograda recién en los años 1877-1878.

[11] La Asamblea General de la ONU define el Genocidio en su resolución 96 (I) del 11 de diciembre de 1946 como “un delito de Derecho Internacional contrario al espíritu y a los fines de las Naciones Unidas y que el mundo civilizado condena”. Posteriormente se ha adicionado el concepto de “actos perpretados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”, los cuales han sido especificados en “Matanza de miembros del grupo, lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo y traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo”.

[12] Siguiendo a Bajtín (1929), la “Pacificación” de la Araucanía sería un “producto ideológico” (luego, un “ideologema”), producto de “la realidad material y social” de Chile en un momento específico de su “horizonte ideológico” (poder de la oligarquía).

[13]  Véase Adorno y Horkheimer (1944-1947).

[14] Editorial Catalonia, constituida como tal en 2003, tiene su origen en las librerías Catalonia, fundadas en 1996, inspiradas en la mítica librería barcelonesa. Su éxito en Chile se debe a su característica de “gestora cultural”, basada en consideraciones tales como catálogo de autores de relieve, premios nacionales e internacionales para gran parte de sus obras publicadas, buen sistema de distribución, representación exclusiva de importantes sellos editoriales, éxito de ventas, etc.

[15] La página web http://mapuexpress.org es considerado el informativo mapuche más leído y fundado respecto de los violentos sucesos actuales de Arauco [Página visitada el lunes 16 de septiembre de 2013].  

 



 



 

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El lento silbido de los sables (2010) Patricio Manns
La radical impugnación de la Pacificación Araucana en El lento silbido de los sables.
Por Benjamín Guzmán Toledo.
Doctor © en Teoría de la literatura y literatura comparada.
Universidad Autónoma de Barcelona – Departamento de Filología Española