Más allá de su propia escritura, que con
talento y oficio ubica en un nivel de subjetividad superado por la
historia, Porfirio Mamani podría establecer su nombre en la lista
de los mayores, si abre su poesía hacia los campos de la razón y de
la territorialidad semántica. A la calidad del sonido necesita sumar
el placer estético que otorga el sentido de las simples cosas.
Porfirio Mamani Macedo nació en Arequipa, en 1963, ciudad
donde se titula de abogado, en la Universidad Católica Santa María,
y luego continúa estudios de Literatura en la Universidad Nacional
San Agustín. En Perú se da a conocer como poeta con su libro Ecos
de la Memoria, publicado en 1988.
En la actualidad reside en París y allí postula a un Doctorado en
Letra en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle. En la capital gala
ha publicado Dimanche, en 1995, Les Vigies, en 1997
y Au-Delà du Jour/ Más allá del día, en 1999. Este último poemario
aparece en versión bilingüe bajo el sello Editinter y en versión francesa
de Elisabeth Passedat. Con posterioridad a él entrega Voz a orillas
de un río / Voix sur les rives d’un fleuve (2002) y la novela
Le jardin el l’oubli (2002).
Llama la atención la estética de Mamani. En Más allá del día,
libro que contiene una treintena de poemas en prosa, no encontramos
la menor referencia a lugares, situaciones o personas determinadas.
El registro de su mundo pasa por un tamiz interior y se niega -esa
idea entrega al menos- a inscribirse en cualquier escuela de conocida
actualidad, a no ser alguna cuyos antecedentes bien podríamos hallar
en Francia hacia finales del Siglo XIX.
Esta observación no es un juicio de valor; por el contrario, pertenece
a la mayor parte de los cultores de poesía, quienes utilizan el oficio
de la escritura con un afán de catarsis o de simple canto. Pero existe
una gran diferencia entre esa masa informe de poetas y Mamani, quien
conoce la cuestión de la escritura y elige expresarse de tal modo
con plena conciencia y lucidez.
Y si bien el joven poeta peruano escapa al intento taxonómico de
la crítica y la teoría inmediata, sus antecedentes (o intenciones)
lo vinculan a la tradición del símbolo y sus cultores más reconocidos
en este ámbito. La búsqueda de alguna pretérita razón en las cosas
que el entorno ofrece, o en el simple campo de las sensaciones, le
permite sindicar los elementos como símbolos de un algo mayor y más
permanente que las inquietudes usuales; pero al mismo tiempo, esta
suerte de atemporalidad le otorga un sesgo de ahistoricidad, tal vez
no deseada por el lector del género.
La gama de símbolos a los que Mamani Macedo recurre se refieren a
cosas de la naturaleza -como el alba, la piedra, el agua o la noche-
a sensaciones -la soledad, la duda, la orfandad, la señal percibo-
o a valores fácilmente reconocidos en el territorio de la queja contra
la existencia -el dolor, la ausencia, la partida, la muerte, etc.-
Ninguno de estos elementos permiten al lector ubicar el discurso en
un tiempo y espacio determinados. Entonces, Más allá del día
se juega por cuestiones de carácter iniciático; y en tanto símbolos,
sus elementos también cargan la significación inmediata del signo
en su propia existencia. Es decir, los términos elegidos por el poeta
tienen una representación en su realidad y, a la vez, se refieren
a valores permanentes del ser en tanto totalidad.
De tal modo el título del trabajo indica un espacio posterior al
día y, esta palabra, es a la vez símbolo de la jornada, de la vida:
Llévame aire, aroma protector, a tus profanos horizontes que nunca
he frecuentado. Allá encontraré, viento anunciador de males, lo que
he perdido («Alba», página 8). Pero esta travesía también puede referirse
de manera tangencial al viaje emprendido por el autor desde su tierra
a la vieja Europa.
Con todo, el juego entre realidad y símbolo cobra en Mamani un valor
extra. París «es» la Ciudad Luz; y en su camino hacia ella el poeta
busca ser «iluminado»: ¿cómo borrar lo que he vivido, cómo hacer otro
camino estando a bordo de la única nave que nos queda? Luz, hemisferio
siempre soñado, me dejas ir por este otro camino, tal vez hacia la
ciudad oscura... («Luz, página 58). La relación de los signos blanco
y negro, día y noche, nave y cuerpo (o vida) conforman unidades pertinentes
en una aparente cascada de palabras.
En el terreno de lo formal, Macedo se maneja con facilidad y fluidez
en la elección de los sonidos. Un buen ejemplo de este ejercicio se
muestra en algunas muy bien logradas líneas de «¿Dónde estás viajero?»
(página 44), al utilizar los sonidos erre, eme y ese en calculada
serialidad; como, por ejemplo, dame una señal para atravesar el campo,
desierto que me trae más recuerdos amargos, etc.
En una página web cuenta al respecto: cuando escribo, grito el poema,
busco las palabras y antes de escribirlas, las repito muchas veces
para ver si el sonido y su significación van con las que las preceden
o anteceden. Necesito escribirlas con mi mano para darme cuenta, luego
vuelvo a ellas y las vuelvo a pronunciar, como si al pronunciarlas
las estuviera afinando o amoldando a lo que escribo.
Razón tiene el poeta; pero debe practicarla. La comunión entre sonido
y sentido le exige, en este caso particular, una referencia más inmediata
y referencial a su entorno. De esta manera, Porfirio Mamani Macedo,
dará a su nombre la oportunidad de establecerse en una poesía de nivel
superior, demostradas ya sus cualidades y ese talento, que indudablemente
posee.
25-Abril-2003
http://www.liberacion.press.se/