Neruda sigue siendo un desconocido. A pesar
de biografías, memorias y libros de crónicas, queda
una vasta región por explorar en su carrera política,
llena de luces, sombras e interrogantes.
Quien lea por primera vez alguna de las cartas que Neruda
le escribió al escritor argentino Héctor Eandi, a comienzos
de los años treinta, sentirá algo parecido a lo que
deben experimentar los arqueólogos cuando creen descubrir el
eslabón perdido. En esas cartas que abarcan desde su periplo
consular por el extremo Oriente hasta su retorno a Chile, respira
todavía un Neruda primigenio, nunca
visto, pero que ya prefigura, de algún modo, al Zoon politikon
(animal político) en que se convertirá años más
tarde.
"Yo fui anarquista hace años —escribe—, redactor
del periódico síndico-anarquista Claridad, en
donde publiqué mis ideas y cosas por primera vez. Y todavía
me queda esa desconfianza del anarquista hacia los fines del Estado,
hacia la política impura. Pero creo que mi punto de vista,
de intelectual romántico, no tiene importancia. Eso sí,
le tengo odio al arte proletario, proletarizante. El arte sistemático
no puede tentar, en cualquier época, sino al artista de menor
cuantía. Hay aquí una invasión de odas a Moscú,
trenes blindados, etc. Yo sigo escribiendo sobre sueños".
Hasta aquí el Neruda de Residencia en la tierra, el
ácrata fugitivo de la baja clase media sureña; el bohemio
desdichado que alguna vez firmó sus prosas con el seudónimo
incendiario de Saschka Yegulev, antihéroe nihilista de Leónidas
Andreiev.
Pero en la misma carta, fechada el 17 de febrero de 1933, se anticipan
los pasos que vendrían: "Una ola de marxismo parece recorrer
el mundo, cartas que me llegan me acosan hacia esa posición,
amigos chilenos. En realidad, políticamente, no se puede ser
ahora sino comunista o anticomunista. Las demás doctrínas
se han ido desmoronando y cayendo. Pero esto es para los que son políticamente,
esto es, existen civilmente".
Veto
a inmigrantes
España fue la encrucijada propicia para las definiciones.
La España de García Lorca, Delia del Carril y la calles
ensangrentadas de Madrid. Llegaba la hora de tomar partido. Desde
entonces el ciudadano Neruda no sólo participó
en actos públicos de apoyo a la República —contrariando
la
prescindencia política que le exigía su cargo diplomático—
sinó que abrazó con pasión de converso las directrices
del Partido Comunista, al que adhirió hacia 1937, con una fidelidad
de la que no lo apartaron ataques ni persecuciones.
A partir de entonces, desde su doble condición
de diplomático y militante comunista, Pablo Neruda sirvió,
al mismo tiempo, a dos patrones: El Estado y el Partido. Con desigual
obediencia, por cierto. Amonestado frecuentemente por la Cancillería
chilena, se las arregló, sin embargo, para dejar satisfechos
a los dos aparatos burocráticos. Utilizando estrategias, en
ocasiones, pintorescas; en otras, francamente cuestionables, propias
de esa "política impura" que detestó en su
juventud.
Así, por ejemplo, cuando el gobierno del Frente
Popular le encargó gestionar la inmigración de refugiados
españoles "útiles" a la sociedad, es decir,
profesionales y trabajadores calificados (los comerciantes y cambistas
eran cuidadosamente excluidos por su probable origen "semita");
Neruda llenó los cupos principalmente con militantes comunistas.
En una carta del 19 de junio de 1939 le escribe a José Manuel
calvo, Secretario General del Comité Chileno para la ayuda
de los Refugiados en Francia: "(...) yo me he negado a la entrada
de anarquistas, Méjico los recibía hasta hace poco y
ahora no sabe qué hacer". Su criterio, se jacta el cónsul
chileno, ha influido en la política inmigratoria de ese país.
De esta manera Neruda rompió el cuoteo que él mismo
había acordado con los partidos políticos del gobierno
español en el exilio.
Las cifras que recopila el investigador David Schidiowsky
son elocuentes: "Un 86% de las solicitudes de sectores, en su
mayoría anarquistas, son rechazadas, mientras que las de otras
organizaciones políticas fueron aceptadas casi en bloque. El
porcentaje de anarquistas que al final llega a Chile es
de 0,9% del total, lo cual demuestra el éxito de las maniobras
de los comunistas y Neruda" (en Las furias y las penas. Pablo
Neruda y su tiempo, 2003).
Nadie puede negar a estas alturas el aporte que significó
para Chile la llegada del Winnipeg. Acusar a Neruda de haber traído
un cargamento de facinerosos, tal como caricaturizó la prensa
conservadora de esos años, sería una infamia. Sin embargo,
no se puede dejar de pensar en la suerte que corrieron en la Francia
ocupada por los nazis miles de refugiados anarquistas, gitanos y judíos.
Los historiadores y biógrafos suelen pasar de largo sobre estas
cosas. Los políticos les dedican un
minuto de silencio.
Suponer, por otro lado, que los "feroces anarquistas
ibéricos", como los llamó un cronista, hubieran
representado un peligro para Latinoamérica no es más
que un prejuicio que la historia no tuvo oportunidad de comprobar.
Al menos en México, no fueron precisamente anarquistas los
españoles
que practicaron los peores actos de violencia política.
Nombrado cónsul de Chile en Ciudad de México,
el año 1940, Neruda le otorgo una visa a David Alfaro Siqueiros
para salir rumbo Chile, cuando éste permanecía en la
cárcel por el intento de asesinato de León Trotsky.
Sobre este bien conocido hecho se han tejido dos leyendas: una negra
y otra folclórica. Según aquélla, Neruda estuvo
directamente implicado en el complot para asesinar al ex líder
de la revolución soviética; el propio Neruda, en cambio,
minimiza los hechos hasta reducirlos a una anécdota pintoresca
en su libro de memorias Confieso que he vivido: "alguien"
había "embarcado" a Siqueiros en una "incursión
armada"; el pintor cayó preso, Neruda lo visitó
en la cárcel y salieron varias veces de juerga gracias a la
buena voluntad del alcaide, planificando entre copa y copa su liberación.
Liberación
de Siqueiros
En realidad, ese "alguien" era un comando de
ex combatientes de la guerra civil española y un agente soviético,
todos bajo el mando de Siqueiros, ex soldado de la revolución
mexicana (con
grado de capitán) y de las brigadas internacionales que lucharon
por la República española. La noche del 25 de mayo de
1940 irrumpieron en la casa de Trotsky disparando sobre la cama en
la
que dormía junto a su mujer. Sin embargo, fallaron. Siqueiros
se convirtió en prófugo de la justicia. En la huida
fue muerto Sheldon Harte, secretario de Trotsky, que lo habría
traicionado abriéndoles la puerta de su casa. Un segundo atentado,
cometido el 20 de agosto de 1940 por un asesino solitario (agente
español al servicio del Comintern soviético) acaba con
la vida de Trotsky, quien agoniza hasta el día siguiente, precisamente
cuando Neruda asume sus funciones consulares en México.
En una nota del 25 septiembre, Siqueiros le pide ayuda
desde la clandestinidad. La carta —que se conserva en la Casa-museo
La Chascona— le es entregada al poeta por la mujer de Siqueiros. Angélica
Arenal, quien además le lleva un recado hasta hoy desconocido.
Pocos días más tarde Siqueiros es detenido por la policía
en Jalisco. El nuevo cónsul chileno lo visita en la cárcel.
Se inicia
una batalla judicial para obtener su excarcelación a cambio
de su salida de México. Intervienen el presidente de ese país,
su embajador, el de Chile y ambas Cancillerías. Neruda le extiende
una visa.
Como ya es habitual en la carrera funcionaría del autor, telegramas
van y vienen de la Cancillería chilena, que trata de impedir
por todos los medios el viaje del artista mexicano. Se suceden órdenes
y contraórdenes, acuerdos ambiguos y desmentidos tajantes.
Finalmente Siqueiros llega a Chile y pinta el famoso mural de la Escuela
México en Chillan, motivo oficial de su viaje. Neruda —que
no
podía faltar en la pintura— escribe en sus memorias: "El
gobierno de Chile me pagó este servicio a la cultura nacional,
suspendiéndome de mis funciones de cónsul por dos meses".
En realidad fue uno solo.
La CÍA y el
Premio Nobel
La temeridad de Neruda le costó bastante más
que una suspensión temporal de su cargo. Retrasó su
Premio Nobel en siete años. El rumor de que había participado
en el homicidio de Trotsky fue una de las mejores cartas que utilizaron
sus enemigos para indisponerlo con el jurado de la Academia
sueca. Un libro reciente, La CÍA y la guerra fría
cultural, de Francés Stonor Saunders, asegura que la agencia
de inteligencia americana venía desarrollando una campaña
contra el poeta desde 1963,
cuando se enteró de que su nombre sonaba fuerte para el Nobel
del año entrante. Incluso encargó un informe a tres
escritores pertenecientes al Congreso por la Libertad Cultural: Julián
Gorkin (ex
comunista español exiliado en México), el francés
Rene Tavernier y un misterioso "amigo de Estocolmo". El
documento, hecho llegar a personas influyentes, afirmaba que era "imposible
disociar a Neruda artista, del Neruda propagandista político",
lanzando la acusación de que el escritor utilizaba su poesía
como "instrumento" de un compromiso "total y totalitario";
era el arte de un estalinista "militante y disciplinado".
Se inflaba el hecho de que en 1953 se le hubiera concedido a Neruda
el Premió Stalin de la Paz, por un poema a la muerte del Camarada,
en lo que se calificaba como una demostración de "servilismo
poético".
El informe cumplió su objetivo a medias: el Nobel
de 1964 no lo ganó Neruda, sino Jean-Paul Sartre, también
comunista. En cuanto a las aseveraciones del texto, pronto quedaron
demodé: el fervor estalinista de Neruda, que había
florecido en el Canto general (1950) y madurado apoteósicamente
en Las uvas y el viento (1954), dejó lugar, a partir
de las revelaciones del XX Congreso del Partido Comunista Soviético
(1956), a posturas revisionistas que se plasmaron en poemas pertenecientes
a Memorial de Isla Negra (1964), de notorio sabor autocrítico.
Observadores tan distintos como Luis Alberto Mansilla y Jorge Edwards
coinciden en señalar que, por lealtad al Partido, Neruda se
negó a hacer públicas sus críticas.
Sí lo hizo entre amigos de confianza, quienes fueron
testigos de su repudio a los crímenes de Stalin y el culto
de la personalidad denunciados por Kruschev. A pesar de ser un militante
obediente, que aceptó intervenir en cuanta campaña política
lo involucró su partido, ya fuera como senador, candidato a
la Presidencia de la República o propagandista de otros correligionarios,
Pablo Neruda conservó una chispa de rebeldía juvenil
en el fondo de su corazón.
Mario Ferrero resumió esta doble faz del poeta
en una anécdota:
"De un lado, el Neruda político, serio, reconcentrado,
muy posesionado de su papel de líder; del otro, el Neruda poeta,
admirador de las muchachas bellas, juguetón, alegre, desaprensivo
(...). Al poeta no le gustaban las reuniones del Comité Central,
a las que debía asistir por obligación: lo cansaban,
hasta solía quedarse dormido. Entonces le encargaba a Juan
(Araya) que inventara un llamado telefónico y en el momento
preciso ingresaba éste a la sala y decía: `al compañero
Neruda lo llaman urgente desde la Embajada de Cuba´, Neruda
salía y ambos se iban sonrientes, como dos niños traviesos,
a beber un botellón en algún boliche solitario donde
se pudiera hablar de poesía, de barcos, de pájaros y
mitos".
Propuesta a
Mario Góngora
Pero hubo quienes sólo conocieron la cara menos
luminosa del militante Neruda. En 1939, al principio de su corta temporada
como miembro del Partido Comunista, el futuro historiador
Mario Góngora recibió una propuesta desconcertante:
el poeta al que admiraba y leía desde su adolescencia le pidió
que no revelara públicamente su nueva militancia y que, haciéndose
pasar todavía por miembro de la Falange, hablara en un mitin
defendiendo la postura republicana en la guerra civil española
para causar un mayor impacto en el auditorio. Góngora rechazo
de plano tal consejo y se enemistó con Neruda para siempre,
aunque siguió trabajando para su nueva tienda política.
El incidente, que la historiadora Patricia Arancibia Clavel recoge
en su libro Mario Góngora en busca de sí mismo
(1995), y que le fue relatado por Jorge Marshall Silva (tío
del ex vicepresidente del Banco Central), testimonia el maquiavelismo
al que podía llegar Neruda. El mismo un comunista encubierto
hasta 1945.
Al margen de estas manipulaciones de la pequeña
política, Neruda era capaz de un inesperado pragmatismo a la
hora de defender los altos "fines del Estado" que despreció
en su juvenil carta
a Eandi. Como embajador de Chile en Francia, nombrado por el gobierno
de la Unidad Popular, le cupo un rol fundamental en la renegociación
preliminar de la deuda externa chilena y el pago de compensaciones
tras la nacionalización del cobre. El poeta y diplomático
sabía que los acreedores norteamericanos tenían todas
las de ganar y buscó a los mejores abogados franceses, sin
importar
su filiación política. Menos conocido es el papel que
jugó en las tratativas para intensificar las relaciones entre
la Comisión Chilena de Energía Nuclear y su equivalente
francesa, encaminadas
a obtener uranio enriquecido para el Ejército de Chile. Empeño
en el que todavía perserveraba, en julio de 1973, el Encargado
de Negocios en París, Jorge Edwards.
Esta es una de las vetas menos exploradas por los biógrafos
del poeta, con excepción de Schidlowsky, quien subraya la necesidad
de investigar más al respecto. ¿Y por qué no
también dilucidar, de una vez por todas, sus desencuentros
con Cuba? ¿O su tensa relación con Julio
Cortázar? ¿O el por qué de las exaltadas acusaciones
que le hizo Juan Gelman en 1970? En relación con esos años,
¿cómo entender los ataques de la extrema izquierda cuando
recibió el Nobel? ¿Y por qué lo defendió
a brazo partido Antonio Skármeta?.
Cualquiera de estas interrogantes puede ser un buen punto
de apoyo para sacar a Neruda del lugar común al que lo han
relegado los guardianes de su memoria. Un viejo anhelo expresado alguna
vez por José Donoso: "Nadie ha escrito aún un Neruda
sin miedo, a lo Bloomsbury; a lo más, envidiosas condenas o
aburridas hagiografías".