" 'Funeral vigilado' conserva
esa frescura de tono dramático que Villegas logró recogiendo
fragmentos testimoniales de personas cercanas al poeta, y que fueron
testigos directos de
aquel funeral colmado de rabia"
"Por favor, no más fotos", pidió Matilde.
Los flashes se disparaban con insistencia sobre el cuerpo sin vida
del poeta, arrojando una luz intermitente en aquel pasillo oscuro
de la Clínica Santa María. Era la mañana del
24 de septiembre de 1973. La noche anterior, pasadas las diez, Neruda
había muerto pronunciando -en un delirio sobrecogedor- sus
últimas palabras: "¡Los están fusilando!
¡Los están fusilando!".
Los fotógrafos no hicieron demasiado caso del deseo de la
viuda, y se
obstinaron en el relampagueo de sus cámaras. Junto a la prensa,
se agolpaban al lado de Matilde una veintena de amigos personales.
El cuerpo fue puesto en un ataúd gris que llegó al poco
rato. Francisco Coloane terminó de abotonarle la camisa, cerraron
el féretro y el cortejo enfiló rumbo a La Chascona,
en la ladera del cerro San Cristóbal.
Por obra de los militares, La Chascona era un desastre: cuadro rasgados,
libros a medio quemar, objetos rotos por todas partes, las cortinas
y el teléfono habían sido arrancados de cuajo. Se entraba
pisando vidrios. No contentos con el allanamiento, habían desviado
un canal que corría por el cerro dirigiéndolo directamente
sobre la casa. El barro se acumulaba en el piso, no había luz
eléctrica, y se colaba un aire frío por las ventanas
rotas. Alguien propuso llevar el féretro a la Sociedad de Escritores.
"Pablo quiso ser trasladado a su casa. No lo llevaremos a ninguna
otra parte", advirtió Matilde.
Comenzó a llegar la gente. Los primeros fueron los obreros
de Quimantú que venían ese día de ser despedidos,
y habían querido acompañar el féretro: se apostaron
al lado del cajón y le hicieron una guardia de honor. Llegaron
luego las misiones diplomáticas, y apareció la primera
corona, "Al gran poeta Pablo Neruda, Premio Nobel. Gustavo Adolfo,
Rey de Suecia". El embajador sueco había montado en cólera,
mientras conminaba a los fotógrafos: "¡Saquen fotos,
fotos, fotos, es la prueba más evidente del salvajismo de esta
gente!". Los embajadores de Francia y México saltaban
entre los charcos de barro para llegar al living.
Con lentes oscuros y vistiendo un riguroso negro, en una esquina
estaba Alone, el crítico literario que no había ahorrado
palabras para exigir, desde su tribuna en El Mercurio, el golpe de
Estado. También aparecieron unos representantes de la Junta
Militar que Matilde no quiso recibir. Muchos amigos de Neruda estaban
ahí a pesar de conocer el riesgo que corrían.
El martes 25, a las nueve de la mañana, sacaron el cajón
atravesando el agua y el barro que inundaba la entrada y la planta
baja. Los periodistas extranjeros que venían llegando a cubrir
el funeral de Neruda estaban asombrados ante la escena. Afuera, en
la calle, ya se habían reunido un grupo de obreros y estudiantes,
y comenzaron a escucharse los primeros gritos que, desafiando el ojo
vigilante de los militares apostados en las veredas, le darían
el tono de protesta esa mañana al cortejo fúnebre: "¡Compañero
Pablo Neruda!", y la respuesta a coro: "¡Presente!".
Probablemente, el registro más completo de aquel trágico
suceso (junto a las imágenes que ese día Patricio Guzmán
plasmó en el celuloide de "La batalla de Chile"),
los haya recogido el periodista Sergio Villegas en un breve texto
que llamó "Funeral vigilado", que tiene casi 25 años,
y que se edita por segunda vez en Chile (el Comité Pro Retorno
de Exiliados hizo una pequeña edición de cincuenta páginas
en 1984). Apareció originalmente en 1978, en el tercer número
de la revista Araucaria que dirigían y editaban Volodia Teitelboim
y Carlos Orellana desde Madrid, y ha sido profusamente traducido a
varios idiomas, adaptado para la radio, y recogido en no pocas obras
antológicas.
"Funeral vigilado" conserva esa frescura de tono dramático
que Villegas logró recogiendo fragmentos testimoniales de personas
cercanas al poeta, y que fueron testigos directos de aquel funeral
colmado de rabia, un suceso que muchos no demoran en tildar como la
primera manifestación de rebeldía contra la dictadura.
Apenas mencionados con uno de sus nombres (Aída, Luis Alberto,
Bello, Loyola), como si no importara quienes en verdad cuentan la
historia sino la historia misma, los testigos superponen sus voces
reconstruyendo una memoria repleta de afectos, dramática, pero
sobre todo colectiva.
"Funeral vigilado" es también un testimonio de la
resistencia en el exilio. Al texto que narra los funerales de Neruda
se suma otro tan breve como aquél, "Ejercicio nocturno",
escrito en 1983 y que cuenta otra historia de porfía y obstinaciones,
la de Radio Berlín, y la de aquellos programas que por onda
corta daban cuenta al mundo entero de las atrocidades de la dictadura.
Así como Volodia en Radio Moscú, Sergio Villegas desde
Berlín era la voz que venía de lejos a contar lo que
pasaba aquí dentro, que recogía los testimonios de los
exiliados, de los intelectuales latinoamericanos y europeos en contra
del régimen, que daba cuenta cada noche de las sesiones de
la Comisión Investigadora de los Crímenes de la Junta
Militar implementada por las Naciones Unidas, una iniciativa inédita
que el organismo internacional no había emprendido con ningún
otro país. Era la época en que mucha gente se acostumbró
a sintonizar y buscar las descargas nocturnas de verdad que venían
en onda corta desde el otro lado mundo. A pesar del miedo.
Y también a pesar del miedo, la gente salió esa mañana
de sol tibio a despedir a Neruda. Calle Purísima, Río
Mapocho, Avenida La Paz. Frente a una central eléctrica los
boinas negras del ejército apuntaban hacia el cortejo. La gente
se apretaba. Por momentos, alguien con un libro entre las manos recitaba
versos del poeta: "¡Chacales que el chacal rechazaría,
piedras que el cardo seco mordería escupiendo víboras
que las víboras odiaran!".
En el cementerio hubo discursos, poemas en honor a Neruda, metáforas
vagas urgidas por la prudencia de no decir aquello que se hubiera
preferido gritar. Pusieron el féretro en el mausoleo, y lo
cubrieron de flores. Quedaba todavía evitar los riegos de la
salida. Circulaban rumores. "Están deteniendo afuera",
digo alguien. "Andate por atrás, compañero",
recomendaba otro. En la entrada al cementerio estaban los militares,
vieron a la gente salir, vigilantes, sin moverse.
Funeral vigilado. La despedida a Pablo Neruda
de Sergio Villegas
Lom ediciones, 74 páginas.