Curiosamente, al celebrarse este año el centenario del nacimiento
de Pablo Neruda, nos encontramos con que no hay una sola biografía
completa de su vida. Por cierto, se han escrito innumerables libros
acerca de Neruda, pero ninguno da cuenta en forma exhaustiva del total
del periplo nerudiano. Tal vez el intento más ambicioso sea
el de Volodia Teitelboim, pero con todo el respeto que me merece
Volodia, su trabajo es sólo parcial y en parte sesgado.
El Partido Comunista no renunciará nunca a la idea de que
Neruda es patrimonio de ellos. Por eso lo de Volodia tiene algo de
hagiográfico, que según el diccionario, tiene que ver
con la vida de los santos. Los artistas no tienen que ser más
buenos o probos que el ciudadano común y a menudo, por circunstancias
de su oficio y la vida que ello implica, suelen llevar existencias
más agitadas y turbulentas que el resto de los mortales.
"Los chilenos tenemos una grave tendencia a canonizar, a esculpir
precipitadamente a nuestras grandes figuras de manera de asegurar
su intangibilidad. Por eso falta y está pendiente una obra
totalizadora de la vida de Pablo Neruda. A ver quién se atreve".
Pienso en los magníficos y monumentales trabajos biográficos
de Richard Ellman sobre Joyce y Wilde, el de Pinter acerca de Proust,
dos colosales tomos de Gibbons sobre García Lorca. Son obras
tan exhaustivas y meticulosas, que uno se pregunta cómo el
autor tuvo acceso a ese pequeño detalle iluminador que nos
muestra un aspecto desconocido pero indispensable de la vida de su
biografiado. Nada de eso existe acerca de nuestro principal poeta.
Los escabrosos detalles de los últimos días de Proust
en la obra de Pinter, en nada me han hecho cambiar mi visión
del novelista francés, si es que no la vuelve más interesante.
Nada de esto tiene que ver con un posible morbo del público
respecto de nuestros íconos culturales. Es simplemente, como
en mi caso, que uno quiere saber, saber más. No me basta con
el Neruda festivo, pantagruélico, coleccionista de cachivaches,
amigo de sus amigos, enemigo de sus enemigos, político tenue
y ambiguo, enamorado impenitente. Todo eso se sabe, por partes dispersas,
como en “Adiós Poeta”, de Jorge Edwards, o en el reciente libro
de Sergio Macías sobre los años madrileños de
Neruda.
Alguien, no se quién, en lo posible que no sea chileno, habrá
de armar el puzzle de este personaje complejo, monstruo de mil caras,
que fue Pablo Neruda. Hay tantos aspectos de su vida que conocemos
sólo superficialmente, como su tormentosa relación con
la enigmática Jossie Bliss, su matrimonio con María
Antonieta Hagenaar, su relación con su hija hidrocefálica,
su amorío y posterior matrimonio con Delia del Carril, luego
con Matilde Urrutia, su relación con la propia sobrina de Matilde,
sus tira y afloja con la Unión Soviética, su traumática
relación con la revolución cubana y con Fidel, su beligerante
relación con los poetas chilenos de su tiempo. Claro, se trata
de aspectos conocidos por todos, pero, como dije antes, en parcialidades.
Los chilenos tenemos una grave tendencia a canonizar, a esculpir
precipitadamente a nuestras grandes figuras de manera de asegurar
su intangibilidad. Por eso falta y está pendiente una obra
totalizadora de la vida de Pablo Neruda. Yo la estoy esperando. A
ver quién se atreve.
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La escritora entra
al debate por la celebración del centenario del Premio Nobel
de Literatura
Diamela Eltit: “Pablo
Neruda siempre fue un poeta oficial”
por
Carlos Vergara
en Las Ultimas Noticias
Sábado 15 de mayo de 2004
“A
veces todo esto del centenario me parece saturante, fetichizante,
petrificante
y vacuo”, arremete la Eltit. “Fue
senador y precandidato a la Presidencia de la República. No
se puede dudar de que tenía interés en habitar espacios
de poder”, opina la artista.
Diamela Eltit, la autora de novelas como “Lumpérica”,
“El cuarto mundo” o “Los vigilantes”, se pasea por su casona de Ñuñoa,
mientras en uno de los muros de su escritorio destaca una singular
carta, fechada en 1969, Estados Unidos, y dedicada a una pequeña
Diamela. El remitente, quien ocupa tinta verde, es un poeta sureño
que se hacía llamar Pablo Neruda. “Mi madre se la pidió”,
dice con una sonrisa algo melancólica, al tiempo que intenta
ordenar sus tajantes ideas sobre el próximo y parafernálico
centenario del nacimiento de tan ilustre firmante.
“Es ambiguo y complejo”, comienza. “Por una parte son construcciones
culturales de plataformas de identidad. Eso está bien. Es un
emprendimiento político. Ahora, desde otro punto de vista,
es algo saturante, fetichizante, petrificante y vacuo. Pero hay que
poner sobre la mesa de qué se trata. Ahora ves que Neruda se
consume mucho y no hay diversificación. Él es la figura
única y hay hasta chocolates con su cara”, opina.
-El centenario de la Mistral fue bastante discreto
en términos de celebración.
-Eso es seguro, pero son tics del sistema. Eso habla de la asimetría
de género, de raza y de sexo que en este país se marcan
tan profundamente.
-¿Cómo ve usted al Neruda poeta?
-Para mí el Neruda poeta es una figura estratégica.
Tanto en el plano nacional, como mundial. “Residencia en la Tierra”
es un aporte textual, rompe métricas y rimas. Eso está
completamente censado por el campo de especialistas y no está
en discusión. Es un aporte ineludible, tal como (César)
Vallejo. Él va a tener libros tensos y menos tensos. Las Residencias
y parte del “Canto General” tratan de abrir y romper con la historia
blanca, incorporando a los pueblos precolombinos.
-¿Hablamos de un poeta oficial?
- Claro que sí. Fue un poeta oficial. Es más, siempre
buscó la oficialización. Surge en un momento histórico
específico, cuando la figura del sujeto letrado y del poeta
tenían una gran calificación social, algo que pasó
en toda Latinoamérica. El poeta era una voz garantizada, a
la cual se le preguntaban cosas. Es como lo que sería hoy la
voz del empresario. El poeta estaba cerca de los discursos centrales.
Y allí fue donde habitó Neruda.
-¿Por qué ocupó ese lugar?
-Porque era un espacio que estaba dado. Había un dispositivo
social en el cual esa voz tenía validez. Neruda estuvo ahí
de una manera bastante intensa. Fue senador y precandidato a la Presidencia
de la República. No se puede dudar de que tenía interés
en habitar esos espacios de poder. Se oficializó bastante rápido,
tal como Octavio Paz en México, y, a diferencia de Vallejo
en Perú, quien habitó en la periferia y en un lugar
más inestable de la realidad.