Homenaje de
Neruda a Gabriela Mistral
Los sonetos de la muerte
Por Pablo Neruda
En este texto inédito,
el poeta declaró su admiración por los versos de nuestra
Premio Nobel 1945.
Anticipamos esta líneas que se publicarán en la revista
"Cuadernos" de la Fundación Neruda
Gabriela Mistral escribió en 1914, en Los Andes, los tres
sonetos llamados de la Muerte.
La magnitud de estos breves poemas no ha sido superada en nuestro
idioma. Hay que caminar siglos de poesía, remontarnos hasta
el viejo Quevedo, desengañado y áspero, para ver, tocar
y sentir un lenguaje poético de tales dimensiones y dureza.
Es tal la fuerza torrencial de Los Sonetos de la Muerte, que
fueron rebalsando su propia historia, dejaron atrás el núcleo
desgarrador de la intimidad y quedaron abiertos y desgranados, como
nuevos acontecimientos, en nuestra poética americana.
Tienen un sonido de aguas y piedras andinas. Sus estrofas iniciatorias
avanzan como lava volcánica. Contenemos el aliento, va a pasar
algo, y entonces se despeñan los tercetos.
Estos poemas son una afirmación de la vida. Imprecación,
llamamiento, amor, venganza y alegría son las llamas que iluminan
los sonetos. Quien los escribió conocía la tierra y
sacó de la tierra su fuerte fecundidad. Amasó la greda
magnética del norte chileno y esa tierra lunaria se le quedó
en los dedos. Allí se preservan con santa paciencia las semillas
progenitoras, los desbordantes salitrales amenazan al musgo, las sequías
matan mieses y reses. Mas el vino de los valles es dulce, cargado
y ardiente. Como en los sonetos magistrales y en toda poesía
de Gabriela, hay allí brusca piedra, terrenales tajados, pobres
espinos, sí, pero florece el minucioso huerto y arden en las
bodegas las llamas esenciales de la viña. Gabriela que tanto
ha caminado desconoce de pronto estos sonetos que son sin embargo
las tres puertas abrasadoras de su poesía y de su existencia.
Después de cruzarlas puede pasear su claridad, sus misiones,
su infatigable poderío de paz por las fronteras más
distantes.
Pero nosotros seguiremos reverenciando estos sonetos que se abrieron
de pronto en la vida de la poesía como si golpes de viento
hubieran hecho temblar la casa deshabitada y se hubiese instalado
allí para siempre una presencia, una palabra verdadera.
Laura Rodig ha regalado a nuestra Fundación el tesoro de estos
manuscritos que así pasan al patrimonio más preciado
de la patria.
* Fechado el 20 de septiembre de 1954,
el original mecanografiado, con algunas anotaciones manuscritas, se
conserva en la Colección Pablo Neruda, del Archivo Central
Andrés Bello de ¡a Universidad de Chile.
Publicado en Revista
de Libros de El Mercurio, Viernes 29 de Julio de 2005.