Proyecto Patrimonio - 2005 | index | Juan Ignacio Colil | Autores |

 


 

PASEO OTOÑAL

Juan Ignacio Colil Abricot
de "8cho Relatos" (2003)
Premios Municipal de Literatura 2004 (mención cuento)
Premio Alerce 2003 de la SECH.


Santiago en otoño se vuelve gris. El gris avanza desde el centro de la ciudad hacia los bordes donde las cuadras ordenadas de casas y departamentos se pierden en caminos polvorientos de campo. El gris cubre el cielo y corre por las calles, trepa por los edificios grises que apenas se dan cuenta de su presencia. El gris continua con su marcha, sin descanso, como si fuera un animal enfermo, acorralado, que lo único que le queda es correr y correr. El gris se aprovecha de los transeúntes, los acompaña en sus vidas desde la mañana a la noche como si fuera un fantasma, vive con ellos en sus casas, se sienta en sus mesas, y duerme en sus camas, arrinconándose en los sueños, y escapándose entre los ronquidos. El gris se deja llevar, como si fuera un juguete, o un pequeño cachorro, por los escolares que marchan temprano, ignorantes de llevar aquella pesada carga en sus espaldas. El gris corre a través de calles antiguas, adoquinadas, que aún conservan los rieles de los desaparecidos tranvías. Se desplaza por avenidas más amplias deteniéndose en algunas iglesias y parques. La iglesia de los Sacramentinos, la de San Alfonso, la de Santa Gemita, se cubren de cenizas al paso del gris. Templos grisáceos que funden sus agujas, cúpulas y cruces con un cielo denso, impenetrable. El gris de Santiago se expande hasta las últimas barriadas, las más lejanas y las más olvidadas, las poblaciones que cuelgan del mapa aferrándose a Santiago como aquellos seres marinos provistos de ventosas que se adhieren a las rocas o a otros seres. Así crecen las poblaciones en las cuales no existen grandes templos ni basílicas, sino pequeñas capillas y templos evangélicos donde se refugian algunos creyentes. Santiago respira y exhala gris, salvo aquella joven que pasea ¿Tendrá veinte o veinticinco años? Su rostro es joven, pero hay algo que la envejece. Su movimiento es irregular, se mueve en la ciudad como si buscara la salida de un laberinto. Avanza hacia el norte, dobla a la izquierda y continua su marcha, cruza la calle y retrocede, vuelve a doblar por donde antes lo había hecho, llega a la misma calle de la cual salió hace un rato. Avanza insegura sobre el gris. Desde lejos no se pueden apreciar bien sus ojos, pero hay un gesto en sus facciones que la hacen ver, desde la distancia, preocupada, insegura, como si buscara algo o a alguien en las calles. Pero la calle está desierta, sólo unos niños juegan a la pelota rompiendo el silencio de aquellas horas, y una mueblería, según dice un letrero descolorido, tiene su cortina levantada en espera de clientes. Ella pasa frente a los niños, que la ignoran y frente a los mueblistas, o debiera decir muebleros, que la siguen con la mirada y le lanzan un piropo. Ella algo alcanza a escuchar, pero prefiere no tratar de recomponer las palabras que le han arrojado y las deja pasar, sabe que no pierde nada. Viste con sencillez, pero con cuidado. Existe en su ropa cierta armonía en los colores, como si el gris no hubiese reparado en ella o como si no hubiese podido colgarse de su aroma. Una bufanda protege su cuello de las inclemencias del gris otoño. Sus hombros delgados, reciben a su pelo suelto y negro como negros son sus zapatos que pisan la vereda gris y las hojas de plátanos orientales que han caído durante las primeras horas de la mañana. Repasa mentalmente las indicaciones y mira su reloj. Confirma su atraso y eso la impacienta. Cuenta las cuadras que ha caminado desde que bajó del micro. Las vuelve a contar y recuerda los nombres de las calles por las que ha pasado. Doctor Johow, Eduardo Castillo, Brown Sur, Dublé Almeida. Difícil tarea la de bautizar calles, piensa y acelera el tranco levantado una suave corriente de aire con sus pisadas que provoca que las hojas caídas se levanten un instante fugaz antes de volver a caer para siempre. Ya no le falta nada y es cosa de segundos para calmar los nervios que la están matando, se miente de esa forma para no herir su orgullo, sabe que seguirá nerviosa cuando llegué al lugar, y después cuando se vaya, y más tarde cuando duerma acurrucada, transformada en un ovillo tibio, pequeño, frágil, y cuando intente despertar y cuando se duche por la mañana para que el agua se lleve los restos del sueño y trate infructuosamente de espantar sus temores. Sabe que no lo logrará, que todo seguirá igual durante mucho tiempo, pero qué significa mucho tiempo, serán horas, días , semanas o un montón de meses o años arrumbados en una esquina de su memoria.

No quiere pensar en sus nervios ni tampoco en el tiempo, opta por concentrarse en su futuro inmediato. Finalmente ingresa en su campo de visión lo que esperaba, una Fuente de Soda a unos cuantos metros, es su objetivo. No apresura su marcha y trata de mantener bajo control su ritmo cardíaco, quisiera mirar hacia atrás y comprobar por enésima vez que nadie la ha seguido, pero eso tal vez la desenmascare, así que avanza confiada mientras tararea la canción de Nino Bravo que suena en todas las radios y en todos los canales. Ingresa al local que esta casi vacío, un par de garzones conversan apoyados en la barra, mientras limpian unas conchas de locos, que hacen las veces de ceniceros. En las paredes una inmensa fotografía de un primaveral paisaje extranjero la hace olvidar, por un segundo, el gris de Santiago. Más allá un calendario con la imagen de Fabianni gritando un gol la saluda. Se acomoda en una mesa cercana a la ventana, dos mesas más allá un hombre le da la espalda, ha de ser Octavio, piensa como no queriendo pensarlo y lo mira de reojo sin querer verlo. Sabe que es él, no necesita confirmarlo. Un garzón joven se le acerca y le ofrece tomarle el pedido, qué se va a servir la señorita, dice muy compuesto, tratando a aparecer más elegante de lo que puede, ella se sobresalta pero maneja la situación como una actriz avezada, con una mano se ordena el cabello y así distrae la atención del mozo que se fija en el movimiento que ella realiza, después de un momento de cavilaciones ella le pide un refresco y ocupa esa palabra a sabiendas que sólo se utiliza en las películas o en cierta literatura, el mozo la mira con cara de pregunta, entonces ella le traduce según las tradiciones de la ciudad, me gustaría un jugo de piña, le dice y sonríe. El mozo se retira y ella vuelve a buscar con la mirada la espalda de Octavio, pero ya no lo ve, se desconcierta por un instante, pero vuelve a la tranquilidad cuando ve en el suelo al lado de la silla que ocupaba Octavio, un pequeño bolso oscuro, por eso ha venido, piensa mientas se levanta y lo recoge con naturalidad, consciente de que nadie la observa. Le gustaría abrirlo, pero sería pasar a llevar la confianza, lo levanta y trata de calcularle el peso, como si ella supiera de esas cosas, serán dos o tres kilos, se dice poco segura de sus conjeturas. En definitiva ella es sólo una mensajera y no debe hacerse preguntas. El garzón le ha servido el jugo y ella lo bebe lentamente saboreando la textura de la piña que se ha logrado filtrar hasta aquel brebaje. Sabe que Octavio ya se ha alejado algunas cuadras y que en ese minuto debe ir contando los metros que ha caminado desde que abandonó la Fuente de Soda. Pedir y pagar la cuenta han sido un solo acto, enérgico pero simple. Lo necesario para pasar desapercibida, sin resultar maleducada ni descortés. La propina no es generosa, ni miserable, un par de monedas dejadas con discreción sobre la mesa, para como están los tiempos, no es poca cosa. Un gesto imprescindible para ser olvidada o por lo menos confundida entre los clientes del día. Han pasado un par de minutos y le corresponde iniciar su retirada, pero hay algo que la intranquiliza, lástima que no pueda definirlo, les gustaría conocer más palabras para poder referirse a esa sensación extraña que se aloja en la boca del estómago, algo como el cuerpo de un pájaro que se comienza a agitar dentro de ella, un estremecimiento que recorre su espalda, algo que nació cuando vio la espalda de Octavio y creyó no reconocerlo, pero finalmente se convenció cuando pudo distinguir sus manos, pero en qué momento pensó que aquella espalda y aquellas manos, que fue todo lo que pudo ver, correspondían a Octavio. Sus nervios la vuelven a traicionar y la hacen caer nuevamente en la trampa de la preguntas. Se levanta con calma, acomoda el bolso a la palma de su mano, y ale de la Fuente de Soda. Piensa que todavía es temprano y que le quedan muchas cosas por hacer, por lo menos ya ha cumplido con este encargo, sólo le queda esperar hasta la tarde para poder entregarlo. Desde la distancia se ve que camina más segura, con una mano sostiene el bolso y la otra la ha guardado en uno de sus bolsillos, seguramente por el frío. Levanta la mirada y la detiene, primero en los árboles y después la dirige hacia el cielo. Consulta su reloj de forma automática. Ojalá que llueva, así desaparecería todo este frío, piensa y se imagina caminando por las calles de un Santiago húmedo, y siente que la lluvia resbala desde su cabeza y baja por su cabello hasta sus hombros y desde ahí recorre las curvas de su cuerpo hasta desembocar en el suelo, como si ella fuera el curso de un río que escurre hasta disolverse en el mar. Se imagina caminando bajo una lluvia persistente, abundante sin mayor protección que la ropa que anda trayendo en ese momento, y le resulta curioso pensar en la ropa como una forma de protección, una especie de armadura, un escudo detrás del cual ampararse, una guarida. Se nota un poco distraída, seguramente sus disquisiciones sobre el clima y la ropa la han hecho disminuir su atención, por eso no siente el ruido del Opala cuando se le aproxima, desde lejos se distingue su sorpresa, cuando el auto se detiene a su lado. El forcejeo no es escandaloso, se nota que los tipos saben hacer su trabajo. Las puertas del auto se cierran con energía y reinicia su marcha ahora con mayor velocidad, nadie se ha percatado del episodio, salvo un par de niños que juegan a la pelota en una calle y que han detenido su jugo por un instante para contemplar el incidente.





Leer mas: IMÁGENES DE RUMANIA. Juan Ignacio Colil Abricot.


 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2005 
A Página Principal
| A Archivo Juan Ignacio Colil | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
PASEO OTOÑAL: Juan Ignacio Colil Abricot.
Cuento de "8cho Relatos", 2003.