1.- Como pocos, el destino literario de Howard Phillips
Lovecraft (Providence, Rhode Island, 1890-1937) fue haciéndose desde
el desconocimiento total (cuando publicó su primer relato “El noble
fisgón” su miedo aún no era visible más allá de sus cuartillas esbozadas
a la edad de siete años) hasta la influencia decisiva en millares de
escritores no sólo de su territorio sino allende de los mares (sus
cuentos “El color surgido del espacio” o “La pesadilla de Innsmouth”
siguen reproduciendo ese goce inefable que sintió por lo abominable y
execrable que encubre no sólo a la existencia, sino a la especie
humana).
2.- Sabemos que no se propuso en la vida más que escribir y
sobrevivir con los poquísimos, escasos réditos que le deparaban ese
oficio paciente que reconoció después de maravillarse ante las
ilustraciones de Gustave Doré, dibujante y litógrafo francés que admiró
en vida. Imposibilitado para ganarse el sustento a través de la fuerza
de la razón financiera o del comercio, el escritor de marras se
sumergió, sobreprotegido por su familia, en los mares profundos del
terror cósmico: el que no estaba fuera de su cuerpo, sino profundamente
ligado a los latidos de su corazón.
3.- Lovecraft no se propuso
invadir su terruño estadounidense con los “muertos” y “fantasmas”
medievales que aterrorizaron a millares de lectores europeos en la época
romántica, sino con un monstruo mucho más ilimitado que había creído
domesticar el ser humano a fuerza de una razón mercantilista y
protestante: los cultos profundos del bien y del mal o el poder de la
imaginación que pervive más allá de toda moral.
4.- Cuando el
lector estadounidense leyó los relatos de Lovecraft, se encontró con su
propio rostro original o primigenio, que el progreso y la tecnología
industrial habían tratado de dejar encerrado en el sótano de alguna
casona: el ser abominable es inherente al ser humano. “Está ahí”. Sólo
falta pulsar las fibras más íntimas del terror y del miedo humano para
despertar a “eso” que nos invalida (o borra) en el plano cósmico: los
cultos olvidados o primitivos anteriores a la humanidad.
5.- Los
relatos de Lovecraft apelan a la repulsión y la aversión humanas no
tanto por la humanidad como por establecer una diferencia racional con
su medio social: el escritor se creía descendiente puro de la
ascendencia británica y detestaba profundamente a la sociedad abigarrada
de Providence.
6.- El sentido más latente y nunca visto por sus
lectores casuales en sus relatos es la sola certidumbre de que Lovecraft
predica el odio de una manera totalmente enlazada con el puritanismo:
sin puños levantados, sin gestos amenazadores, sin emitir ningún
exabrupto.
7.- Nada más execrable en Lovecraft que esto: no creía
ni por asomo en la creencia que había heredado de sus padres. Las “Mil y
una noches” le atraía en mayor medida que la “Biblia”.
8.-
Sacrílego, detestable, impío, monstruoso, horrible, pecaminoso, oscuro,
terrorífico y otros términos de la misma certidumbre se resumen en esta
sola palabra casi reverenciada por nuestro escritor de Providence:
“abominable”.
9.- El mayor descubrimiento de Lovecraft es este:
igual que el pintor Bacon, el autor de los Mitos de Cthulhu develó que
en cada ser humano hay un “ídolo” arraigado profundamente en la
sangre.
10.- Maestro del género del terror y uno de los
precursores de la ciencia ficción, Lovecraft también es uno de los
pioneros en conjurar hechos literarios que han rebasado la realidad o se
han hecho más reales que ella misma: El libro “Necronomicon (Al-Azif)”,
cuyo autor es el árabe Abdul Alhazred, un poeta loco del Samaa al Yemen,
que se supone floreció en el periodo de los califas omeyas hacia el año
700, tiene hoy más que un lector a la espera de toparse con sus lomos
nunca totalmente desgastados por el tiempo en alguna oscura
biblioteca.
11.- El “Necronomicon”, el famoso tratado de magia
negra, en realidad no existe o nunca existió más que en la imaginación o
en los relatos de Lovecraft. Sin embargo, su historial ficticio refiere
que fue escrito en Damasco hacia el año 730 con el título original de
Al-Azif. Azif es la palabra utilizada por los árabes para designar los
sonidos nocturnos (producidos por los insectos), que se cree son
aullidos de los demonios. Más tarde, en el 950, aparece la versión
griega de Theodorus Philetas. Cien años después el libro es condenado
por el patriarca Miguel. El texto árabe se pierde, pero finalmente el
texto del Necronomicon llega a nosotros por medio de la traducción
latina de Olaus Wormius realizada en 1228. Tal la leyenda que me toca
introducir modestamente en Bolivia.
12.- Otro tanto ocurre con
los Mitos de Cthulhu cuya referencia intelectual es el Necronomicon, el
tratado donde se da cuenta de este dios sacrílego. Todos los adoradores
de Cthulhu suelen atravesar ominosas peripecias para llegar a obtener la
información necesaria de este arcano maldito, que contiene las claves
para permitir el regreso triunfal y apocalíptico de Cthulhu y sus
huestes a la Tierra de donde fueron desterrados.
13.-
Refiriéndose a estos mitos dijo Lovecraft: “Todos mis relatos, por muy
distintos que sean entre sí, se basan en la idea central de que antaño
nuestro mundo fue poblado por otras razas que, por practicar la magia
negra, perdieron sus conquistas y fueron expulsadas; pero viven aún en
el Exterior, dispuestas en todo momento a volver a apoderarse de la
Tierra”.
(Este ensayo fue publicado en
el suplemento literario
“Salamandra” del periódico Pulso de La Paz,
Bolivia)