"Mi amante me aguarda en el
fondo del mar".
(Federico García Lorca)
Los sexos masculinos trotan demasiado rápido últimamente.
El mar en cambio con sus millones de años lame lento, persistente,
rítmico. Hurgonea curioso la misma roca acicalada con su melena
de huiros al pie del precipicio en esa punta olvidada por todos allá
en el puerto de San Vicente. Arriba está Tumbes por el costado
derecho.
La roca abre sus miles de ojos con un despertar diferente cada día.
El mar conserva los ritos. Retozón. Conoce la palabra siempre.
Huye de lo repetido. Ahíto de pausas. Martillando silencio
aullador. Intenso. Sabio. Truena con fuerza. A golpe de olas rabiosas
e insurgentes va desgranando abejas salinas para su reina geológica
y la viste de mieles. La espera nunca tendrá nombre de susto.
El mar con sus estalactitas de espuma salta cubre penetra hasta deshacerse
para quedar estampado ahuecando su nido en ese jardín pétreo
de algas juguetonas.
La roca vestida de reina con el océano sobre su falda entre
sus piernas nos mira sorprendida por nuestro desconsuelo.
Es que los sexos masculinos trotan demasiado rápido últimamente.
Un alcatraz
de oro para cada niña
"Tal vez nos encontremos preguntándonos
a nosotras mismas
hasta que punto la supresión de los ritos femeninos
han supuesto en realidad la supresión de los derechos de las
mujeres"
(del libro "When God Was a Woman" de Merlin Stone)
¡Anda! ¡Vuela!, dijo él, un limador desalmado
con su candado al cinto. Levantó sus miles de años.
Sintió el abismo venir a su encuentro. Desalada. Desarmada.
Desarticulada. Él esperó. Frío.
Inaccesible. La miró esquinado y con voz queda la azotó
con cada una de sus palabras lanzándoselas sobre la poca cal
de sus huesos sobre la poca ilusión transformada en desierto:
¡Ves! ¡No se puede!
A ella la rozó una leve brisa. Le pareció ver plumas
aprendiendo a juntarse para sucesivos intentos. Comprendió
que para ella no había más mundo que esa jaula.
Un alcatraz de oro para cada niña. Pelícano. Ave loca
¡sin lima! Sin siquiera una limadura. Entregó sus ganas.
Suspendida desde una alcándara colgando ansias en anzuelos
celestes supo con terror que derrotar los límites era sólo
un sueño. Hasta ese día. Sólo hasta ese día
soñó que no había rejas.
¿Dónde están? Brisa. Plumas. Fresas. Intentos.
Sin embargo tanto oro. A ella no le gusta el oro.