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Iluminación y realidad, o la posibilidad de una idea.
Presentación de Paseantes, de Diego Alfaro Palma

Rodrigo Arroyo C.


Pero un signo visible es la ausencia.
Rolando Cárdenas

Quizá la mayor crítica que podríamos plantearnos en términos actuales sería la certeza en las palabras, que actúa como ruptura a una tradición con tintes franceses y que describe la relación entre vida y literatura. La figura del lector que plantea Piglia poniendo énfasis en Kafka, Joyce, o Bolaño proponiéndolos como sujetos en los cuales no existe división entre términos vitales y producción intelectual o literaria. En el caso de Bolaño, esto se vería reflejado por la relevancia del infrarrealismo surgido en México, no el de Roberto Matta una vez que Bretón lo expulsa del grupo surrealista, claro. O en Joyce y Kafka pensando en la escritura como un todo que configura de inmediato la figura del lector, más específicamente a partir del género epistolar. Cuando hablo de vida y literatura no me refiero a datos o situaciones propias de la biografía en relación a la escritura, sino cómo ellas, o la vida se vuelcan hacia la literatura y es ella quién deforma el habla y fuerza una poética. Así, la experiencia no es el lector ejerciendo su función, digamos leyendo, sino más bien la literatura como posibilidad. La experiencia así no sería un relato de hechos pasados sino la posibilidad de un habla otra. Como aquella verdad de la cual hablaba Celan, que aparecería en pleno torbellino de metáforas. Haciéndonos pensar en el poema como una posibilidad de lenguaje que poco a poco va desprendiéndose del mismo lenguaje que le constituye para llegar a ser una idea, tomando la descripción que Benjamin realiza, esto es: “Una manifestación del ser completamente desvinculada del lenguaje”. Y quizá la desvinculación o la duda en el lenguaje sea la el momento en que la idea supera al hombre que la crea, porque va más allá, mientras que un poema siempre conserva cierta residencia en la mano, en la voz de la cual nace; en resumen, algo repetido, esto es un trabajo solitario, más allá de cualquier deseo de agruparse.

No lo sé, pienso en el tema generacional, en las antologías y proyectos editoriales, pienso en ¿Cuál será el espacio dejado luego de los proyectos militantes, o los grupos nada más? ¿Cuándo el poema abandonó la posibilidad de ser una idea para ser sólo una residencia de la voz?

Empuñó –sin gesto- Señala Diego Alfaro (Limache, 1984) en Paseantes (Ed. Del Temple 2010) tomando distancia inmediata del poema como una posibilidad (un espacio, cierta territorialidad) de acoger una posición política; o de otro modo, diciendo que el poema es una política. Hecho que lo distingue rápidamente de lo que, por razones taxonómicas o simplemente torpes, señalamos como generación. El poema es una política, así entonces la militancia se da desde y hacia la página, cualquiera que esta sea; porque la realidad, el exterior se abre camino a través de las palabras. No es necesario entonces el gesto romántico del yo que es parte y actor de su propio tiempo. Es aquello una visión un tanto precaria si pensamos, como Lukács, que de una u otra forma la realidad se ve reflejada a través de las palabras, del lenguaje. O si vemos que la realidad se da ya, en verdad hace mucho tiempo, desde las mismas lecturas, desde la misma literatura; y desde esa posición, o desde esa forma de pensar la realidad como posible es que Diego toma una decisión que replica ese empuñar sin gesto. Me refiero con esto a la temprana renuncia o toma de distancia respecto a la filiación que podríamos establecer con Baudelaire a propósito del título de este libro, Paseantes, para plantear el poema como la posibilidad de una idea. Más que un continuum que le permita la inserción segura en el ámbito literario.  

La realidad que nos queda, la que se vislumbra, no es sino aquella de la derrota, de lo acabado; como podemos ver en el poema Aurelia, la realidad se presenta como una luz, una lámpara, que ilumina un espacio iluminado ya por la literatura. Digo esto pese a todos los clichés que puedan existir al respecto. Me explico, lo que Diego hace es poner un manto, un tupido velo que no sería sino un guiño al barroco, y al hacerlo instala una duda sobre esta tensión realidad-literatura. La luminosa certeza de la realidad contrasta con la oscuridad o realidad iluminada en forma artificial que representa (o es) la realidad del poeta, de quién escribe, de quién lee.

Una tensión que resulta atractiva, pero riesgosa en Paseantes, es la alegoría. Digo esto cuando Diego alude a Charlie Brown o Elmer Fudd, por ejemplo, lo hace estructurando un relato, una historia en tono alegórico, que termina en el desarrollo del poema, con la sensación de una metáfora, en vez de una consecución de ellas, como consistiría en una alegoría. El riesgo viene por lo acotado de este ejercicio y no porque, torpemente, pueda creerse que estemos ante una prosa versificada; es riesgoso quizá porque exhibe más camino del que recorre, porque podría ir más allá, porque no es la reducción iconográfica a la que alude sino más bien al relato. Digo esto pensando en dos ejemplos de representación iconográfica que han sido rescatados desde el campo de las artes visuales. Me refiero al caso de Jemmy Button y al del náufrago en Eugenio Dittborn. Me detendré en este último a partir del análisis que hace Carlos Pérez Villalobos (1). En su revisión, lo que hace Pérez Villalobos es exhibir la relación que la imagen del náufrago implica en términos de una economía de medios, como punto de unión con las Aeropostales de Dittborn. En otras palabras, Diego exhibe una historia menor, en el sentido que tiene menos aristas, como estuviese muy lejos del punto de fuga que él mismo dibuja. El náufrago debe su condición a que ha devenido de un naufragio, así entonces es lógico preguntarse, ¿De qué devino Fudd, o Charly Brown? Digo, más allá del drama personal del dibujante; más allá del yo del dibujante. En ese sentido una lectura que va a la par de sus propios puntos de fuga es la que podemos hallar en el poema Aurelia. Pero una salvedad; quizá este riesgo, seamos honestos, no exista para un lector centrado sólo en poesía digamos de origen literario, incapaz de establecer vínculos con otras disciplinas. Pese a todo eso, estos poemas estructuran el núcleo central del libro, en términos precarios: su fortaleza. Pero también, irónicamente, su riesgo. Porque al parecer, ese empuñar sin gesto, se transformaría en gesto al no encontrar un contexto de semejante densidad de sentido, más que de referencia, en el resto del libro. Lo importante para destacar es que no todo libro es capaz de generar estas tensiones; y a la vez, no todo lector es capaz de notarlo.

Volviendo sobre el poema Aurelia, que configura la presentación de este libro y en parte su lectura,vemos que nos lleva, o nos sugiere, más allá de la posibilidad de un género dentro de otro, el tema de la realidad la escritura y la derrota, como un todo que rodea al poeta, quién lee a una posible prostituta. Siendo tal vez ella un guiño al vínculo que Panero establece con Thomas de Quincey en su poema Condesa Morfina. La prostituta como una salvadora, en este caso, y recordando la lectura que hace Piglia sobre Kafka y Felice Bauer, Diego señala en forma oblicua quizá el género epistolar; la correspondencia que señala la figura del lector. James Joyce y Nora Barnacle, también, y lo digo no por resaltar  la inclusión o superposición de un género sobre otro, sino más bien por la relación entre realidad, escritura y derrota. La posibilidad de realidad ante el abandono y soledad de la escritura se resuelve al inventarse un lector, una lectora en este caso:

y sin palabra alguna
-porque sólo ellas sobran en esta escena-
compartes la lectura en un acto de amor

Porque al igual que en el poema Charly Brown, Diego insiste en cuestionar la relación de la realidad y la literatura como una posibilidad vital, punto que lo aleja de escrituras centradas, por ejemplo, en la experiencia del sujeto; qué, digámoslo -libros más teorías más, libros menos teorías menos- es creer en la figura del poeta en un sentido Romántico; hecho que va en desmedro de la producción poética al caer en la valoración de la individualidad. Recordando a Blanchot, porque más allá de recordar y rodearnos de autores, es preferible a veces atravesar ciertos libros que no cesan de ofrecernos capas de lectura. Y cierta repetición de lecturas señala a contrapelo las ausencias. Así, recuerdo a Blanchot hablando de  una degradación de la poesía cuando estamos frente a una valorización de la individualidad.

Pensando en las ausencias y a modo de conclusión creo que la pregunta más pertinente para la lectura de este libro tal vez sería: ¿Cuál es la verdadera importancia de los poemas en un libro de poesía? Digo esto pensando en la cantidad, en el uso del lenguaje, en el orden de los poemas, etc. Si la poética se cubre, o se oculta en ellos –de poemas- habrá entonces que buscar el sentido de tal operación. Porque no hay que confundir las cosas. No por existir un conjunto de poemas existe un libro, una poética, una mirada, una idea. Lo interesante en ese sentido es preguntarnos ¿Por qué Paseantes la esconde, o la camufla dentro de poemas?

Y para responder sería bueno recordar la anécdota de la página perdida de Gombrowicz (2), y también a partir del epígrafe de esta presentación: pero un signo visible es la ausencia. Entonces, la duda, la incertidumbre que buscamos en la poesía es una ausencia llevada al poema en sí; como si el poema guardase algo de ausencia de sí mismo dentro de sí, como si un compromiso con el poema fuese ir poco a poco retirándole palabras, para dejar luego un cuerpo a la imaginación. Como aquel que la amada registra con barro en el muro para recordar el cuerpo del amado, siendo esta escena el mito de origen de la pintura, de Plinio el viejo. Algo mucho más denso e inefable como para catalogarlo de metapoesía. Algo cercano al arte poética, pero que va más allá aún pues no se pregunta por la poesía, sino por las ausencias que a ella le permiten ser tal.
  
Y esto Diego lo deja entrever en el poema Intersticios:

y al contrario de la poesía
hallar la blancura.

¿Será entonces que la poesía se agota en el resultado, en el poema?

Esa, creo, es la duda que combate Aurelia, y que los poemas que le acompañan tratan de esconder, para hacerlo evidente, para ver quizá en la ausencia aquella música que nos salvó la vida.

 

 

 NOTAS

(1).- PÉREZ V. Carlos, La Dieta Del Náufrago, en Políticas y estéticas de la memoria, Nelly Richard/editora, Ed. Cuarto Propio, Santiago 2006, pág. 191.

(2).- PIGLIA Ricardo, El escritor como lector, en Cátedra Roberto Bolaño. Conferencias 2007, Ed. Diego Portales, Santiago. 2008. Pág. 46. Lo que narra Piglia es el la reunión entre el escritor polaco Witold Gombrowicz y el editor de Fabril, Jacobo Muchnik. Gombrowicz propone, ante la oferta de una edición amplia y popular de su novela Ferdydurke, la publicación de un libro de gran importancia según las palabras del escritor polaco, y que se encontraba aún escribiendo. Y como prueba le da a leer una página, pero el editor rechaza la propuesta argumentando que él nunca ha publicado un libro sin leerlo completamente. Ante esa respuesta Gombrowicz arranca la página y se la entrega, retirándose del lugar. Finaliza Piglia diciendo que lo que los escritores argentinos, y él mismo por supuesto, imaginan, es cómo habría sido esa página que Gombrowicz dio de prueba a su editor.


 

 

 

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Iluminación y realidad, o la posibilidad de una idea.
Presentación de "Paseantes", de Diego Alfaro Palma.
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