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Acerca del libro MENESTER de Ángela Neira: su primer poemario.

Rosa Emilia del Pilar Alcayaga Toro
Universidad de Playa Ancha
rosaalcayagatoro@gmail.com






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Cuando nos referimos a las mujeres no podemos dejar de decir –y de decirnos siempre- que hemos sido expropiadas, desposeídas a la fuerza de nuestro cuerpo, como ese territorio desvalijado, arrebatado y excluido, sin nombre e innombrable, porque en la alianza patriarcado-modernidad, pensemos en un solo ejemplo, la dicotómica ecuación binaria  cuerpo/alma, en donde el alma es la jerarquía dominante, ¿qué es el alma?, me pregunto, en un constructo que niega, definitivamente, a ese cuerpo que califica de inferior, siempre subordinado a su superior jerárquico, en donde la carne es rebajada, carne-materialidad que se oblitera, que se muestra como en las carnicerías, despostada, por pedazos, como animales de exposición, muertos, así se exhiben el culo y las tetas en esa gran vidriera que es la televisión, ese pedazo de carne sin voz, porque, en esta alianza patriarcado-modernidad, los filósofos modernos, adalides del racionalismo, en una mancuerna, muy conveniente para ambos, con la ideología cristiana, dan prioridad y arman toda su batería conceptual a partir de categorías abstractas. “Mientras intentas desdibujar las cicatrices de tu lacerante país / Al fondo del pabellón / Pedazos de carne / Se inventan un cuerpo.”, (del poema El pabellón, p.19). Bajo las coordenadas del humanismo tradicional, es decir, en esta ideología humanista, el Ser es el único autor de la Historia y del texto literario, el creador humanista es potente, fálico y masculino, en otras palabras es Dios en relación con el mundo, es el autor en relación con el texto[1]. El Ser con mayúscula, como dice el filósofo Enrique Dusel, ese Ser aristotélico, es un hombre griego, en una sociedad de esclavos, en donde las mujeres no tenían acceso al ágora, donde eran consideradas inferiores, poco menos que los esclavos, en donde solo una elite de hombres blancos privilegiados podía hablar, no cabe duda que, ese Ser, es fálico y masculino. Y de ahí a todo Occidente. Base de la cultura occidental. Entonces, pensar desde el cuerpo es una tarea que, a través  de la literatura, transforma este quehacer escritural en subversión, como afirma Eva Löfquist “el acto de escribir de las mujeres es un acto subversivo: una forma de definirse y de definir la experiencia que significa vivir en un cuerpo femenino”[2]. Repensar el cuerpo y escribir desde el cuerpo como leemos en Ángela Neira: “Cada vez que te arrastras explosivamente / por mi entrepierna / Creyendo que la masturbación es la extensión del clímax / Creyendo que cuando me introduces la lengua en los labios / Estamos rindiendo homenaje a la tradición oral…”, (del poema “Orgasmo”, p.26-27).

MENESTER se llama este libro de Ángela Neira. El diccionario define MENESTER como necesidad de algo, como ocupación, empleo. Prefiero quedarme con el sentido que le daba mi madre a esta palabra, allá en el sur, cuando hablaba de los ‘menesteres’ de casa y que, como ella decía, era ‘menester’ llevar a cabo. Dicen en la RAE que MENESTER es sinónimo de carencia y privación. Ahí están los menesterosos. Eso es. Escribimos para contar lo que nos pasa. De aquello que carencia la literatura bajo el dominio del canon patriarcal. Y por eso tenemos urgencia de escribir y de contar: en nuestros escritos está la sangre, así lo expresa Frida Kahlo, en su diario de vida: “Hay sangre en mi pintura, está la muerte, estoy yo. ¿Mujer herida? Sí. Casi siempre está mi firma rojo sangre…”. Este líquido tan propio. Líquido que viaja a través de todo el poemario de Ángela Neira, no solo en su libro, ahí está la sangre que recorre las páginas de una innumerable colección de escritoras mujeres, así también escurre entre las páginas de MENESTER. “Limpia la sangre de tu corazón / La sangre de tu corazón / La sangre de tu corazón. / Pensemos que fue la sangre de tu corazón, / Ya cállate, / Que luego vamos a limpiar las manchas del suelo.”, (del poema II Ya vamos a limpiar las manchas del suelo, p.44-45). Y no solo la sangre. Recurrente son los conceptos dolor y placer. La poeta escribe: “Dolores infernales / Dolor es placer / Un jugo caliente baja por la entrepierna.”, (del poema I Visita, p.43). Placer del sexo que nos fue vedado por el dogma cristiano y que los filósofos clásicos y modernos eludieron. ¿Por qué?, preguntamos. Y  Susana Münnich encuentra las razones en la tercera disertación del texto Genealogía de la moral, de Nietzsche. “El temor del sufrimiento impulsó a los filósofos a encontrar refugio y seguridad en ciertas categorías vacías como el Ser, el alma, la inmortalidad, lo trascendente, y (sobre todo, decimos nosotras) les impulsó a  poner a distancia a la mujer. Los pensadores no fueron en esto diferentes de los sacerdotes cristianos: rechazaron la felicidad, pero no porque ella misma en sí fuera despreciable, sino porque la articularon con el dolor. La dicha del cuerpo en el sexo es indudable, pensaban, pero después de la alegría viene el dolor (…) Renunciado el placer, por lo menos, se puede estar seguro de que el dolor inevitablemente asociado jamás tomará por sorpresa al que renunció a su opuesto”[3]. No es el dolor y el placer un territorio ajeno ni despoblado para nosotras aunque nos hayan callado y reprimido, está ahí como un símbolo de fortaleza parapetado en nuestro cuerpo y expresado en un gesto de independencia frente a la heterosexualidad obligatoria que nos han impuesto. Sabemos los riesgos: “Unas manos tan grandes aprietan el cuello / Una mujer no sonríe”, (poema II Las primeras luces, p.54), pero la escritora-poeta no calla. Las escritoras no callan. Hablar-escribir. Escribir-hablar en un continuo arriesgado. Pues bien, tanto la heterosexualidad obligatoria como el contrato sexual conforman un dispositivo de poder que limita, a hombres y mujeres, en los contenidos de su sexualidad. Y “Hemos aprendido a obtener placer, bajo condiciones de sojuzgamiento” (Silvia Federici), en otras palabras, mujeres programadas para que esa relación sexual sea placentera para el hombre, no importa lo que sentimos o nos pase a nosotras. Heterosexualidad obligatoria y contrato sexual, ambos imprescindibles para la continuidad misma del orden socio-simbólico patriarcal. Escribir, entonces, es una forma de resistencia a las instituciones "hechas por los hombres", un ejercicio de resistencia a la heterosexualidad como fórmula única. “Sucede que ahora tú eres la víctima / Y no lo sabes / Debe ser que todo en la vida se paga. / Cruelmente disfruto cómo mi puñal / Se entierra en tus vísceras / Y las rompe / Y las desangra…”, (del poema Sucede que ahora tú eres la víctima, p.39-40). El acto de creación es un acto de traerse al mundo (es decir, de crear y crearse) literalmente a través de la palabra. “Históricamente la mujer y sus sentimientos, experiencias, quehaceres, han sido descritos por hombres. (…) La mujer ha tenido que soportar su descripción hecha fundamentalmente por hombres, incluso en los campos más íntimos: la sexualidad y la maternidad”.[4] Si las mujeres han sido escritas por los hombres entonces las escritoras tienen motivos más que suficientes para hablar sobre sí mismas, desde sí mismas. Ángela Neira es una de ellas. Para lograr ese objetivo habrá que seguir descubriendo nuevas formas y nuevos géneros, en suma lo prioritario es intentar  “apoderarse de la palabra para ‘nombrar el mundo en femenino’” (María Milagros Rivera). Los fundamentos de tal aseveración, los encontramos en Michel Foucault: donde hay poder hay resistencia contra el orden establecido, así también, decimos nosotras, resistencia contra las relaciones desiguales de poder entre los sexos, contra los cánones literarios. Ángela Neira escribe lúcida, dice ella, consciente, dice ella, se ha propuesto abordar con precisión una arista ineludible, dice ella: el lenguaje. Las voces mujeriles que, como una nueva ideología, en un proceso de renovación de la cultura, abren nuevos caminos creativos y simbólicos en el espacio instaurado por el encuentro y la superposición parcial entre dos sistemas, el sistema literario tradicional canonizado, con otro sistema de escritura que vendría a ser el femenino/feminista. A la hora de escribir, las poetas fluctúan, variablemente, entre dos tendencias básicas, una de ellas es asumir el discurso predominante, en este caso, el sistema masculino-canónico, y/o, levantar su individualidad discursiva asumiendo, consciente o inconscientemente, otra mirada, y, en ese choque, se genera una síntesis que va desde aceptar las imposiciones del canon o bien, por el contrario, generar textos subversivos. Afirmación que, desde la óptica bajtiniana, permite sustentar que el lenguaje deviene territorio en donde se expresan distintas visiones ideológicas: si bien todos emplean igual lenguaje, no todos tienen los mismos intereses, intereses relativos al poder que confluyen en el signo. “La intersección entre estos dos mundos genera la contradicción que las escritoras sufren (…) o tal como Mercedes Arriaga (2002) sentencia de forma perspicaz: ‘la contradicción es la única forma de mantener juntas a la mujer y a la escritora” (Di Bennardo, 2009: 32-34)[5]. Hay un largo camino, entonces, por recorrer; y es necesario comenzar un “proceso de exorcismo” del espíritu masculino que nos ha sido impuesto. “Me sentaré sin rostro frente al espejo / Con la imagen gastada del roce de una pupila con un párpado / Con el deseo de articular una palabra que sea el sonido de MI / Silencio.”, (del poema A César Vallejo, p.46-47). Colocar en tela de juicio los preceptos cognitivos determinados por la sociedad patriarcal que rigen a la cultura occidental desde hace más de dos mil años.

La Sebastiana, Valparaíso (04.12.15)

 

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NOTAS


[1] Moi, Toril. 1988. Teoría literaria feminista. España: Ediciones Cátedra, p.22.

[2] Löfquist, Eva. 2002. “…SE VISTEN, SE PINTAN, SE PEINAN Y POSAN…” ¿LA LITERATURA TIENE SEXO?, artículo publicado en el libro LITERATURA ESCRITA POR MUJERES EN EL ÁMBITO HISPÁNICO. NARRATIVA Y LÍRICA, p. 146.

[3] Münnich B., Susana. 2011. Nietzsche: La verdad es mujer. Santiago de Chile: LOM Ediciones, P.12.

[4] Löfquist, op. cit., p. 145.

[5] Di Bennardo, Filippo G. La insurrección de Lilith. Sevilla: Arcibel Editores.



 



 

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