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Literatura. "Entre paréntesis" de Roberto Bolaño:

La autobiografía de Bolaño

Por Gonzalo Garcés
Artes y Letras de El Mercurio, domingo 19 de septiembre de 2004



Gonzalo Garcés baja del pedestal a Roberto Bolaño y se permite disentir con una de las obras más vivas que se han escrito en nuestra lengua. El punto de partida es "Entre paréntesis", la recopilación de crónicas literarias que muestra los amores, odios y polémicos puntos de vista del autor de "Los detectives salvajes".

No seamos tontos: discutamos con Bolaño. No perdamos la ocasión, no lo despilfarremos, no seamos tontos: ahí está una de las obras más vivas que se han escrito en nuestra lengua; no la pongamos en un pedestal que no ha pedido. En especial este volumen, que reclama a gritos el disenso y hasta la trifulca.

En mayo de este año la editorial Anagrama reunió, editados por Ignacio Echevarría, los ensayos, artículos y discursos publicados por Bolaño en sus últimos cinco años de vida. Ahí está casi Bolaño en persona: opiniones contundentes, retratos de amigos, relatos de viajes, España y Latinoamérica y sueños. Si es cierto, como recuerda Echevarría, que la lectura puede ser una forma de autobiografía, yo precisaría que Entre paréntesis cifra, específicamente, la historia de una voz literaria, la vibrante voz que los lectores de Bolaño conocen. Lo que sigue es un intento de establecer, a través de la discusión de las ideas de Bolaño, algunos puntos clave de esa historia.

"Derivas de la pesada"

La conferencia "Derivas de la pesada", que en su momento provocó no poco revuelo, abre el libro. Bolaño se propone ahí definir las líneas dominantes de la literatura argentina desde Borges. Éste sería un paréntesis apolíneo dentro de una tradición violenta, dionisíaca, "pesada". Muerto Borges quedan tres caminos: Osvaldo Soriano, leve cóctel de humor y tramas policiales, Roberto Arlt, que serviría como sótano de la literatura, pero no como cocina o como biblioteca, y Osvaldo Lambor-ghini, el más cruel de todos, que habría hecho mejor trabajando como pistolero a sueldo. Los tres, según Bolaño, son reacciones antiborgeanas; ninguno, sostiene, sirve para fundar una escuela literaria. Conclusión: hay que releer a Borges.

Puntuado por desplantes y rabietas, el texto es furiosamente cómico. Al hipotético discípulo de Soriano le dice Bolaño: "¿Pero vos sos tonto, piltrafilla, vos tenés agente literario?" En otro punto matiza, comedido: "No tengo nada en contra de las autobiografías, siempre y cuando el que la escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros". Pero, pasada la risa, el imprudente lector que busca una crítica real de la literatura argentina se queda perplejo. Raro, para empezar, ver al autor de Nocturno de Chile o Amberes reclamando más equilibrio apolíneo. Extraños también ciertos accesos de rabia, como éste, memorable: "El San Pablo de Arlt, el fundador de su iglesia, es Ricardo Piglia. A menudo me pregunto: ¿qué hubiera pasado si Piglia, en vez de enamorarse de Arlt, se hubiera enamorado de Gombrowicz?... Con esto no quiero decir que Arlt sea un mal escritor, al contrario, es buenísimo, ni tampoco pretendo decir que Piglia lo sea, al contrario, Piglia me parece uno de los mejores narradores actuales de Latinoamérica. Lo que pasa es que se me hace difícil soportar el desvarío -un desvarío gangsteril, de la pesada- que Piglia teje alrededor de Arlt.".

Contrafactual

Palabras típicas de Bolaño en su potencia y también en su arbitrariedad. ¿Qué hubiera pasado si Piglia se hubiera enamorado de Gombrowicz? Para empezar, Piglia sí se enamoró de Gombrowicz, tanto o más que de Arlt, como comprueba cualquier lector de Formas breves. Pero esto es secundario. La verdad es que Bolaño se apoya en premisas falsas. Primero, la suposición de que la literatura argentina actual es, en sus líneas dominantes, antiborgeana. Basta citar tres o cuatro nombres para desmentirlo, empezando por ese borgeano insigne que es Ricardo Piglia (una cosa es lo que un escritor admira, otra, sus influencias reales, que hay que encontrar en su estilo y no en sus declaraciones). Y esto, de todos modos, importa menos que un hecho que Bolaño no podía ignorar, a saber, que una obra, un escritor, una escuela literaria, no son el producto de una decisión razonada. Su rumbo no depende del modelo elegido, al contrario, un modelo se elige porque articula un anhelo que ya existe. No basta releer a Borges para escribir en una línea borgeana, pero esto Bolaño también lo sabía. En realidad uno siente que refutarlo en los hechos es estéril porque, en el fondo, habla de otra cosa.

¿Qué es, a fin de cuentas, lo que irrita a Bolaño? Creo que el entusiasmo de Piglia por Roberto Arlt contraría, por analogía, el proyecto narrativo de Bolaño. No voy a hablar de Arlt, ni a discutir lo que Piglia escribió realmente sobre él; me interesa lo que Arlt significa en el vocabulario de Bolaño. Sangre, excrementos, bastardía, vida inmediata, infierno latinoamericano: eso es Arlt, eso es la pesada. Y Bolaño como escritor parte de ahí, pero va hacia otra parte. Bolaño, al escribir que "la literatura de la pesada tiene que existir, pero si sólo existe ella, la literatura se acaba", ¿no mira de reojo al joven rabioso que escribió las páginas casi ilegibles de Amberes? Lo dice con todas las letras, por otra parte: "Yo soy una rata apolínea", cosa que, como sabe cualquier rata, es todo un programa: arduo, tal vez inalcanzable, pero que como testimonio de su esfuerzo o como rastros de la lucha puede dejar, por el camino, ficciones tan espléndidas como Los detectives salvajes, Estrella distante, Nocturno de Chile.

Bolaño y Borges

El punto de inflexión en la transformación de Bolaño, el espejo que atraviesa para escribir sus grandes libros, es Borges; esto es, el Borges peculiar de Bolaño, que a veces poco se parece al que otros hemos leído. Y aquí, de nuevo, Entre paréntesis funciona como crónica velada. A lo largo del libro abundan los pasajes críticos sobre autores cuya misma heterogeneidad, dicho sea de paso, recuerda un poco a los catálogos borgeanos: Rodrigo Rey Rosa, César Aira, Ponç Puigdevall, Ivan Turguéniev, Philip K. Dick, Günter Grass, Enrique Lihn, Jaufré Rudel, por mencionar a unos pocos. Pero al hablar de ellos Bolaño a menudo es vago. Al cabo de un tiempo el entusiasmo parece ceder a la fórmula: "Uno de los mejores narradores", "sabe asomarse al abismo", "se adentra en la oscuridad con los ojos abiertos", sobre demasiados dice lo mismo y en el mismo tono. De quien no escribe jamás generalidades, en cambio, y de quien tiene siempre algo sugerente que decir, es sobre el propio Borges. Y no sólo al abordar su obra. Hay giros, hay efectos, de la clase que un buen crítico detecta, que Bolaño toma del argentino, como el modo de terminar ciertas piezas fervorosas con una frase distraída, gris: buen ejemplo es la que dedica a "Los cachorros", de Vargas Llosa, otro de los mejores textos del libro.

¿Qué aportó Borges a la escritura de Bolaño? Sobre esto hay toda una confesión. Cuenta Bolaño que el primer libro que compró al llegar a Europa fue la Obra poética de Borges. "Esa misma noche comencé a leerlo hasta las ocho de la mañana, como si la lectura de esos versos fuera la única lectura posible para mí, la única lectura que me podía distanciar efectivamente de una vida hasta entonces desmesurada" ("El libro que sobrevive", Pág. 185). En otra parte define cierto libro de Borges como "una historia en donde la épica sólo es el reverso de la miseria, en donde la ironía y el humor y unos pocos y esforzados seres humanos a la deriva ocupan el lugar que antes ocupara la épica". El libro en cuestión es Historia universal de la infamia, que es a su vez el antecedente reconocido de una novela de Bolaño, la primera que quiso ver publicada por una editorial importante: La literatura nazi en América. La definición de Bolaño, como antes la polémica con Piglia, no le hace demasiada justicia al libro de Borges (¿"Esforzados seres humanos a la deriva", Billy the Kid y Tom Castro y la viuda Cheng?), pero se ajusta como un guante a otro libro de Bolaño: Los detectives salvajes.

No estoy diciendo que Bolaño sea un epígono de Borges, ni siquiera que haya entre las ficciones de uno y otro filiación visible; parece claro, en cambio, que Bolaño encontró en Borges el emblema que necesitaba para enmarcar a su pesada propia, al caos latinoamericano que era su tema, dentro de otra metáfora más serena: la literatura misma. Por eso La literatura nazi en América, que es una historia del caos bajo la especie de un manual de literatura, es el libro con el que Roberto Bolaño sale al ruedo; por eso, quizá, Bolaño se convirtió en un "escritor sobre escritores", en el cronista de un extraño infierno o laberinto en donde los demonios llevan la máscara de escritores mexicanos, chilenos, españoles, argentinos.

Los sueños

Pero volvamos a Entre paréntesis. A esta altura debería estar claro que el lector de esta recopilación no necesariamente aprenderá algo nuevo sobre literatura, pero se irá, como quien dice, con la imagen de un hombre. Mejor dicho: un hombre que oscila entre una rabia inspirada y cierta contemplación aristocrática, un hombre que por momentos parece hablar desde un campo de batalla donde ceder un solo palmo puede ser fatal y por momentos parece embelesado por las conexiones carnavalescas entre los elementos de la realidad y por momentos, sencillamente, se duerme y sueña. ¿Con qué sueña? Con sus aventuras pasadas, que son de algún modo las de una generación, y con libros. Las opiniones que entonces expresa tienen la urgencia, y también el aire levemente desfasado, de las cosas dichas en sueños. Así en otra de sus crónicas breves: "Los libros, sobre todo si uno los confunde con almohadas, a veces provocan pesadillas. Pese a todo: duermo y leo. La literatura chilena, me digo en medio del sueño, para muchos escritores, para muchos críticos, para muchísimos lectores, es una pesadilla sin vuelta atrás" ("La literatura chilena", Pág. 116).

Torico

Las opiniones literarias de Bolaño, vistas de cerca, no suelen ser demasiado inconformistas; sí lo son sus desplantes, sus digresiones, su sentido mosqueteril de la amistad, su humor, la sentencia disparatada que hace añicos un razonamiento y que, a cambio, instala en primer plano una sonrisa burlona que puede ser, o no, la de Bolaño. "Generalmente las obras que enloquecen a este tipo de mecenas son los falsos autorretratos" (Pág. 194). O: "Ellroy es capaz de bailar la conga mientras el abismo le devuelve la mirada" (Pág. 207). Pero cuando Bolaño parece más fulgurante, más solitario, más fuera de nuestro alcance, es cuando sueña de veras. Hay tres sueños inolvidables en tres piezas del libro. El primero en la desgarrada "Fragmentos de un regreso al país natal", donde Bolaño, en el avión que lo lleva a Chile, sueña que la noche es otro avión, que viaja empotrado en otro avión más grande. Después el Discurso de Caracas, que no es un sueño en absoluto, pero cuyas imágenes se organizan a la manera de un sueño, con un Cervantes envejecido que es de algún modo los huesos de jóvenes generosos sembrados por toda Latinoamérica y la honra del escritor y un coro de treinta mil grillos que reúne, más allá del olvido, a todo lo anterior. Y la mejor de todas, "En busca del Torico de Teruel", donde Bolaño sueña que el Torico camina a su lado y le pregunta si cree que Teruel existe. Antes de que Bolaño pueda contestar afirmativamente, el Torico se da vuelta y dice: "No, mejor no me lo digas".

Si hay un viaje, es imposible no sentir que esto es el final. Un final no violento, pacífico tampoco, ni triste ni feliz, sólo enigmático. Bolaño hasta el último día siguió repartiendo palos, bromeando y a veces recordando que él también alguna vez estuvo en la pesada, pero el momento último de un gran escritor, cuando su perplejidad ante el misterio rebasa lo personal y se convierte en la perplejidad de todos, en Bolaño involucra siempre a un hombre dormido. Ahí está el cura Ibacache dando vueltas en su cama. Ahí está, otra vez, la ventana al final de Los detectives salvajes. ¿Qué hay detrás? Un hombre que sueña que lo ha visto todo y lo ha perdido todo y de pronto entiende todo lo que había que entender, pero antes de poder decirlo el sueño termina.

Los otros paraguas

Negociemos: pongamos que Bolaño, parafraseando a otro expatriado insigne, el irlandés Joyce, puso a dormir a la literatura en castellano. La hizo mirarse en el espejo de la literatura misma, que ocultaba el caos, y después la puso a dormir. Llueve en España mientras termino esta nota. Cuando llegue el otoño boreal proliferarán los autores noveles, otros leerán Entre paréntesis, otros paraguas se encontrarán con otras máquinas de coser sobre las mesas de novedades. La literatura duerme y sueña, y a ellos, a nosotros, a los por venir, les toca despertarla.

Gerona, agosto 2004........

 

Roberto Bolaño
"Entre paréntesis. Ensayos, artículos y conferencias (1998-2003)"
Editorial Anagrama, Barcelona,
2004, 372 páginas.

 

 


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Roberto Bolaño: La autobiografía de Bolaño,
por Gonzalo Garcés,
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio,
19 de septiembre de 2004.