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2666 de Roberto Bolaño

El mastodonte o la fiesta de los críticos


Por Camilo Marks
Revista de Libros de El Mercurio, viernes 3 de diciembre de 2004


A pesar del valor desigual de sus partes, estamos frente a una fábula devastadora, impresionante y de interpretaciónes inacabadas.

Preámbulo

El hecho de que no podamos anticipar los presentimientos, los juicios, las segundas intenciones de los creadores dotados de talento, o incluso genio, pertenece a la naturaleza misma del hombre. Cuando Alban Berg murió en 1934, sin completar la orquestación del acto III de "Lulú" - basada en las tragedias expresionistas El espíritu de la tierra y La caja de Pandora, del austriaco Frank Wedekind- , esa ópera, considerada por muchos como la obra maestra suprema del teatro lírico, permaneció sin representarse hasta 1979, poco después del fallecimiento de Helene Berg, viuda del compositor, quien impuso la absoluta prohibición de intervenir en la partitura. Sin embargo, en 1976, otro músico vienés, Friedrich Cerha, había cumplido, en secreto, la tarea de concluir la instrumentación del drama y si bien nunca podremos saber en qué medida y en cuáles aspectos su versión habría diferido con la de Berg, en ningún momento se tiene la sensación de una mano distinta interrumpiendo el diseño original. Otro tanto sucede con "Turandot", de Giacomo Puccini, última cumbre del romanticismo tardío, cuyas escenas finales se encomendaron a Franco Alfano (la reciente revisión de Luciano Berio ha resultado un chasco).

Desgraciadamente, o quizá por fortuna, la literatura - y también la plástica- , obedecen a leyes muy diversas. Así como a nadie se le pasaría por la mente colorear el monumental dibujo en sepia de Leonardo - "La Virgen con Santa Ana, el Niño Jesús y San Juan", de la National Gallery, en Londres- , se desconocen intentos por redondear El Castillo, de Kafka, "mejorar" las últimas novelas del ciclo En busca del tiempo perdido, de Proust - es decir, La fugitiva y El tiempo recobrado- o agregar estrofas a Kubla Khan, o: La Visión de un Sueño, de Coleridge. Los textos literarios simplemente se resisten a ser manipulados por personas ajenas a su autor y tal empeño está condenado al descalabro o acaba por perjudicar, de modo irreparable, a la misma obra.

El mastodonte

La anterior referencia a Proust viene al caso, porque ya hay estudiosos del legado de Roberto Bolaño que comparan, a favor de este último, la serie novelesca del francés con 2666, título póstumo del poeta y prosista chileno. En verdad, la celebración hiperbólica, el éxtasis sin respiro, la aclamación continua han saludado, en todos los medios hispanoamericanos y, seguramente también en los sectores académicos, la publicación de 2666. Si no fuera porque el gigantesco volumen posee valor, uno tendría legítimo derecho a deducir oscuras maniobras editoriales, extrañas semejanzas -por no decir alevosas coincidencias y unanimidades- , a modo de una conjura universal en aras de 2666, lo cual habría divertido al propio Bolaño y hasta podría haber constituido la materia prima de alguna narración suya.

Hay que decirlo con todas su letras: 2666 es un mastodonte de mil 200 páginas, centenares de ellas superfluas, prescindibles, sobrecargadas de información innecesaria, en suma, agotadoras hasta para los fanáticos de las novelas largas, como ocurre con este crítico. 2666 está a años luz de La guerra y la paz, Los hermanos Karamazov, Middlemarch u otros espaciosos trabajos novelísticos del siglo XX que, por estructura y dimensiones, pertenecen a la tradición decimonónica (La montaña mágica, de Thomas Mann, El hombre sin atributos, de Robert Musil, Los Thibault, de Martín du Gard, etc.). Y es una lástima que así sea, pues Los detectives salvajes, la anterior entrega de Bolaño de similar ambición, se vincula, bajo la forma de una gran epopeya de aventuras y misterio, con esa escuela, recuperando, en un nivel magnífico, el gran arte de contar muchas y muy buenas historias, característico del siglo XIX.

Bolaño, desde luego, no tiene la culpa de que 2666 nos llegue en un solo tomo y, según la nota a la primera edición, de Ignacio Echevarría, a él "le parecía más llevadero y más rentable, para sus editores tanto como para sus herederos, habérselas con cinco novelas independientes, de corta o mediana extensión, antes que con una sola, descomunal, vastísima, y para colmo no completamente concluida". El reseñador ignora a los lectores entre los posibles beneficiados del supuesto carácter "más llevadero y más rentable" del proyecto original de Bolaño, aunque, más adelante, se cuida de agregar que, en el futuro próximo, pueden venir impresiones independientes de cada de las secciones que componen este mamut novelesco (¿si se comprueba que ello es más accesible y lucrativo, nos atrevemos a preguntar?).

La decisión de lanzar 2666 en un único compendio parece, a simple vista, desafortunada y, peor aún, según los propios términos de Echevarría, el crítico y amigo de Bolaño, contraría expresamente los deseos del escritor. O sea, estamos lejos de la determinación de Max Brod, albacea testamentario de Kafka, quien violó las disposiciones de su camarada y libró de las llamas algunos manuscritos que después pasaron a ser piezas cumbres de la literatura universal. Es evidente que 2666 se ha publicado en un formato opuesto al que tenía in mente su creador y ello sugiere variadas conjeturas. Para evitar calificarlas diremos, de paso, que si una probable intención era lograr la deferencia crítica sin contrapesos, ella se ha conseguido de modo rotundo. 2666 ha sido y seguirá siendo, por un largo rato, una fiesta para los críticos. El tiempo dirá si estos aplausos se mantienen o si quienes hoy ovacionan, mañana cambiarán de parecer y continuarán prefiriendo la superior producción previa de Bolaño.

Un poco de historia

Como lo hemos dicho en otras oportunidades, la reputación de Bolaño fue bastante tardía y comenzó con La literatura nazi en América (1996), culto, ingenioso, divertido e inclasificable relato, consistente en una serie de treinta biografías y un apéndice, que comprende unas trescientas revistas, unidas todas por la común y vaga simpatía al ideario nacionalsocialista (conviene recordarlo, el manuscrito de este libro permaneció en el escritorio de la filial chilena de una casa editora española, sin ser siquiera leído, hasta que Bolaño entregó una copia, esta vez con más suerte, a la sede en Barcelona).

A La literatura... siguió Estrella distante, ligada a la anterior por su última referencia: un oficial de la Fuerza Aérea de Chile, infiltrado en grupos de izquierda antes del derrocamiento de Allende, deviene poeta, piloto versificador, verdugo y finalmente es asesinado por encargo en una ciudad catalana. Algunos personajes de La literatura... se conservan idénticos en Estrella... - Abel Romero, Tatiana von Beck Iraola, el propio Bolaño- , pero otros cambian sus personalidades y nombres, desarrollándose hasta ser irreconocibles, como la propia crónica, cuyo punto de partida, siendo muy parecido al de "Ramírez Heredia, el infame", postrer capítulo de La literatura..., va evolucionando y transforma a esta ficción en un ejemplar de perfecta técnica narrativa. A Estrella... se le pueden reprochar ciertos deslices idiomáticos -mezclas de chilenismos y giros peninsulares- , algunos abusos (nadie leía, en el Chile de 1973, a Elizabeth Bishop, Anne Sexton, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik y pocos conocen hoy a Joyce Mansour, Norman Rockwell o Wiliam Carlos Williams) y variados errores (la Guerra del Pacífico, de 1879, es confundida con el conflicto contra la Confederación Perú-boliviana). Sin embargo, estos reparos se olvidan enseguida frente a la audacia del tema y su destellante ejecución. Escoger a un tenebroso criminal como protagonista y presentarlo como un poeta, nacido en la tierra donde ha surgido un aporte sustancial a la lírica española del siglo pasado, requiere coraje y una inusitada dosis de imaginación.

Es imposible resumir la infinita variedad de atractivos y los múltiples grados de lectura presentes en Los detectives... y hacerlo es, de alguna manera, limitar el potencial de un texto que es como un torrente, un diluvio, una marea que se impone de inmediato por el puro peso de su fuerza. El estilo de Bolaño en este extenso trabajo novelístico es resultado de una labor de muchos años, pero jamás se traduce en una prosa afectada, sibarítica, efectista, sobreactuada, sino en la milagrosa naturalidad de una conversación, en un verdadero aluvión narrativo, que fluye como por un cauce, en una eclosión de historias hilvanadas sin pausa, como una exhalación. Estamos ante una vitalidad expresada mediante la sucesión de episodios in crescendo, sin aparente motivo central, aunque presididos por una invencible corriente interna, donde cada uno de ellos es más subyugante e hipnótico que el precedente y cuya estructura general no decae en ningún momento. Muy por el contrario, el interés aumenta y al dar vuelta a la última página, deseamos que la trama hubiese continuado, que se hubiera duplicado su longitud en número de carillas. De pocas novelas escritas en castellano durante los últimos lustros puede decirse lo mismo y muy escasas obras concebidas en otras lenguas pueden equipararse con la narración cimera de Bolaño. Con todo, y pese a la avasalladora espontaneidad de su estilo, el lector avisado notará que el volumen conforma, asimismo, un artificio literario. Los detectives... es una de las formulaciones novelísticas más tributarias del mundo libresco que uno pueda leer en esta época. Este rasgo se advierte, fundamentalmente, en dos perspectivas: la primera y más obvia, dice relación con la infinita cantidad de textos y artistas de la literatura de todos los tiempos a que se hace referencia, desde cantores latinos hasta poetas de vanguardia, desde novelistas y filósofos canónicos, hasta un sinnúmero de escritores menores, ignotos o inventados por Bolaño. La segunda vertiente es mucho más interesante y peculiar, puesto que el dilatado tomo conforma, además, una reflexión sobre el arte de escribir. Uno de los rasgos magníficos de esta creación es la combinación indisoluble de amenidad, pura y simple entretención, con el exorbitante bagaje cultural del cronista, quien despliega una pasmosa facilidad para ser cultivado sin descender a la pedantería, sin rebajarse nunca al engolamiento.

Las cinco novelas

¿Puede decirse algo remotamente parecido de 2666? De ninguna manera. Como ya se sabe, el libro consta de cinco novelas: "La parte de los críticos", "La parte de Amalfitano", "La parte de Fate", "La parte de los crímenes" y "La parte de Archimboldi". Al comienzo, se narra la vana cacería en pos del excéntrico escritor Benno von Archimboldi, cuyo último paradero conocido fue la urbe mexicana de Santa Teresa -en la realidad, Ciudad Juárez, fronteriza con Estados Unidos- . A continuación, el profesor Amalfitano da muestras de creciente locura, mientras vive con su hija en esa localidad. Después, un reportero de nombre Fate, arriba a Santa Teresa para describir un combate de boxeo y comienza a interesarse por los homicidios de mujeres que se suceden en el lugar. La cuarta y quinta parte son, lejos, las más vastas -casi 400 páginas cada una- y exponen, en detalles interminables, esas horrendas muertes y la trágica vida, azarosa, increíble, repleta de incidentes, de Archimboldi.

Como observación preliminar, las dos primera partes son mejores que las finales, donde muchas veces se pierde el hilo, hay demasiada truculencia, sobre todo en el matadero en que se convierte Santa Teresa y rebasan las anécdotas secundarias, las biografías a la pasada, los incontables actores de reparto. También, a modo de consideración provisoria, abundan, a lo largo de todo el libro, los chispazos brillantes, las visiones paródicas, la contemplación del pasado como presente continuo, descansando, a la manera de Tolstoi, en la memoria del lector, todo ello presidido por una mirada apocalíptica, desgarrada, visceral, fatalista, de un continente - el nuestro- sin destino y una sociedad sin rumbo.

Algún día se hará un censo de los personajes de 2666 (seguramente en una universidad norteamericana) y algún día se situará a esta novela dentro del lugar que le corresponde en la actual narrativa hispanoamericana. Los más entusiastas ya la ponen por encima de Cien Años de Soledad y contraponen el mito fundacional de Macondo, con el de la fiebre destructiva de Santa Teresa, sin duda más vigente, menos totalizador y de una singular manera, más universal. Por cierto, estamos ante una fábula devastadora, impresionante, de interpretaciones inacabables. 2666 puede resultar una narración compleja y frustrada, aunque se trate de un naufragio deslumbrante.

2666
Roberto Bolaño
Anagrama, Buenos Aires, 2004.
1123 páginas.


 

 


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"2666" de Roberto Bolaño: "El mastodonte o la fiesta de los críticos",
por Camilo Marks,
Fuente: Revista de Libros de El Mercurio,
viernes 3 de diciembre de 2004.