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Roberto Bolaño, un umbral


Por Patricia Espinosa
Instituto de Estética UC
Revista Universitaria, N°89. Dic-Mar. 2006

 

A más de dos años de su muerte, el escritor chileno aumenta su caudal de lecturas. En su obra narrativa de ficción -compuesta por nueve novelas y cuatro volúmenes de relatos-, aparecen motivos como el mal, el arte, Chile, la pérdida del racionalismo y del territorio fijo. Aquí se desmenuzan estos y otros ingredientes y su importancia capital en la escena literaria latinoamericana y mundial.

 

El poeta Teillier señaló: "Un día seremos leyenda", aludiendo con ironía y un dejo utópico a la probable mitificación de aquellos que se perdieron en la historia, en la vida, en la calle, en la literatura. Roberto Bolaño, durante casi las tres cuartas partes de su vida, fue un escritor anónimo, un tipo que vivía a mil, que trabajó en lo que viniese, que intentó sobrevivir con una fuerza notable y que escribió como si cada texto fuera el último. Publicó cinco libros de poesía, nueve novelas y cuatro volúmenes de relatos en el transcurso de 19 años. Hoy es más que una leyenda.

Bolaño nació en Chile en 1953 y murió en Barcelona en 2003. Muy joven, en 1968, se fue a vivir con su familia a México. Estos años marcaron fuertemente su existencia. Es allí donde trabó amistad con un grupo de poetas, entre los cuales destaca Mario Santiago, con quien creó el Movimiento Infrarrealista. El Bolaño de entonces escribía poesía y teatro, realizaba esculturas y alucinaba con Enrique Lihn y Nicanor Parra. Viajó a Chile en agosto de 1973 y vivió el comienzo de la dictadura. En enero de 1974 regresó nuevamente a México y en 1977 emigró a España -esta vez junto a su amigo, el poeta chileno Bruno Montané-, donde se radicó. A Chile no volvió hasta 1998.

Su autoexilio fue motivo de críticas, pero la verdad es que el particular realismo de Bolaño intenta apropiarse continuamente de aquellos materiales que brinda la multiculturalidad. Sin embargo, jamás olvida la marca latinoamericana. Su relación con Chile fue fuertemente crítica: no cejó en denunciar a las redes de poder y la corrupción del mundo literario nacional. En sus obras siempre hay un personaje chileno o una pequeña alusión a su país natal mezclada con una crítica durísima a nuestro establishment. En 2666 un basurero se llama "Chile": metáfora terrible. Pero Chile es también el país de origen de Arturo Belano, el protagonista de Los detectives salvajes. Chile es el lugar de la crisis; el cruce entre la belleza y el mal.

Artistas, perversos, marginales

Sin duda, el mal constituye uno de los principales ejes de la escritura bolañeana. Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (Anthropos, 1984), su primera novela, escrita en colaboración con el catalán Antoni García Porta, es un ejemplo de ello. Ana y Ángel son pareja. Ella es sudamericana y él, español. Ana lo arrastra al delito y él proyecta una novela corta y la filmación del Ulises de Joyce en súper 8. Sin metarrelatos, ideales ni utopías, los protagonistas buscan un lugar posible en el crimen pero también en el amor y el arte.

Crimen y discurso amoroso cruzan también su novela La pista de hielo (Alcalá, 1993; reeditada en Chile por Planeta, 1998). Éste es un relato coral en el que se alternan las voces de tres personajes que comparten la soledad y la imposibilidad de organizar sus vidas; un asesinato por causas pasionales determinará un cambio radical en sus existencias, lo que instala una segunda línea de fuerza en el relato: el discurso amoroso tramado con el mal.

En sus obras posteriores, Bolaño insistirá en el entrecruce del proyecto artístico con lo perverso: La literatura nazi en América (Seix Barral, 1996) y Estrella distante (Anagrama, 1996). La primera se constituye de catorce segmentos en torno a las infames incursiones del nazismo en las vanguardias latinoamericanas. En este libro, la influencia borgeana es clarísima. Aquí lo real es ficción; la parodia ocupa un sitio preferencial, al igual que las "falsas citas" y el pastiche. Lo mismo sucede en Nocturno de Chile (Anagrama, 2000), relato en primera persona de Sebastián Urrutia Lacroix, un sacerdote y crítico literario cuyo seudónimo es H. Ibacache, que agoniza y recuerda, abarcando casi medio siglo de la historia chilena y de su propia vida. Urrutia Lacroix se mueve dentro de una dinámica donde la culpa parece anularse con facilidad extrema y donde todo sucede de un modo casi natural e inevitable.

En el ámbito de los relatos breves, resulta fundamental Putas asesinas (Anagrama, 2001). Son textos que hieden a soledad, a irritante goce perverso por las tristezas cotidianas que reivindican la desesperanza que -a la Cioran- precipita al individuo en el vértigo de un mundo anárquico. Los trece cuentos se articulan sobre el eje de una latinoamericaneidad hibridizada, donde lo local se perfila como un lugar móvil e imposible y donde siempre se puede encontrar a poetas o sobrevivientes, como sinónimos de quienes viven al filo. Dentro de estos sobrevivientes está "El Ojo Silva", quien, como todos los personajes de Bolaño, realiza un viaje marcado por el terror y la salvación. Situación homologable a la experimentada, a su vez, por la entrañable protagonista de Amuleto (Anagrama, 1999): Auxilio Lacouture es una poeta uruguaya que ve desfilar su vida en el encierro de trece días en un baño. El último segmento de este libro resulta conmovedor y terrible. Auxilio tiene una ensoñación donde ve a un grupo de muchachos caminantes dirigiéndose a un abismo: "Una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer. Y ese canto es nuestro amuleto".

Tan entrañable como Auxilio Lacouture es Bianca, la protagonista de Una novelita lumpen (Mondadori, 2002). Ambas son una muestra perfecta de la marginalidad bolañeana, conformada por seres solitarios, tristes y enigmáticos, con una gran vida interior e intensidad para sobrevivir. Bianca y su hermano son dos adolescentes que sufren la muerte de sus padres en un accidente automovilístico y luego se ven envueltos en un proyecto de crimen. Sin embargo, las palabras de Bianca están tan cargadas de poesía y triste dulzura, que logran romper las sutiles fronteras entre el bien y el mal, entre el terror a la soledad extrema y la imperiosa necesidad de afecto.

Dos son los textos que marcan una profunda inflexión en la escritura de Bolaño: Monsieur Pain (Anagrama, 1999) (publicado originalmente en 1982 con el título La senda de los elefantes) y Amberes (Anagrama, 2002). En ambos predomina lo onírico al borde de lo fantástico, ocurren en capitales europeas y tienen un fuerte influjo del relato policial. Monsieur Pain es la historia de un sujeto que se ve casualmente vinculado al poeta César Vallejo, quien agoniza en un hospital de París. La fusión de sueño y realidad atraviesa diversos momentos del relato, lo que premedita episodios gobernados por una lógica extraña que permite pequeñas zonas autónomas, casi desligadas del contexto general. Tal como ocurre en Amberes (Anagrama, 2002), libro escrito 22 años antes de publicarse. Sin duda, éste es el texto más claramente experimental de Bolaño, y aunque los 56 fragmentos del volumen aparezcan numerados correlativamente, la fragmentación se mantiene. Se trata de ubicarnos siempre en la potencialidad continua del inicio, destruyendo la trama, la anécdota, sin un culpable ni un protagonista: solamente el trayecto del narrar y la exigencia de la discontinuidad en permanente movimiento.

Otra lógica, sin centro ni territorio

Los detectives salvajes (Anagrama, 1998) junto a 2666 (Anagrama, 2003, póstuma) conforman lo más notable de la obra bolañeana. Textos cumbres, que han logrado instalarse como paradigmas de la mejor narrativa latinoamericana post boom. Los detectives... es, en parte, un relato de formación invertida, en el que el trayecto existencial de los protagonistas se sume incesantemente en la degradación. Pero la caída no significa destrucción; es, por el contrario, el lugar de la redención. Porque en medio de todo está el arte: todos los protagonistas son poetas y viven y respiran poesía. Estructuralmente, el libro se divide en tres segmentos. El primero, que continúa en el tercero, es el relato en primera persona del joven poeta mexicano Juan García Madero. En el segmento central hay 53 personajes y 53 entrevistas donde cada uno de los personajes expone su vínculo con los poetas Arturo Belano y Ulises Lima. Nos encontramos con una multiplicidad de enunciaciones, pero no sabemos quién realiza las entrevistas. Los detectives salvajes dinamita cualquier centro posible desde su interior. En tanto texto metaficticio, presenta la problemática relación entre la realidad empírica y la ficticia. Frente a la binariedad realidad/ficción deviene sincrónicamente su desmontaje, la puesta en escena de la realidad intervenida por el continuo descentramiento.

2666 es una hipernovela (apropiación ahora de Perec) donde las piezas son como las palabras de un enloquecido puzle que funciona como fuente de error, desarraigo y espera. Cada una de las partes del libro remite a Santa Teresa, ciudad mexicana fronteriza, donde suceden continuos asesinatos de mujeres. Es en 2666 donde Bolaño expone su gran teoría en torno al mal o la perversión en tanto eje de la condición humana. 2666 se constituye de cinco partes: "La parte de los críticos", "La parte de Amalfitano", "La parte de Fate", "La parte de los crímenes" y "La parte de Archimboldi": cinco segmentos que operan de modo autónomo pero que también pueden organizarse conformando un todo. "La parte de los críticos" funciona como metáfora de la cultura europea letrada. Bolaño se da tiempo para mostrar a los críticos-investigadores en su tremenda vaciedad. Cinco individuos obsesionados con un escritor europeo llamado Benno Von Archimboldi, del que poco o nada se sabe en términos biográficos. Los críticos no vacilan en acumular sus obras y en perseguir sus huellas. Cuando viajan a México tras él, el racionalismo europeo comienza a resquebrajarse de un modo brutalmente irónico. Bolaño pretende una y otra vez plantear el contrapunto entre el racionalismo y otra lógica, para denunciar que existe un modo distinto de abordar lo real. Todos los personajes de 2666 en algún momento tienen que torcer el curso de sus vidas. Cada uno de ellos se ve enfrentado a un punto de fuga que lo desterritorializa, que lo hace devenir otro, sin que por ello sea posible afirmar que lleguen a un nuevo territorio.

Un 'escriviviente'

Otro aspecto crucial en Los detectives salvajes y 2666 es el problema del secreto. Bolaño exuda indicios e hipótesis para que nosotros, los lectores, también detectives, busquemos un origen, que, sin embargo, resulta ser falso. Sólo mediante la presencia y la neutralización del misterio se logrará subvertir la tradición metafísica del texto. En principio no habría "un misterio", sino muchísimos. Bolaño instala un simulacro de secreto modulado de dos formas: el secreto que encanta, lúdico, que genera entusiasmo, y el que impone fracaso, desencanto. Habría, por tanto, un secreto de corte vitalista ( Los detectives... ) y uno ominoso ( 2666 ). En ambos textos, sin embargo, se expone un secreto tramposo, en tanto no requiere ser descubierto y que se mantendrá siempre como indeterminación.

Porque para Bolaño lo indeterminado es la vida y la determinación es la muerte. Todo aquello que se territorializa, que se fija, que se encuentra, muere. La única posibilidad de seguir vivo es convertirse en un rastreador cuya búsqueda será eterna. Por ello sus textos nos obligan a buscar sin encontrar. Porque encontrar ya no tiene sentido. El detective, así, concita la búsqueda y la huida. Ambos rasgos se relacionan con el vitalismo. Archimboldi, Belano y Lima son los huidores por antonomasia que su narrativa nos propone. Más aun, Bolaño expone su propia huida de la novela metafísica; para ello debe lidiar con tal tradición, escenificarla mediante el secreto, el anzuelo que nos llevará a suponer que la escritura no es más que el ropaje de una referencialidad que se nos oculta incesantemente.

La escritura de Bolaño, tanto narrativa como poética, excede cualquier categorización generacional; su irrupción en Latinoamérica se ha instalado como una suerte de pórtico o umbral de época; a partir de ahí, ya nada será igual. Bolaño es un escriviviente, un ser alucinado que es capaz de reconocer a esos otros que comparten su condición de fracaso en continuo reencantamiento. Esto ya lo podemos advertir en su manifiesto poético infrarrealista de 1977, una suerte de proclama revival beatnik, donde termina señalando: "Déjenlo todo nuevamente/ láncense a los caminos" .

 

 
 

 

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Roberto Bolaño, un umbral.
Por Patricia Espinosa.
Fuente: Revista Universitaria, N°89.
Dic- Mar. 2006