En las últimas semanas, la pluma del recién fallecido
escritor
Roberto Bolaño, ha dado bastante que hablar.
A pesar que hasta antes de su muerte, poco se hablaba en Chile de
él y de sus obras en los términos
que
se habla hoy. Tenemos que admitir que es un lugar común en
nuestro país hablar bien de los muertos, aunque sus declaraciones
en vida hayan estado lejos de la santidad. Bolaño se caracterizó
por emitir mensajes descalificadores dirigidos al noventa por ciento
de los escritores chilenos. No dejó títere con cabeza.
Anteponiendo siempre su literatura por sobre la de sus pares, sin
esperar a que el tiempo -viejo aliado la estética para valorar
las obras artísticas- hiciera su obra. Sin embargo, tenemos
que admitir que sólo escritores transgresores como Bolaño,
son los que consiguen remover y sacudir los parásitos que abundan
en la literatura y en el campo intelectual, usurpando, las más
de la veces, el lugar de otros, al estilo de los senadores vitalicios
de nuestra... democracia. Bolaño, y ahora tras su muerte repentina
resulta comprensible, no tenía tiempo para sentarse a esperar,
se las ingenió sin más para ocupar el sitial que le
correspondía dentro de la literatura, no digamos chilena -pues
sería muy poco decir- sino en el marco de la literatura universal.
El legado de su obra nos dirá mañana cuán cerca
o lejos andaba en sus juicios. Por lo pronto, sólo nos resta
comentar sus obras, con la mirada miope, por cierto, de la inmediatez
temporal.
Conocí la literatura de Roberto Bolaño
en la biblioteca pública de la Municipalidad de Providencia.
En ese entonces, en los anaqueles sólo existían dos
de sus novelas:
La pista de hielo (1993) y
Estrella Distante (1996), es posible que a la fecha se encuentre su obra completa. Recuerdo
que leí ambas novelas con voracidad. Su estilo desenfadado
invitaba a la lectura veloz y a querer seguir leyendo más,
a pesar de haber alcanzado ya la última página. Narrador
incansable, capaz de seducir al lector mediante el artificio de una
buena anécdota, contada con lujos y detalles, como los viejos
trovadores de la edad media, pero envueltas bajo el velo de una ironía
nueva en nuestros círculos.
En
La pista de hielo, funcionan tres narradores protagonistas.
Gaspar Heredia, Remo Morán y Enric Rosquelles que nos cuentan
cada uno su propia historia y que juntas van cercando una historia
común. Gaspar Heredia, el chileno y vigilante del camping Stella
Maris, donde veranean personas provenientes de todos los rincones
de Europa, y de donde se desprenderá el personaje que tomará
prestado después
Javier Cercas para su novela
Soldados
de Salamina, con un éxito de ventas impresionante para
el escritor español.
La pista de hielo se caracteriza
por el tipo de narrador protagonista, tomado del thriller o de la
novela negra que se impone en la novela europea de los últimos
tiempos, y, por una estructura formal, ajustada al canon de la novela
tradicional, rasgo que irán perdiendo en adelante las novelas
de Bolaño, acercándose a lo que ayer llamábamos
novela experimental. Se trasluce también en
La pista de
hielo la vida errática que sabemos que ha llevado hasta
entonces el escritor, pasando de oficio en oficio durante sus primeros
años en Europa.
Estrella distante, me parece una novela de mayor peso desde
el punto de vista del desarrollo de la ironía en sordina, como
estrategia fundamental de este escritor. No así la estructura
de la novela, donde se aprecian ciertos quiebres que debilitan la
tensión propia del género, pero que pone en evidencia
tal vez su interés por quebrar dicha unidad establecida hasta
hoy. La mordacidad del autor se palpa muy madura para enhebrar un
relato que comienza en Chile, poco antes del Golpe, y termina en Europa.
Destaca en ella el poder de conexión de historias que se van
desgajando y ligando en torno a un tal Carlos Wieder (Alberto Ruiz-Tagle
primero), chileno descendiente de alemanes, quien fuera tallerista
también, como el propio narrador personaje, de un taller literario
de la universidad de Concepción. La novela da cuenta en parte,
de las atrocidades cometidas por la dictadura militar, pero mediante
el uso de una retórica distanciada y ambigua, desde una perspectiva
que insinúa más que proyecta o focaliza de manera directa
la realidad, consiguiendo un efecto inigualable para mostrar la demencia
y ferocidad de los torturadores. Bolaño, sin el encono a flor
de piel que caracteriza y traiciona a los escritores chilenos frente
al tema, en
Estrella Distante nos entrega la visión
que caracteriza a un novelista por sobre la del historiador.
La Literatura Nazi en América (1996), confieso que
es un libro que no me entusiasmó, a pesar que fue uno de los
que compré motivados por la lectura de los dos anteriores,
la encontré sino una copia de
Historia Universal de la Infamia
de
Borges, algo bastante parecido, pero de menor calidad. La
comicidad intelectual a la que invitan las historias, no tocan las
fibras intelectuales aludidas y suenan como notas falsas, postizas.
Un libro bastante pretencioso en su género.
Amuleto (1999). Esta novela de Bolaño si bien repite
el narrador en primera persona usado en las anteriores, aunque ahora
encarnado en una voz femenina, presenta una estructura diferente.
Los acontecimientos no caminan hacia un clímax como en la novela
tradicional y más bien giran en torno a sí mismos, llevados
por un lenguaje dubitativo y complaciente por parte de Auxilio Lacoutore,
la protagonista narradora, de origen uruguayo, radicada en México
a partir de 1965 y encerrada en el baño de la universidad tomada
por los militares desde donde cuenta su historia. Su voz da cuenta
de un hecho singular, y nos pone al corriente del alter ego del escritor
nominado como Arturo Belano. La novela informa acerca de un sinnúmero
de autores, ya chilenos como mexicanos y también europeos,
que no aportan al interés novelístico, sino más
bien dan cuenta del universo intelectual de la época referida,
haciendo un homenaje a esa generación que se sacrificó
en pro de la revolución. La ironía continúa siendo
en
Amuleto el arma fundamental de trabajo del escritor, una
ironía cada vez más desatada, pero hábilmente
disfrazada.
Nocturno de Chile (2000) Es un relato que nadie sin la bilis
y la ironía de Bolaño se habría tentado a escribir.
Las referencias directas a ciertos personajes del ambiente literario
nacional, resultan un aporte interesante para la literatura chilena,
siempre sesgado por la censura secular de cierto sector todopoderoso
del medio. El narrador, otra vez en primera persona singular, focalizado
ahora en la persona de Sebastián Urrutia Lacroix, sacerdote
y crítico literario de un diario chileno, nos cuenta sus primeros
pasos hasta convertirse en crítico literario, ayudado por Farewell,
quien a su vez representa al crítico literario de mayor prestigio
en Chile hasta entonces. El sacerdote Lacroix nos cuenta como Farewell
lo pone en contacto con los señores Odeim y Oído (que
interpretamos DINA), para llevar a cabo ciertas misiones encomendadas
expresamente por estos señores, como la de hacerle clases de
marxismo a la plana mayor de la Junta Militar, incluido el Capitán
General, etc. También nos pone al corriente de ciertas tertulias
literarias a las que asiste en la casa de la escritora María
Canales y su espeso Jimmy Thompson. La presencia constante de un joven
anciano merodeando la conciencia del personaje principal. En fin.
Todas historias que nos remiten a una realidad concreta por todos
los chilenos conocida.
La estructura narrativa se parece en mucho a la de
Amuleto y confirma el estilo definitivo tomado por el escritor, donde la ironía
en sordina es protagonista de sus obras.
Nocturno de Chile es una alegoría perfecta de la realidad literaria chilena,
donde se mueven como fantasmas los intereses de la clase dominante.
En fin. Hasta aquí una primera aproximación a la obra
de Roberto Bolaño. Quedan pendientes
Los detectives salvajes
y
Putas Asesinas. Por lo pronto cabe destacar su precisión
y suspicacia para contar cualquier cosa, desde un perspectiva cargada
de ironía, pero en sordina, hábilmente solapada, sin
caer en la tentación de convertir a sus personajes en caricaturas,
como lo venían haciendo los escritores de la llamada Generación
del 50, sino conservando hasta último momento su condición
de personajes literarios, y dejando el trabajo de la caricatura para
la propia imaginación del lector. Aunque, Bolaño no
trepida en nombrar las cosas por su nombre, sin los retruécanos
rebuscados que caracterizan la novelística de la llamada Nueva
Narrativa Chilena, llevándola las más de las veces a
la nada. Bolaño, en cambio, va directo al hueso, configurando
un universo narrativo cargado de voces comprometedoras que aluden
a una realidad conocida, especialmente a un Chile bajo la Dictadura.
Sus personajes literarios, absolutamente, aman lo mismo que odian,
sin dobleces ni culpas de ninguna especie. No cabe la menor duda que
fue un escritor sin temor a emitir opiniones personales en sus relatos,
untando su pluma con sangre, pero sin salirse por un solo instante
del plano literario, respetando y separando así la realidad
de la ficción. Su literatura resulta de esta manera en una
constante provocación, y allí radica su originalidad
y su aporte a las Letras chilenas.