Esta semana se presenta en Barcelona la novela
póstuma de Roberto Bolaño, '2666'. Esta monumental obra
confirma al chileno como uno de los grandes de las letras latinoamericanas.
La literatura de Roberto Bolaño se puede entender
como una lucha contra la muerte. Desde que se enteró, en 1993,
de que sufría de una grave enfermedad hepática, este
chileno se dedicó a escribir contra el tiempo: Bolaño
era consciente de que su cuerpo no lo acompañaría hasta
donde su fuerza creativa lo podía llevar. Y quería a
toda costa completar la novela que lo había obsesionado desde
los 20 años.
Su vida siempre estuvo marcada por la adversidad. En su juventud
debió escapar
de su país natal, donde era perseguido por su militancia en
la izquierda. A los 20 años viajó a México, donde
vivió varios años y donde, con algunos poetas jóvenes,
fundó un movimiento literario vanguardista llamado el Infrarealismo.
Estos años serían retratados más tarde en la
que se considera su obra mayor: Los detectives salvajes de 1998. Luego
viajó a Blanes, cerca de Barcelona, donde se quedaría
el resto de su vida. Para subsistir en la pequeña ciudad española
Bolaño debió ejercer diferentes oficios: fue vendedor
de enciclopedias, guardián en un parque y mesero. Pero la mayoría
de tiempo lo dedicaba a leer y escribir. Bolaño renunció
a sus empleos y vivió, por un tiempo, de los concursos literarios
que se ganaba.
A mitad de los 90 comenzó a hacerse famoso con la publicación
de libros como La literatura nazi en América, Tres, Llamadas
telefónicas y Estrella distante . Pero su consagración
vino con la publicación de Los detectives salvajes.
La novela, de casi 1.000 páginas, ganó dos de los premios
literarios más importantes en el continente: el Rómulo
Gallegos y el premio Herralde de novela. Hoy, sólo seis años
después de su publicación, los críticos coinciden
en que se trata de una de las obras más significativas del
siglo XX en América Latina y es comparada en importancia con
Pedro Páramo, Rayuela y Cien años de soledad.
La leyenda de Bolaño comenzó a crecer. El chileno se
convirtió entonces en un punto de referencia, todos querían
saber de él, todos querían saber qué iba a publicar
después de Los detectives salvajes, pero también
todos le temían. Desde su exilio en Blanes se convirtió
en la voz de la conciencia de los escritores latinoamericanos. Sus
opiniones eran por lo general implacables. Como dice Alberto Fuguet,
otro importante escritor chileno: "Bolaño, quien de alguna
manera dio su vida por la causa de lo literario, se propuso limpiar
la mesa local de aquellos que no eran escritores, y creo que de alguna
manera lo logró. Pero ante todo era humano y también
pecó. Estuvo más ligado a los medios de lo necesario,
entre otras cosas, quizás, porque no se puede iniciar una cruzada
contra el mundillo literario sin ingresar a los medios, puesto que
los medios son el mundillo. No estaba dispuesto a venderse pero sí
quería vender". Su éxito siguió con la aparición
de Putas asesinas, Nocturno de Chile, Amberes, Una novelita
lumpen, Amuleto y Monsieur Pain.
De cierta forma Bolaño tenía un proyecto que superaba
su propia narrativa: quería cambiar el paradigma de la literatura
latinoamericana. Junto con el argentino Ricardo Piglia y el colombiano
Fernando Vallejo, Bolaño representaba el lado oscuro, el lado
freak de las letras de este continente: la otra cara de la
visión de mundo, un tanto festiva, del realismo mágico.
Su mirada señalaba un sendero diferente para los escritores
de finales de los 80. Lo que más asombraba a sus lectores era
su talento para hacer una literatura ágil y su capacidad para
crear voces originales. Sin embargo, él siempre se burlaba
de afirmaciones de este estilo. Un vez una periodista de la revista
Playboy le preguntó: "¿Qué siente
cuando hay críticos que consideran que usted es el escritor
latinoamericano con más futuro?". A lo que Bolaño
respondió: "Debe ser una broma. Yo soy el escritor latinoamericano
con menos futuro. Eso sí, soy de los que tiene más pasado,
que al cabo es lo único que cuenta".
Una larga despedida
El viernes 30 de junio de 2003 Bolaño ingresó al hospital
Vall d'Hebron de Barcelona. Estaba en la etapa terminal de su enfermedad
y esperaba un trasplante de hígado. Una de sus últimas
conversaciones fue con Jorge Herralde, su amigo, editor y primer lector,
a quien le dio el manuscrito final de su libro de cuentos El gaucho
insufrible. También le dio indicaciones sobre cómo
debería editar el borrador de 2666. Dos semanas después
murió. A los 50 años Roberto Bolaño se sumó
a la larga lista de escritores muertos antes de tiempo.
Las instrucciones que el chileno le dejó eran muy precisas:
su última novela debía ser publicada en cinco entregas,
con un intervalo de un año cada una. Sin embargo, después
de leer el manuscrito que Bolaño guardaba celosamente en su
estudio, Herralde decidió que era mejor publicarla en una sola
entrega. El editor consultó al mejor amigo de Bolaño,
el crítico literario de El País, Ignacio Echavarría.
Éste le dio la razón y entre los dos comenzaron un cuidadoso
proceso de depuración. El texto dejado por Bolaño tenía
más de 1.500 páginas y entre los dos lograron reducirlas
a 1.200. El escritor argentino Rodrigo Fresán, tal vez la persona
con quien Bolaño pasó más tiempo antes de su
muerte, ayudó mucho en el proyecto.
Los detectives literarios
En el prólogo de 2666 Echavarría escribe que la novela
está construida a partir de cinco capítulos independientes
que se pueden leer como uno sólo y que por eso es justificada
la decisión. Según Echavarría, la novela tiene
un "centro oculto", es decir, un punto que une los cinco
capítulos. Este centro oculto sería un enigmático
escritor alemán llamado Benno von Archimboldi, que se encuentra
perdido en México. Su historia comienza en la Primera Guerra
Mundial, atraviesa la Segunda y la reconstrucción de Alemania.
Luego se traslada al México de principios del siglo XXI, en
el desierto de Sonora. Justamente el cuarto capítulo de la
novela, llamado 'La parte de los crímenes', sucede en Ciudad
Juárez y tiene como telón de fondo los asesinatos de
mujeres que allí sucedieron en 2002. El capítulo es
una reconstrucción casi periodística de estos crímenes.
Además 2666, una fecha enigmática, sirve como un punto
de fuga que también une las cinco historias. Echavarría
sostiene que los antecedentes de este título se pueden rastrear
en una frase de la novela Amuleto.
El crítico español sostiene que se trata de una novela
inacabada, pero que está a la altura de lo que Bolaño
siempre había querido escribir desde que comenzó su
carrera. Herralde confirma esto y añade que "él
había diseñado un croquis en el que la describe como
una novela tubular, de un tronco salen cinco ramas y cada una tiene
su particularidad".
En 2666 reaparecen temas que obsesionaron a Bolaño toda su
vida: el juego con la ficción dentro de la ficción,
los poetas jóvenes y marginales y los personajes perdidos en
un mundo sin respuestas, representado por una Latinoamérica
caótica y violenta. Además, el narrador de la novela
es Arturo Belano, protagonista de varias de sus novelas anteriores
y que él mismo aceptaba como su álter ego. Sin duda,
Bolaño sabía que iba a morir pronto y quiso dejar un
testamento que resumiera todas sus inquietudes literarias. Y la prueba
de esto es que cuando Ignacio Echavarría revisaba sus papeles
encontró una nota que decía "para el final de 2666".
En el papel, escrito a mano por el mismo Bolaño se leía:
"Y esto es todo, amigos. Todo lo he hecho, todo lo he vivido.
Si tuviera fuerzas me pondría a llorar. Se despide de ustedes,
Arturo Belano".