En definitiva, la próxima aparición de 2666,
la novela póstuma de Roberto Bolaño, será
todo menos un acto rutinario de difusión literaria. Desde antes
de constituirse en un libro impreso, está obra ya estaba cargada de
una significación mayor: la de ser el testamento ¿Es realmente
el final de la narrativa de Bolaño? No. Ni testamento ni culminación.
En realidad, "2666" representa el momento de más alta maduración
en la escritura de Bolaño. Un cruel e irónico destino se encargó de
convertirla, antes de tiempo, en legado. "2666" no es una obra
final, es un proceso literario, y como tal se requerirán varias lecturas
para comenzar a dimensionar todas las posibilidades significativas
del texto. He aquí un primer acercamiento.
Por fortuna, los herederos de Bolaño y sus editores,
contraviniendo sus últimos deseos y adoptando una actitud cercana
a la de Max Brod, decidieron publicar la novela en un solo y voluminoso
tomo, en lugar de las cinco y espaciadas novelas propuestas por el
autor. Decisión afortunada: las cinco partes de 2666
más que unidas por situaciones, personajes y estrategias de
la narración, están conectadas por el mismo abismo,
esa inmensa sensación de vacío que los personajes y
las voces de Bolaño crean con suma maestría, y la cual
se resume en un espacio literario, pero sobrecargado de realidad:
Santa Teresa. La primera parte, "Los críticos", es
la biografía de una medida y moderna pasión literaria.
Cuatro críticos literarios de fin de siglo, uno francés
(Jean Claude Pelletier), otro español (Manuel Espinoza), otro
más italiano (Piero Morini) y una crítica inglesa (
Liz Norton), comparten una obsesión: el misterioso escritor
alemán Benno von Archimboldi. Poco se sabe de este autor, salvo
su nacionalidad, su fecha de nacimiento (1920), y una certeza: su
prosa es la más significativa de la narrativa alemana de la
postguerra (ese espacio fantasmal, forjado entre los escombros de
la locura nazi y una férrea voluntad de olvido). El cuarteto,
cimentado, además, por un triángulo amoroso y la presencia
misteriosa de Morini, es la versión metropolitana de los "detectives
salvajes" de la novela homónima de Bolaño, pero
sin lo salvaje: a diferencia de Ulises Lima y Arturo Belano,
que buscan visceralmente a su escritora, Cesárea Tinajero (una
Archimboldi latinoamericana), sin distinguir de manera racional la
diferencia entre realidad y literatura, los cuatro críticos
europeos se desenvuelven entre la dinámica de las academias
del primer mundo: congresos especializados, departamentos de literatura
alemana, viajes de investigación y una búsqueda sin
éxito: desean encontrar a Archimboldi y colocarlo en el pedestal
que merece. Una sospechosa pista los lleva a Santa Teresa, en Sonora
(lugar, por cierto, a donde dirigen sus pasos los "detectives
salvajes" en busca de Tinajero), al norte de México: imaginaria
ciudad fronteriza e industrial, sede de una horrenda serie de asesinatos
de mujeres. Trasmutación literaria de Ciudad Juárez,
Chihuahua (en realidad, Bolaño sólo movió
esta ciudad unos cuantos kilómetros al oeste, enterrándola
aún más en el desierto y la desolación) Pero,
¿qué hace un escritor como Archimboldi -anciano ya-
en un lugar como ése? Sus pesquisas los conecta con Almalfitano,
un ex exiliado chileno y ahora profesor en la Universidad de Santa
Teresa. Amalfitano había traducido, durante su exilio en Buenos
Aires a Archimboldi. De los extraños caminos de su vida, de
relación con el mundo y con su hija Rosa, trata la segunda
parte. Una gran porción del desencanto de la intelectualidad
latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX (ésa que padeció
golpes de Estado, tortura, exilio, aniquilación de los ideales
y otros tantos dolorosos etcéteras) se refleja en la inapetencia
del profesor chileno.
"La parte de Fate" es un impresionante relato
de los márgenes, de las desdichas y miserias que unen y desunen
la frontera México-Norteamericana. Se centra en Oscar Fate,
un periodista negro de Nueva York, especialista en asuntos políticos
concernientes a la comunidad afroamericana, que, por causas de fuerza
mayor, se ve en la necesidad de cubrir una pelea de box en Santa Teresa:
tanto Fate, como los críticos metropolitanos y Amalfitano se
topan de repente con la Realidad: esa cadena de muertes; esas
muchachas que mueren incansablemente ante la indiferencia de las instituciones
y las personas. El viaje los cambia, los sacude y los desilusiona
en peor sentido que esta palabra pude tener: es el tiro de gracia
de la época actual, su seña y estigma.
La cuarta parte, "Los crímenes", es una
inusual y sorprendente forma de ejercicio literario. La creación
revela su fase oculta, su pulsión de muerte. Ya Bolaño
había dado un increíble anticipo de esta perspectiva
narrativa en su ensayo breve "Literatura + enfermedad = enfermedad".
Aquí un interminable desfile de mujeres anónimas recupera
su identidad (verdadera o falsa, poco importa) y vuelve a morir, pero
esta vez de manera personal (como hubiesen querido Rilke y Villaurrutia,
poetas nostálgicos de la relación pre-moderna entre
el mundo y los hombres): la muerte es la más extraordinaria
fuerza vital y, por lo mismo, es insoportable. Pero es, también,
el desfile de un mismo asesinato: la mujer, excluida de la sociedad,
sin derechos labores, sin identidad social, es muerta una y otra vez.
Ellas son las muertas de la globalización, las que marcan el
deslinde entre el primer y el tercer mundo. ¿El culpable? ¿La
corrupción, el narcotráfico, la desigualdad, el machismo,
la marginalización, la xenofobia? Lo que queda: un inmenso
abismo, una carga siniestra que parece mover la historia de la humanidad.
Tras las muertas de Santa Teresa parecen esconderse los más
oscuros misterios del mundo: las infinitas muertes acaecidas al margen
de la Historia: las masacres de las conquistas, las matanzas de esclavos,
los holocaustos. Con ellas la lógica racional se pierde, se
confunde y, mientras tanto, el abismo sigue creciendo.
La quinta parte se refiere a Archimboldi, y, en muchos
sentidos, es la historia que tan afanosamente buscan reconstruir los
críticos metropolitanos. Es el relato de su muerte como alemán
de entre guerras y su resurrección como escritor fantasma en
un mundo en ruinas. También es la parte que termina de "conectar"
(de manera abierta, aclaro) a las otras partes entre sí. La
biografía de un escritor que se encamina hacia el abismo.
Y sin embargo 2666 es sobre todo un vasto proyecto
narrativo que nos presenta, además del misterio del título,
a un narrador sospechosamente omnisciente. En realidad él es
el mayor misterio de la novela: ¿quién narra? Su voz,
a ratos, adquiere un falso acento peninsular, que causa la impresión
de estar leyendo una mala traducción española, pero
es sólo un guiño, un desconcierto. El narrador, como
Archimboldi, es un fantasma (¿Arturo Belano?), quizá
un sobreviviente de un desolado mundo (tal vez el mundo de 2666,
ese cementerio olvidado referido -como bien nos recuerda Ignacio Echeverría
en la nota final de la novela- por Auxilio Lacouture, la extraordinaria
protagonista-narradora de Amuleto) Pero es esa escritura extraña,
enigmática, la que nos atrae, la que nos hace reparar de nuevo
en esta novela para continuar leyendo y, así, prolongar el
aliento narrativo de su autor, a quien seguiremos descubriendo en
cada lectura. La última obra de Bolaño está aún
por llegar.