Proyecto Patrimonio - 2004 | index | Roberto Bolaño | Autores |


Roberto Bolaño, la obra sin fin

En El Periódico, 11 Noviembre de 2004


Reflexiones en torno al universo literario del escritor chileno tras la publicación de la novela póstuma '2666'. La madre y los amigos del narrador desvelan sus querencias y fantasmas

 

El hacedor de ficciones
Por Elena Hevia

Brilló tan sólo cinco años, los que van desde 1998, fecha de la aparición de Los detectives salvajes, una de las novelas capitales de la literatura latinomericana de los últimos tiempos, hasta su prematura muerte cumplidos los 50 el 15 de julio del 2003. Roberto Bolaño fue un relámpago. Pero también un inmenso escritor que es necesario leer. Éstas son algunas claves para no perderse en la complejidad de su universo que ahora se cierra con su novela póstuma 2666.

AUTOFICCIÓN. El 90% de sus historias es autobiográfico, sin apenas tapujos, aunque debidamente distorsionado por su mirada exacerbada. Nacido en Chile, trasladado a México, vuelto a su país en los albores del golpe pinochetista y rebotado al exilio en diversos puntos de Catalunya (Barcelona, Girona, Sitges, por este orden), Bolaño circunscribe a esas triangulaciones geográficas todo su material literario y se convierte en el gran protagonista de sus ficciones.

BELANO, ARTURO. Trasunto y doble confuso del propio Bolaño, héroe de su gran novela Los detectives salvajes. Su sombra se desperdiga por otras obras y se recupera como voz narradora en la apabullante 2666.

CANON. El suyo es un completo compromiso con la literatura: Nicanor Parra (el primero), Enrique Lihn, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar. Por "joder la paciencia", como decía él, solía distraerse aireando un anticanon encabezado por Isabel Allende; con Luis Sepúlveda, Ángeles Mastretta y Antonio Skármeta como acólitos.

CHILE. Genéticamente es un autor chileno, pero lejos de practicar la clásica relación nostálgico-productiva con su país natal, coloca en su interior alguna bomba de relojería como Nocturno de Chile, "novela radical e incómoda", inmisericorde con la izquierda exquisita. Como la novela planteaba su crítica en clave de ficción, posteriormente en un artículo de Ajoblanco reveló los nombres y apellidos que se escondían tras ella y eso le valió el ser considerado poco menos que persona non grata entre la intelectualidad chilena.

CITA. Travestido de sí mismo, apareció como personaje en Soldados de Salamina. Así fue para un público amplio -a su pesar- y así se defendió: "Ese personaje es escritor y chileno, pero no soy yo, de la misma manera que el Cercas narrador no es Cercas, aunque ambos son posibles e incluso probables".

CULTO (novela de). Los detectives salvajes lo es, posiblemente por su capacidad para la mitificación y por su voluntad totalizadora. El tiempo dirá si 2666 accede al podio.

DESARRAIGO FÍSICO. Eligió la excentricidad geográfica. Alejarse de las capillitas, de los cenotafios barceloneses -en Girona y luego, más tarde, en Blanes-, tanto como de los guetos latinoamericanos.

DESARRAIGO LINGÜÍSTICO. Con un particular castellano, lengua franca de ninguna parte, apostó por un ideal panamericano que excluye los localismos a la vez que los integra.

DESARRAIGO MENTAL. Su exilio es sobre todo interior (compruébese en su novela breve Amuleto).

DICK, PHILIP K. El paranoico escritor de ciencia ficción estadounidense es la clave más o menos secreta -compartida con su amigo Rodrigo Fresán- de algunas de sus novelas más torturadas. Bolaño admiraba su aura de "profeta lumpen" y desdeñado.

DIMENSIÓN DESCONOCIDA. Sus historias se sitúan en una realidad paralela (véase Dick). No hay muchas certezas en sus ficciones, que él concibe como espejismo y, sobre todo, como sueños. Eso es evidente en Amberes, un intenso y obsesivo tripi.

LAMBORGHINI, OSVALDO. Es el modelo temido que a punto estuvo de cumplir. Lamborghini, cuya lectura produce "una enfermedad incurable" , fue un oscuro escritor argentino entregado en cuerpo y alma a la literatura que murió solo y olvidado en la Barcelona de los 80. Bolaño logró romper esa misma maldición cinco años antes de su muerte, que él sabía anunciada. Fue gracias a sus deslumbrantes Los detectives salvajes (premios Herralde y Rómulo Gallegos). Monsieur Pain, trasunto de la también callada muerte de César Vallejo en París, es un intento de convocar literariamente esos miedos.

MÉXICO. El país donde vivió su turbulenta adolescencia y cuya propensión al caos y la mitificación fue el perfecto caldo de cultivo de su vocación.

PARRA, NICANOR. Si el nonagenario y gran patriarca de la poesía chilena inventó la antipoesía, Bolaño acuñó la antinovela. El estilo directo y contundente de Parra influye directamente en la prosa tersa de quien se declaró su discípulo. No hay que olvidar que la poesía fue el primer gran amor de Bolaño en los 70, allá en México y que más tarde recuperó y amplió en sus poemarios Tres y Los perros románticos.

POLIFONÍA. Bolaño fue un maestro del tiempo narrativo y de las estructuras complejas y arborescentes. El modo musical en el que las microhistorias de Los detectives... y 2666 se entrelazan y crecen tiene mucho de diabólico juego. Sus cuentos también emplean una magnífica variedad de formas. En Llamadas telefónicas logró que Vida de Anne Moore, relato de pocas páginas, pudiera leerse como una novela río.

POLÍTICA (reírse de la). La literatura nazi en América -un más que ingenioso pastiche literario- habla de la derecha, pero en realidad pone en solfa a la izquierda. A veces se pone serio. De "infames y miserables" tilda a latinoamericanos comprometidos. A Bolaño le gustaban las opiniones contundentes (véase Canon) y por eso tuvo innumerables enemistades.

POSTERIDAD. En el 1° Encuentro de Escritores Latinoamericanos de Sevilla fue considerado el mejor escritor de su generación. Era junio del 2003. A sólo un mes de su muerte.

 

 

Tramas que detonan en mil direcciones
Por Patricia Espinosa

Si la fragmentación moderna instauró que la parte dependía del todo, ahora estamos en un territorio en el que el fragmento opera su propia imposibilidad de ingresar a un sistema. Borges ya lo había presupuesto: "Los hombres que lo imitaran optarían por el binario y los demiurgos y los dioses, por el infinito: infinitas historias, infinitamente ramificadas" . En la obra de Roberto Bolaño se produce la eclosión vaticinada por Borges.

La trama que detona en mil direcciones, una red que nos permite saltar de un sitio a otro. Sus textos operan a modo de nudos que remiten a otros textos. Más allá de la novela puzle cortazariana, la hipernovela: Los detectives salvajes, en donde constatamos que el conjunto que podría dar sentido a cada una de las partes es también una fuente de error, desarraigo y espera. La perspectiva se sustenta en el fragmento y el desmontaje, como ocurre en Tres, La pista de hielo y Amberes.

La ficción bolañesca deviene un hipertexto en el cual caducan los conceptos de origen, centro, jerarquía: en su sitio, múltiples trayectorias que permiten la interconexión entre realidad y ficción. La obra poético-narrativa de Bolaño se cruza con su propia biografía, al modo de la non fiction, tal como en El gaucho insufrible , Entre paréntesis y El último salvaje. De ahí que sus textos nos enfrenten al problema de una identidad sustentada en la singularidad, lo cual determina la imposibilidad de afirmar identidades absolutas.

Es la hora de las neoidentidades. Ya no más un lugar seguro, sino territorios en donde las infinitas ramificaciones generan una red anarco-cínica que instala el metarrelato de la derrota como eje de sus protagonistas. Allí están Llamadas telefónicas, Putas asesinas y Una novelita lumpen modulando derrota y resistencia. Elementos clave si los leemos desde una América Latina entregada una y otra vez a represiones y fascismos como soporte de nuestras historias (véase: La literatura nazi en América, Estrella distante y Nocturno de Chile). En definitiva, una estética de la subversión constante, que ironiza sin límites, en especial respecto de lo metaliterario. Así, la escritura de Bolaño se convierte en precursora de la narrativa chilena y latinoamericana posboom. Su obra excede toda categorización generacional. Creo que su irrupción en América Latina se ha instalado como un umbral de época, un pórtico a partir del cual ya nada será igual.

 

Escribir, leer y charlar hasta el final
Por Ángeles López

Los mentideros literarios especulaban sobre si Roberto Bolaño estaba en el punto de mira de los Nobel. El propio autor bromeó alguna vez sobre ello con su amigo y editor Jorge Herralde, que matiza: "Si hubiera seguido con vida después de 2666, quizá los muy erráticos miembros de la Academia Sueca se hubieran rendido a la evidencia".

Lo cierto es que, tras años diagnosticado de cirrosis, Bolaño no pudo acceder a un trasplante de hígado debido a su raro grupo sanguíneo. Su amigo y escritor A.G. Porta dice que "su enfermedad duró tanto que siempre estuvo convencido de que no la superaría; si se pidió algo, fue tiempo para terminar su obra". Bolaño se enfrentaba a su testamento literario, obra magna que ha inventariado el crítico Ignacio Echevarría. "2666 salía en cada conversación en los últimos años -explica Herralde-. Me hablaba de sus consultas vía e-mail a Sergio González Rodríguez, escritor mexicano que investigó los crímenes de Ciudad Juárez y publicó el extraordinario reportaje Huesos en el desierto. Me dijo también que en la novela salía Bubi, un editor alemán con rasgos inspirados en mí". No obstante, los últimos meses de Bolaño transcurrieron viajando (¿despidiéndose?) más que nunca. "Coincidimos en París y Turín con motivo de la edición de libros suyos. También estuvo en Londres, y luego vino su último viaje a Sevilla. Su empleo del tiempo era el habitual: escribir como un poseso, leer con frenesí, charlar incansablemente con los amigos", concluye Herralde.



Vida de un niño precoz
Por Carles Geli / Ángeles López

Debía ser de cuando tenía siete años, no más. Iba sobre el amor de unas gallinas por un pato y el consiguiente revuelo en el corral por tan antinatural atracción. Era su primer cuento y ya era extraño, rompedor. "No me acuerdo del título; lo tenía, claro. Debe de estar en alguno de los cuadernillos que aún conservo por casa", rememora hoy por primera vez, con voz entrecortada, Victoria Ávalos, la madre de ese niño precoz en la escritura llamado Roberto Bolaño. Era otra precocidad, porque de que el niño sabía leer sin que nadie le enseñara se había percatado ya casi cuatro años antes: "Un día que fuimos al centro de la ciudad y recitó las carteleras del cine pensé: 'Mira qué memoria. Se los leí y aún los retiene'. Pero luego vimos que hacía lo mismo con otros carteles no vistos antes y, en casa, con unos cuentos". La madre, profesora de Matemáticas y Estadística en un instituto, llevó al niño al médico, quien recomendó que le quitaran los libros. Una prescripción imposible de aplicar porque había sido ella misma la que, todas las noches sin falta, les leía a él y a su hermana pequeña Salomé "un poco de todo, no sólo Neruda, como decía siempre Roberto".


POSES LITERARIAS

Lo de Neruda es un detalle más de las múltiples poses literarias que, según su madre, Roberto adoptó pronto, hacia los 17 años, cuando el hijo de profesora y transportista acababa los estudios de bachillerato y decidía dedicarse sólo a escribir como articulista. "Es que no paró nunca de hacerlo: de pequeño llenaba hojas y cuadernos y, si no le dabas lápices y papel, se iba al patio y en la tierra hacía sus letras y sus dibujos", rescata doña Victoria. ¿Un escritor maldito, taciturno, triste? "Nada de nada; eran eso, poses literarias porque él era de natural alegre, con un humor y una ironía increíbles -mantiene su progenitora-, lo que ocurre es que era un seductor al cien por cien". Lo ratifica su editor, Jorge Herralde, "¿Qué cómo le recuerdo? Riendo". Y también la jefa de prensa de Anagrama, Anna Jornet: "Le veo encendiendo un cigarro después de otro en esas comidas que se eternizaban con Teresa, su apreciada correctora; explicando un sueño que había tenido y que se convertía en un puro relato literario o bailando el Aserejé con su hija pequeña en su casa de Blanes".

Otra cosa era su aire ausente, con algún punto frío y distante, que según su madre eran manifestaciones de sus "rachas de soledad, en las que se iba de este mundo y se adentraba en el suyo para hilvanar sus historias". Quizá no hay que olvidar que, para doña Victoria, "Roberto, en el fondo, tenía miedo de su parte emotiva y la ocultaba". Pero afloraba a la más mínima ocasión, especialmente si ésta era literaria, como bien sabe su amigo Antoni García Porta: "Con los colegas novelistas era muy generoso: nos alentaba a seguir escribiendo e incluso hacía lecturas críticas de los originales". Herralde remacha: "Sí, era generoso (a veces demasiado generoso) con jóvenes escritores y muy crítico (a menudo merecidamente crítico) con ciertas vacas sagradas".


DESTINO: CATALUNYA

Porta recuerda a Bolaño de cuando vivía en la calle de Tallers, en 1977, al poco de recalar en Barcelona, donde el azar le había anclado. La familia entera había marchado de Chile en 1968 y se había instalado en México. Roberto regresó a su país en 1973, atraído por un proyecto de teatro para el pueblo. El golpe de Pinochet le pilló en el sur. Pasó ocho días en la cárcel, donde "muchas conexiones, suerte y trabajo", según su madre, le permitieron salir. Apenas dos años después, Salomé, un año menor que Roberto -"es antropóloga, pero una muy buena poetisa, según su hermano"-, propuso a doña Victoria dejar México e ir a Catalunya, donde había nacido Eugènia Carner, la abuela paterna, que fue a Chile y se había casado con un gallego de apellido Bolaño. El ya escritor tenía previsto instalarse en Suecia, pero una repentina y grave enfermedad de su madre -"salió toda la tensión de esos años", apunta ella- le hizo parar definitivamente ahí. Luego habría otros amarres; en 1982, su esposa, Carolina Pérez, y después, sus dos hijos -"mi única patria", afirmó-: Lautaro ( "espero que no sea escritor; mejor piloto, cirujano plástico o editor" ) y Alejandra.

En medio, está la vida misma y el mito. A su llegada a Barcelona, Bolaño escribía poesía. "Pasábamos muchas tardes jugando al futbolín e intentando hacer un guión cinematográfico -rememora Porta, que acabó publicando con él Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984)-. Leía, bebía té y eso, escribía poesía. Trabajaba los fines de semana en el cámping Estrella de Mar en Castelldefels, para comer, y en verano, para pagar el alquiler".

Tras vivir en Girona, se afincó definitivamente en Blanes en 1984, dejando atrás una larga lista de oficios: camarero, barrendero, descargador de muelles, vendimiador, vendedor de bisutería... "Pasó durezas y miserias, sí, pero tampoco muchas más que otros inmigrantes. Él trabajaba sólo en verano para poder escribir en invierno", expone su madre, "en un estudio tan frío que echaría atrás al más valiente", concreta Porta. Compraba así tiempo para la literatura y para leer "cualquier cosa que le caía en las manos, como de chico", especialmente libros (Borges, Cortázar, Neruda, Auden, Rulfo, Rimbaud...) fruto de préstamos de las bibliotecas municipales. Ver vídeos de madrugada, divertirse con el programa de televisión Gran Hermano y coleccionar juegos de guerra fueron sus aficiones. "Le apasionaban esos juegos y era capaz de discutir sobre las orlas en que acababa el uniforme de los húsares" , explica Porta.

¿Fue Bolaño feliz? "Creo que sí -apunta su madre-, aunque quedó tocado por lo de Chile". Sólo le recuerda dos fobias, afirma ella: "No soportaba a los mediocres y tenía que dormir con una pequeña luz lejana, por cierto miedo a la oscuridad". Quizá por eso, al marcharse, dejó su obra encendida.



Colmar la biblioteca
Por Ricardo Baixeras

2666
Autor: Roberto Bolaño
Editorial: Seix Barral, Páginas: 1.119

Sinopsis: La búsqueda de los libros y de la persona de un escritor se mezcla con las reflexiones de un viejo profesor de Filosofía, las aventuras de un periodista, los crímenes contra mujeres en Santa Teresa y la vida de un alemán en la segunda guerra mundial.

Soy un gigante perdido en medio de un bosque quemado. Pero alguien vendrá a rescatarme... Soy un gigante perdido en medio de un bosque calcinado. Mi destino, sin embargo, sólo lo conozco yo". Escrita bajo el peso silencioso de la muerte y con la fuerza indescriptible del ensueño (o la pesadilla), 2666 dibuja el contorno inquietante de una esfinge: novela sin respuestas que incendiará con sus preguntas el panorama literario contemporáneo. Es un libro inmenso construido desde un lago frío y solitario, como quizá fueron los últimos años de Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953 - Barcelona, 2003). Para entender este libro hay que leer a la Alejandra Pizarnik de Extracción de la piedra de locura, hay que leer todo Kafka, a Malcolm Lowry, a Sade y a Maurice Blanchot, cuya obra crítica parece escrita como un comentario secreto a 2666. No es una novela apresurada, aunque en el tono la prisa estimule el flujo continuo ya conocido de Bolaño. Sus mejores momentos han sido construidos desde lo onírico: una escritura intensamente irracional que alcanza el cenit de su expresividad literaria.

Para este gigante de la literatura que lo había leído todo -"La lectura es placer y alegría de estar vivo o tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La escritura, en cambio, suele ser vacío. En las entrañas de un hombre que escribe no hay nada", dijo Bolaño-, 2666, obra póstuma e inconclusa -como lo fue otra inmensidad llamada El hombre sin atributos, de Robert Musil-, no es un giro último e imprevisible en su literatura. A la estela de Los detectives salvajes, sigue habiendo personajes que son escritores y que leen, escritores (o críticos) que buscan a escritores que no tienen rostro, personajes marginales que deambulan en una atmósfera irrespirable donde la muerte violenta y el mal sin paliativos triunfa en círculos concéntricos y a todos mancha. Sigue estando México. En parte, 2666 es la ampliación temática de Nocturno de Chile.

Desde un lugar fronterizo que funde y confunde a la historia con la literatura y a la literatura con la historia, esta novela no es sólo la suma de sus cinco partes -La parte de los críticos, La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi- que pueden ser leídas no independientemente pero sí de forma más o menos libre. 2666 es el último desorden que Bolaño deja como herencia, el caos ordenado de una novela total que reza: "Todo dentro de todo", el lugar propicio de un libro inevitable porque está escrito al dictado de la muerte, porque reconcilia al escritor con el deseo de seguir escribiendo y al lector con la necesidad de continuar leyendo, porque nos devuelve la necesidad de enfrentarnos a obras concebidas desde la más alta exigencia y ambición literaria. Bolaño escribió que "para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca". Él abandonó la suya; nos queda el consuelo de inundar la nuestra con las palabras de este libro indeleble.

 

 


Proyecto Patrimonio— Año 2004 
A Página Principal
| A Archivo Roberto Bolaño | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Roberto Bolaño, la obra sin fin.
En El Periódico,
11 de noviembre de 2004..