Reflexiones en torno al universo literario del
escritor chileno tras la publicación de la novela póstuma
'2666'. La madre y los amigos del narrador desvelan sus querencias
y fantasmas
El hacedor
de ficciones
Por Elena Hevia
Brilló tan sólo cinco años, los que van desde
1998, fecha de la aparición de Los detectives salvajes, una
de las novelas capitales de la literatura latinomericana de los últimos
tiempos, hasta su prematura muerte cumplidos los 50 el 15 de julio
del 2003. Roberto
Bolaño fue un relámpago. Pero también un inmenso
escritor que es necesario leer. Éstas son algunas claves para
no perderse en la complejidad de su universo que ahora se cierra con
su novela póstuma 2666.
AUTOFICCIÓN. El 90% de sus historias es autobiográfico,
sin apenas tapujos, aunque debidamente distorsionado por su mirada
exacerbada. Nacido en Chile, trasladado a México, vuelto a
su país en los albores del golpe pinochetista y rebotado al
exilio en diversos puntos de Catalunya (Barcelona, Girona, Sitges,
por este orden), Bolaño circunscribe a esas triangulaciones
geográficas todo su material literario y se convierte en el
gran protagonista de sus ficciones.
BELANO, ARTURO. Trasunto y doble confuso del propio Bolaño,
héroe de su gran novela Los detectives salvajes. Su sombra
se desperdiga por otras obras y se recupera como voz narradora en
la apabullante 2666.
CANON. El suyo es un completo compromiso con la literatura: Nicanor
Parra (el primero), Enrique Lihn, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares,
Julio Cortázar. Por "joder la paciencia", como decía
él, solía distraerse aireando un anticanon encabezado
por Isabel Allende; con Luis Sepúlveda, Ángeles Mastretta
y Antonio Skármeta como acólitos.
CHILE. Genéticamente es un autor chileno, pero lejos de practicar
la clásica relación nostálgico-productiva con
su país natal, coloca en su interior alguna bomba de relojería
como Nocturno de Chile, "novela radical e incómoda",
inmisericorde con la izquierda exquisita. Como la novela planteaba
su crítica en clave de ficción, posteriormente en un
artículo de Ajoblanco reveló los nombres y apellidos
que se escondían tras ella y eso le valió el ser considerado
poco menos que persona non grata entre la intelectualidad chilena.
CITA. Travestido de sí mismo, apareció como personaje
en Soldados de Salamina. Así fue para un público amplio
-a su pesar- y así se defendió: "Ese personaje
es escritor y chileno, pero no soy yo, de la misma manera que el Cercas
narrador no es Cercas, aunque ambos son posibles e incluso probables".
CULTO (novela de). Los detectives salvajes lo es, posiblemente por
su capacidad para la mitificación y por su voluntad totalizadora.
El tiempo dirá si 2666 accede al podio.
DESARRAIGO FÍSICO. Eligió la excentricidad geográfica.
Alejarse de las capillitas, de los cenotafios barceloneses -en Girona
y luego, más tarde, en Blanes-, tanto como de los guetos latinoamericanos.
DESARRAIGO LINGÜÍSTICO. Con un particular castellano,
lengua franca de ninguna parte, apostó por un ideal panamericano
que excluye los localismos a la vez que los integra.
DESARRAIGO MENTAL. Su exilio es sobre todo interior (compruébese
en su novela breve Amuleto).
DICK, PHILIP K. El paranoico escritor de ciencia ficción estadounidense
es la clave más o menos secreta -compartida con su amigo Rodrigo
Fresán- de algunas de sus novelas más torturadas. Bolaño
admiraba su aura de "profeta lumpen" y desdeñado.
DIMENSIÓN DESCONOCIDA. Sus historias se sitúan en una
realidad paralela (véase Dick). No hay muchas certezas en sus
ficciones, que él concibe como espejismo y, sobre todo, como
sueños. Eso es evidente en Amberes, un intenso y obsesivo tripi.
LAMBORGHINI, OSVALDO. Es el modelo temido que a punto estuvo de cumplir.
Lamborghini, cuya lectura produce "una enfermedad incurable"
, fue un oscuro escritor argentino entregado en cuerpo y alma a la
literatura que murió solo y olvidado en la Barcelona de los
80. Bolaño logró romper esa misma maldición cinco
años antes de su muerte, que él sabía anunciada.
Fue gracias a sus deslumbrantes Los detectives salvajes (premios Herralde
y Rómulo Gallegos). Monsieur Pain, trasunto de la también
callada muerte de César Vallejo en París, es un intento
de convocar literariamente esos miedos.
MÉXICO. El país donde vivió su turbulenta adolescencia
y cuya propensión al caos y la mitificación fue el perfecto
caldo de cultivo de su vocación.
PARRA, NICANOR. Si el nonagenario y gran patriarca de la poesía
chilena inventó la antipoesía, Bolaño acuñó
la antinovela. El estilo directo y contundente de Parra influye directamente
en la prosa tersa de quien se declaró su discípulo.
No hay que olvidar que la poesía fue el primer gran amor de
Bolaño en los 70, allá en México y que más
tarde recuperó y amplió en sus poemarios Tres y Los
perros románticos.
POLIFONÍA. Bolaño fue un maestro del tiempo narrativo
y de las estructuras complejas y arborescentes. El modo musical en
el que las microhistorias de Los detectives... y 2666 se entrelazan
y crecen tiene mucho de diabólico juego. Sus cuentos también
emplean una magnífica variedad de formas. En Llamadas telefónicas
logró que Vida de Anne Moore, relato de pocas páginas,
pudiera leerse como una novela río.
POLÍTICA (reírse de la). La literatura nazi en América
-un más que ingenioso pastiche literario- habla de la derecha,
pero en realidad pone en solfa a la izquierda. A veces se pone serio.
De "infames y miserables" tilda a latinoamericanos comprometidos.
A Bolaño le gustaban las opiniones contundentes (véase
Canon) y por eso tuvo innumerables enemistades.
POSTERIDAD. En el 1° Encuentro de Escritores Latinoamericanos
de Sevilla fue considerado el mejor escritor de su generación.
Era junio del 2003. A sólo un mes de su muerte.
Tramas
que detonan en mil direcciones
Por Patricia Espinosa
Si la fragmentación moderna instauró que la parte dependía
del todo, ahora estamos en un territorio en el que el fragmento opera
su propia imposibilidad de ingresar a un sistema. Borges ya lo había
presupuesto: "Los hombres que lo imitaran optarían por
el binario y los demiurgos y los dioses, por el infinito: infinitas
historias, infinitamente ramificadas" . En
la obra de Roberto Bolaño se produce la eclosión vaticinada
por Borges.
La trama que detona en mil direcciones, una red que nos permite saltar
de un sitio a otro. Sus textos operan a modo de nudos que remiten
a otros textos. Más allá de la novela puzle cortazariana,
la hipernovela: Los detectives salvajes, en donde constatamos que
el conjunto que podría dar sentido a cada una de las partes
es también una fuente de error, desarraigo y espera. La perspectiva
se sustenta en el fragmento y el desmontaje, como ocurre en Tres,
La pista de hielo y Amberes.
La ficción bolañesca deviene un hipertexto en el cual
caducan los conceptos de origen, centro, jerarquía: en su sitio,
múltiples trayectorias que permiten la interconexión
entre realidad y ficción. La obra poético-narrativa
de Bolaño se cruza con su propia biografía, al modo
de la non fiction, tal como en El gaucho insufrible , Entre paréntesis
y El último salvaje. De ahí que sus textos nos enfrenten
al problema de una identidad sustentada en la singularidad, lo cual
determina la imposibilidad de afirmar identidades absolutas.
Es la hora de las neoidentidades. Ya no más un lugar seguro,
sino territorios en donde las infinitas ramificaciones generan una
red anarco-cínica que instala el metarrelato de la derrota
como eje de sus protagonistas. Allí están Llamadas telefónicas,
Putas asesinas y Una novelita lumpen modulando derrota y resistencia.
Elementos clave si los leemos desde una América Latina entregada
una y otra vez a represiones y fascismos como soporte de nuestras
historias (véase: La literatura nazi en América, Estrella
distante y Nocturno de Chile). En definitiva, una estética
de la subversión constante, que ironiza sin límites,
en especial respecto de lo metaliterario. Así, la escritura
de Bolaño se convierte en precursora de la narrativa chilena
y latinoamericana posboom. Su obra excede toda categorización
generacional. Creo que su irrupción en América Latina
se ha instalado como un umbral de época, un pórtico
a partir del cual ya nada será igual.
Escribir,
leer y charlar hasta el final
Por Ángeles López
Los mentideros literarios especulaban sobre si Roberto Bolaño
estaba en el punto de mira de los Nobel. El propio autor bromeó
alguna vez sobre ello con su amigo y editor Jorge Herralde, que matiza:
"Si hubiera seguido con vida después de 2666, quizá
los muy erráticos miembros de la Academia Sueca se hubieran
rendido a la evidencia".
Lo cierto es que, tras años diagnosticado de cirrosis, Bolaño
no pudo acceder a un trasplante de hígado debido a su raro
grupo sanguíneo. Su amigo y escritor A.G. Porta dice que "su
enfermedad duró tanto que siempre estuvo convencido de que
no la superaría; si se pidió algo, fue tiempo para terminar
su obra". Bolaño se enfrentaba a su testamento literario,
obra magna que ha inventariado el crítico Ignacio Echevarría.
"2666 salía en cada conversación en los últimos
años -explica Herralde-. Me hablaba de sus consultas vía
e-mail a Sergio González Rodríguez, escritor mexicano
que investigó los crímenes de Ciudad Juárez y
publicó el extraordinario reportaje Huesos en el desierto.
Me dijo también que en la novela salía Bubi, un editor
alemán con rasgos inspirados en mí". No obstante,
los últimos meses de Bolaño transcurrieron viajando
(¿despidiéndose?) más que nunca. "Coincidimos
en París y Turín con motivo de la edición de
libros suyos. También estuvo en Londres, y luego vino su último
viaje a Sevilla. Su empleo del tiempo era el habitual: escribir como
un poseso, leer con frenesí, charlar incansablemente con los
amigos", concluye Herralde.
Vida
de un niño precoz
Por Carles Geli / Ángeles López
Debía ser de cuando tenía siete años, no más.
Iba sobre el amor de unas gallinas por un pato y el consiguiente revuelo
en el corral por tan antinatural atracción. Era su primer cuento
y ya era extraño,
rompedor. "No me acuerdo del título; lo tenía,
claro. Debe de estar en alguno de los cuadernillos que aún
conservo por casa", rememora hoy por primera vez, con voz entrecortada,
Victoria Ávalos, la madre de ese niño precoz en la escritura
llamado Roberto Bolaño. Era otra precocidad, porque de que
el niño sabía leer sin que nadie le enseñara
se había percatado ya casi cuatro años antes: "Un
día que fuimos al centro de la ciudad y recitó las carteleras
del cine pensé: 'Mira qué memoria. Se los leí
y aún los retiene'. Pero luego vimos que hacía lo mismo
con otros carteles no vistos antes y, en casa, con unos cuentos".
La madre, profesora de Matemáticas y Estadística en
un instituto, llevó al niño al médico, quien
recomendó que le quitaran los libros. Una prescripción
imposible de aplicar porque había sido ella misma la que, todas
las noches sin falta, les leía a él y a su hermana pequeña
Salomé "un poco de todo, no sólo Neruda, como decía
siempre Roberto".
POSES LITERARIAS
Lo de Neruda es un detalle más de las múltiples poses
literarias que, según su madre, Roberto adoptó pronto,
hacia los 17 años, cuando el hijo de profesora y transportista
acababa los estudios de bachillerato y decidía dedicarse sólo
a escribir como articulista. "Es que no paró nunca de
hacerlo: de pequeño llenaba hojas y cuadernos y, si no le dabas
lápices y papel, se iba al patio y en la tierra hacía
sus letras y sus dibujos", rescata doña Victoria. ¿Un
escritor maldito, taciturno, triste? "Nada de nada; eran eso,
poses literarias porque él era de natural alegre, con un humor
y una ironía increíbles -mantiene su progenitora-, lo
que ocurre es que era un seductor al cien por cien". Lo ratifica
su editor, Jorge Herralde, "¿Qué cómo le
recuerdo? Riendo". Y también la jefa de prensa de Anagrama,
Anna Jornet: "Le veo encendiendo un cigarro después de
otro en esas comidas que se eternizaban con Teresa, su apreciada correctora;
explicando un sueño que había tenido y que se convertía
en un puro relato literario o bailando el Aserejé con su hija
pequeña en su casa de Blanes".
Otra cosa era su aire ausente, con algún punto frío
y distante, que según su madre eran manifestaciones de sus
"rachas de soledad, en las que se iba de este mundo y se adentraba
en el suyo para hilvanar sus historias". Quizá no hay
que olvidar que, para doña Victoria, "Roberto, en el fondo,
tenía miedo de su parte emotiva y la ocultaba". Pero
afloraba a la más mínima ocasión, especialmente
si ésta era literaria, como bien sabe su amigo Antoni García
Porta: "Con los colegas novelistas era muy generoso: nos alentaba
a seguir escribiendo e incluso hacía lecturas críticas
de los originales". Herralde remacha: "Sí, era generoso
(a veces demasiado generoso) con jóvenes escritores y muy crítico
(a menudo merecidamente crítico) con ciertas vacas sagradas".
DESTINO: CATALUNYA
Porta recuerda a Bolaño de cuando vivía en la calle
de Tallers, en 1977, al poco de recalar en Barcelona, donde el azar
le había anclado. La familia entera había marchado de
Chile en 1968 y se había instalado en México. Roberto
regresó a su país en 1973, atraído por un proyecto
de teatro para el pueblo. El golpe de Pinochet le pilló en
el sur. Pasó ocho días en la cárcel, donde "muchas
conexiones, suerte y trabajo", según su madre, le permitieron
salir. Apenas dos años después, Salomé, un año
menor que Roberto -"es antropóloga, pero una muy buena
poetisa, según su hermano"-, propuso a doña Victoria
dejar México e ir a Catalunya, donde había nacido Eugènia
Carner, la abuela paterna, que fue a Chile y se había casado
con un gallego de apellido Bolaño. El ya escritor tenía
previsto instalarse en Suecia, pero una repentina y grave enfermedad
de su madre -"salió toda la tensión de esos años",
apunta ella- le hizo parar definitivamente ahí. Luego habría
otros amarres; en 1982, su esposa, Carolina Pérez, y después,
sus dos hijos -"mi única patria", afirmó-:
Lautaro ( "espero que no sea escritor; mejor piloto, cirujano
plástico o editor" ) y Alejandra.
En medio, está la vida misma y el mito. A su llegada a Barcelona,
Bolaño escribía poesía. "Pasábamos
muchas tardes jugando al futbolín e intentando hacer un guión
cinematográfico -rememora Porta, que acabó publicando
con él Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático
de Joyce (1984)-. Leía, bebía té y eso, escribía
poesía. Trabajaba los fines de semana en el cámping
Estrella de Mar en Castelldefels, para comer, y en verano, para pagar
el alquiler".
Tras vivir en Girona, se afincó definitivamente en Blanes
en 1984, dejando atrás una larga lista de oficios: camarero,
barrendero, descargador de muelles, vendimiador, vendedor de bisutería...
"Pasó durezas y miserias, sí, pero tampoco muchas
más que otros inmigrantes. Él trabajaba sólo
en verano para poder escribir en invierno", expone su madre,
"en un estudio tan frío que echaría atrás
al más valiente", concreta Porta. Compraba así
tiempo para la literatura y para leer "cualquier cosa que le
caía en las manos, como de chico", especialmente libros
(Borges, Cortázar, Neruda, Auden, Rulfo, Rimbaud...) fruto
de préstamos de las bibliotecas municipales. Ver vídeos
de madrugada, divertirse con el programa de televisión Gran
Hermano y coleccionar juegos de guerra fueron sus aficiones. "Le
apasionaban esos juegos y era capaz de discutir sobre las orlas en
que acababa el uniforme de los húsares" , explica Porta.
¿Fue Bolaño feliz? "Creo que sí -apunta
su madre-, aunque quedó tocado por lo de Chile". Sólo
le recuerda dos fobias, afirma ella: "No soportaba a los mediocres
y tenía que dormir con una pequeña luz lejana, por cierto
miedo a la oscuridad". Quizá por eso, al marcharse, dejó
su obra encendida.
Colmar
la biblioteca
Por Ricardo Baixeras
2666
Autor: Roberto Bolaño
Editorial: Seix Barral, Páginas: 1.119
Sinopsis: La búsqueda de los libros y de la persona de un
escritor se mezcla con las reflexiones de un viejo profesor de Filosofía,
las aventuras de un periodista, los crímenes contra mujeres
en Santa Teresa y la vida de un alemán en la segunda guerra
mundial.
Soy un gigante perdido en medio de un bosque quemado. Pero alguien
vendrá a rescatarme... Soy un gigante perdido en medio de un
bosque calcinado. Mi destino, sin embargo, sólo lo conozco
yo". Escrita bajo el peso silencioso de la muerte y con la fuerza
indescriptible del ensueño (o la pesadilla), 2666 dibuja el
contorno inquietante de una esfinge: novela sin respuestas que incendiará
con sus preguntas el panorama literario contemporáneo. Es un
libro inmenso construido desde un lago frío y solitario, como
quizá fueron los últimos años de Roberto Bolaño
(Santiago de Chile, 1953 - Barcelona, 2003). Para entender este libro
hay que leer a la Alejandra Pizarnik de Extracción de la piedra
de locura, hay que leer todo Kafka, a Malcolm Lowry, a Sade y a Maurice
Blanchot, cuya obra crítica parece escrita como un comentario
secreto a 2666. No es una novela apresurada, aunque en el tono la
prisa estimule el flujo continuo ya conocido de Bolaño. Sus
mejores momentos han sido construidos desde lo onírico: una
escritura intensamente irracional que alcanza el cenit de su expresividad
literaria.
Para este gigante de la literatura que lo había leído
todo -"La lectura es placer y alegría de estar vivo o
tristeza de estar vivo y sobre todo es conocimiento y preguntas. La
escritura, en cambio, suele ser vacío. En las entrañas
de un hombre que escribe no hay nada", dijo Bolaño-, 2666,
obra póstuma e inconclusa -como lo fue otra inmensidad llamada
El hombre sin atributos, de Robert Musil-, no es un giro último
e imprevisible en su literatura. A la estela de Los detectives salvajes,
sigue habiendo personajes que son escritores y que leen, escritores
(o críticos) que buscan a escritores que no tienen rostro,
personajes marginales que deambulan en una atmósfera irrespirable
donde la muerte violenta y el mal sin paliativos triunfa en círculos
concéntricos y a todos mancha. Sigue estando México.
En parte, 2666 es la ampliación temática de Nocturno
de Chile.
Desde un lugar fronterizo que funde y confunde a la historia con
la literatura y a la literatura con la historia, esta novela no es
sólo la suma de sus cinco partes -La parte de los críticos,
La parte de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes
y La parte de Archimboldi- que pueden ser leídas no independientemente
pero sí de forma más o menos libre. 2666 es el último
desorden que Bolaño deja como herencia, el caos ordenado de
una novela total que reza: "Todo dentro de todo", el lugar
propicio de un libro inevitable porque está escrito al dictado
de la muerte, porque reconcilia al escritor con el deseo de seguir
escribiendo y al lector con la necesidad de continuar leyendo, porque
nos devuelve la necesidad de enfrentarnos a obras concebidas desde
la más alta exigencia y ambición literaria. Bolaño
escribió que "para el escritor de verdad su única
patria es su biblioteca". Él abandonó la suya;
nos queda el consuelo de inundar la nuestra con las palabras de este
libro indeleble.