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Reseña sobre 2666, la novela póstuma de Bolaño:


El mito del final


Por Gonzalo Garcés
Artes y Letras de El Mercurio, domingo 21 de noviembre de 2004.


Según el escritor Gonzalo Garcés, este es un libro comparable nada menos que a En busca del tiempo perdido. Es un libro que invita a escribir y a leer otros libros, y deja con el sabor de haber conocido una obra inmensa.

Es un gran libro. Es un libro inmenso. Estos pensamientos, que parecen el mismo pero son distintos, siempre que se piensen en forma sucesiva y con asombro creciente, son los primeros que acometen al lector de 2666. Y después: no es posible hablar de esto en un par de carillas. Y después: es imperfecta, es fragmentaria como lo es cierta clase de obra maestra, no el Fausto, no el Ulises, sino libros más acogedores como En busca del tiempo perdido. Uso palabras mayores, ya sé. Están usadas a conciencia. Y agregaré que, como la novela de Proust, ésta de Bolaño es una construcción abierta, invita a escribir, invita a leer otros libros, no parece el fin sino el principio de algo, lo que no deja de ser notable en una obra tan apocalíptica.

Agujero negro

La novela, como probablemente sabe ya el lector, consta de cinco largos libros. El primero narra la búsqueda infructuosa, por parte de cuatro críticos, del legendario escritor Benno von Archimboldi, visto por última vez en la ciudad mexicana de Santa Teresa; el segundo, la locura incipiente del profesor Amalfitano, que vive en Santa Teresa con su hija; en el tercero, un periodista llamado Fate, huérfano reciente, llegado a Santa Teresa para cubrir un combate de boxeo, se interesa por los asesinatos de mujeres que asuelan la ciudad; el cuarto detalla interminablemente esas muertes; el quinto es la biografía trágica de Archimboldi. Los personajes menores son incontables; la proliferación de historias, biografías, anécdotas y hechos deja sin aliento. Todo este caudal confluye en Santa Teresa, último círculo del infierno latinoamericano, donde una mano invisible e inexorable mata con la regularidad de una máquina.

Para describir este libro varios críticos han usado la imagen de un agujero negro. Con igual justicia se podría hablar de un cono abierto hacia arriba, como los practican en la arena las llamadas hormigas león, que se quedan en el fondo a la espera de que otras hormigas resbalen hacia ellas para devorarlas. La hormiga león es Santa Teresa. Hacia ella derrapan las almas sensibles o ya debilitadas, los que han sido heridos en el intelecto como los críticos, o en el espíritu como Amalfitano, o en el corazón como Fate, u otros cuyo destino mismo se presenta como herida, que es el caso de Archimboldi. También se podría pensar en unos buzos cansados yendo hacia la hélice del barco que los hará pedazos. Pero aquí está lo realmente notable: el punto de vista del libro es el de la hélice. El libro cuarto, el de los crímenes, es el punto de encuentro de los demás; a la luz de ese matadero debemos entender el destino de los personajes.

El tema, entonces, es la muerte. Mejor dicho: el tema es el vasto tiempo, las incontables historias personales, vistos desde el umbral de la muerte.

La melancolía del libro está bien representada en esta frase que pronuncia, mortalmente enferma, la esposa de Archimboldi: "Esa luz fue emitida hace mucho tiempo, ¿lo entiendes?", dice, señalando las estrellas, "es el pasado, estamos rodeados por el pasado, lo que ya no existe o sólo existe en el recuerdo o en las conjeturas ahora está allí, encima de nosotros, iluminando las montañas y la nieve y no podemos hacer nada para evitarlo". "Un libro viejo también es el pasado", contesta Archimboldi, mostrando, de paso, una vez más, que en la ficción de Roberto Bolaño la vida perdida y los libros perdidos son caras de una misma moneda, momentos de una misma poética de lo irreparable.

Santa Teresa

Esa vastedad del pasado, Bolaño la construye por acumulación de innumerables pequeños hechos. Pedro Rengifo dice, Sergio González se sienta, Elvira Campos come, Reiter suelta, Amalfitano pregunta, Pedro Rengifo vuelve a decir... Hay que imaginar esto multiplicado por hordas, multitudes de personajes. Como en la vida real, estos hechos a menudo parecen insignificantes mientras ocurren; es al mirar atrás cuando se descubre una forma. Bolaño descree de los momentos decisivos.

A este relato esencialmente realista Bolaño gusta de interrumpirlo con ciertas fantasmagorías recurrentes. Entre ellas: 1. Diálogos disparatados. Una voz misteriosa le pregunta a Amalfitano si, tal como quería Wittgenstein, se ha preguntado si su mano es una mano, le dice que es la voz de su padre, después la de su abuelo, y al fin le sugiere que lave los platos. Como en todos los diálogos de esta clase en Bolaño, algo trascendente parece a punto de revelarse y no llega a hacerlo. 2. Accesos de erudición extravagante. La directora del manicomio de Santa Teresa enumera las fobias conocidas, incluyendo la tricofobia o miedo al pelo, la dendrofobia o miedo a los árboles, la balistofobia o miedo a las balas ("Ésa es la mía", dice su amante, que es policía). 3. Incursiones levemente absurdas en un oficio o profesión. Florita Almada, vidente de casi brutal sentido común, prefiere recomendar la ingestión de fibras antes que formular profecías. 4. Genealogías. La de Lalo Cura, ya aparecido en un cuento de Bolaño, permite igualmente conectar con Los detectives salvajes: Lalo fue concebido por su madre tras acostarse con dos estudiantes prófugos en Sonora; ¿Lalo es hijo de Arturo Belano o de Ulises Lima? 5. Parodias, homenajes, alusiones. No comparto la fruición con la que algunos se lanzan a descubrir los referentes reales de personajes de Bolaño; que cierto poeta encerrado en el manicomio de Mondragón en "La parte de Amalfitano" corresponda a Leopoldo María Panero, me parece menos importante que su efecto en el relato. Lo mismo digo de Ciudad Juárez, modelo de Santa Teresa. Ésas y otras alusiones, sin embargo, existen.

Todo en 2666 sugiere una continuidad más allá de lo relatado. Los crímenes de Santa Teresa no son esclarecidos (aunque el lector pueda entrever una solución) y todo deja pensar que continuarán. Las "partes" de los críticos, de Amalfitano, Fate y Archimboldi son sólo cuatro en una serie potencialmente infinita: más y más destinos podrían confluir en Santa Teresa, donde las mujeres seguirían interminablemente muriendo. Bolaño se niega a cerrar sus grandes novelas. Si Los detectives salvajes tenía principio pero no final, 2666 tiene final pero no principio.

¿Cuál será el lugar de esta novela en la narrativa hispanoamericana? El crítico Álvaro Bisama contrapone Macondo, mito del origen, a Santa Teresa, mito del final. Sin contradecirlo, yo arriesgaría una lectura algo menos apocalíptica; pues el mundo de Bolaño, aunque marcha hacia la destrucción, es incomparablemente más rico que el de García Márquez. Macondo no es sólo mito del origen, sino de la totalidad. Su autor toma al pueblo pobre latinoamericano y, de simple momento en la historia, lo convierte en sentido, en morfología histórica: de barro y cañabrava fuimos en el comienzo, de barro y cañabrava somos cuando al último Buendía se lo comen las hormigas; nuestra verdad es, ella misma, de barro y cañabrava... Bolaño rehúsa esa totalización. Santa Teresa no es una forma del destino; es un final que vuelve inteligible a una pluralidad infinita de destinos, y su campo de acción abarca todo el planeta.

Roberto Bolaño
"2666"
Editorial Anagrama, Barcelona
2004, 1.128 páginas

 

 


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por Gonzalo Garcés,
Fuente: Artes y Letras de El Mercurio,
21 de noviembre de 2004.