Cuando, a comienzos del 2002, murió Camilo José Cela,
la prensa española se dedicó varios días a convertir
al autor de "La colmena" en un santo o en el más
grande escritor de todos los tiempos. Por entonces yo vivía
en Madrid y pocas cosas me interesaban menos que la muerte de Cela,
pero incluso
para un tímido y renuente extranjero resultaba difícil
quedar al margen de las casposas discusiones sobre el difunto, que
por aquellos días hasta se tomaron los sets de televisión.
En medio de la bulla, recuerdo un breve artículo, una breve
defensa del sentido común, que Roberto Bolaño
logró colar en las necrológicas de "El País":
"Entre el hombre que ganó todos los premios y el tipo
que despreció olímpicamente a todos los maricones, hay
un hueco secreto para el mejor Cela, uno de los mejores prosistas,
en plural, de la España de la segunda mitad del siglo XX".
El muerto, hoy, es Bolaño, desde hace varios meses que el
muerto es Bolaño, y no han faltado, por cierto, los rarísimos
y sospechosos homenajes: está de moda -y me refiero, en particular,
a un inteligentoso, previsible y al fin y al cabo torpe artículo
de Gabriel Agosín en la última edición de revista
"Rocinante"- reírse de los lectores "aparecidos",
esos que se subieron al carro de la victoria cuando nunca antes habían
participado del, digamos, "bolañismo"; y también
está de envidiosa moda afirmar que el autor de "Los
detectives salvajes" ha sido sobrevalorado por la crítica.
Pero siguen -y seguirán- apareciendo libros de Bolaño,
por lo que me temo que los pro y los anti deberán cotejar sus
humores un buen rato todavía antes de pergeñar sus consabidos
-y desabridos- libelos.
Así las cosas, "Entre paréntesis"
-recopilación de artículos, ensayos y discursos escritos
por Bolaño, recién sacada del horno por Editorial Anagrama-
es un suculento tapabocas de más trescientas páginas.
Ignacio Echevarría se ha limitado a rastrear los textos no
literarios que el autor publicó en periódicos y revistas
durante sus últimos cinco años de vida. El resultado
es ejemplar y, en más de un sentido, asombroso, sobre todo
por la diversidad del volumen. Y es que hay de todo: textos rabiosos,
circunstanciales, melancólicos, rigurosos, líricos,
generosos, humorísticos, autobiográficos, delirantes,
inolvidables.
Las cerca de setenta crónicas que Bolaño publicó
en este mismo diario (textos incidentales que respondían al
interés por hablar desde "el más desconocido poeta
provenzal hasta el más conocido novelista polaco, todo lo cual
en Santiago sonará por igual a chino"), un demoledor ensayo
sobre literatura argentina y una atentísima y por momentos
terrible lectura de la literatura chilena -dispersa en varios artículos-
figuran entre lo más notable de "Entre paréntesis".
Mención aparte merecen los artículos que el escritor
dedica a Blanes (que lo revelan como un brillante apuntador de la
vida cotidiana) y unas cuantas páginas sobre Mark Twain, Borges,
Wilcock, Enrique Lihn, Rodrigo Lira y, en especial, Nicanor Parra.
Ensayo y ficción, por cierto, se confunden: la obra crítica,
aquí, no es un parásito de la obra literaria; muy por
el contrario, es también literatura, buena literatura. Más
allá de las sospechas y de los remilgos, "Entre paréntesis"
demuestra que vamos a estar varias décadas leyendo a Roberto
Bolaño. Y ésta es, sin lugar a dudas, una muy buena
noticia.