El escritor chileno Roberto Bolaño (1953)
es hoy una de las figuras más atractivas de las letras latinoamericanas.
En Nocturno de Chile aborda la extraordinaria vida de un cura
del Opus Dei devenido critico literario. A partir de allí,
propone un acercamiento paródico al pasado reciente de su país.
Desde el pueblo catalán de Blanes, donde actualmente reside,
conversó con Lea sobre su nueva novela.
- Tus ficciones en general desarrollan como espacio
narrativo el mundillo literario de alguna de nuestras ciudades latinoamericanas,
¿qué es lo que encontrás en esos ambientes que
tanto te entusiasma?
- A mí lo que me gusta es observar la relación que se
establece entre los hombres y sus trabajos, que aparentemente carece
de misterios pero que resulta determinante a la hora
de juzgar un destino, entre otras cosas porque uno casi siempre se
equivoca al elegir un trabajo o al reconocer una vocación.
En este sentido a veces escojo la literatura como fondo laboral de
algunos de mis personajes por una razón muy simple: porque
la conozco. Pero si fuera carnicero, por ejemplo, el decorado de fondo
sería el de las carnicerías, los mataderos, los camiones
frigoríficos. Tal vez debería hacerlo. No estaría
mal una novela de matarifes, destazadores, desolladores.
- El tono siempre paródico con el que te acercás
a esos ámbitos literarios, ¿será una forma de
conjuro, una manera de mantenerte a salvo de esa grandilocuencia y
gravedad que es tan característica de algunos "hombres
de letras"?
- Yo creo que en el fondo la parodia sólo disfraza el deseo
enorme de ponerse a llorar. Y sobre mantenerse a salvo de lo que sea,
no sé qué decirte, en literatura es casi imposible mantenerse
a salvo. Todo mancha. Supongo que hay novelistas que opinan lo contrario.
Dios les conserve su candor (o su estupidez) por mucho tiempo.
- Camuflados por esta intención paródica suelen
aparecer, como de contrabando, datos o anécdotas sorprendentemente
reales relacionadas con ese ámbito: en el caso de Nocturno
de Chile, las veladas literarias que se realizaban en una casa de
las afueras de Santiago que servía, paralelamente y de forma
subrepticia, como centro clandestino de interrogatorios
durante la dictadura de Pinochet. ¿De dónde viene esta
afición tuya por los elementos casi bizarros de la historia?
- Porque eso también es la historia.
El encuentro casual y/o causal de una lluvia de fechas y un desfile
de monstruos o de hechos monstruosos. La historia como historial psiquiátrico.
O como puzzle, hubiera dicho Perec. En cualquier caso como un enigma
en el que hay que internarse y en donde hay que intentar mantener
la lucidez, que en este caso quiere decir que hay que intentar ser
valiente, algo que resulta tan incómodo, tan inútil
en estos tiempos en donde lo más normal es ser razonablemente
cobarde y huir como alma que lleva el diablo de cualquier atisbo de
pesadilla que disturbe la gran pesadilla plácida en la que
estamos todos bien o mal instalados.
- ¿Te dio mucho trabajo construir en Nocturno de Chile
la voz de su único y extraño narrador, el curita del
Opus Dei Urrutia Lacroix, que además de tener veleidades de
poeta ha decidido convertirse en critico literario? ¿Has tenido
en este sentido algún modelo?
- No, ningún problema. Chile es pródigo en esta clase
de personajes, algo que en Argentina o en México tal vez parezca
excepcional, o extraño y caricaturesco, porque allí
hay algo que se puede llamar tradición literaria, cosa que
en Chile no ocurre. Los modelos de la canalla literaria abundan en
mi país. No quiero decir con esto que tengamos la exclusiva
de la canalla literaria o del ridículo más espantoso
y patético, pero digamos que somos autosuficientes en el consumo
interno y que incluso ya podríamos empezar a exportar algo.
- ¿A qué escritores de tu generación te sentís
hoy en día más afín?
- A muchos, aunque no sé con certeza cuál es mi generación.
Suelo ver a Rodrigo Fresán cuando voy a Barcelona, con el que
puedo conversar de Melville o Philip K. Dick. Me gusta la afición
de Fresán por las paradojas y por los encuentros azarosos y
por las resoluciones imaginarias. También mantengo largas conversaciones
telefónicas con Javier Cercas, sobre Borges y el Quijote, y
solemos reírnos juntos y discutir sobre los asuntos más
peregrinos. Siento un gran cariño por Rodrigo Rey Rosa, el
escritor guatemalteco, que siempre está viajando y, supongo,
exponiéndose constantemente a peligros. Me gusta pensar que
Rey Rosa es irreductible. Aunque, claro, nadie es irreductible del
todo. Creo que en mi generación hay algunos escritores muy
buenos. Entre España y Latinoamérica, unos doce o trece.
Qué
risa, dios mío
por Sebastián Noejovich
Revista Lea, Buenos Aires, Argentina
número: 14, junio de 2001
"Saber cómo habla un personaje -dijo Borges alguna vez-
es saber quién es; descubrir una entonación, una voz,
una sintaxis particular, es haber descubierto un destino" y Bolaño,
con Nocturno de Chile, acaba de lograrlo en condiciones ventajosas.
Primero, porque como una manera de elevar la apuesta, decidió
organizar la totalidad de lo narrado desde una única voz, la
de su personaje central. De esta forma, si no lograba encontrar el
"tono" apropiado para el personaje en cuestión, nada
de lo expuesto podía resultarnos verosímil. Segundo,
porque dicho personaje, Sebastián Urrutia Lacroix, está
lejos de ser un modelo fácil. Es decir, ¿cómo
puede hablar, cómo puede ver el mundo, un curita del Opus Dei
con veleidades de poeta, que un buen día decide hacerse critico
literario? Este es el dilema que tan genialmente ha resuelto Bolaño,
con una prosa afectadamente romántica, repleta de clichés
y propensa a la metáfora grandilocuente, que en el desarrollo
de algunas situaciones puntuales nos lleva a la carcajada. Sobre la
voz de este personaje y ciertos episodios autobiográficos que
él evoca en su desvarío agónico adivinamos, pronto,
una clara intención paródica, que el autor supo dosificar
para salvar a sus personajes de la caricatura. El marco en el que
estos personajes evolucionan es, como en otras tantas obras del autor,
el mundillo literario, en este caso chileno y del último tercio
del siglo XX. Nocturno de Chile es, por su coherencia interna,
su inteligencia y solidez, la novela que esperábamos todos
los que creímos descubrir en Los detectives salvajes
(1998) a uno de los escritores contemporáneos más importantes
de nuestro continente.
Título: Nocturno
de Chile
Autor: Roberto Bolaño
Editorial: Anagrama. 150 págs.
Sebastián Urrutia Lacroix es un cura del Opus Dei que un buen
día decide hacerse crítico literario. Bajo el padrinazgo
de Farewell, se mezcla entonces en el ambiente intelectual de Santiago
y vive distintas aventuras, que él evoca desde su aparente
agonía.