El secreto del mal y La Universidad Desconocida, de Roberto Bolaño
Por Rodrigo Fresán
Letras Libres, mayo de 2007
"La literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un
samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente
sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor,
sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso
es la literatura”, definió Roberto Bolaño en una entrevista.
Y, en otra, agregó: “A la literatura nunca se llega por azar. Nunca,
nunca. Que te quede bien claro. Es, digamos, el destino, ¿sí? Un destino
oscuro, una serie de circunstancias que te hacen escoger. Y tú siempre
has sabido que ese es tu camino”.
Y una más: “El viaje de la literatura, como el de Ulises, no tiene
retorno”.
Y para concluir: “Lo brutal siempre es la muerte. Ahora y hace años
y dentro de unos años: lo brutal siempre es la muerte”.
Todas estas opiniones o respuestas o, mejor dicho, todas estas sentencias
(reunidas y editadas por Andrés Braithwaite en el revelador y gracioso
Bolaño por sí mismo: entrevistas escogidas, Ediciones Universidad
Diego Portales, Chile, 2006) resultan no sólo útiles como introducción
a esta reseña sino que, además, creo, ayudan a una más adecuada lectura
y mejor comprensión de El secreto del mal y de La Universidad
Desconocida, así como del resto de la obra de Bolaño. Es decir:
samurái + destino + viaje + no retorno + muerte remiten al bushido
o “camino del guerrero” (el arte de vivir y combatir, como si uno
ya estuviese muerto, de los grandes espadachines japoneses; la habilidad
de mirar hacia atrás, al presente, como si se lo hiciera ya desde
el otro lado) y a una actitud paradójicamente hiper-vital. Al núcleo
creativo, el centro del que se desprende la ficción y la no-ficción
de Bolaño alumbrada y oscurecida, siempre, por la sombra de la enfermedad
y de la muerte que podía llegar –y llegó, puñal en alto– a vuelta
de página.
¿Y qué es lo que a lleva a uno –apenas terminados de leer estos
dos últimos libros de Bolaño– a ponerse a enhebrar respuestas de viejas
entrevistas y a aventurar teorías más líricas que exactas? La respuesta
sólida a tan leve enigma no la tengo clara, pero aventuro una sospecha:
Bolaño es uno de los escritores más románticos en el mejor sentido
de la palabra. Y un acercamiento a él y a lo que escribió contagia
casi instantáneamente una cierta idea romántica de la literatura y
de su práctica como utopía realizable. Unas ganas feroces de que todo
sea escritura y que la tinta sea igual de importante que la sangre.
En este sentido, la obra de Bolaño ahora, para bien o para mal, inevitablemente
acompañada de la leyenda de Bolaño, es una de las que más y mejor
obliga –me atrevo a afirmar que es la más poderosa en este sentido
dentro de las letras latinoamericanas– a una casi irrefrenable necesidad
de leer y de escribir y de entender al oficio como un combate postrero,
un viaje definitivo, una aventura de la que no hay regreso porque
sólo concluye cuando se exhala el último aliento y se registra la
última palabra. Algunos podrán pensar que éste es un sentimiento adolescente
e incluso infantil. Allá ellos. Pero, sí, lo cierto es que tanto los
relatos como los poemas de Bolaño (así como las novelas y sus breves
ensayos y conferencias y, ya se dijo, sus entrevistas por lo general
respondidas por escrito a vuelta de e-mail) acaban en realidad ocupándose
de una única e inmensa cosa: la persecución y el alcance –esté simbolizado
en alguien llamada Cesárea Tinajero o en alguien que responde al nombre
de Beno von Archimboldi– de la literatura como si se tratara de una
cuestión de vida o muerte, de la literatura como Génesis y Apocalipsis
o Alfa y Omega.
Una cosa está clara: Bolaño escribía desde la última frontera y al
borde del abismo. Sólo así se entiende una prosa tan activa y cinética
y, al mismo tiempo, tan observadora y reflexiva. Sólo así se comprende
su necesidad impostergable de ser persona y personaje. No importa
–mal que les pese a los patológicos patólogos siempre a la caza de
la no-ficción en la ficción– dónde termina Bolaño y comienza Belano.
Lo que importa es que el primero haya creado al segundo para que lo
sobreviva y que no se haya quedado en una mera alucinación de alguien
quien, por momentos, jugueteaba románticamente con la posibilidad
de que incluso Bolaño fuese un personaje de Bolaño. Alguien que, en
alguna conversación, llegaba incluso a fantasear con la posibilidad
à la Philip K. Dick de, en verdad, haber fallecido diez años
antes de su muerte, durante su primer shock hepático, y que
la última década de su existencia –conteniendo casi la totalidad de
su “vida de escritor” en una acelerada progresión a la que podría
definirse como beatlesca en términos de tan grande progreso
en tan pocos años– no fuera otra cosa que un delirio agónico. Y así
fue, creo –pienso aquí más como narrador que otra cosa– como la constante
amenaza del final resultó en el alumbramiento de una de las obras
más enérgicas de las que se tenga memoria dentro de la literatura
en castellano.
La publicación de estos relatos y poemas coincidiendo con el importante
lanzamiento en Estados Unidos de Los detectives salvajes –The
Savage Detectives, Farrar, Straus & Giroux–, a la que publicaciones
como The
New Yorker, The
Virginia Quarterly Review y The
Believer han dedicado elogios encendidos y muchas páginas,
vuelve a poner de manifiesto no sólo la particular calidad de su escritura
sino también su poderosa influencia entre los lectores jóvenes y su
vertiginoso ascenso en los ránkings para euforia de los que disfrutan
de estas cuestiones canónicas e histéricas. (Para todos ellos, vaya
un dato atendible y entre paréntesis: una reciente y muy publicitada
encuesta colombiana con votantes de todo el mondo-intelligentzia
en castellano, lo ha colocado tercero y pisándole los talones a Gabriel
García Márquez y a Mario Vargas Llosa. Allí Bolaño obtuvo más votos
que ambos boom-popes pero repartidos en tres obras ubicadas
en los tramos más empíreos de la lista. Lo que significa que, si se
hubieran concentrado todas las adhesiones en sólo una de las tres
novelas mencionadas, ésta se habría impuesto a El amor en los tiempos
del cólera o a La fiesta del chivo. Hasta donde sé, cosa
rara o no tanto, ni el escritor colombiano ni el escritor peruano
han manifestado haber leído algo del escritor chileno quien superó
a ambos como “el escritor más influyente de la actualidad” en otra
encuesta de un frecuentado blog del escritor Iván Thays.)
Ahora, dos libros de naturaleza muy distinta vienen a engrosar su
obra. Son dos libros póstumos (“Póstumo suena a nombre de gladiador
romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer el pobre
Póstumo para darse valor”, sonrió muy en serio Bolaño en otra entrevista)
pero, en su misma naturaleza fantasmal, de signo muy diferente. Los
relatos y conferencias y fragmentos de El secreto del mal fueron
rescatados y ordenados por el crítico y amigo Ignacio Echevarría a
partir de una expedición al disco duro del ordenador de Bolaño. En
cambio, La Universidad Desconocida –tal como explica su viuda
Carolina López en la nota titulada “Breve historia del libro”– se
trató y se trata de una obra cuidadosamente pensada y estructurada
por Bolaño a lo largo de muchos años y que, tal vez por sentirla como
algo final y sin vuelta, nunca quiso publicar en vida.
Así, mientras El secreto del mal puede leerse como los mensajes
en ocasiones difusos pero claros de un espectro, La Universidad
Desconocida (más allá de que varias de sus partes fueran publicadas
en vida por Bolaño) adquiere, aquí y ahora, el carácter de summa
testamentaria. Así, El secreto del mal abre –aunque interrumpidas–
líneas hacia el futuro mientras que La Universidad Desconocida
se nos presente como el omnipresente Fantasma de las Navidades Pasadas.
Dice bien Echevarría en la nota preliminar a El secreto del mal
que “La obra entera de Roberto Bolaño permanece suspendida sobre
los abismos a los que no teme asomarse. Es toda su narrativa, y no
sólo El secreto del mal, la que aparece regida por una poética
de la inconclusión”. Y es verdad y ahí está, por ejemplo, el final
más que abierto de Los detectives salvajes o las febriles despedidas
de novelas como Amuleto o Nocturno de Chile. De ahí
que buena parte del atractivo de El secreto del mal –que incorpora
páginas ya conocidas como “Playa” y las conferencias “Derivas de la
pesada” y “Sevilla me mata”, mientras que “Músculos” parece un calentamiento
de motores para lo que acabó siendo Una novelita lúmpen– resida
en los contundentes comienzos de textos abandonados o postergados
que, además, tienen la virtud de ampliar el mito de “Belano, nuestro
querido Arturo Belano”. El poeta realista visceral –más una vida y
alternativa en otra dimensión que un alter-ego del propio autor a
quien, a pesar del anuncio de un suicidio en África, Bolaño decidió
resucitar en varias ocasiones y hasta proponerlo como la voz
futurista que comanda y ordena 2666– aparece aquí inédito y
joven y preocupado por una hipotética muerte de William Burroughs
(“El viejo de la montaña”), consagrado y de regreso en México D. F.
investigando los últimos días de vida de su hermano de sangre y versos
Ulises Lima (“Muerte de Ulises”) o lanzándose a la búsqueda de un
hijo perdido en Munich en el fragor berlinés de una revolución juvenil
y milenarista (“Las Jornadas del Caos”). En todos los casos, Bolaño
emociona con el mismo tipo de alegría melancólica que, digamos, alguna
vez nos produjeron los reencuentros con Philip Marlowe o Antoine Doinel
o el Corto Maltés: pocas cosas resultan más placenteras y emotivas
que el volver a acompañar a un viejo y curtido y aventurero amigo.
El resto del material reunido oscila entre la estampa autobiográfica
vivida o leída (“La colina Lindavista”, “Sabios de Sodoma”, “No sé
leer”) o sintonizado en alguno de los muchos trasnoches televisivos
de Bolaño, mutando a pesadilla despierta y zombie en el magnífico
relato-movie “El hijo del coronel”. “El secreto del mal”, “Crímenes”,
“La habitación de al lado”, el muy perecquiano “Laberinto”, “Daniela”
y muy especialmente “La gira” (que en la figura del “desaparecido”
rocker John Malone acaso insinúa el perfil de un nuevo fugitivo
bolañista a perseguir) pueden leerse como inconclusas pero siempre
esclarecedoras –en los pulsos de sus oraciones– llamadas telefónicas
que su autor pensaba volver a retomar cualquier noche de estas marcando
su número. De este modo, puede entenderse El secreto del mal
(en mi opinión muy superior a El gaucho insufrible y con momentos
a la altura de lo mejor de Llamadas telefónicas y Putas
asesinas: seleccionados y reordenados y reunidos en la antología
norteamericana Last Evenings on Earth –New Directions– considerada
por The New York Times como uno de los libros del año 2006)
como una colección no de greatest hits pero sí de imprescindibles
lados B, demos y rarezas de esas que ayudan a escuchar todavía más
y aún mejor a aquellos grandes éxitos.
Otra cosa muy distinta es el totémico La Universidad Desconocida
presentándose como una suerte de companion post-infrarrealista
hasta ahora escondido o de siamés invisible al real visceralismo de
Los detectives salvajes. Porque si –como bien apunta Alan Pauls
en su conferencia “La solución Bolaño”– “prácticamente ninguno de
los poetas que se multiplican en las páginas de Los detectives
salvajes escribe nada”, “no hay Obra”, y que es precisamente debido
a eso que la novela funciona como “un gran tratado de etnografía poética
porque hace brillar a la Obra por su ausencia”; entonces La Universidad
Desconocida es, por fin, la Obra. Mayúscula y arrasadora y aforística
y, sí, sentenciosa y sentenciante. La Universidad Desconocida
no es nada más que el libro más autobiográfico de Bolaño –alguien
que se sentía poeta por encima de todo y en el que la línea que separa
a los géneros se cruza una y otra vez como se cruzan las fronteras
en sus dos novelas más voluminosas unidas por la membrana indestructible
de lo epifánico– sino, también, una Divina Tragicomedia. Una suerte
de íntimo Manual Para Ser Bolaño de uso limitado y de auto-ayuda
solo para él mismo, pero sin embargo perfecto para que sus lectores
puedan rastrear los muchos y largos viajes de su inspiración. Un tractat
–de ahí que este libro, además de trascendente, sea peligroso
por su potencia radiactiva a la hora de tentar con reproducir un estilo
inimitable que, de intentárselo, me temo que resultaría en torpe parodia–
al que incautos o irresponsables tal vez interpretarán, más que equivocadamente,
como un promiscuo y apto para todo público Manual Para Ser Como
Bolaño rebosante de slogans y mandamientos y pasos a seguir
y calcar por fans adictos compulsivos. Después de todo, Bolaño trabaja
aquí con los lugares comunes y los clichés de la bohemia pero
–en esto reside el valor y el genio del libro– convirtiéndolos en
algo indivisible y suyo. Quienes se limiten a disfrutarlo sin intenciones
epigonales encontrarán aquí algo mejor que el mapa del tesoro: el
tesoro mismo. Casi quinientas páginas monologantes, veloces, tan
subrayables y, sí, descarada y noblemente románticas que se leen y
se viajan hasta experimentar esa rara forma del desfallecimiento que
sólo se experimenta luego de la más plena y satisfecha de las felicidades.
Páginas ya conocidas de Los perros románticos, Tres,
Amberes –y otras más oscuras publicadas en antologías y revistas–
encuentran aquí su sitio exacto y su posición precisa como piezas
de un puzzle que ahora, por completo, no sacrifica nada de su misterio
sino que lo potencia. Los poemas de La Universidad Desconocida
–épicos y domésticos– aparecen surcados por nombres de países y calles,
de libros y de películas, de escritores y de seres queridos que resultarán
familiares para los ya habitués cartógrafos de la cosmogonía
del autor. Pero por encima de todos ellos, resuena, una y otra vez,
el país privado y la calle propia y la película protagonizada por
el nombre Roberto Bolaño. Contemplándose desde adentro y desde afuera,
parado frente a un espejo crepuscular o analizando su figura desde
la distancia abstracta y casi sci-fi de la luz de los años
transcurridos, leyendo desde la sala de lecturas del infierno o recitando
mientras va poblando, amorosamente, los estantes con los libros que
algún día leerá su hijo. La Universidad Desconocida –tal vez
este sea el mejor elogio posible a este libro alma-mater– se
lee con el mismo asombro extático y pasmo eufórico con que alguna
vez se leyó Moby Dick: otro libro raro y polimorfo y leviatánico,
que no se sabe exactamente a qué especie pertenece, y que se las arregla
para confundir y fundir al plan de su autor con el plano del universo.
La Universidad Desconocida arranca con un artista que está
poniendo todo de su parte para que desaparezca la angustia y concluye
más que feliz –y con un guiño a Dante– agradeciendo los dones recibidos
a una “Musa/ Más hermosa que el sol/ y más hermosa/ que las estrellas”.
El secreto del mal abre con Roberto Bolaño arribando a México
en 1968 y cierra con Arturo Belano, quien “creía que todas las aventuras
se habían acabado”, aterrizando en Berlín en el 2005. Bolaño –que
murió en el 2003– escribía entonces sobre el futuro de su creación
que ahora, en el 2007, leemos ya como parte de un pasado irrecuperable,
de un tiempo perdido pero no por eso menos valioso.
“Mi poesía y mi prosa son dos primas hermanas que se llevan bien.
Mi poesía es platónica, mi prosa es aristotélica. Ambas abominan de
lo dionisíaco, ambas saben que lo dionisíaco ha triunfado”, delimitó
Bolaño en otra entrevista. Ahora, en estos dos libros, el samurái
romántico que se cree invicto para darse valor vuelve a desenvainar
su espada y, póstumo, presentar combate. Y, aunque Bolaño asegurase
que la guerra contra “el monstruo” está perdida de antemano, nada
nos impide festejar –una vez más, mientras nos queden vida y viaje–
el destino triunfal de estas románticas batallas.