Cilantro de Roberto Bescós:
el rescate de un inadvertido
Por Pedro Godoy
www.ciudadinvisible.cl
Hay que considerar a Cilantro, la antología publicada recientemente por la editorial Economías de guerra, un necesario intento de hacer visible parte importante de un trabajo literario que abarca ya casi treinta años. No hay, según me parece, pérdida en el ejercicio de acercarse a libros con estas características, tanto más cuando el oficio poético parece realizado con intensidad y compromiso, y donde una gran cantidad de textos producen fuertes efectos estéticos con valerosas proposiciones poéticas y metapoéticas. Interpretaciones que pasan por la enunciación de un sujeto popular con algo de zen, aproximaciones a la atmósfera del lar, duros rasgos vanguardistas y experimentales, la resistencialidad cultural desde la provincia, la presencia de profundas huellas tajeadas por la dictadura, son lecturas posibles de realizarse y abarcan parte importante de esta suma parcial de la obra de Roberto Bescós, quien nacido en Santiago en 1952, ha publicado toda su obra desde San Antonio.
Uno de los aspectos que más llamaron mi atención es la permanente aunque algo velada reflexión sobre el oficio poético, que oscila siempre entre la conciencia de la pérdida de significación del papel del poeta y el “indómito intento de inmortalizarse” que se observa en ellos. Esto se explicita en muchos textos donde el hablante manifiesta la pérdida de “todo el derecho al devenir”, la aceptación de ser un “dios a mi pinta”, la posibilidad de “tanta elevación sin pena ni gloria/ que me hago analfabeto, o esquirla” y la voluntad de demostrar a sus “duendes” que “la profesión más fácil es la de pasar / inadvertido”. Todas estas propuestas que se hallan en Tiempo de raíces de 1981, parecen mantenerse hasta el último de sus libros publicados, Plus de 2006, cuya definición se esboza al inicio del poemario, donde leemos que el texto se trata de “La Vulgar Relación de un Hombre de Oficio Irrelevante”. El hablante lírico entonces asume la problematización del hacer poético en nuestro tiempo, sin degradar realmente la autoridad del que asume la voz de la tribu, pero también alejándose de una automitificación megalómana y grandilocuente.
Esbozadas tímidamente en estos primeros libros, las experimentaciones formales se desatan en Matanoche (2000) con una ordenación arriesgada y sugestiva, que si bien da muestra de una fragmentación evidente, dan pie para sugerentes interpretaciones cuya hilvanación es preciso seguir cuidadosamente, pues aún cuando algunos de los poemas tienen título –manifestando así la autonomía de algunos de sus fragmentos- la numeración que los organiza propone una lectura global llena de sorpresas, donde podemos hallar un macrotexto, compuesto por varios otros textos y subtextos, algunos de los cuales podrían leerse autónomamente. Así por ejemplo, el texto 25 bajo el título Poros, contiene un subtexto numerado como 25.6 en el que se lee “el anciano monógamo/ recluso en el manicomio/ soñaba a que era yo/ i él se casaba con la joven”, que puede leerse tanto independientemente, como dentro de un texto global, que así mismo formaría parte de un macrotexto aún mayor que vendría siendo el poemario Matanoche que los reúne a todos.
Los logros estilísticos ya alcanzados dentro de los primeros libros, se exacerban a partir de aquí, encontrándonos con aportes más que notables en los poemas de la última etapa y que hasta antes de esta recopilación se encontraban inéditos. Así en Cantos de Vigilia Apocalíptica y Memorial de la noche, encontramos parte de las ya mencionadas propuestas formales y temáticas, que en sus primeros trabajos parecen encontrarse en estado larvario, desplegándose aquí desbocadamente, desarrollando con fuerza cierto misticismo material, imágenes sugestivas y chocantes, con altas dosis de un lenguaje coloquial que no cae en ramplona antipoesía, sino que mediante la fragmentación y el dislocamiento propicia poderosos efectos poéticos que permiten sostener la lectura y el interés a pesar de la relativamente amplia extensión de algunos de sus textos. Un botón de muestra del excelente poema “La octava oscuridad de la noche”: “un pájaro sabio se posa en la conciencia/ se ha quebrado la historia i en fragmentos se esparce en patios con fresias y retamos/ los demonios de turno orinaron a mansalva el rostro del viento/ juro por mi padre que siento a los desaparecidos helárseme en la sangre/ sigo tus desfallecimientos José Manuel País, como indagado por mí mismo/ qué eres ahora ay, José Manuel País…”.
Parece, a partir de todo lo visto, que esta compilación no puede sino llegar a nosotros como la encarnación de una suerte de fantasma que se paseaba ante nosotros haciendo gala de esta desconcertante capacidad de pasar inadvertido frente a nuestras narices.