Apuntes
Para Sobrevivir al Aire
Colección
Estéticas Mundanas
Ediciones Urania - México - 2005
Rocío
Cerón
Querer asistir al último festín de las
mentiras, y ser el ganador.
El último que ríe en la fiesta.
El primero que cae estrepitosamente.
He de mentirme todos los días para no matarme.
Y hoy —tantos días— pesan más que la bendición
de Cristo.
Me despojo. Quiero decir, me despojo. Así,
sin más. Para ahorrarse la decepción es mejor despojarse.
Andar sin vestiduras. Sin calificativos o adjetivos decorativos.
Ahorrarse el desprecio por uno mismo.
No logro estar sobre este piso si tengo que entender
la vileza y la miseria de los otros. ¡Qué pocos sueños,
qué falta de misericordia por sí mismos! Estos días
están vestidos de un velo gris, sin sentido, sin dirección.
La estupidez es norma y ley.
Me despojo: de actos y sucesiones, de grados y meritocracias,
de falsas ideas. El fogón está lleno de inmundicias.
Toda claridad, en estos momentos, es apenas un espacio donde refugiarse
de una lluvia ácida, bermeja. Llena de olores y nombres que
se desmantelan.
No creo en los sonidos del perdón. No hay nada
que perdonar. Queda la desnudez de los afectos, la máscara
desollada donde se ve el rostro antes cubierto por la podredumbre.
Para hablar hay que superar la tiranía de la
velocidad. Distanciarse del vértigo; superar el miedo; dar
inicio a la resistencia. Esa, "una interminable derrota"
(Camus dixit).
Recién aparece en el diario un titular donde
se habla de violencia y odio, xenofobia y divisiones. Toda certeza
de que el hombre es altamente estúpido.
Yo destruyo a mi semejante porque odio la debilidad que lo nombra.
Me cautiva la podredumbre porque es la raíz de mi pasado,
de mi presente y de un futuro que aún deletreo con sangre
y odio.
No niego mi desastre: es lo único que me crea y edifica.
Los días son notas presenciales de un temor que invade el
cuerpo. Sólo lo que transita por los dedos y la imaginación
cabrá en el resquicio de una salvación que se antoja
olvidadiza. Apenas esquiva y, por lo más, ciega. Descubro
en el automático acto de matar una refinada intención
de inmortalidad.
Las ideas nombran el suceso del parricidio para llevar a la tierra
prometida su nombre esperado. No me ofende la razón de los
sentidos, no me ofende saber de las heridas y pústulas del
mal viviente (Villon habría de morir entre mis brazos); yo
soy una gráfica agonizante en un hervidero de cifras y catástrofes
(Sísifo dichoso, con angustia por la vida, caída perpetua)
pero sin el valor de atragantarme y ahorcarme en los albores de
esta tarde.
La violencia es el trago que ha de pasar todos los
días por la garganta (tráquea enmudecida por el compás
agónico de la inmundicia).
Sólo me avergüenza el canon. Sólo me ofende la
posibilidad.
REFLEJOS
DE LUZ SOBRE EL NEGRO ASFALTO
Las cosas están tan claras como la noche. Estamos ante un
desnudo, un ser que se detiene a reflexionar sobre el entorno suyo
que lo avasalla. Despojándose de sus últimas y escasas
certezas, emprende un camino que no augura destino sino derrota, con
el poder de la palabra.
En bocetos punzantes, a través de una prosa poética,
Rocío Cerón relata una contemplación frente al
espejo, un largo encuentro consigo mismo. Hace un balance de aquello
que envuelve la vida de cualquiera, de esas certezas tan frágiles
y tan persistentes que nos cobijan y del rumor que dejan al romperse.
Estos apuntes son esbozos mentales. Las líneas dibujan una
coherencia que se resiste a abandonar la conciencia, ese último
grado de lucidez que sigue a la desesperación mundana y a la
terca presencia de la poesía. En cada línea se pronuncia
una disección de las apariencias y el derrumbe de la realidad,
cada uno de sus engorrosos aspectos reducidos a un gesto inane y sin
sentido. No hay afectos porque no hay razón de tenerlos
es la certidumbre que roza la mitad del camino. El resto es una experiencia
singular, la voluntad de vivir la vida sin trampantojos, sin ilusiones
que medien la podredumbre.
La poética de Rocío Cerón no cede a la lectura
inmediata. Las palabras forman brebajes que hay que decantar en la
lengua y la garganta, aquilatar por su textura, por su rodeo, para
absorber el buqué amargo que nos dejan. Los indicadores de
su pasión por las letras y la vida se sienten y se resisten
a ser entendidos. Entre las veladuras que ocultan la fuerza de sus
argumentos está la amalgama del lenguaje, la frase corta y
la palabra precisa: nitroglicerina.
Apuntes para sobrevivir al aire evidencia la futilidad de las
descripciones y las narraciones, son los textos que se llevan consigo,
confesiones de traiciones y elegías de esperanzas muertas.
Cioran es la clave que dirige la fuga de tales pensamientos. La presencia
del poeta portugués Antonio Ramos Rosa, con El aprendiz
secreto, aparece también.
La lectura que nos aguarda es el camino negro, húmedo y rugoso
del asfalto, con haces de luz que reflejan la soledad contemporánea.
A riesgo de resbalar o perder la dirección, con la certeza
de no tener un rumbo fijo, Rocío Cerón deja ver sólo
algunas pistas para sobrevivir al aire de la noche.
JOSÉ MANUEL SPRINGER
Ciudad de México, junio de 2005.
Rocío Cerón.
(Ciudad de México, 1972). Ha publicado Litoral (filodecaballos,
2001); Basalto (Ediciones Sin Nombre-CONACULTA, 2002) y Soma,
(Ediciones Eloísa, 2003). Fue becaria del Fondo Nacional para
la Cultura y las Artes en el programa Jóvenes Creadores, emisión
1998-1999. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2000,
en el género de poesía. Es cofundadora de Motín
Poeta y editora de Ediciones El billar de Lucrecia.