El
Segundo Deseo, Novela de Ramón Díaz Eterovic
EL
ESLABON PERDIDO Y UN ADVENIMIENTO…
Juan
Mihovilovich
Julio-2006
"¿Qué tiene el de especial? ¿Por
qué tanto misterio?"
(página
123)
Servilo, contrata los servicios de Heredia para encontrar a su padre. Servilo
es un exiliado que retorna para reconstituir parte de la cadena. Su eslabón
perdido, el que lo antecede, se ha extraviado, vía golpe militar de por
medio, océano que ha dividido el espacio y sencillamente, tiempo, nostalgia
de las cosas perdidas y reconstitución tardía de escena. Entre medio,
asilos de ancianos clandestinos, focos de corrupción, utilización
de ancianos para lucrar con la desdicha de la vejez, del olvido, del desamparo.
Con
esa información sumaria Heredia pudo construir una saga como otras similares:
un cliente, una investigación, su desarrollo, el desenlace y el misterio
redimido. Pero, hay más.
Heredia reconstituye su cosmogonía,
mediatizado por un mundo del que siempre se ha sentido ajeno. Apenas un animal
envejecido, su gato Simenon, le sigue siendo fiel en la medida de sus fuerzas.
Un pueblo perdido -Curepto- en la mediterraneidad próxima a la costa, será
el señuelo de un boxeador -su padre- que dejó de golpear a su semejante
y así mismo, cuando uno de sus contendores murió en el cuadrilátero.
Los golpes, "cabeza erguida, mano izquierda adelante…" las enseñanzas
del padre Brown en el orfanato, serán claves que el porfiado destino
develará.
La lucha, el antagonismo, la decadencia, la miseria
humana son, en esta novela, el anticipo de un reencuentro exclusivo: Heredia se
ha reencontrado, cree saber quién es y de dónde procede. No obstante,
tal respuesta es apenas un símbolo: así como el personaje desafía
al azar con sus candorosas apuestas hípicas, el juego de lo providencial
lo trasladará hacia donde quiere, más allá de una voluntad
que le resulta un lastre.
Sin embargo, ¿qué hace a este
"segundo deseo" diferente de otras novelas del personaje? Podrá
argumentarse que las reiteraciones cansan, que un investigador privado sumido
en la parodia de un mundo abyecto, donde su desfalleciente marginalidad ha cautivado
por años, invariablemente, tiende al desgaste, al cansancio, a la repetición.
Es posible. Y son interrogantes legítimas. Aún así, el cuestionamiento
natural de querer saber hacia dónde va Heredia puede carecer de
sentido si se desliga de lo que el sustrato del personaje siempre nos ha evidenciado:
la atmósfera que logra irradiar y que extiende a los seres con los
cuales cohabita, se entremezcla o a quienes circunstancialmente accede. La vida
común exuda su alma a partir de la propia interioridad de Heredia. Su visión
del mundo exterior es fruto de una sensibilidad no común, de su desesperanza,
es cierto, pero pocos personajes de la literatura nacional actual logran recrear
un sentido globalizador, totalizante, a partir de esa individualidad especial
que se mueve en las trastiendas del poder, cualquiera sean sus manifestaciones
más burdas.
En "El segundo deseo", Heredia, no
sólo desnuda -una vez más- tales pecados capitales inherentes a
la condición humana, sino que ahora incursiona de manera notable en una
realidad metafísica que lo supera. No es preciso que esa necesidad del
ser más íntimo sea un enunciado. Es más: probablemente, como
en esos insondables misterios del arte, quizás ni siquiera sea una propuesta
racional. Pero, el hecho de que una trama sencilla, en apariencia, logre colegir
por vías paralelas el sentido del origen personal, logran conmover las
fibras íntimas de un lector que comparte su propia búsqueda particular,
aún ignorándola. Vale decir, si por destinos casuales, Heredia es
llamado a desentrañar una parte o todo su origen existencial, el lector
va descubriendo, de manera diagonal, su propia interrogante. En ese entrecruzamiento
de mundos paralelos, que Heredia entrelaza transportado por fuerzas ciegas e inciertas,
él se deja llevar como poseído de un raro determinismo: su pasado,
su infancia y adolescencia en un orfanato, sus vínculos con la soledad
individual como forma de vida tienen un antecedente primario, tan doloroso en
su expresión de lucha solitaria como el suyo. Si pudiera pensarse que hasta
los genes transmite o heredan la soledad, podría extrapolarse la vida de
Buenaventura Dantés -su progenitor perdido y real- como un anticipo
ineludible de la propia vida de Heredia. Si, Mercedes, su madre, entrega
casi como un testamento póstumo su segundo deseo, de alguna manera ha querido
presagiar el futuro de su hijo con un atisbo de esperanza, que aunque tardía,
le devuelva el sinsentido que pareciera traslucir siempre en su devenir de trastienda.
Heredia está situado en medio del acontecer: cercano al medio siglo
se desliza el ineludible proceso de estar más próximo a la certeza
de la muerte, que a los imponderables de la vida. Su percepción del mundo,
su sentido del fracaso, su aspiración siempre implícita de creer
en algo más que en el mísero disfraz de las relaciones humanas,
ahora tiene un norte. Y ese norte lo asume impelido por esas variables fortuitas
que constituyen su cotidianeidad. Heredia no puede trazar sus investigaciones
como un arquitecto diseña un inmueble: sus pesquisas serán siempre
producto de las corazonadas, de las intuiciones fugaces, de los gestos, de las
actitudes, de aquello que predetermina el velado impulso de la acción.
Por eso, como nunca en esta novela, su vida personal queda al desnudo, o más
bien, se entiende por qué su rol de investigador es sólo una proyección
de una carencia primaria, de una ausencia de historia individual, de un extravío
ancestral. Y quizás, por lo mismo, sus pasos hacia ese reencuentro deban
ser, necesariamente, tímidos, recelosos, dubitativos, aún previendo
que desentrañar su misterio podrá dotarlo de una perspectiva nueva.
Pretender que la vida ha sido injusta con el personaje puede resultar
una apreciación equívoca. Sólo es vida, y como tal,
le corresponde asumirla, aceptarla o descifrarla. Si su padre se reconstituye
en su memoria, si su investigación paralela lo lleva a desentrañar
el insano mundo de los hogares clandestnos de ancianos, aquello es fruto de una
necesidad laboral, pero fundamentalmente es una metáfora:
su padre yace también postrado en algún sitio similar y su memoria
es un acicate que lo obliga a seguir en la investigación -odisea- simultánea
con el ineludible propósito de re-conocerlo y re-conocerse. Tal
vez, por eso, también sus existencias hayan sido y sean tan semejantes:
en ambos se consolidó la soledad como distintivo, y si aquél ignoró
la existencia de Heredia y jamás pudiera siquiera reconstituirla, -salvo
como un fugaz chasquido de la memoria- al menos el personaje no saldrá
indemne de los vaivenes del azar.
El inexorable decurrir del tiempo, los
personajes menores -pero no por ello menos importantes- que coadyuvan al entramado
de la historia subterránea, contribuyen a forjar un universo personal,
auténtico y esclarecedor: Heredia está en el umbral de una existencia
donde el amor resurge como necesidad, sea lejanamente filial -a pesar de
su proximidad póstuma- sea vital y presente -personificado en el regreso
de la amante pródiga.-
¿Veleidades del destino, recreaciones
planificadas, ausencias que pretenden llenar los vacíos?
Los seguidores
de Ramón Díaz Eterovic podrán entrever en esta historia el
arribo de algo nuevo, sugerente, de un eslabón que insinúa otra
cadena. Es posible. Es posible que estemos en su advenimiento. Por lo pronto,
El Segundo Deseo constituye un hito referencial insoslayable, con páginas
de memorable emotividad, en el decurso de un personaje antiguo, paradójicamente
rejuvenecido, que se ha ganado un sólido espacio en nuestra literatura.
El Segundo Deseo.
Novela.
Autor: Ramón Díaz Eterovic
Lom
Ediciones. 244 páginas.