EL SEGUNDO DESEO
 
de Ramón Díaz Eterovic 
LA 
CIUDAD SIGUE TRISTE 
 Luis 
Valenzuela Prado 
www.sobrelibros.cl
domingo, 
17 de septiembre de 2006 
Leo las nuevas páginas 
de Heredia y me doy cuenta de que está cansado. Leo el comienzo de El 
segundo deseo y me recuerda Episodio del enemigo de Jorge Luis Borges, 
cuando el protagonista, amenazado por su rival, escapa por la única vía 
que le quedaba: despertando. Sueño y realidad, una pareja que funciona 
en la literatura y que también da pie a la escena inicial de la última 
entrega de  Ramón 
Díaz Eterovic (1956). Sólo que en este caso Heredia no tiene 
la destreza de Borges y se empantana en la pesadilla, de la cual despierta volviendo 
a la pesadilla cotidiana de su ciudad. Buen comienzo, el que nos da pie para decirnos 
que el Heredia de hoy no lo está pasando bien –no estoy seguro de que lo 
haya pasado muy bien alguna vez–, para anunciarnos que al parecer la ciudad todavía 
sigue triste.
Ramón 
Díaz Eterovic (1956). Sólo que en este caso Heredia no tiene 
la destreza de Borges y se empantana en la pesadilla, de la cual despierta volviendo 
a la pesadilla cotidiana de su ciudad. Buen comienzo, el que nos da pie para decirnos 
que el Heredia de hoy no lo está pasando bien –no estoy seguro de que lo 
haya pasado muy bien alguna vez–, para anunciarnos que al parecer la ciudad todavía 
sigue triste.
Recuerdo antiguas páginas de Heredia. Han sido casi 
veinte años desde que comenzaron sus aventuras literarias en La ciudad 
está triste (1987) –cinco años desde que las sigo–, casi veinte 
años desde la búsqueda que se hacía en esa novela de detenidos 
desaparecidos en la dictadura, marcando un constante tránsito por la ciudad 
y un intento de hacer justicia con las propias manos, sin otro anhelo que el anonimato: 
“Dejar pasar otro día sin hacer mucho esfuerzo porque se note mi presencia”. 
Heredia, un sujeto oculto entre la masa, un sujeto que lleva adherido en su piel 
lo cotidiano, su rutina en esa ciudad que habita, que a pesar de su oscuridad 
y tristeza odia abandonar, como cuando en Nunca enamores a un forastero 
debe desplazarse a Punta Arenas: “Odio salir de Santiago. Me gusta su gente dándose 
codazos en las calles […] Me gusta observar el ajetreo de la ciudad desde el ventanal 
de mi oficina, ubicada en las cercanías de la Estación Mapocho”. 
Un Heredia citadino, una animal urbano que no teme meter sus narices en ninguna 
parte, un caminante per se que observa, siente, palpa… Un flaneur que se desplaza 
por entre la masa intentando hacer justicia; no esa justicia que no funciona, 
sino sólo la que está al alcance de su mano. 
Reviso otras 
páginas de Heredia. En Ángeles y solitarios dice: “Nadie 
se ilusiona a los cuarenta y cinco años, cuando arrastras golpes interiores, 
pequeños y reiterados recortes en el optimismo”. La ilusión es mínima, 
el optimismo por un mundo mejor es menor, sólo tenues atisbos emanan de 
sus palabras, como en El color de la piel: “Cerré los ojos esperando 
que el murmullo de la plaza me arrullara como una canción de cuna. La magia 
no se produjo y, al reabrir los ojos, una vez más contemplé el espectáculo 
de la gente, sus gritos y risas que no se extinguirían hasta la madrugada”. 
La ciudad es el escenario en donde Heredia se mueve y en donde hace funcionar 
su pequeña red de contactos para resolver los casos que le asignan otros 
personajes que buscan saldar cuentas con sus pasados, con la memoria, que intentan 
quedarse con un leve dejo de justicia. Heredia comenta a Dagoberto Solis en Ángeles 
y solitarios: “Si vine a verte fue porque pensé que podrías 
darme algunas luces sobre su modo de ser, trabajo o amistades”. Luces, pistas, 
huellas en el camino que le permitan reconstruir el pasado. Intuiciones, corazonadas, 
azares que se repiten en la misma novela, pero que funcionan en todas las demás: 
“Si no tienes sospechosos encomiéndate a la fortuna, recordé que 
me había dicho Dagoberto Solís cierta vez…”. Como sea, Heredia se 
lanza a indagar, en una acción que es parte de su vida: “¿Cómo 
podría resumir mi vida? Buscar huellas en el pasado y en lo más 
oscuro del presente, obsesionado con una justicia frágil y ambigua” (Ángeles 
y solitarios). Idea que se complementa con El segundo deseo, cuando 
le dice a uno de los personajes: “En el hipódromo al que suelo ir corre 
una yegua llamada justicia. Nunca he apostado un mísero peso a sus patas. 
Sus dueños la hacen correr ñata y cuando intenta ganar, llega placé”. 
Heredia hurga en la ciudad por intuición, experiencia y sus ayudantes ad 
honorem. 
Leo las nuevas páginas de Heredia y la imagen se repite: 
la ciudad, un caso, la búsqueda, Mahler de fondo, Simenon como compañía, 
amigos, contactos y Heredia pensando en qué pasos dar para encontrar la 
pista que lo lleve a solucionar el caso que alguien le asignó. La imagen 
se repite, pero funciona. Investigaciones de Chile, un presente frágil 
y poco esperanzador, bares, amoríos, golpes en el cuerpo, pasos perdidos 
en la ciudad, los caballos, la música y la poesía. El mundo de Heredia. 
Leo las nuevas páginas de Heredia y me doy cuenta de que está cansado, 
él mismo se lo dice a Griseta cuando ésta le comenta que todo sigue 
igual: “Que no te engañen las apariencias. Los libros han acumulado polvo, 
Simenon y yo estamos más viejos y no tenemos el mismo entusiasmo para salir 
a corretear”. Pero a pesar de eso, aún tiene ánimo para embarcarse 
en una doble búsqueda, la del padre de Julio Servilo y la del suyo. Para 
lo primero hace lo de siempre, arroja migas en el camino para luego seguirlas 
y bifurcarse a medida que se encienden tenues luces. Para lo segundo, comienza 
una búsqueda que lo lleva a adentrarse en una parte de su pasado que no 
había querido tocar. El año 97 Heredia entraba en el libro Novela 
chilena: nuevas generaciones, el abordaje de los huérfanos de Rodrigo 
Cánovas como uno de los personajes huérfanos de la literatura chilena 
de los noventa. Hoy, Heredia busca romper con esa imagen y sale a indagar en las 
huellas que lo lleven a encontrar a su padre: Buenaventura Dantés. 
Avanzo 
en las nuevas páginas de Heredia. Nuevamente el detective recurre a su 
simple pero efectiva gama de contactos, que van desde los menos influyentes como 
Anselmo, su amigo quiosquero, y su gato y fiel conciencia Simenon, hasta contactos 
que manejan valiosa información en Investigaciones, como Doris Fabra, el 
tipo de ayudante que siempre ha mantenido Heredia en tales esferas, como antes 
fueron Dagoberto Solís y Franklin Serón entre otros. También 
está la ayuda del periodista Campbell y del librero. Y no olvidemos a los 
ayudantes de paso que encuentra cuando va de un lugar a otro en la ciudad, y que 
reciben los golpes del sistema que intenta desactivar Heredia, como los es en 
esta novela la figura Arsenio Palermo. En este mapa la búsqueda no cesa: 
“Hay que seguir buscando. A tipos como nosotros nadie nos sirve en bandeja”, comenta 
en El segundo deseo. 
Por un lado la búsqueda de Servilo hace 
que Heredia se adentre en una red clandestina de hogares de ancianos. Por otro, 
la figura de Buenaventura Dantés abre heridas y recuerdos que Heredia creía 
tener controlados. Antes de morir su madre dejó dos deseos para que Mercedes, 
su amiga, se los hiciera saber a Heredia, sin embargo, la amiga no lo consiguió 
y también fue alcanzada por la muerte, por lo que tuvo que ser la hija 
quien finalmente cumplió con la misión, el deseo. Una carta, una 
foto, los deseos de su madre, luego el reencuentro con el padre Brown serán 
algunas de las entradas para reencontrarse con su pasado. Y duele, le cuesta; 
Heredia no es el mismo de otras entregas y eso hace diferente a esta novela, ya 
que a pesar de continuar con el pesimismo que le impide creer en el sistema, su 
cuerpo ya no responde como antes. Sigue arrojando migas, pero ya no con la frialdad 
de buscar por otros. Hoy intenta saldar cuentas con su pasado y no sabemos cómo 
va a salir parado. 
El primer deseo de la madre de Heredia es que no quede 
solo, El segundo deseo es que encuentre a su padre, el tercero tal vez 
es la disposición de Heredia por cumplir, el cuarto debería ser 
del lector que sigue a Heredia desde hace un tiempo para seguir enterándose 
de sus aventuras y reconstruyendo una vida. El lector que por primera vez se acerca 
al mundo que habita este detective querrá adentrarse en el pasado y hurgar 
en las novelas anteriores. Lo que viene es cuestión de tiempo. Por mientras, 
la ciudad sigue triste.