"Morir en La Paz" 
              es una novela negra escrita por un chileno y ambientada en la Bolivia 
              actual. Su protagonista, Isidoro Melgarejo Daza, es impresor, financista 
              de panfletos y a veces detective, cuando algún desesperado 
              lo requiere.
               
          
          Es un hecho indiscutible que en los últimos diez 
            o quince años la narrativa policial se ha insertado con vigor 
            en la literatura chilena, conquistando nuevos adeptos entre los lectores 
            y la crítica especializada. Lejanos están los días 
            en que era un género cultivado esporádicamente por algunos 
             escritores 
            chilenos y en más de medio siglo sólo era posible reconocer 
            un puñado de obras de Alberto Edwards, Camilo Pérez 
            de Arce, L.A. Isla, Luis Enrique Délano y Rene Vergará, 
            que con justicia son considerados los pioneros criollos de este género 
            que tantos seguidores tiene en todo el mundo. Hoy en día resulta 
            más fácil confeccionar un generoso listado de autores 
            que han centrado sus ficciones en situaciones crimiriales. Roberto 
            Bolaño, Sergio Gómez, Luis Sepúlveda, Roberto 
            Ampuero, José Román, Carlos Tromben, Diego Muñoz 
            Valenzuela, Pedro Guillermo Jara, Dauno Tótoro, Poli Délano, 
            Claudio Jaque, Hernán Poblete Varas, Guillermo Chávez, 
            Marcela Serrano, Antonio Rojas Gómez, entre otros, han abordado 
            el género policial con sus particulares miradas y aciertos. 
            En este listado confeccionado a vuelo de pluma y que cada lector podrá 
            ampliar a su gusto, también debe estar Bartolomé 
            Leal y su novela Morir en La Paz, recientemente publicada 
            en España luego que resultara finalista en el Premio de Novela 
            Policial de la Editorial Umbriel, compartiendo honores con obras de 
            autores de larga trayectoria en el ámbito de la narrativa policial 
            iberoamericana, como el español Julián Ibáñez 
            y el argentino Rolo Díez.
escritores 
            chilenos y en más de medio siglo sólo era posible reconocer 
            un puñado de obras de Alberto Edwards, Camilo Pérez 
            de Arce, L.A. Isla, Luis Enrique Délano y Rene Vergará, 
            que con justicia son considerados los pioneros criollos de este género 
            que tantos seguidores tiene en todo el mundo. Hoy en día resulta 
            más fácil confeccionar un generoso listado de autores 
            que han centrado sus ficciones en situaciones crimiriales. Roberto 
            Bolaño, Sergio Gómez, Luis Sepúlveda, Roberto 
            Ampuero, José Román, Carlos Tromben, Diego Muñoz 
            Valenzuela, Pedro Guillermo Jara, Dauno Tótoro, Poli Délano, 
            Claudio Jaque, Hernán Poblete Varas, Guillermo Chávez, 
            Marcela Serrano, Antonio Rojas Gómez, entre otros, han abordado 
            el género policial con sus particulares miradas y aciertos. 
            En este listado confeccionado a vuelo de pluma y que cada lector podrá 
            ampliar a su gusto, también debe estar Bartolomé 
            Leal y su novela Morir en La Paz, recientemente publicada 
            en España luego que resultara finalista en el Premio de Novela 
            Policial de la Editorial Umbriel, compartiendo honores con obras de 
            autores de larga trayectoria en el ámbito de la narrativa policial 
            iberoamericana, como el español Julián Ibáñez 
            y el argentino Rolo Díez.
          
          
          El autor
          Bartolomé Leal —narrador, crítico de cine, director 
            de revistas y viajero infatigable— es un autor que enmascarado en seudónimos 
            o a pecho descubierto, se ha destacado como una de las plumas más 
            constantes en el desarrollo del género policial en Chile.Sus 
            primeras novelas fueron publicadas con el seudónimo de Mauro 
            Yberra y están escritas en conjunto con el escritor Eugenio 
            Díaz Leighton, en lo que constituye uno de los escasos antecedentes 
            de escritura a cuatro manos que se registran en la literatura chilena. 
            Situación que sin embargo no es tan atípica en la narrativa 
            policiaca universal donde, entre muchos otros ejemplos, encontramos 
            los nombres de H. Bustos Domec (Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares), 
            Patrick Quentin (Richard Webb y Hugh Wheeler), Ellery Queen (Frederic 
            Dannay y Manfred B. Lee) y los suecos Maj Sjowal y Per Wahlöö, 
            creadores del célebre inspector Martín Beck.
 
            y viajero infatigable— es un autor que enmascarado en seudónimos 
            o a pecho descubierto, se ha destacado como una de las plumas más 
            constantes en el desarrollo del género policial en Chile.Sus 
            primeras novelas fueron publicadas con el seudónimo de Mauro 
            Yberra y están escritas en conjunto con el escritor Eugenio 
            Díaz Leighton, en lo que constituye uno de los escasos antecedentes 
            de escritura a cuatro manos que se registran en la literatura chilena. 
            Situación que sin embargo no es tan atípica en la narrativa 
            policiaca universal donde, entre muchos otros ejemplos, encontramos 
            los nombres de H. Bustos Domec (Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares), 
            Patrick Quentin (Richard Webb y Hugh Wheeler), Ellery Queen (Frederic 
            Dannay y Manfred B. Lee) y los suecos Maj Sjowal y Per Wahlöö, 
            creadores del célebre inspector Martín Beck.
          Mauro Yberra (Leal y Díaz) ha escrito La que murió 
            en Papudo, Mataron al don Juan de Cachagua y Ahumada Blues, 
            el caso de Cynthia Muraña. Novelas protagonizadas por los 
            singulares y algo estrafalario hermanos Juan y Jorge Menie, que junto 
            con presentar intrigas atractivas tienen el mérito de recrear 
            con especial acierto distintos aspectos de la sociedad chilena de 
            los años setenta. Tres novelas autoeditadas en los años 
            1993,1999 y 2002, tal vez difíciles de encontrar, pero recomendables 
            para quienes desean profundizar en el conocimiento del género 
            policial en nuestro país.
          
            Policial étnica
          El año 1994, bajo el sello de Ediciones Linterna Mágica, 
            Bartolomé Leal publicó su novela Linchamiento de 
            negro, en la que presentaba una historia ambientada en Kenya. 
            Sus protagonistas son Tim Tutts, jefe de una agencia de detectives 
            privados y sus colaboradores, una pandilla de singulares personajes, 
            que aportan humor, fuerza y raciocinio a las investigaciones. Esta 
            novela, que mereció entusiastas comentarios, situó la 
            obra de Leal en lo que algunos críticos llaman la "corriente 
            étnica" de la novela policial, uno de cuyos principales 
            exponentes es el autor estadounidense Tony Hillerman y su afamada 
            saga del detective navajo Jim Chee. Dicho en las palabras del propio 
            Bartolomé Leal: "La novela policial étnica o etnológica 
            se trata de un tipo de narración donde los tópicos de 
            las etnias, las razas, las culturas primitivas, la brujería, 
            los conflictos colonialistas y tópicos similares, aparecen 
            en el corazón mismo de la obra. Argumentos, tramas, personajes 
            y locaciones responden a un deseo de testimoniar sobre los conflictos 
            mayores, explícitos o escondidos, que existen en muchas sociedades 
            marcadas por la diversidad racial, cultural y religiosa".
          La cita anterior de Bartolomé Leal es importante de tener 
            en cuenta para abordar su novela Morir en La Paz, porque aunque 
            los personajes y el entorno geográfico y cultural cambien de 
            Kenya a Bolivia, la intriga policial abordada por Leal responde a 
            las mismas claves que desplegara en su novela Linchamiento de negro. 
            Tras una intriga policial está la intención de mostrar 
            la cultura y particularidades de un pueblo, sus colores locales y 
            sensibilidades. Morir en La Paz es protagonizada por Isidoro 
            Melgarejo Daza, un detective privado ocasional que carga con los apellidos 
            de dos gobernantes bolivianos y que la mayor parte de su tiempo la 
            ocupa en trabajar de imprentero y editor. Melgarejo Daza tiene 40 
            años, es soltero y es capaz de hacer cualquier cosa por cumplir 
            con la palabra empeñada. Tiene un pasado d policía y 
            no vacila en declarar que su forma de actuar en elcampo detectivesco 
            se apoya más en la observación de la naturaleza humana 
            que en "descubrimiento de huellas, seguimiento de pistas y otras 
            faramallas".
          La intriga de Morir en La Paz es simple y vertiginosa. Toño 
            Machicao, ex compañero de Melgarejo en un colegio salesiano, 
            desea que el detective le ayude a descubrir a los asesinos de su padre, 
            un empresario hotelero que ha sido asesinado por narcotraficantes. 
            De mala gana, pero incapaz de oponerse al deseo de su amigo, Melgarejo 
            se traslada a la región rural de Yungas. El trabajo no es fácil 
            para el detective privado, porque tras la bucólica apariencia 
            del paisaje y el ritmo cansino de los lugareños se teje la 
            espesa y poderosa red de los narcotraficantes que no ven con buenos 
            ojos la llegada de los dos intrusos. A poco andar, Melgarejo ve morir 
            a su amigo y se ve envuelto en una violenta trama que lo obliga a 
            enfrentarse con los narcotraficantes locales y dos asesinos a sueldo 
            provenientes desde los Estados Unidos. Persecuciones, balaceras, huidas 
            en medio de la selva y coincidencias fortuitas se suceden unas tras 
            otras, al mismo tiempo que el narrador va presentando la historia 
            desde la perspectiva de Melgarejo Daza y de los sicarios que desean 
            evitar que el detective tenga éxito en sus diversas investigaciones.
          Destacan en la novela las descripciones de poblados rurales, de ritos, 
            giros idiomáticos y costumbres que acercan al lector a la cultura 
            popular boliviana. De todo eso. Leal hace un rico y variado despliegue 
            de conocimientos y se muestra como un observador atento, capaz de 
            describir con colorido. Un ritmo narrativo intenso y atractivos personajes 
            secundarios hacen de esta novela, más cercana al thriller que 
            al relato policial tradicional, un texto que se lee con interés 
            desde la presentación de su protagonista y hasta su desenlace 
            en un bar de La Paz, en medio de una fiesta popular —la procesión 
            del Cristo del Gran Poder— donde Melgarejo logra encontrar la verdad 
            que pone fin a su tortuosa pesquisa y le permite dar un nuevo sentido 
            a su vida.
          Morir en La Paz es la nueva entrega de un autor que desde hace tiempo 
            está haciendo un aporte sustancial a la expresión de 
            la narrativa policiaca chilena y que gracias al interés de 
            la editorial española Umbriel ha comenzado a ser leído 
            más allá de nuestras fronteras.
           
          * * * ^^^* * * 
           
          Una 
            lección mal aprendida 
            
            (Por M.A. Coloma) 
            
            El Periodista, Año 3 Nº 
            59, jueves 8 de Abril de 2004.
          La novela negra gana terreno. 
            La buena y la mala. Hace rato que aquello que se conoce como neopolicial 
            latinoamericano se ha transformado en un mini boom, un fenómeno 
            editorial que gana cultores y lectores. Se organizan antologías, 
            seminarios, debates y surgen premios dedicados el género. A 
            estas alturas uno puede afirmar con soltura que no hay país 
            en este continente que no pueda exhibir dos o tres escritores vinculados 
            al fenómeno. Chile no es la excepción: las novelas de 
            Ramón Díaz Eterovic y Roberto Ampuero -por poner sólo 
            dos nombres que han cultivado el género con particular tenacidad- 
            circulan profusamente no sólo en el ámbito local, sino 
            también en el extranjero.
          La editorial española Umbriel captó, digamos, la demanda, 
            y junto a la organización de la Semana Negra de Gijón 
            convocaron a un premio de novela negra. La primera versión 
            se dirimió el año pasado, y el premio dotado de unos 
            once millones de pesos chilenos lo ganó Rolo Diez, mitad argentino 
            mitad mexicano, y escritor de culto en Francia. Su novela premiada, 
            "Papel picado", la comentamos en esta misma página 
            hace algunas semanas.
          En el mismo certamen resultó finalista la novela "Morir 
            en La Paz" del chileno Bartolomé Leal. Umbriel -animada 
            seguramente por un optimismo exagerado por todo lo que oliera a novela 
            negra- decidió también publicarla. Así, Bartolomé 
            Leal, un escritor prácticamente desconocido en la escena local, 
            firmó contrato con la editorial española y su novela 
            arribó importada a las librerías locales. Y aunque su 
            nombre no suene demasiado, Leal no es un allegado de última 
            hora, al menos en lo que a novela negra se refiere. En 1994 publicó 
            "Linchamiento de negro", una narración ambientada 
            en Kenya, y más tarde hizo dupla con Eugenio Díaz, y 
            bajo el seudónimo de Mauro Yberra publicaron tres policiales 
            criollos.
          Si hay algo que caracteriza al neopolicial latinoamericano es su 
            predilección por sacar las historias del cuarto cerrado en 
            donde se desarrolló buena parte de la más clásica 
            y cerebral de las corrientes del género. La versión 
            latinoamericana hace de la novela negra una crónica social, 
            un retrato del paisaje y, si quiere, una denuncia en clave de ficción 
            de nuestros vicios. "Morir en La Paz" funciona de ese modo, 
            pero instala una lógica narrativa que avanza por situaciones 
            tan hiperbólicas y fuera de lugar que hace del absurdo una 
            constante.
          El detective Isidoro Melgarejo Daza -un personaje atractivo, un ferviente 
            católico cuyo oficio conocido es el de imprentero- asume sin 
            muchas ganas la misión de investigar la muerte del padre de 
            un amigo, un viejo empresario hotelero ejecutado por unos narcotraficantes. 
            El lugar de la misión es la zona cocalera conocida como Yungas, 
            lo que permite a Leal dar cuenta de cuánto conoce el paisaje 
            boliviano. Las primeras 50 páginas son lo mejor de la novela. 
            En ellas, el autor se dedica a instalar el conflicto y a dibujar a 
            los personajes a partir de descripciones aunque extensas bien escritas. 
            El problema surge cuando tiene que comenzar a desenrollar la madeja 
            del crimen, entonces aparece una secuencia de situaciones absurdas 
            (un par de sicarios norteamericanos vestidos de cowboys, una boa tragándose 
            un todoterreno) o motivadas por casualidades increíbles. Efecto 
            de tanta imaginación puesta fuera de lugar es que la novela 
            pierde coherencia y el lector termina por no tragarse el cuento.
          Uno no puede dejar de recordar que, con evidente vocación 
            de pedagogo, el mismísimo Raymond Chandler advirtió 
            en 1949 que la novela negra debe "mostrar los actos verosímiles 
            de personajes verosímiles en una situación verosímil". 
            Parece claro que Bartolomé Leal no aprendió la lección 
            del maestro; y es que el problema de su novela es justamente ese: 
            la pérdida total de verosimilitud.
          Bartolomé Leal
            Morir en La Paz
            Umbriel, 245 págs.