Los 
              siete hijos de Simenón 
              La ciudad negra
              Ramón Díaz 
              Eterovic. LOM, 293 páginas. 
              
              
              Por Camilo Marks
              Revista QuePasa 14 de Mayo de 2000
            Mientras investiga el asesinato 
              de un abogado, el detective Heredia se interna en un conflicto de 
              tinte ecológico donde se cruzan intereses políticos 
              y financieros. 
              Ramón Díaz Eterovic nació 
              en 1956, en Punta Arenas, y ha cultivado la novela negra en varios 
              libros protagonizados por un investigador marginal y solitario. 
              
            
            
          "Hace años que la justicia dejó de ser una vara 
            de medida. Existe en los libros, se habla de ella en los discursos, 
            pero nada más. El circo prende sus luces, pero los payasos 
            siguen siendo pobres. Este país no tiene arreglo porque cambió 
            las utopías por la fanfarria, la verdad por los acomodos, la 
            lucha por el consenso. Nos vendimos o nos vendieron". 
            
            Quien habla así es Heredia, investigador privado y protagonista 
            en la mayoría de las novelas de Ramón Díaz 
            Eterovic. En Los siete hijos de Simenon, última 
            de ellas, nuestro  detective 
            no tiene motivos para volverse más alegre o abandonar, aunque 
            sea momentáneamente, el tono maníaco-depresivo de su 
            discurso, el cual cubre todo el relato con verdades incluso más 
            siniestras que la ya enunciada. No es para menos.
detective 
            no tiene motivos para volverse más alegre o abandonar, aunque 
            sea momentáneamente, el tono maníaco-depresivo de su 
            discurso, el cual cubre todo el relato con verdades incluso más 
            siniestras que la ya enunciada. No es para menos. 
          Prácticamente no tiene un cobre en el bolsillo. No hay trabajo 
            a la vista. Y peor que todo lo anterior, en materia de amores, el 
            horizonte se divisa tan negro como un día de invierno en Santiago, 
            pues el cincuentón sabueso se enamoró de una chica mucho 
            más joven, quien, para colmo de males, pertenece a la clase 
            de especimen con ideas propias, o sea, una joven independiente, influida 
            por eso de la liberación femenina. 
          El desastre personal no impedirá a Heredia meterse debajo 
            de las patas de los caballos o, mejor dicho, verse obligado a desentrañar 
            la causa de una serie de muertes aparentemente accidentales, pero 
            tras las cuales se esconde una oscura trama de poder político, 
            corrupción y chantajes. La pesquisa nos lleva desde sucios 
            tugurios, a la Contraloría General, el Ministerio del Interior 
            y firmas interesadas por invertir en Chile. Los muertos que van quedando 
            en el camino son un auxiliar de la administración pública, 
            un ingeniero de una gran empresa, un delator muy acomodado en la transición 
            democrática, un abogado honesto -menos mal- y casi, casi, el 
            propio Heredia. La conspiración persigue facilitar la puesta 
            en marcha de un gasoducto, al que se oponen idealistas del movimiento 
            ecológico, cuyos propósitos y forma de actuar no son 
            compartidos por el protagonista. No obstante, si hay que pelear por 
            algo decente, ahí estará nuestro criollo antihéroe 
            y también se hará presente al ejercer formas prácticas 
            de justicia, socorriendo a tres viejas jubiladas, víctimas 
            de un cogotero, o haciendo de alcahuete entre la adivina Madame Zara 
            y su amigo Anselmo, ex jinete y actual dueño de quiosco. 
          Los siete hijos... posee el ambiente urbano al que los admiradores 
            de Díaz Eterovic están acostumbrados: "Nada me 
            gusta más que caminar por la ciudad sin un lugar predeterminado 
            al que llegar. Me gusta mirar a la gente y detenerme frente a los 
            escaparates de las tiendas o librerías. 
          Cuando me canso, busco un bar pequeño donde beber vino, mientras 
            el cenicero se llena de colillas y a mi alrededor grupos de obreros 
            o jubilados leen sus diarios y beben una malta". Este enemigo 
            de la modernidad sigue paseándose por las cercanías 
            de la Estación Mapocho, por San Diego y por otros barrios de 
            calles mal pavimentadas, veredas destrozadas y antros donde el tiempo 
            se estancó hace años. 
          Los siete hijos de Simenon es uno de los más ambiciosos 
            relatos del autor y cumple con los requisitos de una buena novela 
            negra. Como ocurre muchas veces con estos libros, la resolución 
            de la intriga no es tan importante para gozar de una historia donde 
            los diálogos son inteligentes, las anécdotas laterales 
            se encuentran bien engarzadas y los personajes van adquiriendo un 
            certero perfil sicológico. Por estas razones, Ramón 
            Díaz Eterovic se confirma como el mejor narrador policial en 
            nuestro medio.