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Ingreso de la novela neopolicíaca al ciclo autoritario:
La ciudad está triste


Guillermo García Corales - Miriam Pino
Poder y crimen en la narrativa chilena contemporánea (Las novelas de Heredia)
Mosquito Editores, agosto de 2002.



La ciudad está triste de Ramón Díaz Eterovic constituye una innovación en la literatura chilena, consistente en el ingreso del relato neopoliciaco al ciclo autoritario. Esta novela marca así una tendencia que se aprecia, aunque en grado menor, en otros textos narrativos aparecidos en Chile en la segunda mitad de los 80, tales como El informe Mancini (1986) de Francisco Simón Rivas (1943) y El infiltrado de Jaime Collyer, tendencia que se ampliará durante toda la década del 90 y principios del siglo XXI.

Publicada en 1987. La ciudad está triste se ocupa de la memoria co-presente porque no sólo la diégesis se ambienta durante la dictadura militar, sino que la novela fue publicada en el mismo período. De tal modo, no alude a un acontecimiento referido al pasado lejano, sino que es mínima la distancia temporal entre la historia narrada y el extratexto. En este sentido, se podría hablar de "un grado cero" en la relación entre ambas instancias. A distinción del relato policial más "tradicional'', en esta novela adquiere preponderancia la intervención del estado como instancia represora, lo cual. a su vez, produce modificaciones en el mundo privado de los personajes centrales. Tal es el caso, por ejemplo, del rol de la familia en busca de sus parientes desaparecidos que se aprecia en el mundo narrado. De esta forma. La ciudad está triste se suma a uno de los aportes más importantes de los escritores de la generación del 80 en su etapa de emergencia: no someterse a la imposición del silencio que esconde la muerte y el terror.

El texto narrativo en análisis inaugura la saga Heredia: conjunto de novelas cuyo hilo conductor lo constituye este detective privado chileno. En toda la producción neopolicíaca de Díaz Eterovic se expresará una profunda relación entre el detective y la ciudad. El lector no sólo podrá apreciar la lógica y el desmontaje de las acciones en que participa dicho protagonista, sino también la codificación de signos en el cronotopo que muestran distintos panoramas sociales. De alli el valor de la nueva novela negra como ideologema.

Al comienzo de La ciudad está triste, el autor realiza la siguiente aclaración: "Ninguno de los personajes de este libro corresponde a personas reales, asi como tampoco los hechos que se narran ocurren en ninguna ciudad. Cualquier coincidencia de nombre o hechos ha de tomarse como puramente accidental" (3). Este enunciado, que enmarca el texto, tiende a trasladarlo hacia lo fíccional, alejando la narración del dato puramente realista. Aun así, es posible aseverar, por los parlamentos y diferentes indicios en el espacio textual, que la historia se desarrolla en Santiago de Chile. Por otra parte, el autor ha expresado que esta cita, que opera como marco novelesco, posee un matiz irónico. En efecto, al negar toda connotación a la realidad chilena, invierte el sentido aparente (Entrevista personal).

La base argumental de La ciudad está triste es simple: una joven santiaguina, Marcela Rojas, acude al investigador Heredia para pedirle ayuda en ubicar a su hermana Beatriz, desaparecida en el presente del relato que tiene lugar en la segunda mitad del período autoritario. Sobre este eje narrativo se desarrollarán un par de caracteristicas esenciales del neopoliciaco, es decir, la presencia de un enigma fuera "del cuarto cerrado" y con ello el abandono del juego de razonamiento deductivo como parte primordial de la investigación. En consecuencia, la voz autorial coloca el acento tanto en la develación del enigma como en la violencia social a la que con arrojo debe enfrentarse el detective Heredia.

La desaparición de la joven tiene un carácter político aunque en el principio de la historia esto no sea evidente para el lector. Dicho aspecto se enfatiza cuando al caso de la joven se suman los de otros desaparecidos, como Fernando Leppe, y la búsqueda que realizan sus familiares a través de "laberintos infernales" (P. Delano. "contratapa").

Para codificar el rol de la principal figura desaparecida en la historia, cabe señalar la reflexión del estudioso brasileño Idelber Avelar, en cuanto a que el policial conforma un relato virtual en el sentido que es la develación del enigma lo que sostiene el tejido argumental: "una novela de detectives solo encuentra su cumplimiento en la resolución del sistema de enigmas que abrirá la posibilidad de contar la historia de un crimen" (170). Esta característica es importante en la medida que en La ciudad está triste la desaparición de Beatriz, personaje clave, invisible, conforma la instancia narrativa que motiva el suspenso. Se genera aqui una primera paradoja en el sentido que aquella figura no aparece sino bajo la forma de cadáver a mitad del relato. Sin embargo, este elemento es lo que le da sentido al impulso argumental de la novela.

Díaz Eterovic sigue la factura del genero policial negro en su vertiente norteamericana, especialmente a través de autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler. El primero introduce la violencia creando un detective privado, pobre, cinico y al margen de la ley. Pero, además, en la obra de nuestro autor está presente la tradición latinoamericana, especialmente la influencia del argentino Osvaldo Soriano.

Ana María Amar Sánchez sostiene que el único sujeto legal del texto policial en el postgolpe del Cono Sur es el detective porque el estado está investido de ilegalidad, y la compensación o restablecimiento de la justicia está en sus manos (144). Compartimos la primera premisa de este planteamiento al pensarla en términos del texto narrativo que estudiamos, porque en esta historia el detective es el que coloca su cuerpo en la investigación, de él depende el suspenso y la develación del enigma que se convierte en una verdad política frente a un estado corrupto. Pero no es a él -como sugiere Amar Sánchez- al que le compete restablecer la justicia porque, en el caso que nos incumbe, como gran parte del policial chileno referido al periodo autoritario, esa justicia no está en ninguna parte. A saber, no se puede restablecer lo que no existe en un momento de supresión de las garantías constitucionales para los ciudadanos. Esta situación se perfila significativamente hacia el final de la novela de Díaz Eterovic cuando Heredia devela el enigma y desaparece sin más en los suburbios de la ciudad. El detective, quien también funciona como narrador básico de la historia, configura esta situación de la siguiente forma:

"Salí a la calle y me puse a caminar hacia el "Zíngaro".
Era tiempo de emborracharme y no pensar en nada.
-Hacia frío afuera, señor Heredia -me dijo Juanito a modo de saludo.
-Ideal para un buen trago -respondí pensando que serian tres o cuatro, y después, tal vez, buscaría a Andrea.
La ciudad estaba triste. Vacié la copa y pedi otra.
-Es de esperar que la mala racha pase pronto -comentó el viejo.
-Vendrán tiempos mejores -le dije, y miré hacia la calle.
Comenzaba a llover en la ciudad". (101)

Si bien Heredia encarna ciertas virtudes consideradas por lo general "positivas" (develador de verdades, sujeto "anti-estado"), no deja de poseer una buena dosis de machismo a la usanza del detective-flâneur del canon norteamericano. En todo caso, el tratamiento de la mujer no se reduce a la visión machista del detective, sino que se da lugar a un espacio interprétativo para considerar a la principal figura femenina del relato, Beatriz-América, como una alegoría social. Este tema ya había sido tratado por Fernando Alegría (1918) en su novela del año 1978, Coral de guerra, en la cual la mujer, víctima de un represor y de un militante revolucionario, alegoriza al Chile dictatorial. En los textos de Díaz Eterovic y de Alegría se evidencia el rostro y el rastro de la historia. En su obra El origen del drama barroco alemán, Walter Benjamín sostiene que el drama de la historia se representa en la imagen petrificada de la calavera (159). Entonces, y en referencia a nuestra novela, se puede deducir que calavera y cadáver configuran alegorías de la historia individual y colectiva de Chile.

Decíamos que el espacio de La ciudad está triste quiebra con el tratamiento convencional del relato clásico porque abandona la develación del enigma en el marco de un ambiente cerrado. Así, el detective itinera de su oficina-departamento a los bares y se interna en los callejones transitados por prostitutas y soplones para regresar a su cuarto gris y luego abandonarlo y terminar nuevamente en el macadam santiaguino. Es en el espacio de los suburbios y del submundo donde buscará la verdad oculta, el cadáver oculto. Es decir, la verdad novelesca que se inscribe en el cadáver de Beatriz en medio del precario espacio urbano.

En esta actividad citadina, por otro lado, el detective laborioso y algo borrachín sólo recibe dinero de las apuestas de su amigo Pony. De este modo, el autor se aleja del policial americanoporque la motivación económica del crimen no es fundamental, ni tampoco sustenta la actividad del detective Heredia. No es el ansia de dinero ni el robo lo que motiva la historia de Díaz Eterovic. La ambición deja paso a un tratamiento particular de esos significantes: a Heredia no le interesa cobrar sus honorarios, sino que deja entrever que la falta del dinero complica las relaciones de poder y genera marginacion social. En efecto, el supuesto descubrimiento de la verdad de un caso policial especifico conduce a este investigador a otras tantas verdades como son la pobreza social y la falta de trabajo de la clase media-baja chilena. No es casual que, por momentos, focalice su discurso en su relación amorosa con Andrea justificando el oficio de ella. En este sentido, comenta acerca de la mujer: "Se llamaba Andrea y estaba en el Café por lo mismo que todas. Necesitaba un trabajo para vivir y lo único que habia logrado era un poco de la mierda que arroja la ciudad para los que no tienen poder ni fuerza" (34).

Otra característica que el texto estudiado comparte con el policial norteamericano corresponde al plano de la investigación. Ésta se convierte en la búsqueda angustiosa de una verdad oculta, en la obtención de un saber total que se adquiere paulatinamente. La existencia del individuo, en este caso Beatriz, es puesta en duda ya que la muerte marca los acontecimientos que organizan la composición novelesca.

Asimismo, esta "ausente textual" cifra el proceso de detección, cuyo desarrollo se encamina hacia el fracaso. De este modo, el destino mismo aparece bajo la forma de fracaso. Al acercarse el investigador al conocimiento de aquella verdad, no puede restablecer la justicia porque el enigma, el suspenso y la develación en el policial en esta parte de Latinoamérica, y en este periodo, adquiere la forma de relato ficcional y de relato histórico, de denuncia de una política criminal. En tal sentido, las fronteras entre ficción e historia son lábiles y su grado de relación dependerá, en este tipo de género, del pacto de lectura que cada lector realice con el texto.


La ciudad está triste: Composición

La nouvelle se divide en nueve capítulos que conservan la linealidad de lo relatado ya que no presentan alteraciones temporales. El texto enfatiza la multiplicidad de acciones. De este modo, Hcredia se convierte en sujeto de hacer, de búsqueda, siguiendo una serie de indicios que lo conducirán al cadáver de Beatriz Rojas. De allí que recientemente señalamos la salida para arribar a un territorio abierto como un elemento que reconfigura una de las estrategias principales que distingue la historia en análisis del policial clásico enclaustrado en un reducido espacio. Así, la voz narrativa ofrece la visión de una ciudad sumida en el abandono y la pobreza, con lo cual se perfila en la ficción una fuerte motivación social.

Siguiendo el derrotero de la acción múltiple, los episodios están teñidos de la violencia cotidiana propia del Chile dictatorial. Se trata de una violencia encubierta, y es en este aspecto que la novela devela una situación paradojal en el sentido de que la presunta legalidad está teñida de muerte. De este modo, los habitantes del mundo narrado quedan a merced de la violencia de los servicios de inteligencia del poder militar.

Entonces, el eje de la ausencia de la justicia recorre todo el relato, y el protagonista narrador tendrá que enfrentarse a ese vacío 'colmado' de ilegalidad porque la urbe no es sólo legalmente injusta, sino que además es la proyección anímica del detective. De allí que no sea casual el impulso de western norteamericano que campea a lo largo de la historia a través de episodios continuos de enfrentamientos a tiros, agentes dormidos en el sofá, mundo de soplones y de venganza.

En La ciudad está triste la acción principal consiste en descubrir el paradero y los móviles de la desaparición de Beatriz Rojas, estudiante universitaria, ausente de su casa desde hace varios días. Paralelamente a su desaparición ocurre la de Femando Leppe, otro estudiante y activista universitario. Resulta interesante observar lo que enuncian los compañeros de estos personajes porque de allí es posible deducir la escisión de la ciudadanía:

"Pancho recorrió con una mirada las mesas que nos rodeaban y comprendió que no tenia más alternativa que confiar.
-Me refiero a ideas políticas. Durante un tiempo nos llevábamos bien. Un paseo y un par de fiestas, pero apareció Leppe y ella se transformó. Empezó a hablar de cosas como democracia, justicia, y se metió en asuntos no muy bien vistos en este tiempo. Onda roja, usted entiende". (38-39)

La sintaxis narrativa de la novela se organiza de la siguiente manera: a) desaparición de Beatriz Rojas y Fernando Lcppe; b) búsqueda de la muchacha por parte del detective Heredia; c) muerte de Pony Herrera (su amigo informante que reemplazaría al secretario privado en el policial canónico) y atentados contra Heredia; d) encuentro de los cadáveres; e) desenmascaramiento de la presunta legalidad; f) regreso de Heredia a los suburbios de la ciudad; g) Heredia actúa al margen de la supuesta ley y encarna al típico detective norteamericano incrédulo, irónico, dotado de una buena dosis de violencia y erotismo, y dispuesto a develar el enigma de un doble crimen.

Al tiempo que se evidencian los pasos a seguir en virtud de la develación del enigma, se muestra un cuadro de los personajes que, como sucede con Marcela Rojas, se lanzan a la búsqueda de sus familiares que han desaparecido. El detective se refiere de este modo a la hermana de la muchacha desaparecida: "-Necesito su ayuda -dijo la muchacha acercándose hasta mi escritorio atestado de papeles. Temblaba bajo su ropa y no era preciso ser mago para adivinar que habia caminado largo rato en medio de la lluvia que empapaba la ciudad" (11).

Jean Franco señala que una característica importante en el ámbito de las vidas privadas afectadas por la dictadura son las nuevas formas que adquiere la familia ante sus desaparecidos y ante las acciones de resistencia nómica que llevan a cabo. Dicha analista comenta al respecto: "Al quitar la ciudadanía a las familias de 'subversivos', al torturar y matar mujeres, desequilibraron la familia de la cual se representaban como protectores [...]. En cuanto a los desaparecidos del Cono Sur, perdían su existencia civil. En otras palabras se convertían en ficciones con existencia civil y sin historia" (51-2). En todo caso, no todas las familias reprodujeron obedientes las prerrogativas estatales en la medida que muchas fueron conformando núcleos de resistencia frente al autoritarismo. Al considerar la gravitación de estos acontecimientos en la escena latinoamericana, podemos inferir la importancia de la rearticulación de los sociogramas familia, nación y estado que se produce en estas últimas décadas en el género neopoliciaco.

En diálogo con lo recién indicado, aparece otro aspecto significativo en La ciudad está triste consistente en su carácter testimonial. La reconstrucción de la historia se ejecuta a través de una narración de primera persona. El narrador básico, el detective, tiene un interés especial por contar lo sucedido que lo compromete en distintos niveles con lo relatado. Y como lector de novelas policiales, Heredia traslada lo leído a su experiencia de investigador privado, método que no abandonará en posteriores aventuras. De este modo, el epígrafe que antecede al texto y las citaciones de ese horizonte de lectura (cita socarronamente, por ejemplo, a Mailer) le confieren a la novela mayor verosimilitud al tiempo que le aportan la dosis necesaria de suspenso y de sospecha en torno a quién o quienes son los autores del crimen de Beatriz.

Avanzada la narración, Heredia declara: "El viejo Hemingway aconsejaba a los escritores jóvenes no secar el pozo de una sola vez, y aunque no escribía cuentos, aplicaba su consejo a mi oficio" (32). A través de esta cita es posible deslindar dos órdenes en el relato: por un lado, Diaz Eterovic en su papel de autor empírico de La ciudad está triste y lector del policial duro norteamericano, sujeto de la enunciación; y por otro, Heredia, sujeto del enunciado, detective, lector de textos policiales pero no aficionado a la escritura de ficciones. El personaje afirma: "no escribía cuentos", entonces ¿qué escribe?, ¿qué cuenta este detective?, ¿para quién cuenta?, ¿con qué finalidad relata?

A través de la reconfíguración de tales planos narrativos se articula la relación de la búsqueda de la verdad con el problema de la verosimilitud. Si bien Heredia cita a Hemingway, por lo cual se coloca como lector/no escritor, cuando narra la historia de su amigo policia, Dagoberto Solis, afirma: "Recordé a un amigo que trabajaba con la Policía y a menudo me proporcionaba información. Todos los detectives de novela tienen un amigo que funciona con los tiras y yo no podía ser la excepción" (20). En este pasaje el hablante deja entrever la idea de representar una criatura de ficción, de ser escrito por alguien. Al mismo tiempo, el "efecto de real'' de la narración induce a que el lector empírico crea en la existencia de Heredia, pero además en el estatuto de verdad de su relato. Este "efecto de real" será paulatinamente enriquecido en las novelas posteriores a través de una constante citación intertextual con respecto a obras anteriores del mismo Díaz Eterovic y otros autores de distintas latitudes y tiempos, incluyendo a sus contemporáneos chilenos.

Los códigos del género negro se manifiestan en la ficción que nos incumbe no sólo a nivel de personaje, sino también en la cadena de indicios que posee el investigador, que conducen finalmente a la resolución del enigma. Entre ellos se cuentan: las confesiones de Teresa y Valverde, el periódico que lee Heredia en el cual aparece la noticia de un hombre muerto (Fernando Leppe). la entrevista con el padre de Fernando, la muerte de Pony Herrera (informante del detective) y los datos que éste deja escritos en el periódico. Este conjunto de señuelos inducen a Heredia y al lector a la develación del enigma, cuya sintaxis comprende los siguientes elementos: la desaparición de Beatriz, el cadáver oculto, la verdad escondida, el asesino estatal. La investigación expresa que el proceso de detección del enigma es un fracaso ya que Beatriz pasa a convertirse en una NN hasta la aparición y el reconocimiento de su cadáver.

La historia de la pesquisa se desarrolla en un doble registro: la investigación oficial de Dagoberto Solis inserta en la ley, y la que Heredia realiza privadamente. Ambas llegan a idéntica conclusión: la legalidad no se cumple, se vive en estado de impunidad, porque hay una brecha entre la ley y la justicia. Solis ilustra lo anterior a través del siguiente parlamento: "-El problema contigo, Heredia, es que lees demasiadas novelitas. Te conté que antes he estado en las mismas. Te pones a hacer una pregunta, luego otra y cuando deseas lanzar la tercera, te llama el jefe de más arriba, y te dice que eres un buen funcionario. Pregunta por tu familia y enseguida te sugiere archivar la carpeta del caso porque hay tipos poderosos a los que les está dando comezón" (54).

Díaz Eterovic trabaja la relación íntima entre delito y sociedad, común en el género negro, pero coloca además el acento en el enigma y su resolución porque la evidencia de un doble crimen es lo que muestra a una sociedad atravesada por el delito que adquiere la forma de terror de estado. En esas circunstancias, no es casual la presencia de los delincuentes que ofician de agentes de inteligencia, como son los casos de Carmona, Maragaño y los agentes que secundan a Solis.

Ahora bien, en los relatos policiales del período de la novela en cuestión la develación sufre una deflación en el sentido que, como ya se indicó, no se repone ninguna legalidad, los asesinos forman parte del poder estatal que funciona como ente regulador de los castigos. El autor mantendrá esta proyección estético-ideológica hasta su última novela.

La pesquisa del investigador privado (carente de medios, de garantías constitucionales) no puede reponer e inscribir la resolución del enigma en un marco legal. Ambas investigaciones, la de Heredia y la de Solis, son "secretas" ya que, si bien descubren el enigma, sólo el lector puede concluir qué sucederá con el cadáver, y en qué lugar de la estructura social se encuentran los criminales. La ilegalidad aparece revestida de lógica legal, ya que los que detentan el poder son los portadores de la muerte. Heredia sostiene al respecto: "Quienes dirigían la ciudad se reservaban el juego sucio entre las manos y no se necesitaba mucha imaginación para saber de dónde provenía la violencia. El poder avasallaba la verdad y yo tendría que verme las caras con ese poder'' (47).

En otro ángulo del mundo narrado, podemos ver que los ejes semánticos del amor, la soledad y la violencia en los cuerpos mutilados aparecen como constantes en el mundo narrado. Por un lado, observamos la relación de Heredia con la bailarina Andrea que lo sustrae por momentos de la soledad: ''La miré a los ojos y supe que ella estaba tan sola como yo. No era un crimen compartir nuestras soledades por unas horas" (36). Por otro, vemos la violencia de la cual ellos también son victimas. Esos microrrelatos amorosos son anticlimáticos porque quiebran con el suspenso y la densidad de la indagación del doble crimen.

El final de la novela es abierto desde el punto de vista estructural y semántico ya que no se manifiesta ninguna solución del conflicto una vez develado el enigma, recién en el capítulo VII. Heredia muestra que la única solución posible es sólo superficial, es decir, encontrar el cadáver y reintegrarlo a los familiares.

Pero la pena y el castigo no aparecen en esa textualidad porque aquellos que detentan estos elementos son portadores de la misma muerte. No es casual el seudónimo de la victima, América, que pulsa el sentido de la mujer, la desaparecida, la asesinada como alegoría de la historia de nuestro continente. Asimismo, el título de la novela alude al espacio citadino que, semánticamente, refiere al carácter opresivo de la dictadura, develada paulatinamente cuando el investigador avanza en el esclarecimiento del crimen.


El cuerpo de Beatriz, el cuerpo social

La ciudad está triste reconfigura la problemática del cuerpo humano como superficie de inscripción de otro, el cuerpo social. Y consecuentemente convoca un diálogo de la geografía de la novela con la política de la violencia dictatorial. No es casual a imposibilidad, deliberada o no, de huir de la alegoría en todas las producciones de esa etapa. La alegoría y la metáfora fundan un modo de decir lo que no se puede expresar de otra manera. En esta narración, el cuerpo humano y cuerpo social conforman una sola anatomía susceptible de ser decodificada.

El autor ha realizado un desmontaje del género policial, pero no para parodiarlo fundamentalmente, sino que ha sustituido y transformado ciertas estrategias inherentes a la narrativa policial canónica con el fin de poner en tela de juicio el poder dictatorial, creando así una nueva vertiente dentro del relato detectivesco. Aparentemente, el texto narrativo respeta los elementos esenciales de la "fórmula" detectivesca si no fuese porque el detective se suma a la indagación que realizan otros tantos que buscan afanosamente el paradero de los familiares desaparecidos.

La novela en análisis convoca una nueva sensibilidad, la de historias privadas de familias lanzadas en busca de sus seres queridos. Asimismo, apunta oblicuamente a la problemática del cuerpo humano y del cuerpo social porque en los cadáveres está inscrita la historia de la sociedad chilena. Nicolás Rosa reflexiona en este sentido: "el cadáver no responde al enigma de muerte sino que denuncia el enigma de la cultura |...| es el resto de una historia individual y la suma de una historia colectiva" ("Cuerpo" 13). En esta perspectiva, resulta plausible afirmar que el cuerpo de Beatriz alude a las condiciones políticas e ideológicas de una ciudad triste. Es el resto y la huella del poder que cruza la urbe contemporánea.

Beatriz, en tanto cadáver del cual se habla (asi lo hacen Marcela, sus compañeros, Heredia) y no aparece en la trama, constituye un signo semiótico. En ella recae toda la carga ideológica y el peso moral porque la motivación de su muerte es el resultado de una sociedad enferma que exige sacrificios. Activista política en el pasado, la victima en cuanto tal ha puesto en duda cierto orden social que se desea cubrir. Entonces, Beatriz-América rompe con la visión homogénea del discurso autoritario. En tanto signo semiótico codificado en negativo, es una muerta 'parlante'; dice por lo que es "resto", remanente de un orden instituido y mortífero.


De la historia de una búsqueda

Como es sabido, a distinción del temprano prestigio que goza en Estados Unidos y en Europa a través de los textos de Edgard Allan Poe, el género policial adquiere un reconocimiento tardío en América Latina. El policial con Poe emigra hacia Europa y, según relata Walter Benjamín, llega a las manos de Baudelaire, quien incorpora a la literatura la figura del "Flâneur", versión francesa del detective Dupin, durante la época del avance del capitalismo en Francia. El filósofo alemán expone cuatro elementos básicos del relato detectivesco: la víctima y el lugar del hecho, el asesino, la masa y luego agrega "falta el cuarto que permite al entendimiento penetrar esa atmósfera preñada de pasión" ("Flâneur" 58). En este sentido, hemos de acotar que la novela criminal es un género típico de "las modernidades desiguales" en América Latina, donde "la atmósfera preñada de pasión'' benjaminiana puede observarse como violencia, a modo de un espejo refractor de otros órdenes. En la narrativa criminal del Cono Sur postgolpe este ideologema se articula con los modos de "hacer política" del estado. En consecuencia, existe una gramática interna en La ciudad está triste conformada por el cuarto elemento que ideologiza a los tres restantes. Esta novela coincide en cierto sentido con esos elementos al conformarse al mismo tiempo en la historia de Beatriz, de Chile y de la violencia dictatorial.

Por otra parte, el género negro se caracteriza por poseer una importante tendencia sociológica ya que existe una fuerte relación entre el medio y el delito, de allí que se concentre en la "psicología del acto culposo y las relaciones entre delito y sociedad" (Paulinelli 22). A ello hay que sumarle la ambigüedad en las figuras del delincuente y el detective en numerosos relatos de los últimos 25-30 años, además de la presencia de otros dos elementos básicos: la violencia y la angustia. En La ciudad está triste se alude constantemente al ambiente violento y a la suspensión de las garantías constitucionales. Las declaraciones de los personajes ante el interrogatorio de Heredia permiten observar un aspecto clave en esta novela: el diseño de una nueva sensibilidad a través de las opiniones acerca de Beatriz y de la política. El enunciado "onda roja" puesto en boca de un estudiante, compañero de la muchacha, posee un sentido negativo, a ello se suma la confesión de Solis cuando expresa el estado corrupto de la institución policial.

Y el pacto de lectura se entabla a través de la voz narrativa de primera persona que no se encuentra comprometida directamente con el cadáver a distinción de lo que ocurre en otras novelas del Cono Sur. tales como Luna caliente de Mempo Giardinelli, o bien un texto que no es del período que nos incumbe mayormente aquí, pero es igualmente importante, El túnel (1948) de Ernesto Sábato (1911). En ambos relatos la voz narrativa de primera persona es la del asesino.

Anteriormente señalamos la importancia en el género policial del cruce del proceso de detección con la semiótica de la ciudad. Esa articulación tiene su razón de ser en la trama en cuestión porque es el cadáver de Beatriz el que le otorga sentido. El recorrido por Santiago detrás de las pistas posibles que llevan a esa figura pulsa una escisión en el espacio que canaliza el tono político del relato.

Este procedimiento tiene su engarce en el realismo y es un aspecto de la estética policial cuya reflexividad (en cuanto al cómo, el dónde y el porqué de la novela) se acentúa en los relatos neopoliciacos latinoamericanos. Joan Ramón Resina señala que esta característica, si bien no es privativa de la novela policial, constituye un elemento central del mismo: "En todos los casos se acaba por descubrir la correspondencia entre el crimen y el orden social objetivado en un espacio normativo" (150).


No habrá pena, sí olvido

Anclado en la impunidad, el relato en análisis deja de manifiesto que en lo fundamental nada se resuelve y ningún orden se establece. Asimismo, ante la impunidad, el enigma queda opacado.

En La ciudad está triste el silencio organiza el discurso de Dagoberto Solis y sus agentes porque el crimen de Beatriz no ha sido el único que estos representantes de la "justicia" no han podido resolver. Y es al lector a quien le corresponde develar que ese ideologcma está ausente, como lo señala Heredia: "Ya no hay misterio que descubrir. Nunca lo ha habido. Todo no es más que un crimen. Un sucio, asqueroso y maldito crimen. Las pistas que revelan al culpable en la última página son para las novelas. La realidad anuncia a sus criminales con luces de neón" (89).

Los cuerpos-textos de las victimas constituyen objetos desechables, restos. Este desarrollo expresa una política de los mismos: no es casual que la estudiante de medicina de La ciudad está triste tenga por seudónimo el nombre América. Estamos frente a un desmontaje, a una reescritura, que conforma en el policial de Diaz Eterovic una forma de política. Y por su parte, Heredia, en tanto ideologema, canaliza un nuevo genero policial, aquel que Michel Foucault define como la lucha entre dos inteligencias, la del criminal y la del detective (Vigilar 74). Léase también la inteligencia del estado criminal y la del detective antiestado.

La cadena de sustituciones e inversiones de los elementos del género policial conforma un modo de aprehenderlo que expresa una vez más nuestra necesaria tendencia "transculturadora", para utilizar un concepto clave desarrollado por Ángel Rama en La transculturación narrativa (1982). El ciclo del postgolpe en Chile y otros países del Cono Sur, en sus distintas versiones nacionales, ha creado un nuevo género policíaco ante la ausencia de la ley y del imperio del autoritarismo, en el cual el castigo es identificable con el "suplicio'' -en el sentido foucaultiano- y el que delinque es perdonado porque está carente de significantes atroces para aquellos individuos que detentan el poder (Vigilar).

Dentro del contexto de la denominada "guerra sucia", implemcntada por las dictaduras del Cono Sur. los cuerpos tienen determinado grado de importancia: hay que aniquilar, "limpiar", al enemigo/subversivo. Asi, el discurso narrativo que analizamos expresa la siniestra configuración en la medida que la historia central de la novela, para la institución estatal (reguladora de una ley inexistente) conforma un crimen menor, olvidable. En el relato estudiado, la historia de Beatriz, develada por el detective, sólo es una desaparición entre otras tantas.

En fin, La ciudad está triste reconfigura el desprecio por la vida en cuanto tal, y el ingreso, por la vía de la alegoría, a las zonas más oscuras del ser humano. Es una novela policial que narra la historia de cuando el hombre se convierte en lobo de otro hombre. Pero además plantea que los hilos del enigma y la muerte violenta, y sus responsables directos, no son totalmente develados porque la ejecución del crimen se desarrolla y manipula desde un lugar casi inaccesible para la mayoría de los habitantes de la ciudad: el Estado-Poder.

 

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