La ciudad está triste de Ramón Díaz 
            Eterovic constituye una innovación en la literatura chilena, 
            consistente en el ingreso del relato neopoliciaco al ciclo autoritario. 
            Esta novela marca así una tendencia que se aprecia, aunque 
            en grado menor, en otros textos narrativos aparecidos en Chile en 
            la segunda mitad de los 80, tales como El informe Mancini (1986) 
            de Francisco Simón Rivas (1943)  y 
            El infiltrado de Jaime Collyer, tendencia que se ampliará 
            durante toda la década del 90 y principios del siglo XXI.
y 
            El infiltrado de Jaime Collyer, tendencia que se ampliará 
            durante toda la década del 90 y principios del siglo XXI.
            
            Publicada en 1987. La ciudad está triste se ocupa de 
            la memoria co-presente porque no sólo la diégesis se 
            ambienta durante la dictadura militar, sino que la novela fue publicada 
            en el mismo período. De tal modo, no alude a un acontecimiento 
            referido al pasado lejano, sino que es mínima la distancia 
            temporal entre la historia narrada y el extratexto. En este sentido, 
            se podría hablar de "un grado cero" en la relación 
            entre ambas instancias. A distinción del relato policial más 
            "tradicional'', en esta novela adquiere preponderancia la intervención 
            del estado como instancia represora, lo cual. a su vez, produce modificaciones 
            en el mundo privado de los personajes centrales. Tal es el caso, por 
            ejemplo, del rol de la familia en busca de sus parientes desaparecidos 
            que se aprecia en el mundo narrado. De esta forma. La ciudad está 
            triste se suma a uno de los aportes más importantes de 
            los escritores de la generación del 80 en su etapa de emergencia: 
            no someterse a la imposición del silencio que esconde la muerte 
            y el terror.
          El texto narrativo en análisis inaugura la saga 
            Heredia: conjunto de novelas cuyo hilo conductor lo constituye este 
            detective privado chileno. En toda la producción neopolicíaca 
            de Díaz Eterovic se expresará una profunda relación 
            entre el detective y la ciudad. El lector no sólo podrá 
            apreciar la lógica y el desmontaje de las acciones en que participa 
            dicho protagonista, sino también la codificación de 
            signos en el cronotopo que muestran distintos panoramas sociales. 
            De alli el valor de la nueva novela negra como ideologema.
          Al comienzo de La ciudad está triste, el 
            autor realiza la siguiente aclaración: "Ninguno de los 
            personajes de este libro corresponde a personas reales, asi como tampoco 
            los hechos que se narran ocurren en ninguna ciudad. Cualquier coincidencia 
            de nombre o hechos ha de tomarse como puramente accidental" (3). 
            Este enunciado, que enmarca el texto, tiende a trasladarlo hacia lo 
            fíccional, alejando la narración del dato puramente 
            realista. Aun así, es posible aseverar, por los parlamentos 
            y diferentes indicios en el espacio textual, que la historia se desarrolla 
            en Santiago de Chile. Por otra parte, el autor ha expresado que esta 
            cita, que opera como marco novelesco, posee un matiz irónico. 
            En efecto, al negar toda connotación a la realidad chilena, 
            invierte el sentido aparente (Entrevista personal).
          La base argumental de La ciudad está triste 
            es simple: una joven santiaguina, Marcela Rojas, acude al investigador 
            Heredia para pedirle ayuda en ubicar a su hermana Beatriz, desaparecida 
            en el presente del relato que tiene lugar en la segunda mitad del 
            período autoritario. Sobre este eje narrativo se desarrollarán 
            un par de caracteristicas esenciales del neopoliciaco, es decir, la 
            presencia de un enigma fuera "del cuarto cerrado" y con 
            ello el abandono del juego de razonamiento deductivo como parte primordial 
            de la investigación. En consecuencia, la voz autorial coloca 
            el acento tanto en la develación del enigma como en la violencia 
            social a la que con arrojo debe enfrentarse el detective Heredia.
          La desaparición de la joven tiene un carácter 
            político aunque en el principio de la historia esto no sea 
            evidente para el lector. Dicho aspecto se enfatiza cuando al caso 
            de la joven se suman los de otros desaparecidos, como Fernando Leppe, 
            y la búsqueda que realizan sus familiares a través de 
            "laberintos infernales" (P. Delano. "contratapa").
          Para codificar el rol de la principal figura desaparecida 
            en la historia, cabe señalar la reflexión del estudioso 
            brasileño Idelber Avelar, en cuanto a que el policial conforma 
            un relato virtual en el sentido que es la develación del enigma 
            lo que sostiene el tejido argumental: "una novela de detectives 
            solo encuentra su cumplimiento en la resolución del sistema 
            de enigmas que abrirá la posibilidad de contar la historia 
            de un crimen" (170). Esta característica es importante 
            en la medida que en La ciudad está triste la desaparición 
            de Beatriz, personaje clave, invisible, conforma la instancia narrativa 
            que motiva el suspenso. Se genera aqui una primera paradoja en el 
            sentido que aquella figura no aparece sino bajo la forma de cadáver 
            a mitad del relato. Sin embargo, este elemento es lo que le da sentido 
            al impulso argumental de la novela.
           Díaz Eterovic sigue la factura del genero policial 
            negro en su vertiente norteamericana, especialmente a través 
            de autores como Dashiell Hammett y Raymond Chandler. El primero introduce 
            la violencia creando un detective privado, pobre, cinico y al margen 
            de la ley. Pero, además, en la obra de nuestro autor está 
            presente la tradición latinoamericana, especialmente la influencia 
            del argentino Osvaldo Soriano.
          Ana María Amar Sánchez sostiene que el único 
            sujeto legal del texto policial en el postgolpe del Cono Sur es el 
            detective porque el estado está investido de ilegalidad, y 
            la compensación o restablecimiento de la justicia está 
            en sus manos (144). Compartimos la primera premisa de este planteamiento 
            al pensarla en términos del texto narrativo que estudiamos, 
            porque en esta historia el detective es el que coloca su cuerpo en 
            la investigación, de él depende el suspenso y la develación 
            del enigma que se convierte en una verdad política frente a 
            un estado corrupto. Pero no es a él -como sugiere Amar Sánchez- 
            al que le compete restablecer la justicia porque, en el caso que nos 
            incumbe, como gran parte del policial chileno referido al periodo 
            autoritario, esa justicia no está en ninguna parte. A saber, 
            no se puede restablecer lo que no existe en un momento de supresión 
            de las garantías constitucionales para los ciudadanos. Esta 
            situación se perfila significativamente hacia el final de la 
            novela de Díaz Eterovic cuando Heredia devela el enigma y desaparece 
            sin más en los suburbios de la ciudad. El detective, quien 
            también funciona como narrador básico de la historia, 
            configura esta situación de la siguiente forma:
           
            "Salí a la calle y me puse a 
              caminar hacia el "Zíngaro".
              Era tiempo de emborracharme y no pensar en nada.
              -Hacia frío afuera, señor Heredia -me dijo Juanito 
              a modo de saludo.
              -Ideal para un buen trago -respondí pensando que serian tres 
              o cuatro, y después, tal vez, buscaría a
              Andrea.
              La ciudad estaba triste. Vacié la copa y pedi otra.
              -Es de esperar que la mala racha pase pronto -comentó el 
              viejo.
              -Vendrán tiempos mejores -le dije, y miré hacia la 
              calle.
              Comenzaba a llover en la ciudad". (101)
          
          Si bien Heredia encarna ciertas virtudes consideradas 
            por lo general "positivas" (develador de verdades, sujeto 
            "anti-estado"), no deja de poseer una buena dosis de machismo 
            a la usanza del
            detective-flâneur del canon norteamericano. En todo caso, el 
            tratamiento de la mujer no se reduce a la visión machista del 
            detective, sino que se da lugar a un espacio interprétativo 
            para considerar a la principal figura femenina del relato, Beatriz-América, 
            como una alegoría social. Este tema ya había sido tratado 
            por Fernando Alegría (1918) en su novela del año 1978, 
            Coral de guerra, en la cual la mujer, víctima de un 
            represor y de un militante revolucionario, alegoriza al Chile dictatorial. 
            En
            los textos de Díaz Eterovic y de Alegría se evidencia 
            el rostro y el rastro de la historia. En su obra El origen del 
            drama barroco alemán, Walter Benjamín sostiene que 
            el drama de la historia se representa en la imagen petrificada de 
            la calavera (159). Entonces, y en referencia a nuestra novela, se 
            puede deducir que calavera y cadáver configuran alegorías 
            de la historia individual y colectiva de Chile.
          Decíamos que el espacio de La ciudad está 
            triste quiebra con el tratamiento convencional del relato clásico 
            porque abandona la develación del enigma en el marco de un 
            ambiente cerrado. Así, el detective itinera de su oficina-departamento 
            a los bares y se interna en los callejones transitados por prostitutas 
            y soplones para regresar a su cuarto gris y luego abandonarlo y terminar 
            nuevamente en el macadam santiaguino. Es en el espacio de los suburbios 
            y del submundo donde buscará la verdad oculta, el cadáver 
            oculto. Es decir, la verdad novelesca que se inscribe en el cadáver 
            de Beatriz en medio del precario espacio urbano.
          En esta actividad citadina, por otro lado, el detective 
            laborioso y algo borrachín sólo recibe dinero de las 
            apuestas de su amigo Pony. De este modo, el autor se aleja del policial 
            americanoporque la motivación económica del crimen no 
            es fundamental, ni tampoco sustenta la actividad del detective Heredia. 
            No es el ansia de dinero ni el robo lo que motiva la historia de Díaz 
            Eterovic. La ambición deja paso a un tratamiento particular 
            de esos significantes: a Heredia no le interesa cobrar sus honorarios, 
            sino que deja entrever que la falta del dinero complica las relaciones 
            de poder y genera marginacion social. En efecto, el supuesto descubrimiento 
            de la verdad de un caso policial especifico conduce a este investigador 
            a otras tantas verdades como son la pobreza social y la falta de trabajo 
            de la clase media-baja chilena. No es casual que, por momentos, focalice 
            su discurso en su relación
            amorosa con Andrea justificando el oficio de ella. En este sentido, 
            comenta acerca de la mujer: "Se llamaba Andrea y estaba en el 
            Café por lo mismo que todas. Necesitaba un trabajo para vivir 
            y lo único que habia logrado era un poco de la mierda que arroja 
            la ciudad para los que no tienen poder ni fuerza" (34).
          Otra característica que el texto estudiado comparte 
            con el policial norteamericano corresponde al plano de la investigación. 
            Ésta se convierte en la búsqueda angustiosa de una verdad 
            oculta, en la obtención de un saber total que se adquiere paulatinamente. 
            La existencia del individuo, en este caso Beatriz, es puesta en duda 
            ya que la muerte marca los acontecimientos que organizan
            la composición novelesca.
          Asimismo, esta "ausente textual" cifra el proceso 
            de detección, cuyo desarrollo se encamina hacia el fracaso. 
            De este modo, el destino mismo aparece bajo la forma de fracaso. Al 
            acercarse el investigador al conocimiento de aquella verdad, no puede 
            restablecer la justicia porque el enigma, el suspenso y la develación 
            en el policial en esta parte de Latinoamérica, y en este periodo, 
            adquiere la forma de relato ficcional y de relato histórico, 
            de denuncia de una política criminal. En tal sentido, las fronteras 
            entre ficción e historia son lábiles y su grado de relación 
            dependerá, en este tipo de género, del pacto de lectura 
            que cada lector realice con el texto.
          
            La ciudad está triste: Composición
          La nouvelle se divide en nueve capítulos que conservan 
            la linealidad de lo relatado ya que no presentan alteraciones temporales. 
            El texto enfatiza la multiplicidad de acciones. De este modo, Hcredia 
            se convierte en sujeto de hacer, de búsqueda, siguiendo una 
            serie de indicios que lo conducirán al cadáver de Beatriz 
            Rojas. De allí que recientemente señalamos la salida 
            para arribar a un territorio abierto como un elemento que reconfigura 
            una de las estrategias principales que distingue la historia en análisis 
            del policial clásico enclaustrado en un reducido espacio. Así, 
            la voz narrativa ofrece la visión de una ciudad sumida en el 
            abandono y la pobreza, con lo cual se perfila en la ficción 
            una fuerte motivación social.
          Siguiendo el derrotero de la acción múltiple, 
            los episodios están teñidos de la violencia cotidiana 
            propia del Chile dictatorial. Se trata de una violencia encubierta, 
            y es en este aspecto que la novela devela una situación paradojal 
            en el sentido de que la presunta legalidad está teñida 
            de muerte. De este modo, los habitantes del mundo narrado quedan a 
            merced de la violencia de los servicios de inteligencia del poder 
            militar.
          Entonces, el eje de la ausencia de la justicia recorre 
            todo el relato, y el protagonista narrador tendrá que enfrentarse 
            a ese vacío 'colmado' de ilegalidad porque la urbe no es sólo 
            legalmente injusta, sino que además es la proyección 
            anímica del detective. De allí que no sea casual el 
            impulso de western norteamericano que campea a lo largo de 
            la historia a través de episodios continuos de enfrentamientos 
            a tiros, agentes dormidos en el sofá, mundo de soplones y de 
            venganza.
          En La ciudad está triste la acción 
            principal consiste en descubrir el paradero y los móviles de 
            la desaparición de Beatriz Rojas, estudiante universitaria, 
            ausente de su casa desde hace varios días. Paralelamente a 
            su desaparición ocurre la de Femando Leppe, otro estudiante 
            y activista universitario. Resulta interesante observar lo que enuncian 
            los compañeros de estos personajes
            porque de allí es posible deducir la escisión de la 
            ciudadanía:
          
            "Pancho recorrió con una mirada 
              las mesas que nos rodeaban y comprendió que no tenia más 
              alternativa que confiar.
              -Me refiero a ideas políticas. Durante un tiempo nos llevábamos 
              bien. Un paseo y un par de fiestas, pero apareció Leppe y 
              ella se transformó. Empezó a hablar de cosas como 
              democracia, justicia, y se metió en asuntos no muy bien vistos 
              en este tiempo. Onda roja, usted entiende". (38-39)
          
          La sintaxis narrativa de la novela se organiza de la siguiente 
            manera: a) desaparición de Beatriz Rojas y Fernando Lcppe; 
            b) búsqueda de la muchacha por parte del detective Heredia; 
            c) muerte de Pony Herrera (su amigo informante que reemplazaría 
            al secretario privado en el policial canónico) y atentados 
            contra Heredia; d) encuentro de los cadáveres; e) desenmascaramiento 
            de la presunta legalidad; f) regreso de Heredia a los suburbios de 
            la ciudad; g) Heredia actúa al margen de la supuesta ley y 
            encarna al típico detective norteamericano incrédulo, 
            irónico, dotado de una buena dosis de violencia y erotismo, 
            y dispuesto a develar el enigma de un doble crimen.
          Al tiempo que se evidencian los pasos a seguir en virtud 
            de la develación del enigma, se muestra un cuadro de los personajes 
            que, como sucede con Marcela Rojas, se lanzan a la búsqueda 
            de sus familiares que han desaparecido. El detective se refiere de 
            este modo a la hermana de la muchacha desaparecida: "-Necesito 
            su ayuda -dijo la muchacha acercándose hasta mi escritorio 
            atestado de papeles. Temblaba bajo su ropa y no era preciso ser mago 
            para adivinar que habia caminado largo rato en medio de la lluvia 
            que empapaba la ciudad" (11).
          Jean Franco señala que una característica 
            importante en el ámbito de las vidas privadas afectadas por 
            la dictadura son las nuevas formas que adquiere la familia ante sus 
            desaparecidos y ante las acciones de resistencia nómica que 
            llevan a cabo. Dicha analista comenta al respecto: "Al quitar 
            la ciudadanía a las familias de 'subversivos', al torturar 
            y matar mujeres, desequilibraron la familia de la cual se representaban 
            como protectores [...]. En cuanto a los desaparecidos del Cono Sur, 
            perdían su existencia civil. En otras palabras se convertían 
            en ficciones con existencia civil y sin historia" (51-2). En 
            todo caso, no todas las familias reprodujeron obedientes las prerrogativas 
            estatales en la medida que muchas fueron conformando núcleos 
            de resistencia frente al autoritarismo. Al considerar la gravitación 
            de estos acontecimientos en la escena latinoamericana, podemos inferir 
            la importancia de la rearticulación de los sociogramas familia, 
            nación y estado que se produce en estas últimas décadas 
            en el género neopoliciaco.
          En diálogo con lo recién indicado, aparece 
            otro aspecto significativo en La ciudad está triste 
            consistente en su carácter testimonial. La reconstrucción 
            de la historia se ejecuta a través de una narración 
            de primera persona. El narrador básico, el detective, tiene 
            un interés especial por contar lo sucedido que lo compromete 
            en distintos niveles con lo relatado. Y como lector de novelas policiales, 
            Heredia traslada lo leído a su experiencia de investigador 
            privado, método que no abandonará en posteriores aventuras. 
            De este modo, el epígrafe que antecede al texto y las citaciones 
            de ese horizonte de lectura (cita socarronamente, por ejemplo, a Mailer) 
            le confieren a la novela mayor verosimilitud al tiempo que le aportan 
            la dosis necesaria de suspenso y de sospecha en torno a quién 
            o quienes son los autores del crimen de Beatriz.
          Avanzada la narración, Heredia declara: "El 
            viejo Hemingway aconsejaba a los escritores jóvenes no secar 
            el pozo de una sola vez, y aunque no escribía cuentos, aplicaba 
            su consejo a mi oficio" (32). A través de esta cita es 
            posible deslindar dos órdenes en el relato: por un lado, Diaz 
            Eterovic en su papel de autor empírico de La ciudad está 
            triste y lector del policial duro norteamericano, sujeto de la 
            enunciación; y por otro, Heredia, sujeto del enunciado, detective, 
            lector de textos policiales pero no aficionado a la escritura de ficciones. 
            El personaje afirma: "no escribía cuentos", entonces 
            ¿qué escribe?, ¿qué cuenta este detective?, 
            ¿para quién cuenta?, ¿con qué finalidad 
            relata?
          A través de la reconfíguración de 
            tales planos narrativos se articula la relación de la búsqueda 
            de la verdad con el problema de la verosimilitud. Si bien Heredia 
            cita a Hemingway, por lo cual se coloca como lector/no escritor, cuando 
            narra la historia de su amigo policia, Dagoberto Solis, afirma: "Recordé 
            a un amigo que trabajaba con la Policía y a menudo me proporcionaba 
            información. Todos los detectives de novela tienen un amigo 
            que funciona con los tiras y yo no podía ser la excepción" 
            (20). En este pasaje el hablante deja entrever la idea de representar 
            una criatura de ficción, de ser escrito por alguien. Al mismo 
            tiempo, el "efecto de real'' de la narración induce a 
            que el lector empírico crea en la existencia de Heredia, pero 
            además en el estatuto de verdad de su relato. Este "efecto 
            de real" será paulatinamente enriquecido en las novelas 
            posteriores a través de una
            constante citación intertextual con respecto a obras anteriores 
            del mismo Díaz Eterovic y otros autores de distintas latitudes 
            y tiempos, incluyendo a sus contemporáneos chilenos.
          Los códigos del género negro se manifiestan 
            en la ficción que nos incumbe no sólo a nivel de personaje, 
            sino también en la cadena de indicios que posee el investigador, 
            que conducen
            finalmente a la resolución del enigma. Entre ellos se cuentan: 
            las confesiones de Teresa y Valverde, el periódico que lee 
            Heredia en el cual aparece la noticia de un hombre muerto (Fernando 
            Leppe). la entrevista con el padre de Fernando, la muerte de Pony 
            Herrera (informante del detective) y los datos que éste deja 
            escritos en el periódico. Este conjunto de señuelos 
            inducen a Heredia y al lector a la develación del enigma, cuya 
            sintaxis comprende los siguientes elementos: la desaparición 
            de
            Beatriz, el cadáver oculto, la verdad escondida, el asesino 
            estatal. La investigación expresa que el proceso de detección 
            del enigma es un fracaso ya que Beatriz pasa a convertirse en una 
            NN hasta la aparición y el reconocimiento de su cadáver.
          La historia de la pesquisa se desarrolla en un doble registro: 
            la investigación oficial de Dagoberto Solis inserta en la ley, 
            y la que Heredia realiza privadamente. Ambas llegan a idéntica 
            conclusión: la legalidad no se cumple, se vive en estado de 
            impunidad, porque hay una brecha entre la ley y la justicia. Solis 
            ilustra lo anterior a través del siguiente parlamento: "-El 
            problema contigo, Heredia, es que lees demasiadas novelitas. Te conté 
            que antes he estado en las mismas. Te pones a hacer una
            pregunta, luego otra y cuando deseas lanzar la tercera, te llama el 
            jefe de más arriba, y te dice que eres un buen funcionario. 
            Pregunta por tu familia y enseguida te sugiere archivar la carpeta
            del caso porque hay tipos poderosos a los que les está dando 
            comezón" (54).
          Díaz Eterovic trabaja la relación íntima 
            entre delito y sociedad, común en el género negro, pero 
            coloca además el acento en el enigma y su resolución 
            porque la evidencia de un doble crimen es lo que muestra a una sociedad 
            atravesada por el delito que adquiere la forma de terror de estado. 
            En esas circunstancias, no es casual la presencia de los delincuentes 
            que ofician de agentes de inteligencia, como son los casos de Carmona, 
            Maragaño y los agentes que secundan a Solis.
          Ahora bien, en los relatos policiales del período 
            de la novela en cuestión la develación sufre una deflación 
            en el sentido que, como ya se indicó, no se repone ninguna 
            legalidad, los asesinos forman parte del poder estatal que funciona 
            como ente regulador de los castigos. El autor mantendrá esta 
            proyección estético-ideológica hasta su última 
            novela.
          La pesquisa del investigador privado (carente de medios, 
            de garantías constitucionales) no puede reponer e inscribir 
            la resolución del enigma en un marco legal. Ambas investigaciones, 
            la de Heredia y la de Solis, son "secretas" ya que, si bien 
            descubren el enigma, sólo el lector puede concluir qué 
            sucederá con el cadáver, y en qué lugar de la 
            estructura social se encuentran los criminales. La ilegalidad aparece 
            revestida de lógica legal, ya que los que detentan el poder 
            son los portadores de la muerte. Heredia sostiene al respecto: "Quienes 
            dirigían la ciudad se reservaban el juego sucio entre las manos 
            y no se necesitaba mucha imaginación para saber de dónde 
            provenía la violencia. El poder avasallaba la verdad y yo tendría 
            que verme las caras con ese poder'' (47).
          En otro ángulo del mundo narrado, podemos ver que 
            los ejes semánticos del amor, la soledad y la violencia en 
            los cuerpos mutilados aparecen como constantes en el mundo narrado. 
            Por un lado, observamos la relación de Heredia con la bailarina 
            Andrea que lo sustrae por momentos de la soledad: ''La miré 
            a los ojos y supe que ella estaba tan sola como yo. No era un crimen 
            compartir nuestras soledades por unas horas" (36). Por otro, 
            vemos la violencia de la cual ellos también son victimas. Esos 
            microrrelatos amorosos son anticlimáticos porque quiebran con 
            el suspenso y la densidad de la indagación del doble crimen.
          El final de la novela es abierto desde el punto de vista 
            estructural y semántico ya que no se manifiesta ninguna solución 
            del conflicto una vez develado el enigma, recién en el capítulo 
            VII. Heredia muestra que la única solución posible es 
            sólo superficial, es decir, encontrar el cadáver y reintegrarlo 
            a los familiares.
          Pero la pena y el castigo no aparecen en esa textualidad 
            porque aquellos que detentan estos elementos son portadores de la 
            misma muerte. No es casual el seudónimo de la victima, América, 
            que pulsa el sentido de la mujer, la desaparecida, la asesinada como 
            alegoría de la historia de nuestro continente. Asimismo, el 
            título de la novela alude al espacio citadino que, semánticamente, 
            refiere al carácter opresivo de la dictadura, develada paulatinamente 
            cuando el investigador avanza en el esclarecimiento del crimen.
          
            El cuerpo de Beatriz, el cuerpo social
          La ciudad está triste reconfigura la problemática 
            del cuerpo humano como superficie de inscripción de otro, el 
            cuerpo social. Y consecuentemente convoca un diálogo de la 
            geografía de la novela con la política de la violencia 
            dictatorial. No es casual a imposibilidad, deliberada o no, de huir 
            de la alegoría en todas las producciones de esa etapa. La alegoría 
            y la metáfora fundan un modo de decir lo que no se puede expresar 
            de otra manera. En esta narración, el cuerpo humano y cuerpo 
            social conforman una sola anatomía susceptible de ser decodificada.
          El autor ha realizado un desmontaje del género 
            policial, pero no para parodiarlo fundamentalmente, sino que ha sustituido 
            y transformado ciertas estrategias inherentes a la narrativa policial 
            canónica con el fin de poner en tela de juicio el poder dictatorial, 
            creando así una nueva vertiente dentro del relato detectivesco. 
            Aparentemente, el texto narrativo respeta los elementos esenciales 
            de la "fórmula" detectivesca si no fuese porque el 
            detective se suma a la indagación que realizan otros tantos 
            que buscan afanosamente el paradero de los familiares desaparecidos.
          La novela en análisis convoca una nueva sensibilidad, 
            la de historias privadas de familias lanzadas en busca de sus seres 
            queridos. Asimismo, apunta oblicuamente a la problemática del 
            cuerpo
            humano y del cuerpo social porque en los cadáveres está 
            inscrita la historia de la sociedad chilena. Nicolás Rosa reflexiona 
            en este sentido: "el cadáver no responde al enigma de 
            muerte sino que
            denuncia el enigma de la cultura |...| es el resto de una historia 
            individual y la suma de una historia colectiva" ("Cuerpo" 
            13). En esta perspectiva, resulta plausible afirmar que el cuerpo 
            de Beatriz alude a las condiciones políticas e ideológicas 
            de una ciudad triste. Es el resto y la huella del poder que cruza 
            la urbe contemporánea.
          Beatriz, en tanto cadáver del cual se habla (asi 
            lo hacen Marcela, sus compañeros, Heredia) y no aparece en 
            la trama, constituye un signo semiótico. En ella recae toda 
            la carga ideológica y el peso moral porque la motivación 
            de su muerte es el resultado de una sociedad enferma que exige sacrificios. 
            Activista política en el pasado, la victima en cuanto tal ha 
            puesto en duda cierto orden social que se desea cubrir. Entonces, 
            Beatriz-América rompe con la visión homogénea 
            del discurso autoritario. En tanto signo semiótico codificado 
            en negativo, es una muerta 'parlante'; dice por lo que es "resto", 
            remanente de un orden instituido y mortífero.
          
            De la historia de una búsqueda
          Como es sabido, a distinción del temprano prestigio 
            que goza en Estados Unidos y en Europa a través de los textos 
            de Edgard Allan Poe, el género policial adquiere un reconocimiento 
            tardío en
            América Latina. El policial con Poe emigra hacia Europa y, 
            según relata Walter Benjamín, llega a las manos de Baudelaire, 
            quien incorpora a la literatura la figura del "Flâneur", 
            versión francesa
            del detective Dupin, durante la época del avance del capitalismo 
            en Francia. El filósofo alemán expone cuatro elementos 
            básicos del relato detectivesco: la víctima y el lugar 
            del hecho, el asesino, la masa y luego agrega "falta el cuarto 
            que permite al entendimiento penetrar esa atmósfera preñada 
            de pasión" ("Flâneur" 58). En este sentido, 
            hemos de acotar que la novela criminal es un género típico 
            de "las modernidades desiguales" en América Latina, 
            donde "la atmósfera preñada de pasión'' 
            benjaminiana puede observarse como violencia, a modo de un espejo 
            refractor de otros órdenes. En la narrativa criminal del Cono 
            Sur postgolpe este ideologema se articula con los modos de "hacer 
            política" del estado. En consecuencia, existe una gramática 
            interna en La ciudad está triste conformada por el cuarto 
            elemento que ideologiza a los tres restantes. Esta novela coincide 
            en cierto sentido con esos elementos al conformarse al mismo tiempo 
            en la historia de Beatriz, de Chile y de la violencia dictatorial.
          Por otra parte, el género negro se caracteriza 
            por poseer una importante tendencia sociológica ya que existe 
            una fuerte relación entre el medio y el delito, de allí 
            que se concentre en la "psicología
            del acto culposo y las relaciones entre delito y sociedad" (Paulinelli 
            22). A ello hay que sumarle la ambigüedad en las figuras del 
            delincuente y el detective en numerosos relatos de los últimos 
            25-30 años, además de la presencia de otros dos elementos 
            básicos: la violencia y la angustia. En La ciudad está 
            triste se alude constantemente al ambiente violento y a la suspensión 
            de las garantías constitucionales. Las declaraciones de los 
            personajes ante el interrogatorio de Heredia permiten observar un 
            aspecto clave en esta novela: el diseño de una nueva sensibilidad 
            a través de las opiniones acerca de Beatriz y de la política. 
            El enunciado "onda roja" puesto en boca de un estudiante, 
            compañero de la muchacha, posee un sentido negativo, a ello 
            se suma la confesión de Solis cuando expresa el estado corrupto 
            de la institución policial.
          Y el pacto de lectura se entabla a través de la 
            voz narrativa de primera persona que no se encuentra comprometida 
            directamente con el cadáver a distinción de lo que ocurre 
            en otras novelas del
            Cono Sur. tales como Luna caliente de Mempo Giardinelli, o 
            bien un texto que no es del período que nos incumbe mayormente 
            aquí, pero es igualmente importante, El túnel 
            (1948) de Ernesto Sábato (1911). En ambos relatos la voz narrativa 
            de primera persona es la del asesino.
          Anteriormente señalamos la importancia en el género 
            policial del cruce del proceso de detección con la semiótica 
            de la ciudad. Esa articulación tiene su razón de ser 
            en la trama en cuestión porque es el cadáver de Beatriz 
            el que le otorga sentido. El recorrido por Santiago detrás 
            de las pistas posibles que llevan a esa figura pulsa una escisión 
            en el espacio que canaliza el tono político del relato.
          Este procedimiento tiene su engarce en el realismo y es 
            un aspecto de la estética policial cuya reflexividad (en cuanto 
            al cómo, el dónde y el porqué de la novela) se 
            acentúa en los relatos neopoliciacos latinoamericanos. Joan 
            Ramón Resina señala que esta característica, 
            si bien no es privativa de la novela policial, constituye un elemento 
            central del mismo: "En todos los casos se acaba por descubrir 
            la correspondencia entre el crimen y el orden social objetivado en 
            un espacio normativo" (150). 
          
            No habrá pena, sí olvido
          Anclado en la impunidad, el relato en análisis 
            deja de manifiesto que en lo fundamental nada se resuelve y ningún 
            orden se establece. Asimismo, ante la impunidad, el enigma queda opacado.
          En La ciudad está triste el silencio organiza 
            el discurso de Dagoberto Solis y sus agentes porque el crimen de Beatriz 
            no ha sido el único que estos representantes de la "justicia" 
            no han podido resolver. Y es al lector a quien le corresponde develar 
            que ese ideologcma está ausente, como lo señala Heredia: 
            "Ya no hay misterio que descubrir. Nunca lo ha habido. Todo no 
            es más que
            un crimen. Un sucio, asqueroso y maldito crimen. Las pistas que revelan 
            al culpable en la última página son para las novelas. 
            La realidad anuncia a sus criminales con luces de neón" 
            (89).
          Los cuerpos-textos de las victimas constituyen objetos 
            desechables, restos. Este desarrollo expresa una política de 
            los mismos: no es casual que la estudiante de medicina de La ciudad 
            está triste tenga por seudónimo el nombre América. 
            Estamos frente a un desmontaje, a una reescritura, que conforma en 
            el policial de Diaz Eterovic una forma de política. Y por su 
            parte, Heredia, en tanto ideologema, canaliza un nuevo genero policial, 
            aquel que Michel Foucault define como la lucha entre dos inteligencias, 
            la del criminal y la del detective (Vigilar 74). Léase 
            también la inteligencia del estado criminal y la del detective 
            antiestado.
          La cadena de sustituciones e inversiones de los elementos 
            del género policial conforma un modo de aprehenderlo que expresa 
            una vez más nuestra necesaria tendencia "transculturadora", 
            para utilizar un concepto clave desarrollado por Ángel Rama 
            en La transculturación narrativa (1982). El ciclo del 
            postgolpe en Chile y otros países del Cono Sur, en sus distintas 
            versiones nacionales, ha creado un nuevo género policíaco 
            ante la ausencia de la ley y del imperio del autoritarismo, en el 
            cual
            el castigo es identificable con el "suplicio'' -en el sentido 
            foucaultiano- y el que delinque es perdonado porque está carente 
            de significantes atroces para aquellos individuos que detentan
            el poder (Vigilar).
          Dentro del contexto de la denominada "guerra sucia", 
            implemcntada por las dictaduras del Cono Sur. los cuerpos tienen determinado 
            grado de importancia: hay que aniquilar, "limpiar", al enemigo/subversivo. 
            Asi, el discurso narrativo que analizamos expresa la siniestra configuración 
            en la medida que la historia central de la novela, para la institución 
            estatal (reguladora de una ley inexistente) conforma un crimen menor, 
            olvidable. En el relato estudiado, la historia de Beatriz, develada 
            por el detective, sólo es una desaparición entre otras 
            tantas.
          En fin, La ciudad está triste reconfigura 
            el desprecio por la vida en cuanto tal, y el ingreso, por la vía 
            de la alegoría, a las zonas más oscuras del ser humano. 
            Es una novela policial que narra la historia de cuando el hombre se 
            convierte en lobo de otro hombre. Pero además plantea que los 
            hilos del enigma y la muerte violenta, y sus responsables directos, 
            no son totalmente develados porque la ejecución del crimen 
            se desarrolla y manipula desde un lugar casi inaccesible para la mayoría 
            de los habitantes de la ciudad: el Estado-Poder.