Corrupción
y utopía en
Los siete hijos de Simenon
Por Guillermo García-Corales
y Mirian Pino
En "Poder y crimen en la narrativa
chilena contemporánea (Las novelas de Heredia).
Mosquito Editores, Agosto 2002
La narrativa latinoamericana actual cuenta con una serie de tópicos
recurrentes referidos a los males que padece nuestro fin de siglo
e inicio de milenio, tales como la corrupción, la violencia
política y los problemas ambientales. En este derrotero, ya
en 1993 Mario Vargas Llosa había entretejido
al tema senderista a la defensa de la ecología en Lituma
en los Andes.
Traemos a colación esta polémica novela de Vargas Llosa
por un doble motivo: el ya citado de "los tópicos recurrentes"
y la presencia deconstructiva del relato policial ambientado en los
Andes. El lector puede observar cómo el novelista peruano maneja
magistralmente la ironía cuando hace fracasar el proceso de
detección una y otra vez en el mundo relatado. Queda expuesto
así que la deducción, instancia fundamental en el proceso
de conocimiento, falla cuando se la aplica al imaginario social andino,
cuyo universo no sucumbe a la razón occidental.
En su libro Historia verdadera del realismo mágico (1998).
Seymour Menton realiza un recorrido analítico por el realismo
mágico y se centra en la figura del gato emblemático
para señalar un elemento fundamental de esta estética
(30). Este elemento se recicla en Los siete hijos de Simenon (2000),
la novela neopolicíaca analizada en este capítulo. Allí
un gato llamado Simenon (con el nombre del autor quizás más
conocido de la literatura policial gala, aunque Georges Simenon es
de origen belga) ayuda al protagonista Heredia a articular sus inquietudes
individuales y utopías con las de otros personajes. El felino
Simenon, más cercano al de Cortázar que a la figura
gatuna de Borges, juega el papel de alter ego, de un "tú"
que increpa a su amo y lo hace ingresar a diversos temas que van desde
el amor pasional hasta su posición acerca de la corrupción,
la violencia, la política y la defensa de la ecología,
entre otros tópicos punzantes en la actualidad chilena y con
ello latinoamericana.
Al gato y su amo se suma la presencia de la adivina Madame Zara, quien
a través de un discurso proléptico descubre las futuras
situaciones peligrosas por las que Heredia atravesará. Todas
estas figuras ambientan la atmósfera de una historia de fin
de siglo que, a partir de un panorama que muestra distintos rasgos
de corrupción, reaviva la pregunta por las utopías a
través de los recuerdos y el discurso narrativo de primera
persona a cargo del mismo detective privado en que se focaliza la
historia. A través de ese discurso narrativo se puede apreciar
que la crudeza realista y el racionalismo que exige el género
policial se matiza un tanto con los mencionados elementos de sesgos
"mágicos".
En Los siete hijos de Simenon, el protagonista despliega las
preocupaciones del oficio de escribir junto con intentar descubrir
la corrupción política en la ciudad en que habita. En
efecto, el detective chileno relata lo sucedido en ese espacio ficcional
en que va elaborando su propia escritura. En esta perspectiva, se
torna importante la presencia del periodista Cambell y el escritor
Olivos. Ellos serán los vehículos a través de
los cuales se expresarán directa o indirectamente las preocupaciones
y las obsesiones de la escritura, el porqué y para qué
del acto creador.
En la novela analizada, la ciudad de Santiago de Chile se ofrece ante
los ojos del lector como un espacio convulso en el cual siguen latentes
viejas problemáticas. Así lo señala el mismo
autor refiriéndose a su novela: "Si tomo todas las novelas
en su conjunto, puedo tener de alguna manera una radiografía,
para algunos correcta para otros no, de lo que sido la historia chilena
de los últimos veinte años. Yo he tomado problemas de
represión, problemas de detenidos desaparecidos, trabajé
el tema del narcotráfico, el tráfico de armas, ahora
me meto en el tema ecológico"' (en Jösch 44). Incluido
en todo este panorama conflictivo, agregamos nosotros, se encuentran
los tópicos de la justicia y el amor, junto con la soledad
y la ciudad, que también son las instancias sine qua non
de la saga de Heredia.
En todo caso, la novela "corrompe" ciertos elementos del
género policial canónico, incursionando por algunas
expresiones culturales de nuestra época. De esta manera, podemos
plantear que dos de los componentes que se destacan en la configuración
de Los siete hijos de Simenon son la atopía y la utopía.
Es decir, el no lugar y la reconstrucción de viejos sueños
que poseen un carácter igualmente colectivo, pero carentes
del matiz programático de las revoluciones de la década
del 70 en Latinoamérica. Ambos componentes derivan del estado
propio que adquieren la ciudad y el sujeto urbano en fin de siglo.
En el caso que nos incumbe, la pérdida del espacio marcará
con mayor fuerza el relato. En su errancia, junto a su gato Simenon,
Heredia regresa una y otra vez a la maltrecha ciudad y a su barrio
de antaño próximo a la Estación Mapocho, hábitat
de este antihéroe triste y solitario. Pero ya no asistimos
a una seguridad del hábitat, pues vemos que el personaje experimenta
en principio una pérdida del espacio para luego readquirirlo,
hacerlo suyo nuevamente. Cuando nos referimos a la reconfiguración
de esta categoría de pérdida, aludimos no sólo
a su ofícina-departamento, sino también al megaespacio
santiaguino.
Salvo la mención descriptiva de Las Cruces, lugar costero donde
Heredia vivió seis meses y trabajó pintando cabañas
de color rojo "como la sangre del pasado'' (9), el resto de la
novela se ambienta en la capital de Chile. En tal sentido, llama la
atención la descripción pormenorizada de los suburbios,
con nombres de bares y negocios varios, como se puede apreciar en
este parlamento del narrador protagonista: "Me despedí
de Bernales frente a la Plaza de Armas. Mientras caminaba hacia la
oficina advertí los cambios del barrio en los últimos
meses. Algunas viejas tiendas en la calle Puente habían desaparecido
y en su lugar se alzaba un mall donde los santiaguinos de medio pelo
iban a endeudarse con fervor de feligreses" (73).
Uno de los escollos por lo que el género policial ha sido criticado
consiste en la abundancia descriptiva, una sobrecodificación
del ambiente. Pero ese impulso descriptivo en el caso analizado está
al servicio de significaciones que expresan su unión indisoluble
con la trayectoria del protagonista. Esto se insinúa en las
siguientes palabras de Heredia frente a una interrogante sobre su
estado de ánimo sombrío que le presenta Bernales: "-La
ciudad, el barrio, un hombre quiso modificar su pasado. ¿No
sé? La lista podría ser más larga. Y luego ese
muerto y las ganas de saber qué hay detrás de él.
Pero nadie paga por ello" (73).
Como señalamos, debido a su ausencia de Santiago, Heredia pierde
temporalmente su hogar-oficina. A su vuelta de Las Cruces, su "hogar"
y el de Simenon por varios días lo constituyen ámbitos
de tránsito, como los hoteles y los bares. Esto sucede así
hasta que su amigo Anselmo, el quiosquero, sorprende a Heredia entregándole
nuevamente el lugar que el detective ocupaba con anterioridad a su
estadía en la playa donde se desempeñaba como "'Gerente
de Cabañas" (12), según asegura jocosamente el
protagonista narrador.
En el recorrido urbano cotidiano, Heredia advierte un nuevo lenguaje
en la ciudad; observa modificaciones en los negocios y en los lugares
precisos de su barrio que le permitían sentir una cierta identidad.
Entonces, el relato se moldea en torno a otro rostro de la capital,
al nuevo paisaje urbano. Esto se corresponde con el sentimiento de
nostalgia e inadecuación del protagonista. El mismo resume
esta percepción de la siguiente manera: "Rojo, mucho rojo.
Despertar de un sueño que nunca era feliz. Calles, rostros
extraños [...] lugares de una ciudad cuyas noches en nada se
parecían a las de antaño" (292).
Así, cierto malestar de fin de siglo sorprende a nuestro detective
en el transcurso de la develación de un crimen que posee caladura
actual, si bien arrastra recuerdos de otras épocas. La extrañeza
que siente el protagonista frente a un Santiago de Chile que se modifica
paulatinamente, convierte a la urbe en otro personaje de la trama.
Cristian Cottet ha planteado al respecto que esta novela guarda relación
con el rescate de cierta poética lárica, "un larismo
urbano", considerando que tal como en la poesía lo lárico
viene a decantar un proceso terminal de nuestra cultura agraria, en
esta nueva expresión, trabajada por Díaz Eterovic, "viene
a señalar el deterioro, también terminal, de una sociedad
de crecimiento burgués desarrollista" ("Los siete'').
Entonces, la capital chilena no es sólo escenario de fondo,
sino el foco irradiante de la historia personal y social del detective.
En tal sentido, constituye un espacio literario sometido a un agudo
proceso creador. En efecto, en el final del relato Heredia expresa
que escribe, es decir, se delata como sujeto enunciador, creador de
ficciones, no sólo lector y detective privado. Y el espacio
en que escribe se erige como vía posible para liberarse de
sus recuerdos: "Había comenzado a recordar mi historia
en medio de una ciudad triste" (293).
El texto que nos ocupa es más complejo con respecto al conjunto
de novelas anteriores de Díaz Eterovic. Posee situaciones narrativas
derivadas en su mayoría del mismo tronco en común: la
muerte de Federico Gordon en el hotel barrial llamado El Central,
salvo los episodios de las ancianas que de continuo son asaltadas
frente a la oficina de "ahorro popular", el discurrir amoroso
con respecto a la joven Griseta y la historia de Cambell y Olivos
que se focalizan en torno al acto creador.
El Chile visible y el otro oculto se despliegan en la ficción
para construir la historia de Gordon, abogado fiscalizador de la Contraloría
General de la República; quien se niega a adjudicar la licitación
a Gaschil, empresa que aspira construir un gasoducto chileno-argentino.
El carácter reflexivo del género policial es fundamental,
constituye un aspecto sine qua non de este tipo de relato porque
entabla un diálogo constante con el extratexto. En consecuencia,
se hace necesario establecer los límites entre la ficción
y la política porque la nueva novela negra en Latinoamérica
no se aleja de esta problemática debido justamente a su carácter
contestatario. Estamos planteando una característica que no
debe confundirse con la imitación de la realidad o con una
mera reproducción fotográfica de la misma. Todo lo contrario,
el género exige un arduo trabajo con el lenguaje y el conocimiento
de procedimientos narrativos ya sea para desmontarlos o no. La figura
del detective conforma uno de los medios con que esta escritura crea
su propio espacio ficcional al tiempo que remite a la realidad. El
otro es la reconfiguración del ambiente citadino, como podemos
observar en la obra de nuestro autor.
En El cadáver en la cocina (1997), Joan Ramón
Resina asegura que '"la fórmula [de la narrativa policíaca]
acarrea materiales procedentes del terreno social e histórico
por el que ha atravesado" (223). Esta reflexión -cercana
a los planteamientos teóricos de Mijaíl Bajtín
en Estética de la creación verbal y de Marc Angenot
en "Intertextualidad, interdiscursividad, discurso social",
entre otros estudios- confirma el carácter ideologemático
del género policial y del relato que nos ocupa en particular.
En la saga de Heredia se asiste constantemente a esta interconexión
entre ficción y política, que ahora en Los siete
hijos de Simenon se vincula con la defensa del medio ambiente,
como podemos observar específicamente en los segmentos referidos
a Bórquez y Ballinger.
El paseante Heredia, agudo observador de su medio, sabe que un nuevo
orden adviene paulatinamente. Así que junto a la develación
del crimen, se refiere a las consecuencias de la modernización.
Cada imagen que se le presenta de Santiago, especialmente de su barrio
y sus alrededores, alude a la desaparición de edificios, con
lo cual se da lugar a un nuevo orden. En todo caso, a través
de esta focalización se deja entrever que el confort, el progreso
material, no ha traído más justicia, ni mejoría
en el plano ético. Al respecto, el detective expresa lacónicamente
lo siguiente: "El mundo está así. Antes las discusiones
eran ideológicas, de fe y de principios, ahora son sobre dólares,
índices de ventas y apariencias. La moral se rifa por cuatro
chauchas" (23).
Ya no se trata de la ciudad siniestra, común denominador de
los textos narrativos ambientados en la dictadura pinochetista, sino
del "paraíso modernizador". aquel "paraíso"
que también fue descrito por José Donoso en el último
capítulo de La desesperanza (1986) o por el argentino
Raúl Dorra (1937) En donde nos amábamos tanto
(s/f).
En parcial respuesta al dilema de cómo vivir en una ciudad
que se rinde al consumo y al confort mientras se agudizan las desigualdades
y la violencia. Heredia, además de constituirse en un agudo
observador de la ciudad, se erige, por instantes, en el salvador de
los que están a merced de los ladrones. Así lo demuestra
el microrrelato de las ancianas, amigas de Anselmo, que son asaltadas
por unos pocos pesos. Con esto en mente, es lícito preguntarse
por la motivación del crimen de Federico Gordon porque, si
bien ese elemento no es evidente en la trama, muestra el revés
del género policial, su zurcido.
En efecto, la mavoría de los estudios referidos al relato policial
colocan el acento en sus elementos constitutivos, que podrían
semejar un mecanismo de relojería, en los cuales la resolución
del enigma es un aspecto importante. Pero esos estudios ponen poca
atención en el porqué del crimen en cuestión.
En los relatos de Díaz Eterovic ese último énfasis
resulta fundamental debido a que constituye el carácter "político"
de esas ficciones. Esta apreciación puede rastrearse en toda
la saga del detective Heredia. Se constata así que motivación
y reflexividad son dos características que atraviesan todos
los textos hasta aquí analizados.
El cuerpo de Gordon, la víctima central, expresa que el crimen
ha sido obra de profesionales. El cadáver desencadena una multiplicidad
de microrrelatos en que participan investigadores privados, secretarios
de ministros, más el ahijado y discípulo del policía
Dagoberto Solís, Muñeco Bernales.
En la novela se alternan los puntos de vistas objetivo para el desarrollo
de la acción y la visión que Heredia posee de la ciudad,
cuya descripción contiene un hondo lirismo. Por momentos, Heredia
se asemeja a un personaje de tango argentino con su melancolía
y el spleen de la ciudad a cuestas. Lo anterior se insinúa
sumariamente hacia el final de la novela, cuando el protagonista intenta
recomponer la narración y se expone directamente un fragmento
de su discurso: '"Pensaba en la tristeza de la ciudad cuando
golpearon la puerta. En las luces que esa tarde de invierno veía
encenderse paulatinamente a través de la ventana, y en las
calles donde acostumbraba a caminar sin otra compañía
que mi sombra..."' (293). El mundo subjetivo, anímico,
del personaje también se evidencia en los 'monólogos´
con su amigo Solís en el cementerio o con el gato Simenon,
como asimismo cuando el protagonista intermitentemente recuerda los
encuentros con su amante Griseta.
Las pistas, la
traición
En análisis anteriores, hemos observado la manera
en que el cadáver codifica las huellas. Así, la primera
pista la ofrece el cuerpo de Gordon en relación con el entorno,
el porqué y el cómo un funcionario de la Contrataría
se encontraba en un hotel de los suburbios. A medida que avanza la
investigación de Heredia, la combinación del anonimato
del asesino y la violencia perpetrada, que se sabe que ha sido labor
de profesionales, van adquiriendo un carácter político,
ligado a la corrupción.
El cuerpo de Gordon inicia una serie de microrrelatos conducentes
a la traición, ellos son: a) muerte de Gordon, primera pista
en el cadáver; b) muerte del empleado Morales; c) atentado
a Heredia; d) muerte de Claudio Plaza; e) interrogatorio a Hidalgo;
f) conversación con Mujica; g) conversación con Pérez;
h) interrogatorio a Diocares; i) conversación con Julia Bustos;
j) interrogatorio a Adelina Dupré; k) interrogatorio a Leal;
y l) conversación con Bernales, figura de la traición.
La investigación de Heredia, paralela y camuflada detrás
de la de Bernales, se desdibuja a medida que su partenaire inicia
la traición. Bernales borra las pistas a medida que Heredia
las va detectando. Entonces, este doble juego de inteligencia arma
el relato de la traición. Esta situación narrativa corresponde
a una condición cultural agudizada en el fin de siglo, donde
no existe lugar para fidelidades ni menos aún cuando hay que
cubrir a poderosos. Asegura al respecto Bernales cuando confronta
a Heredia: "El mundo cambió y los dinosaurios como usted
ya no tienen mucho más que hacer. Ni siquiera tienen a alguien
que los escuche. Hay que vivir la época y aprovechar las oportunidades
para pasarlo lo mejor posible. Uno es el que importa, los demás
que se rasquen con sus propias uñas" (170).
El borramiento de pistas adquiere una mayor significación porque
el ahijado de Solís opone dos tiempos: pasado y presente y
canaliza el esquema binario valorativo verdad-mentira, justicia-corrupción,
evidencia-ocultamiento, lealtad-traición. Y aunque reproduzca
el juego del poder y encarne una trayectoria opuesta a Solís,
e incluso a Drago, de igual modo será separado de su labor.
Señala al respecto Heredia: "Tuve noticias de Bernales
por la radio. Había sido dado de baja del Servicio de Investigaciones
junto a otros detectives, en lo que la prensa llamaba una reorganización
de funciones y recursos" (291).
El esquema de "a dos'' en la investigación, es decir,
Heredia-Solís, Heredia-Drago resulta inoperante en Los siete
hijos de Simenon. Las causas pueden ubicarse en las nuevas formas
de relación entre los personajes, cómo algunas subjetividades,
especialmente de los más jóvenes, se modifican a medida
que se avizoran también cambios en la macroestructura social.
No es casual que la mirada de Heredia se detenga hasta en la comida
con la que se alimenta, adquirida en McDonalds, así como en
el nuevo ambiente comercial: "Una bofetada de aromas extraños
golpeó mi rostro al entrar al centro comercial. Sentí
que mis pasos perdían sentido. Los letreros de neón
giraron a mi alrededor y como el niño que entra a la fiesta
equivocada, abrí los ojos buscando un rostro amable que me
enseñara a comportar en ese extraño mundo de apariencias
y oropel" (238). La traición agudiza la soledad de Heredia.
Violencia y anonimato conforman una unidad de la que está compuesto
el texto citadino. De estas circunstancias fluye también la
desconfianza del protagonista con respecto a las bondades del progreso,
el consumo y el bienestar.
La utopía de Heredia
Del abanico de citas literarias del detective, hemos de recordar
la expresión extraída de un texto del chileno Manuel
Rojas, "Dame tiempo para gozar del cielo, mar, y del viento"
(37), porque allí se cifra el sentido de sueños humanitarios
a los cuales el protagonista adhiere. De continuo, Heredia señalará
esos sueños de justicia, de restablecimiento de proyectos que
se han perdido y que es preciso recuperar. Esas proyecciones utópicas
se reconfiguran de alguna manera a través del imaginario de
un Santiago anterior a las luces de neón, más cercano
a una aldea que a una gran ciudad: "El mundo cambiaba deprisa
y yo me resistía a cambiar con él, aferrado a una ciudad
tranquila, con bares cuyas mesas fueran de madera, vehículos
antiguos y trenes que llegaban siempre atrasados" (224).
Por otra parte, el programa ecologista de Bórquez y de la pareja
Ballinger evidencia un nuevo planteo en la trayectoria vital de Heredia
porque la búsqueda y la realización de la justicia a
través de pequeñas acciones se expande hacia otros personajes
con impulsos utópicos y que, por lo tanto, desean un mundo
mejor que el presente inicuo. Al mismo tiempo el discurso de Bórquez
encuentra su complementario en el discurso del escritor Horacio Olivos
y el periodista Cambell. La difusión periodística del
enigma resuelto trae aires renovadores.
Estos microrrelatos permiten una consideración de las reflexiones
de Fredric Jamenson, quien afirma que las utopias surgen cuando se
producen las grandes crisis sociales ("Utopías" 29).
En esta dirección, Heredia incorpora en su faceta ideológica
y sentimental preocupaciones de un mundo que cambia a favor de los
que tienen acceso para "disfrutar" de la sociedad de consumo,
donde las multinacionales dominan gobiernos, y se profundiza también
la acción individual del hombre como depredador de la naturaleza.
El discurrir amoroso de Heredia
Para Anselmo, el "secretario" de nuestro detective, el
amor ha llegado de la mano de Madame Zara, y por ella abandona la
capital y su negocio de venta de periódicos. Suerte contraria
corre la trayectoria afectiva de Heredia, un huérfano un tanto
enamoradizo que en el presente narrativo se acerca a los cincuenta
años de edad. En lugar de facilitar, en primera instancia,
un recorrido por una convención del género, en la novela
que nos ocupa la figura femenina central conduce al investigador a
revisitar los pasadizos existenciales. De allí que mujer y
ciudad se relacionen estrechamente y sean la diada con la que Heredia
alimenta su melancolía. Si la presencia del felino Simenon
hace las veces de un "tú" que dialoga y acompaña,
la mujer (la juvenil Griseta que se constituye en el objeto amoroso
de nuestro detective) constituye la ausencia que se recorta de forma
intermitente en las calles de la ciudad. Heredia insinúa tal
situación de esta manera: "No dije nada más. La
amaba demasiado para clausurar esa tarde y borrar con una palabra
el color de sus ojos que imaginé llorosos y turbios a medida
que se iba alejando bajo la lluvia alocada e insensible" (207-8).
Por Griseta, el protagonista vaga a través de la ciudad mientras
reconoce paradójicamente la imposibilidad de ese amor. Sin
llegar al melodrama, la imagen de la joven, salida de un recorrido
iniciado en Angeles y solitarios como Anselmo y Stevens, atraviesa
el relato para señalar que la pasión amorosa se rige
por el azar. El
discurso amoroso puesto en boca de un protagonista varón, si
bien no es lugar común en nuestra literatura, se encuentra
en la obra narrativa de escritores pertenecientes a las promociones
más recientes, como el chileno Jaime Collyer en La bestia
en casa (1998) y el boliviano Edmundo Paz Soldán (1967)
en Amores imperfectos (1998).
La mujer ocupa el centro de interés en el relato de Heredia,
como se aprecia en los amoríos previos de éste con Andrea,
Yasna, Fernanda, Griseta. La pasión aleja al sabueso de la
violencia del entorno, pero ésta a su vez provoca el distanciamiento
de las figuras femeninas.
Por otra parte, como señalamos, Heredia se ocupa de otra pasión,
su inclinación hacia la literatura. Ella lo conduce por las
rutas de autores consagrados. Se acerca en términos figurativos,
por ejemplo, a Eladio Linacero, protagonista de El pozo (1939),
la primera novela de Onetti. En todo caso, en Los siete hijos de
Simenon, nuestro personaje principal se muestra menos escéptico
que su pariente literario. Frente al descreimiento del paraíso
modernizador, el discurso del protagonista narrador pulsa la vigencia
de sueños como la justicia y el bien común. Actitud
que tiende a salvar esos valores de las cenizas del olvido a que los
tiene sometido la liviana apreciación de la doxa global y con
ello el trajinado neoliberalismo del "Chile Actual", como
diría Tomás Moulian.
Corrosivamente antipostmoderno, el detective asume su marginalidad
como ciudadano desde una óptica existencial, pero con menos
dosis de descreimiento en comparación a las otras novelas de
Díaz Eterovic. A lo largo de nuestro análisis, hemos
observado cómo las acciones llevadas a cabo por el investigador
no mitigaban su soledad como actor social. Los "monólogos"
con Dagoberto Solís dan cuenta de ello, pero esta instancia
posee su reverso ya que aparecen otros personajes que también
sueñan con un mundo mejor, perfil que no habíamos advertido
en la obra narrativa previa de nuestro autor.
De esta manera, el texto narrativo analizado en este capítulo
alude, a partir de un recorrido por el mundo de callejones y poderes
siniestros, al decir de Chandler, a una escena que permite la reformulación
de nuevas utopías. Utopías individuales, fragmentadas,
si se quiere, como ésa que da cuenta de un triste y maltrecho
personaje llamado Heredia que se atreve a mejorar el mundo como lo
hiciera quizás ese Quijote que el detective recuerda en la
misma novela recién estudiada. En efecto nuestro sabueso sugiere
juguetonamente una homología personal con el héroe manchego
a través de la siguiente cita. "Yo soy aquel para quien
están guardadas los peligros, las grandes hazañas, los
valerosos hechos" (258). Cita que ha recordado el mismo Ramón
Díaz Eterovic en el prólogo del análisis que
estamos ahora por concluir.