Novela 
de Ramón Díaz Eterovic
"El 
segundo deseo"
Por 
Rodrigo Pinto
Revista 
El Sábado de El Mercurio, 19 de agosto de 2006
 
Díaz Eterovic revela cómo se formó 
el carácter de Heredia y por qué es como es: un eterno desarraigado, 
incapaz de construir relaciones duraderas con las mujeres.
 
Pocos 
autores chilenos han sido tan persistentes en un proyecto como Ramón 
Díaz Eterovic. Su personaje Heredia ya ha protagonizado alrededor de 
diez novelas y vive, desde que nació a la literatura, en la minúscula 
calle Ayllavilú, a pasos del Mercado Central, conocida porque alberga (¿o 
 albergaba?) uno 
de los bares más tradicionales del centro, La Piojera. A través 
del ficticio detective privado, Díaz Eterovic se las ha arreglado para 
abordar temas plenamente vigentes en la conversación pública, como 
la xenofobia aplicada a los peruanos de la Plaza de Armas, las secuelas de la 
represión de la dictadura, la corrupción en el Estado, el tráfico 
de drogas.
albergaba?) uno 
de los bares más tradicionales del centro, La Piojera. A través 
del ficticio detective privado, Díaz Eterovic se las ha arreglado para 
abordar temas plenamente vigentes en la conversación pública, como 
la xenofobia aplicada a los peruanos de la Plaza de Armas, las secuelas de la 
represión de la dictadura, la corrupción en el Estado, el tráfico 
de drogas.
En esta novela encontramos a un Heredia que está llegando 
a la cincuentena; siente el peso del desgaste físico de su precaria profesión 
y las heridas acumuladas, tanto físicas como afectivas, y, sobre todo, 
las deudas pendientes con su historia personal. Por primera vez, el autor concede 
mucho espacio a la biografía de Heredia, el huérfano que apenas 
recuerda a su madre y no conoció a su padre, criado en un orfanato y, casi 
en virtud de la maldición de la novela negra, condenado a la soledad. Dos 
tramas se unen en el relato. Por una parte, recibe el encargo de ubicar a un anciano 
cuyo hijo acaba de regresar del exilio; por otra, recibe inesperadas noticias 
sobre su familia, las primeras fotos que ve de su propio padre, que a esas alturas 
debe ser también un hombre mayor de ochenta años, que no regresó 
nunca de un viaje al sur. Antes de que Heredia naciera. Es interesante el giro 
que Díaz Eterovic dio a su personaje, esta vez emocionalmente implicado 
en ambas búsquedas, encontrándose con gente conocida en su pasado 
remoto, explicando, finalmente, cómo se formó su carácter 
y por qué Heredia es como es: un eterno desarraigado, incapaz de construir 
relaciones duraderas con las mujeres. Que también, por cierto, tienen aquí 
su papel: también son parte de las cuentas pendientes con el pasado, también 
forman parte de aquellas incógnitas que alguna vez hay que despejar. Por 
esos territorios circula El segundo deseo, sin perder, por otra parte, 
lo más propio de la serie: el enigma a resolver, el fatigoso trabajo de 
unir las hebras y seguir las pistas, la cercanía con el peligro.