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NOTAS 
DE UN EVENTUAL PRÓLOGO PARA UNA ANTOLOGÍA INEXISTENTE 
 
DE ROSAMEL 
DEL VALLE
Ismael 
Gavilán
 

I
Cuando 
las olas del tiempo se despliegan, pareciera ser que no perdonan en su estrépito. 
Sólo los más avezados pueden sobrellevar el ritmo ascendente y descendente 
de la violencia marítima. En estas condiciones, la figura de Rosamel 
del Valle aparece plena y oceánica al chocar furibunda contra ese rompeolas 
que llamamos "poesía chilena". Instalado en ella cuando se gestaba 
en el primer tercio del siglo XX, todo lo que se denominaría "vanguardia", 
Rosamel irá forjando una escritura que llegará en el transcurso 
de los años a adquirir una fisonomía que la hace inconfundible.
Acercarnos 
en estas líneas a esa figura y a las palabras que invocó para plasmarlas 
en una poesía que refulge cegadoramente intensa, no significa trazar un 
mapa adivinatorio. Escasamente conocida en la literatura ensayística y 
de apreciación crítica, el intento de otorgar de esta poesía 
una interpretación que la valide es impropio: siempre nos desbordará 
y lo que se dijera bien podría cobrar lugar en el reino de la arbitrariedad. 
Tal es la riqueza que brinda más allá de las categorizaciones radicales.
Por 
eso estas líneas no quieren convertirse en prólogo, aspiran a ser 
sólo notas nacidas de un fervor de lectura que se reconoce limitado al 
no plantearse como definitorio.
Creemos que es más interesante adentrarnos 
a esta poesía en su palabra, a través del fulgor de sus imágenes 
y entregarnos al seductor desconcierto que se origina en esa manera tan peculiar 
de aunar como crisol, lo más conspicuo de nuestro lenguaje, un lenguaje 
tan nuevo y tan suyo que le hacen identificable de inmediato.
&&&
"…nada más inútil que creer 
que el poema no obedece a ley alguna y que su contenido no es en sí la 
síntesis de uno o varios sentimientos expresada de una u otra manera. Al 
contrario, la poesía obedece a un esfuerzo de inteligencia, a un control 
vigoroso de la sensibilidad y su expresión extrae al ser del sueño 
en que se agita.
La imagen de este otro espacio, bien no puede ser real 
del todo. Pero entonces, ¿qué sería la poesía?. Nada 
más irreal que la existencia"
Estas palabras 
de Rosamel, escritas como parte de la poética que incluyera en la antología 
de Anguita y Teitelboim(1) dice lo esencial. 
Y es que esta indagación poética, volcada fervorosa sobre el vaticinio, 
el cuerpo y la memoria, conjugados todos en el momento profanamente sagrado de 
la celebración, une aquello que parece imposible de convocar al interior 
de una sola síntesis: furor y misterio de un solo rostro cuya dialéctica 
nos conduce a la construcción del poema como la solución casi perfecta 
de esa aporía reflejada en los polos (aparentemente) opuestos del canto 
y la escritura. Desde el instante en que esta poesía hace de sí 
misma tema y reflexión, se convierte a la vez en la mejor salida -si no 
en la única- que la Modernidad puede ofrecer a una empresa abocada por 
definición a engarzarse con el mito. Porque la obra de Rosamel del Valle 
es posible leerla como el despliegue de múltiples figuras, figuras arquetípicas 
que van desde Orfeo hasta personajes bíblicos como David o el poeta del 
Cantar de los Cantares, otorgando una gama de variaciones casi infinitas, pues 
permite el juego, la seriedad profunda, la videncia, la desgarradora conciencia 
de la labor poética. Siempre otra, la presencia de Rosamel del Valle es 
escurridiza en su propia manifestación, rehuye lo definitivo, como si en 
su movimiento contase solamente el cariz ondulante que lo condiciona. Por eso 
es tal vez, una poesía que hace de la celebración uno de sus ejes, 
porque sabe que dentro de sí, es posible tentar al mundo con un cambio 
evidente:
"…luego
 
los descensos profundos al imán de los sueños
 donde todo está 
escrito. Donde los jóvenes monstruos
 celebran el ritual de la húmeda 
muerte con un cántico
 dedicado al invierno."(2) 
Este "descenso profundo" 
al "imán de los sueños" es la lección de Rimbaud 
y Breton que aparece con un sello particularísimo: es el marco donde la 
celebración cobra su más significativo instante al transformarse 
en escritura, una escritura que no rehuye en el decir del poeta del Barco Ebrio, 
lo monstruoso que está allí abajo.
¿Y qué se 
trae de esa inmersión donde "todo está escrito"? Quizás 
la reivindicación que esta poesía hace de imágenes que puedan 
ser capaces de dar respuesta o quebrantamiento a la perpetua pregunta que, como 
sujetos, efectuamos en torno a nuestra identidad.
En el poema Ceremonial 
del Convidado, ¿quién es el convidado?, ¿acaso el doble 
de sí mismo que cual estatua salina surge de un mar memorioso allende de 
todo olvido?
"He 
tenido mi estatua , un hallazgo de sal para el olvido
 ¿Mi mano levantó 
el mar? ¿Mi cabeza la sombra?
 Anda y perece, me dije. Pero era el tiempo 
de la melancolía." (3)
La 
poesía de Del Valle se transmuta en imagen porque en ella, el poema no 
dice lo que es, sino lo que podría ser. Como indica Octavio Paz la imagen 
"recoge y exalta todos los valores de las palabras, sin excluir los significados 
primarios ni secundarios."(4) En la 
poesía de Rosamel es posible advertir que la imagen es una fase en que 
la peculiaridad de significados no desaparece.
Y así, al apreciar 
que este lenguaje al convertirse en imagen, constituye una realidad per-se, se 
levanta como obra, una obra que de libro en libro, de poema en poema, sobrenadará 
en la búsqueda de una expresión que la represente como canto.
Queriendo 
dar cuenta de lo real en sus variadas versiones (contradictorias, lacerantes y 
de júbilo), el lenguaje de esta poesía se ensaña contra sí. 
Por ello es irreductible a una sola interpretación, ahí su pluralidad. 
Al ser imagen, en ella se resuelven los contrarios, se producen las identificaciones, 
las palabras convergen unas con otras, vuelven al origen en una actitud que quiere 
superar la historia o más bien, desean sacudirse de su polvo, retornando 
a un principio prístino. De ahí que esta poesía no tenga 
miedo de plantearse como búsqueda mítica, aquella búsqueda 
anunciada ya por los románticos y que caracterizaría a toda la poesía 
moderna, desplazándose en un movimiento poderoso.
 Por eso Rosamel 
puede invocar a Orfeo y revivirlo como la conjunción de canto y escritura, 
como el vuelco descendente hacia el origen y la esperanza amorosa de traer a presencia 
al cuerpo inexistente.
 Por eso en el poema Metamorfosis, la evocación 
del músico Häendel en un diálogo inconcluso, articula como 
símbolo esa unión secreta entre música y poesía.
 
Por eso la figura del profeta Daniel (el único que pudo leer la escritura 
en la cena del rey babilónico) es la "extraña compañía" 
que descifra "el libro de los sueños".
Teseo, Absalón, 
Verónica, Beatriz: una lista interminable que convierte a cada poema de 
esta poesía en imagen encarnada, en fábula de prodigio, sugerente 
y que descentra. De aquel modo la imagen-mito en la obra de Rosamel se resuelve 
más allá del mero artefacto retórico y se convierte en caja 
de resonancia, tanto del hombre como de las palabras: éstas le revelan 
a él lo que es a través del choque de contrarios y éste, 
asimismo, aprecia el mar heterogéneo que va de cuerpo en cuerpo, de signo 
en signo.
Una figura tan fuera de sí misma, sin dejar de abandonarse, 
¿encontraría entonces eco en un escenario propicio sólo para 
lo definido? Es probable que no y ahí radica quizás la razón 
por la cual esta poesía, siempre presente, rara vez haya sido prioritaria. 
A diferencia de Huidobro, Neruda y Mistral, Del Valle ocupa el sitio del constante 
cambio, no porque escrituralmente sea siempre distinto, sino porque lo que propone 
como visión poética se encuentra al borde de la frontera expresiva. 
Sin embargo, no es posible reducir tan rica variabilidad a los recursos retóricos 
que la propician: en la poesía de Del Valle se encuentra la apuesta por 
el mundo enfebrecido por la solicitud a algo que es posible llamar acaso con el 
nombre de un dios o un héroe: una presencia al fin y al cabo que apunta 
a un cuestionamiento metafísico. Pero es una presencia que hace de la imaginación 
su reino, del cuerpo su estandarte, de la pérdida su lamento. Una poesía 
que nos embelesa y nos retrotrae a lo fundamental, a lo que siempre se halla distante 
en la añoranza del éxtasis arrebatador.
II
Estas 
palabras de arrebato entusiasta (y que sin duda pertenecen a una retórica 
de la inocencia) son el testimonio fragmentario de un proyecto inacabado: 
una antología poética de Rosamel del Valle que junto al poeta y 
crítico Cristián Gómez habíamos elaborado entre 1997 
y 1998 y que, lamentablemente, no pudo ver la luz por problemas editoriales que 
tuvieron como protagonista a Editorial Universitaria. 
 Pero más 
que recordar una idea de nuestra primera juventud, lo que creo importa en aquel 
gesto, es el valor simbólico que adquiere, pasados algunos años, 
el interés en torno a la obra del poeta de Orfeo. Interés 
que varios de los llamados poetas de los 90 manifestaron y siguen manifestando 
por uno de los más singulares poetas chilenos del siglo XX y que, a nuestro 
juicio, inició una relectura de aquellos autores de antes de los años 
50 que, por diversos motivos de apreciación crítica, habían 
sido relegados al limbo de nuestra conciencia poética por considerárseles 
"oscuros", "difíciles", "raros", "inactuales" 
o "políticamente sospechosos". Ese listado, del cual Rosamel 
del Valle sería el estandarte, se ha ampliado paulatinamente con los nombres 
de Eduardo Anguita, Gustavo Ossorio, Enrique Gómez Correa, Teófilo 
Cid, Jorge Cáceres y Carlos de Rokha, por mencionar los más expuestos 
públicamente en los últimos diez años. Por supuesto que no 
es mi intención erigirme en portavoz de una eventual preferencia de lectura 
que marcó y sigue marcando a todo un grupo importante de poetas contemporáneos. 
Ni de lejos, pero no puedo dejar de constatar un fervor nacido del entusiasmo 
y el asombro ante el modo que una obra -fuera casi de circulación editorial, 
lo que muestra la inequívoca contradicción entre mercado y poesía- 
provocaba en nuestra imaginación con especial deslumbramiento: una instancia 
que devenida intensa autoconciencia (propicia para cualquier joven poeta), se 
constituía a sí misma gracias al uso magistral del lenguaje llevado 
a un grado altísimo de cristalización por un poeta muerto hace ya 
cuarenta años. 
Sin duda a estas alturas, Rosamel del Valle es uno 
de los poetas más importantes no sólo de la poesía chilena 
del siglo XX, sino de la poesía hispanoamericana. Ahora, a principios del 
siglo XXI, y después de la publicación reivindicatoria de su Obra 
poética y de sus Crónicas de New York llevada a cabo 
por Leonardo Sanhueza, como de uno de sus primordiales libros de poesía 
como lo es Fuegos y ceremonias con el auspicio de la Universidad de Concepción 
y de la antología Un Orfeo del Pacífico hecha por Hernán 
Castellano Girón, puede decirse que el lector chileno de poesía 
tiene al fin acceso a lo más esencial de este autor, verdadero maestro 
de la imagen y el verbo.
 Literal aparición en un escenario poético 
devenido predecible, Del Valle no surgió, a pesar de todo, de un momento 
a otro. Quizás, para el lector desinformado, su presencia fuera una sorpresa, 
pero para quien durante años practicó el culto secreto de los iniciados 
en las portentosas arquitecturas de su lenguaje, ello era algo que se esperaba 
más temprano que tarde. Lo interesante de lo que se podría denominar 
fenómeno Rosamel, descansa en nuestra opinión no tanto o 
de modo exclusivo en la genial sugestión de un poeta cuya obra hasta hace 
muy poco era considerada "menor" o "secundaria" por la historia 
oficial de nuestra poesía, sino más bien por la feliz concordancia 
entre un afán que se puede rotular "de renovada búsqueda estilística" 
y la conciencia limpia de un ejemplo de instancias verbales disímiles ante 
la expectativa de reivindicar una legítima individualidad frente a los 
clichés antipoéticos erigidos por la escena poética precedente. 
Es así que la instancia verbal representada por la poesía de Del 
Valle articulaba como horizonte, el placer del lenguaje como lenguaje, poseyendo 
al misterio como aval de su sentido. 
Placer y misterio, dupla de conceptos 
de dificultosa caracterización en una época que los ha desterrado 
por su derroche nocturno y para nada económico. Placer y misterio: nociones 
de por sí problemáticas en un espacio como el nuestro, saturado 
de escepticismo y nada pródigo en comprensiones que deseen preguntar por 
lo maravilloso. Es probable que tales conceptos encierren la posibilidad altamente 
productiva de la dispersión. ¿O acaso es fehaciente afirmar la aparición 
de un discurso rosameliano en la última década? Por supuesto 
que no. En aquel sentido, la poesía de Rosamel del Valle, más que 
una posibilidad de retórica imitativa (cosa impensable por la colosal contradicción 
que subyace en tal aseveración), era y es un espacio de respiración, 
espacio donde han levitado de cerca o de lejos, buena parte de lo más interesante 
de la poesía chilena contemporánea y que nunca ha deseado convertirse 
en la exclusividad de un destino. Porque aquí no se habla de seguir un 
modelo cerrado de indagaciones ya hechas, sino de aprehender la voz propia en 
el camino de libertad expresiva que anuncia esta poesía. Humberto Díaz-Casanueva 
lo testimoniaba de modo insuperable: "La poesía de Rosamel del Valle 
es un ejemplo a seguir por los poetas que dudan de que han nacido para una excursión 
enigmática dentro de la vida, para formular una interrogación que 
a veces no vale tanto por la respuesta sino por el poder de la interrogación 
misma" . Esa pregunta es la que articula a la genuina poesía, es la 
que para bien o para mal todo poeta verdadero debe hacerse, una pregunta que si 
bien, quizás nunca obtenga respuesta, puede, algún día, lograr 
que Eurídice no descienda nuevamente a la profundidad de la que el canto 
de Orfeo la pudo rescatar por un instante.
Villa 
Alemana/ verano de 1999
 Valparaíso/ otoño de 2005
 

 
 
NOTAS
 
  (1) Anguita, 
Eduardo y Teitelboim, Volodia. Antología de poesía chilena nueva. 
Editorial Zig-Zag, Santiago, Chile, 1935
 
(2) 
Del Valle, Rosamel: poema Celebración en Fuego y Ceremonias, 1952
 
(3) Del Valle, Rosamel: poema Ceremonial del convidado 
en El Joven Olvido, 1949
 
(4) Paz, 
Octavio: El arco y la lira, F.C.E , Mexico, 1996