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ROSAMEL DEL VALLE, “EL SUEÑO ANTIGUO Y EL NUEVO”
Por Alejandro Lavquén
Si bien nuestro país es reconocido, en el campo de las letras, por sus grandes poetas, también debería serlo por sus grandes poetas desconocidos. Es el caso de Rosamel del Valle.
Adentrarse en la poesía de Rosamel del Valle es hacerlo a un mundo compuesto por una riquísima gama de imágenes oníricas entrelazadas con claras analogías a los mitos ancestrales de la cultura clásica y hebrea. Resulta común encontrar en sus libros a personajes como Orfeo, Eurídice, Jacob, Beatriz, etcétera. Su lenguaje está marcado en general por elementos románticos, simbolistas y modernistas. En la obra de Rosamel del Valle sobresalen fundamentalmente aspectos espectrales, arcanos, lo que le ha valido ser catalogado como un poeta metafísico, hermético. Me parece que lo que dice Castellano, en el prólogo de la antología publicada por Lom Ediciones, resulta una definición para tener en cuenta si queremos acercarnos seriamente a su obra: “La poesía de Rosamel del Valle nos plantea intensamente una serie de enigmas, transparentes como la luz más diáfana y oscuros como la tiniebla primordial que existía antes de crearse la primera palabra.” (...) “En su obra percibimos, de principio a fin, una mirada que busca darnos una visión global del universo, en la dialéctica del espacio y el tiempo.” (...) “era un hombre que vivía y escribía como sintiendo constantemente el llamado metafísico del Hades”.
El primer libro de Rosamel del Valle es “Mirador” (1926), en él encontramos a un observador que unifica todo lo que pasa frentes a sus ojos de una manera hondamente contemplativa. Las imágenes tienen un tinte surrealista y creacionista: “arrodillado en la cítara de tus hombros” (...) “tres hombres bajan por un violín”. También llama la atención el uso de palabras como cow-boy, bicicletas, transatlántico. El poeta se pasea por la ciudad, retratando sus encuentros con una mezcla de diferentes tendencias literarias, incluidos sutiles matices dadaístas: “Mi alegría raíz encima del agua” (...) “Golpea la mañana anda a abrir”.
Con “País blanco y negro” (1929), un texto en prosa, pero que se incluye dentro de su obra poética, nos retrata pedazos de la ciudad desde una visión de mundos paralelos que se van intercalando en las imágenes. Acuden al texto calles y lugares que recuerda con intenso cariño, personajes como Poe, Napoleón y la mujer amada. También recrea momentos de películas que le dejaron huella, mostrando su afición por el cine. En muchos poemas dejará de manifiesto esta afición. Explora el mundo del subconsciente y en muchos versos nos expone su propuesta: “Me rodean cosas y sucesos pequeños. Mis ojos transforman estas cosas y estos sucesos sin el sentido que representan.” (...) “Pero yo amo los mitos. Amo el corazón, vuestro enemigo de Paraíso o de Infierno”. Al hombre lo ve como un mago que puede crear mundos: “O si existe el hombre que toma lo natural para inventarse una magia de acuerdo con su condición de artista, hablemos entonces de un nuevo mago que no se siente derrotado por los elementos, sino tan fuerte como ellos y como ellos lleno de maravilla”. Interesante resulta leer una carta que Vicente Huidobro envió al poeta desde París en 1930, en ella le muestra su admiración por este libro y lo llena de elogios, una actitud infrecuente en Huidobro. Dice parte de ella: “Es usted un verdadero poeta, amigo mío, y que teniendo gran riqueza de imaginación logra ser sobrio. Cosa rara en todas partes y más en América”. (...) “Está Ud. muy encima de otros que injustamente tienen más nombre que Ud. (...) que al lado suyo parecen autores de tango”.
El libro “Poesía” (1939) consolida, de cierta forma, su lenguaje poético. Los poemas destacan por las hondas imágenes metafísicas y la figura recurrente del ángel caído, de manera directa, nombrándolo, o sugiriendo su presencia en el verso: “Tal vez donde el ángel sonámbulo destruye los sueños”. Al respecto, Castellano dice que una imagen central en el lenguaje rosameliano es la combinación de la figura del ángel (“expresión de la elevación y de una condición superior de vida”) con la del sonámbulo (“el vidente, el que atraviesa incólume desde el sueño a la vigilia”). Los extensos poemas “El corazón sumergido” y “El hombre devorado” nos entregan claves determinantes en la temática de Rosamel del Valle, que integra elementos “míticos, sociales, políticos, históricos y sicológicos”. En su recorrido, el poeta se manifiesta realizando un llamado, en el fondo, a la parte oscura de los elementos para que converjan en él: “Venid agua de vientre oscuro, raíz de la luz/ En eternidad y vaso necesario para el oído” (...) “Venid temblor de aire caliente y mano iluminada,/ A este clima de terror donde la noche de hierro/ Sostiene su puerta entre lenguas de ceniza” (...) “Memoria mía, amada tiniebla mía, corona de lámparas degolladas” (...) “¡Venid! El definitivo asombro se despliega a lo lejos,/ entre secretas cadenas y estatuas de ojo ardiente”. Es clara la relación de Del Valle con el misterio y la ansiedad que le produce ir a su encuentro. En una alocución que realizó con motivo de un homenaje expresó: “Mis ojos se abrían con asombro delante de cada cosa. Mi corazón sentía en hondura eso que es en cualquier parte del mundo, la secreta correspondencia entre las cosas y el ser humano”.
El próximo libro que publica es “Orfeo” (1944), donde asume el rol del mítico personaje, desplegando una intensa relación con la muerte. En el poema alude constantemente a personajes que ya forman parte de su cosmogonía, siendo el principal Eurídice, que es a través de quien se traduce la relación vida-muerte. A mi entender, Rosamel del Valle plantea una especie de crítica, desde su visión, a no querer reconocer (el hombre) las atracciones inevitables de la muerte. Para él la muerte es una continuidad, y lo expresa en el mito de Eurídice, en la que de cierta manera intenta justificar la redención de la muerte: “Yo soy el Amor y sobre todo la Vida, pues soy el que abraza y el/ que sepulta./ Y para que todo siga, Eurídice es mi muerte”. Eurídice es en el mito griego una especie de encuentro postergado con el amor, que a la vez es causa de la destrucción (indirectamente) del ser amado, en este caso Orfeo. Pero que siempre deja abierta la puerta para un reencuentro. Recordemos que en la mitología griega los difuntos mantenían la forma (sombra) y podía aspirar a vivir dichosamente en los Campos Elíseos si los dioses lo aprobaban.
Este libro tuvo en su época opuestas visiones críticas. Según Raúl Silva Solar no pudo entenderlo: “Ahora bien leo y releo y torno a leer el “poema” del señor Del Valle, y nada encuentro en él que me recuerde el mito de Orfeo” (...) “... temeroso de no poder acertar con lo que el poeta ha querido decir hemos vuelto una vez y otra a su “poema” tratando de hallar en él bajo símbolos y vestiduras lo que el lenguaje en su tenor literal no dice nada. Nada hemos hallado sino sombras”. Por su parte, Santiago del Campo dice: “Orfeo: auténtico don de la poesía grande, austera, segura y palpitante. Rosamel del Valle nos ha traído la más recia creación de los últimos años y seguramente el libro más alto en honradez intelectual, en amplitud de conjuros poéticos, en ámbito interior, que nos haya llegado a los ojos”. El lector juzgará.
En “El joven olvido” (1949), se recrea parte del mito cristiano o bíblico, tomando como eje central el calvario de Cristo representado a través del Santo Sudario. También se expresa la permanencia y evolución del mito, que en este caso conlleva la decadencia de los valores (poema “Verónica”). En “La fiesta del mago” hallamos una mezcla de imágenes esotéricas donde sobresalen los arcanos del Tarot. En “Amor mágico” nos enfrenta a Beatriz, Jacob y Gorgona, todos personajes crípticos. El amor se manifiesta en el extravío, sentimiento que pareciera sólo poder desarrollarse a plenitud en la mujer de los sueños poéticos. Más adelante nos encontramos con “Puerta para no pasar”, que Hernán Castellano identifica como un texto esencial en la obra de Del Valle: “Texto central en la poética y la ideología rosamelina, en cuanto a expresar las referencias “genealógicas” que apuntan a toda una línea central de poesía visionaria, vanguardista en cada tiempo suyo, y funcional en cada momento histórico. Rosamel de Valle se centra en una línea romántico-simbolista-modernista”. En este poema el autor nombra dieciocho personas entre poetas y filósofos, que influyeron, obviamente, en su concepto de poesía.
En 1952 publica “Fuegos y ceremonias”, un libro donde de cierta manera continúa la expresión temática y de personajes planteada en sus libros anteriores. Llama la atención los guiños a Vicente Huidobro, pues se manifiesta, a mi parecer, una clara influencia de poemas como “El paso del retorno” y “Monumento al mar” aparecidos en el libro póstumo del poeta creacionista: “Ultimos poemas” (1948). La analogía se produce en las claves con las cuales Del Valle se acerca, al igual que Huidobro, en los poemas citados, a una situación donde se asume la muerte como algo ya cercano y definitivo: “Paso a paso/ ¿no vuelven así los soldados de la guerra?/ Una ruta de música y de nardos. Al fondo un ruido./ Enterraban a alguien. Estoy seguro. Decididamente,/ No debo jugar hoy a las cartas”. (...) “Todo el mundo pasaba con las manos en alto/ Y el mar salía al encuentro”. Todo esto acompañado por el recuerdo recurrente de lugares en los que el poeta habitó. En libros posteriores (“La visión comunicable” 1956), Rosamel del Valle continuará por el camino señalado y seguirán apareciendo y reapareciendo personajes míticos como Absalón y Daniel. En este libro acentúa el encuentro con la muerte, que tanto misterio provoca en el autor, y parece prepararse para ella: “Nadie ve tu mano con un solo dedo, pero todos saben que ella me guía/ Como la estrella fabulosa de los Magos. Y soy el mendigo contento/ De su metamorfosis entre la noche y las puertas de esa catedral/ Del Dios inconmovible”. La metamorfosis es para él un misterio que debe poseer, y en el que se percibe un sentimiento de pérdida permanente: “Quiero para mí la única soledad por cuya mirada/ Pasa la leve destrucción cotidiana de las cosas/ El secreto espectáculo de cambios y transfiguraciones/ El estremecimiento de dormir en la doble faz”.
En “El corazón escrito” (1960), resaltan las distintas reencarnaciones del amor en figuras como Eurídice, Therese y Eva. También se produce un desarrollo de versos de desbordante imaginación, manejada con un ritmo algo lúdico: “Aquí he puesto al sabio una silla de jazmines batientes, al santo/ un naipe,/ Al ciego un sol, al mudo un fuego, una cuerda al paralítico,/ Un paraíso al ahorcado, una flor al mendigo, una almohada al/ sonámbulo,/ Un mar a la mujer que viene nadando desde el corazón de la noche”. Sobresale el poema “Canto del cuerpo sin sombra” donde el lenguaje se nutre de la poesía clásica y bíblica. Su último libro en vida fue “El sol es un pájaro cautivo en el reloj” (1963), un texto bastante singular. Dice de él Hernán Castellano en el prólogo: “es un libro de formas alotrópicas, una mezcla/ collage de trozos narrativos con versos y epigramas propios y citas de otros poetas de su raigambre ideológico-estilística, que logra una sorprendente unidad en su cosmovisión y estilo”. Destacan la imagen del Bar de los Acróbatas donde una mujer refunda el mundo desde un trapecio y la definición que Del Valle da aquí del hombre: “Por algo el hombre es un signo y no, como se quiere creer, la experiencia manejable y transportable”. Importante papel juega en este libro la ausencia permanente, que se transforma en las manos metamorfoseadas de una joven y el tema del exilio.
Tras la muerte del poeta, ocurrida el 22 de septiembre de 1965, se publica “Adiós enigma tornasol” (1967), un libro póstumo que reitera la propuesta de Rosamel del Valle y a la vez vuelve a ciertas imágenes de corte creacionista. Las evocaciones de lugares amados son permanentes. Al final la despedida, una especie de resumen que rechaza el rito final, a pesar de las celebraciones de la muerte que manifestó en sus poemas: “Desciendo a lo largo de tu sombra/ Con el sonoro anticipo de las lluvias que me esperan./ Tú, lejos de tu origen, de tu vida y de tu muerte,/ Yo, cerca de mi origen, de mi vida y de mi muerte:/ Prisioneros en el canto del viento degollado y majestuoso./ Así no sea./ Y no Amén”.
Rosamel del Valle murió durante el sueño, quizá algo que esperó íntimamente. Y esto creo que se manifiesta explícitamente en los versos: “Y si la noche caía de pronto junto a tu sueño, ¿recuerdas?, era que/ la muerte cantaba afuera en el árbol de la mañana”. El sueño nuevo y el sueño antiguo unidos para siempre.