El enigma Rosamel
Por Patricia Santa Lucía
Rosamel del Valle no hablaba de literatura. Ni era de corrillos literarios.
Autodidacta estricto, y de humilde cuna, como se decía antes,
cuando llegó a ser funcionario de Naciones Unidas circulaba
siempre impecable, atildado como el mejor embajador. Y
más hospitalario que muchos de ellos. Su departamento en Manhattan
era refugio de los personajes más estrafalarios, y no faltaba
quien, al llegar, se sorprendiera de que el poeta hubiera decidido
compartir su espacio con un tal Moisés Gutiérrez.
Con Humberto Díaz Casanueva organizaban una suerte de veladas
bufas, ya en Nueva York, en las cuales recitaban de memoria y con
declamación incluida los poemas más cursis de la literatura
chilena y universal.
Ese Moisés Gutiérrez, que a principios de los años
20 se transformaría honrado su amor por las metamorfosis-
en Rosamel del Valle, nació en Curacaví, según
informaciones fidedignas, el 13 de noviembre de 1901. A los 17 años
perdió a su padre, y a lo largo de su vida debió enterrar
a siete hermanos, todos y cada uno de los que llegó a tener.
Humberto Díaz Casanueva, que llegó a ser uno de sus
grandes amigos, si no el mayor de todos ellos, lo conoció en
una imprenta, adonde el autor de Vigilia por dentrollegó a
retirar un manifiesto contra la dictadura de Ibáñez.
Allí estaba Rosamel del Valle, empleado como tipógrafo.
Se hicieron prácticamente inseparables, aunque eran una suerte
de opuestos complementarios. Otra versión, quizás más
ajustada a la realidad, sitúa el encuentro entre ambos poetas
en una conferencia de Rosamel sobre la obra de la Mistral, organizada
por los Cuadros Artísticos Obreros de Chile, en 1923.
A esas alturas Rosamel del Valle ya había publicado sus Poemas
lunados (1920), cuya edición completa desapareció misteriosamente
del mercado, se subentiende que a instancias del propio autor. Mirador
apareció en 1926, bajo el sello de su revista Panorama. La
década del 20 fue, en realidad, de actividad febril para Del
Valle, entre la creación de publicaciones siempre más
o menos efímeras, elaboración de manifiestos y colaboraciones
en revistas de Chile y del extranjero. Homero Arce, en La Mágica
existencia de Rosamel del Valle, recuerda así la reunión
para planear la publicación de la revista Ariel, en 1925: Se
hallaba el poeta en el comedor, sentado frente a una larga mesa cubierta
de un hule blanco, en la que había una botella de vino tinto,
algunas copas, y muchos papeles dispersos. Lo acompañaban sus
amigos Juan Florit, Gerardo Moraga Bustamante y Efraín Estrada
Martínez. (...)
-Revista de ‘arte nuevo’, compañero me dijo Rosamel- mirándome
con sus grandes ojos y sonriendo. Arrasaremos con las telarañas
y con la apatía colectiva. Remeceremos las conciencias con
un Manifiesto que pegaremos en todas las esquinas de Santiago.
Esa sonrisa nunca se desdibujó de sus labios, aunque con los
años el impulso revoltoso en el campo literario fue aplacándose.
El espíritu juguetón, sin embargo, permaneció
con él siempre. Con Humberto Díaz Casanueva organizaban
una suerte de veladas bufas, ya en Nueva York, en las cuales recitaban
de memoria y con declamación incluida los poemas más
cursis de la literatura chilena y universal. Rosamel, de pie y con
los ojos en blanco, acometía la “Oda a la bandera, de Diego
Dublé Urrutia, sin que se le moviera un músculo de la
cara, mientras los asistentes prorrumpían en estruendosas carcajadas.
No necesitaban ensayar. Homero Arce lo recuerda también disfrazado
de charro, repartiendo achicorias y coliflores que sacaba de un canasto,
en una imprevista, e imprevisible, vista a Rancagua. Leonora Krach,
viuda de Díaz Casanueva, lo conoció en 1954, en la misión
chilena en Ginebra. Se lo encontró sentado en su escritorio,
a sus anchas. Lo miré feísimo cuenta-. Y él
me dijo: ‘princesa, ¿quiere que le regale un poema? Un día
voy a ser famoso, y esto va a valer mucha, mucha plata. ¿Me
podría adelantar 500 dólares?’. Así era Rosamel,
absolutamente encantador, genial.
El punto de inflexión en su vida, probablemente, lo marcó
su nombramiento en las Naciones Unidas, recién creadas. En
1946 trabajaba como empleado de Correos, y consiguió el puesto
en el departamento de publicaciones del organismo internacional gracias
a los buenos oficios de Díaz Casanueva. Nueva York lo fascinó,
y allí conoció a la que sería su compañera
por el resto de sus días, Thérèse Dulac, una
funcionaria canadiense que luego lo seguiría en su regreso
a Chile. Ella, conocida como petite se convirtió en su sombra,
le organizaba la vida, siempre estaba tras él.
“Conocía hasta la última ardilla de Central Park,
dice Leonora Krach. Y eso por no hablar de poetas, escritores, artistas:
Allen Ginsberg, Henry Miller, con los que se codeaba sin hacer grandes
aspavientos.
Desde Nueva York envió crónicas notables para La Nación
y, consolidado ya como poeta desde la publicación, en 1944,
de Orfeo, produce obras como El Joven olvido (1949), Fuegos y ceremonias
(1952) y La visión comunicable (1956).
La intensidad de sus visiones poéticas, cada vez más
acentuadas, parece a veces no compadecerse con el sujeto bonachón,
bromista, descomplicado y algo vividor. Pero la cercanía de
Rosamel del Valle con la muerte, que trasunta toda su poesía
y que está muy presente, por ejemplo, en la última carta
que dirigiera a Díaz Casanueva, y que éste recibió
un día después de su muerte e incorporó en parte
a El sol ciego,explica quizás la aparente, sólo aparente,
paradoja.
Rosamel regresó a Chile definitivamente en febrero de 1963.
Aún alcanzaría publicar El sol es un pájaro cautivo
en el reloj antes de que lo sorprendiera la muerte, escasos meses
después que a su madre (a la que veneraba), en septiembre,
el 22, de 1965. El enigma tornasol –título de uno de sus libros
póstumos- desaparece con él. Aunque ahora parece regresar,
como anunciara Teillier (“El regreso de Orfeo”). Y ahora sin vuelta.
* * *
Rosamel, milenario
Para Hernán Castellano Girón, quien procreó
la antología, ha llegado la hora de descubrir, más que
redescubrir, al último de los grandes olvidados de la poesía
chilena. Y los tiempos que corren tienen no
poco que ver con ello.
Para Castellano, es clarísimo que la crítica nacional
no fue capaz de comprender la cualidad visionaria de la poesía
rosameliana, y la despachó colgándole fáciles
etiquetas: oscura, elitista, poesía para iniciados.
Hernán Castellano Girón (Coquimbo, 1937, profesor de
literatura hispanoamericana en la Universidad Politécnica de
California) preparó la primera antología poética
de Rosamel del Valle que se publica en Chile, 35 años después
de la muerte del autor de Fuegos y ceremonias. Castellano divisó
a Del Valle en 1964, en casa del impresor Armando Menedín,
que había publicado, un año antes, El sol es un pájaro
cautivo en el reloj.Más tarde, le llevó a su casa de
José Domingo Cañas su primer libro de cuentos, Kraal,y
recibió de manos del poeta toda su obra publicada. La antología
que ahora aparece bajo el sello LOM es, en parte, un gesto de gratitud,
dice Castellano, y casi un signo de los tiempos.
Es, según Castellano, el “cambio de paradigmas” el que permite
revalorizar la obra de Rosamel del Valle y verlo bajo otra luz. “El
estuvo completamente adelantado a su tiempo, incluso como ensayista
y crítico”, afirma el compilador de la Antología, citando
el texto que Del Valle dedicó a la obra de su amigo de toda
la vida, el poeta Humberto Díaz Casanueva, La violencia creadora.
Para Castellano, es clarísimo que la crítica nacional
no fue capaz de comprender la cualidad visionaria de la poesía
rosameliana, y la despachó colgándole fáciles
etiquetas: oscura, elitista, poesía para iniciados. Incluso
en círculo académicos internacionales, que han prestado
cierta atención al poeta, se le ha malinterpretado, dice Castellano,
emparentándolo en forma unívoca con el surrealismo europeo.
La traducción e interpretación que Anna Balakian –una
importante difusora de las vanguardias europeas en Estados Unidos-
hiciera de Eva y la fuga incurre en ese tipo de equívocos,
al situarla como una reelaboración latinoamericana de la Nadja
de Breton, afirma Castellano.
Nadie, tal vez con la excepción del propio Díaz Casanueva
y, en algún sentido, Jorge Teillier, supieron comprender el
desafío que lanzaba la poética rosameliana, en un momento
dominado por la guerrilla literaria y por la figura nerudiana. “Teillier
–dice Castellano Girón- que ha sido catalogado como ‘poeta
de la nostalgia’, le debe a mucho a las visiones de Rosamel del Valle.
Lo que él quería, más que regresar a un pasado
perdido, era abrir una ventana hacia otra dimensión”.
La “visión” que se expresa en palabras, aquello que el propio
Rosamel llamó “La visión comunicable”, título
de uno de sus libros, es, según Castellano Girón, la
marca de agua, la singularidad que permite afirmar que Del Valle pertenece,
en palabras de Ludwig Zeller, al “patrimonio de la humanidad”. Su
penetración en el sustrato mítico de la imaginación
humana, dice Castellano, es lo que hace a Rosamel del Valle un creador
que desborda los límites de lo que convenimos en llamar la
civilización occidental. Así de simple.
* * *
De Huidobro
a del Valle:
"Me
reconcilia Ud. con Chile y con toda la América"
(Transcripción
de una carta manuscrita de Vicente Huidobro a Rosamel del Valle, fechada
en París,
en 1930 y publicada
en anexo del libro Rosamel del
Valle, poéta órfico, M. E. Urrutia, RIL, Santiago, 1996).
Sr. Don Rosamel del Valle
Estimado amigo:
Por una grande y feliz casualidad ha llegado a mis manos su hermoso
libro País blanco y negro que Ud. envió a mi antigua
dirección donde no paso desde hace más de tres años
y con cuyos propietarios estoy peleado y estuve en pleito. Un amigo
mío, un poeta norteamericano, recién llegado de New
York, y que tampoco sabía que yo [ya no] vivía allí,
fue a verme a esa casa y le dijeron que no sabían mi nueva
dirección y que tenía allá varias cartas y paquetes
de libros y revistas para mí. Por otra gran casualidad me encontré
con ese amigo en una comida y me contó lo que le habían
dicho en mi antigua casa. Al día siguiente envié a buscar
mi correspondencia y entre otras cosas venía su libro. El destino
quiso poner sus dedos color de azar para darme el placer de leer su
obra.
Lo felicito con toda la sinceridad que siempre me ha caracterizado
y que tantos enemigos me ha valido. Su libro tiene páginas
sencillamente admirables. Es increíble que tan joven haya logrado
Ud. una maestría semejante. ¡Qué seguridad en
sus trazos, qué riqueza de gama! Me reconcilia Ud. con Chile
y con toda la América, me pone optimista respecto a nuestra
raza. Pienso acaso haya otros, acaso puedan nacer otros.
Es Ud. un verdadero poeta, amigo mío, y que teniendo gran
riqueza de imaginación, logra ser sobrio. Cosa rara en todas
partes y más en América. Su estilo alcanza grados que
nunca he visto en otro escritor de la América Latina. Está
Ud. muy por encima de otros que injustamente tienen más nombre
que Ud. como Neruda, tan romántico y flaco, y esa pobre Mistral
tan lechoza y dulzona (tiene en los senos un poco de leche con malicia)
que al lado suyo parecen autores de tango.
Créame que lo felicito de todo corazón y que lamento
no haberlo conocido más íntimamente en los meses que
estuve en Chile. Y mis felicitaciones valen justamente porque soy
parco en ellas.
Dígame si entre sus amigos hay algo que valga la pena de verdad.
Me gustaría conocerlo. Entre sus amigos u otros poetas de Chile
pienso que se podrían seleccionar unas cuantas cosas y hacer
aquí que una buena revista dedique un número entero
a la poesía chilena que es, sin duda alguna, la mejor hoy día
en el habla castellana. Ud. sabe que yo no digo estas cosas por patriotismo,
ni creo en patriotismo, sobre todo en este terreno.
Reciba un gran abrazo de su amigo
Vicente HuidobroParís – 16, rue Boissonade (XIVème).
Daré orden para que le manden mi libro Temblor de Cielo y
en quince días más El pasajero de su destino que va
a aparecer.
* * *
Melancolía
de un discurso
Por Marina Arrate
(Fragmento del discurso
de Marina Arrate en la presentación de la Antología
de Rosamel del Valle
publicada por editorial Lom y prefaceada por
Hernán Castellano G.)
[...] Quisiera guiarme en este caso (...), por el intento de ver
la peculiaridad de Rosamel del Valle.
Conozco un estudio de la obra de Rosamel del Valle. Rosamel del Valle,
Poeta Orfico de María Eugenia Urrutia, de 1996, en la Red Internacional
del Libro, Santiago de Chile. En su libro, Urrutia se propone probar
cómo la poesía de Rosamel del Valle se ajusta
a los criterios planteados por Hugo Friedrich para la poesía
de la modernidad, respecto del libro "Poesía". Efectivamente,
ella logra probar que esta poesía vanguardista se aleja de
los cánones poéticos de Ruben Darío y se hace
característica del siglo XX. Quisiera recordar uno de estos
criterios y que recojo de su trabajo. Se trata de la disonancia que
consiste en el hechizo y la magia verbal, unida a un significado misterioso,
hermético. Esto hace que el poema sea polisémico y que
su lenguaje actúe por sugestión plurivalente sobre el
insconciente. Al mismo tiempo subraya la existencia de ciertos rasgos
arcaicos o míticos en la poesía de la modernidad. Me
parece que este rasgo, denominado Disonancia por Friedrich y glosado
de tal manera por Urrutia, describe bien magistralmente la poesía
de Rosamel del Valle, allí donde él recoge el mito de
Orfeo como uno de los emblemas de su poesía y mantiene constante
el torbellino hechizante de imágenes que constituye su discurso.
Vale la pena recordar aquí el Mito de Orfeo. Extraigo de una
Enciclopedia de Mitología lo siguiente:
"Durante el siglo VI A.C. se produjo en el mundo griego una
revitalización de la religiosidad. Entre las llamadas 'religiones
de misterios', de carácter iniciático, tuvo gran difusión
en Grecia el culto de Dionisos (Baco) que llegó a constituir
el núcleo de la religiosidad órfica.
El Orfismo deriva su nombre de Orfeo, quien habría sido el
primero en recibir la revelación de ciertos misterios y los
habría transmitido a algunos iniciados bajo la forma de poemas
musicales. Los órficos creían en la inmortalidad del
alma y en la metempsicosis, o sea, en la transgrimación de
las almas a través de los cuerpos, recurso indispensable, según
ellos, para alcanzar la purificación. Por su propia naturaleza,
el alma aspiraría a retornar a su patria celeste, las estrellas;
pero para eso era necesario recibir la ayuda de Dionisio, el dios
que contemplaba la liberación del alma, ya preparada por ciertas
prácticas catárticas. Los órficos tenían
su concepción propia sobre el origen del universo y el hombre.
En un principio, para ellos, existió un huevo primordial en
el que se recortó Phanés, la Luz (o Eros, el Amor),
en quien tuvo origen el mundo ordenado.
El origen del hombre, en cambio, estaría vinculado a un crimen:
en la versión órfica, los Titanes, enemigos de los Olímpicos,
matan a Dioniso, dios-niño. La muerte del hijo es vengada por
Zeus (Júpiter) que con sus rayos destruye a los Titanes, reduciéndolos
a cenizas. De esas cenizas surgirá la raza humana, marcada
visceralmente por su doble naturaleza: dionisíaca y titánica.
El hombre ambivalente es el campo donde se enfrentan las fuerzas antagónicas
de luz y sombra, bien y mal. Y el camino de salvación propuesto
por los órficos consiste en liberar el alma -he aquí,
Eurídice prisionera- de las tinieblas titánicas, despertando
la centella dionisíaca, divina, que ella encierra en su seno".
Este sería el intento contínuo de este poeta órfico.
De ahí su titánico esfuerzo por develar los misterios
de los sueños, de los símbolos, de la penumbra, de su
"enigma tornasol", cambiante juego de luces y permanente
seña de su universo poético De ahí su permanente
angustia. Está escrito en el mito que sólo puede rescatar
a Eurídice de las tinieblas del Hades a condición que
no vuelva el rostro, impulso que no puede contener. Eurídice
retorna a la muerte. Desde este punto de vista, ¿no es este
un poeta que porta siempre un muerto en el alma? La condición
de un deseo nunca resuelto, nunca otorgado, la melancolía de
un discurso. Leo entre otros muchos posibles fragmentos, éste,
de Orfeo:
"Yo soy el Tiempo y crezco
de noche como las enredaderas
Puedo hacer que el templo de mi sangre cambie el calor de sus
columnas;
Puedo acallar los órganos a cuyo sonido despiertan el Hombre
y el [Ángel.
Yo soy el Amor y sobre todo la Vida, pues soy el que abraza y
el que [sepulta.
Y para que todo siga, Eurídice es mi muerte." (p.
100)
Por otra parte, leyendo esta Antología y enfrentada de una
vez al devenir de su obra, me parece reconocer tres etapas en la escritura
de Rosamel. Una primera, que llamaría de Preparación
al Orfismo, que parte desde su Mirador de 1926 hasta Poesía
que es el libro que analiza María Eugenia Urrutia, de 1939.
Una segunda, Órfica propiamente tal, que parte con Orfeo, de
1944, hasta La Visión Comunicable, de 1956, y cuyo último
texto antologado es "Introducción a una Metamorfosis".
La tercera etapa, que pienso coincide con su estadía en Nueva
York y con su preparación para la muerte, y de cuyas características
señala Hernán Castellanos una "curiosa disparidad
estilística", (p. 169) parte con El Corazón Escrito,
de 1960, y El sol es un pájaro cautivo en el reloj, de 1963.
Los demás textos publicados son posteriores a su muerte.
Qusiera anotar algunos pequeñas notas en relación a
la última etapa de la producción de Rosamel del Valle.
Hay en ella una disparidad estilística que efectivamente llama
la atención. Quizás el rasgo más notable en este
sentido es aquel que se muestra como una suerte de intromisión
en el discurso contínuo del poeta, en la forma de pequeñas
frases que se intercalan a título de escopeta, ya sea en letra
cursiva ya sea entrecomillas, desconcertándonos al tiempo que
similaran voces extrañamente familiares. Me gustaría
leer estas inserciones, claro, dialógicamente como señala
Hernán Castellanos, pero más específicamente
aún, como voces que desde distintos ámbitos pugnan por
abrirse paso, cual lapsus en un discurso consciente, quebrando la
hegemonía poética del discurso. Como voces, siguiendo
la metáfora órfica del proyecto de Rosamel del Valle,
que vienen del más allá, como voces de "ultratumba",
como voces provenientes de un tiempo "escindido", podríamos
decir ahora, que se introduce en un discurso poético enfrentado
a la disolución de la muerte y a realidades múltiples
y diversas que acercan su poesía a la postmodernidad, si es
que quiero entender ésta como la pérdida de un solo
y único discurso hegemónico interpretador de la realidad
y por el contrario, la convivencia y el entrecruce de discursos varios
que transitan portando voces y miradas diversas. Pienso de modo ejemplar
en el poema "Aleluya por una joven negra de Harlem". Leo
un fragmento:
"El sueño final"
Dije con el moribundo
Y no era tu boda no
Y con el mismo alfiler imantado cosí mi herida
¿Podrás recordarlo ángel negro de Harlem
En el aleluya por Caroline Browser?
¿Podrás dialogar con aquella mirada perdida
Flotante en el templo
Suspendida sobre ti
Mancha solar en la celebración?
Después del diluvio
Se bebía se cantaba
¿Quién podría cambiar el color del vino?
¿Quién pondría falsa constitución sobre
el canto?
Abraham Lincoln estaba ahí
Y la noche era de algodón
¿recordarás?
Ebrio estuve oh joven sin nombre
Mujer sentada al lado de mi estrella
Ebrio en una de mis muertes
Y pasabas
Con el viento de Harlem entre los labios
Con la huella morada de las viejas cadenas en las muñecas
Con el canto de los algodoneros en tiempo de blue
"Algazara habrá en el reino
Aleluya
El amor ha venido corazón de lámpara
Después del espíritu comunicante de Caroline mío
es el canto de
bodas de las vírgenes
Aleluya
Mirada fuí por dos ojos extranjeros en el templo y era un pájaro
enfurecido aunque sonriente para mí
Aleluya
Oh tía Prudence y pastor Thompson conductores del vaso
perdido en el aire ya no soy una flor
Aleluya
Vino el amor incendiado en los ojos del extranjero y se abrió
el
amor para mí y ahora diviso las puertas del reino
Aleluya
Aleluya"
Y no habrá sino un sueño tía Prudence pastor
Thompson
Yo estaba lejos y míos eran los himnos de la soledad y del
retorno
Mía la visión flotante
El vaso que comunica ausencia
Míos los temblores y los exorcismos
Y ella de cielo en cielo
Con otras manos alrededor de su garganta,
etc, etc.
[...]
en El Mostrador
Santiago, julio, 2000.