Mauricio Redolés: "La poesía está botada en
la calle"
| Poeta y músico, dice que cuando chico
quería ser biólogo marino El autor de “¿Quién mató a Gaete?”, que el año
pasado fue nominado al Premio Altazor por sus méritos literarios, ahora
postula al mismo galardón, pero en el apartado musical, por su disco “En
Shile”.
Mauricio Redolés
tenía 17 años y leía como contratado a García Lorca, Neruda y Parra
cuando, en sus cuadernos de colegial, empezó a garabatear sus propios
poemas. Durante tres años siguió tranquilamente sacándole punta al
lápiz, hasta que todo cambió abruptamente: tras el golpe militar fue
detenido y torturado, y luego partió exiliado a Inglaterra, donde se
aferró como lapa a la escritura y a su otra gran afición, la
música.
Desde que volvió a Chile, asunto que ocurrió en 1985, su
doble constancia ha entregado un voluminoso libro, “Estar de la
poesía o el estilo de mis matemáticas”, que reúne lo mejor de su
trabajo literario, y varios discos (“Bello barrio”, “¿Quién mató a
Gaete?” y “En Shile”, entre ellos) con poemas-canciones de su autoría e
interpretadas por él mismo.
El año pasado, por tu libro,
fuiste nominado al Premio Altazor en la categoría literatura. Ahora,
para la nueva repartija del mismo premio, estás nominado -por “En
Shile”- en una categoría musical. ¿Dónde te sientes más cómodo, en la
música o en la poesía? -En la poesía. La música es una ciencia,
una ingeniería muy precisa. La poesía no tanto.
Pero tú a la
poesía le agregas tus matemáticas. -Eso lo tomé de Sábato, que
dice que nadie habla del estilo de sus matemáticas. Para mí, la poesía
tiene que ver con estar, en el sentido de lo provisorio, pero también
con estar loco: estar del tomate, estar de la cabeza. Y también con las
propias cuentas que saca uno con el lenguaje: las sumas, las restas, las
multiplicaciones, las divisiones que uno va haciendo en una recta
numérica personal.
¿Y en tus cuentas con el lenguaje entra
directamente la calle? -Borges decía que las metáforas más
poéticas vienen de la calle. Una vez Borges iba saliendo con un bastón
del Metro y estaba lloviendo, y un vendedor le dijo: “Caballero, se le
secó el arbolito”. Eso a Borges lo dejó con la idea de que la poesía
está botada en la calle. A lo mejor lo mío es un poco herencia de mi
madre, que siempre tuvo oído para el lenguaje callejero. Ella era una
gran lectora, recitaba de memoria poemas enormes.
¿Poemas
tuyos? -No, no. Mis padres tenían una gran distancia con mi obra.
Aunque en los últimos seis años mi mamá ha apreciado mi creación, sobre
todo la canción “El espejo”. Pero ella se sorprende con mis seguidores.
El otro día salí de su casa y corrió una niña hasta su puerta y le dijo:
“Señora, perdón, ¿la persona que salió de aquí es Mauricio Redolés?”.
“Sí, es mi hijo”, respondió ella. “¿Su hijo? No lo puedo creer, yo soy
su admiradora desde los diez años”.
Y recién ahí tu mamá se
dio cuenta de quién era su hijo. -No, si ella va a mis recitales
y cacha. Pero se sorprendió de que esto pasara en la calle.
¿Y
tu padre? -Él murió en 1985 y nunca dijo nada. Lo único que una
vez le escuché decir de mí fue: “Ese huevón no canta, grita”. Me acuerdo
que él cantaba bien, tenía buen timbre.
¿Cómo te metiste en la
escritura? -De adolescente leí a Cortázar y quedé maravillado.
También fue muy importante leer “Walking around”, de Neruda; “Poeta en
Nueva York”, de García Lorca, y “Obra gruesa”, de Nicanor Parra. A los
17 años, lo recuerdo bien, pensé por primera vez que lo único que iba a
hacer en serio en la vida, lo único que iba a amar, sería la literatura.
Más que la biología marina.
¿La biología marina? -De
chico quería ser biólogo marino. Me gusta el mar, me gustan las nutrias,
los erizos. Pero al final lo que me hizo ver las cosas con total
claridad fue “Patas de perro”, de Droguett. Esa lectura fue
decisiva.
-¿Reconoces pares en la literatura? -Yo me
siento literariamente súper acompañado por Pezoa Véliz, por
Droguett. Aunque más que de autores, me siento muy cerca de
obras. El poema “El gallinero”, de Maquieira, me encanta.
Quisiera haberlo escrito yo. Me pasa lo mismo con “Bien común”,
de Jorge Montealegre. O con algunos poemas de Eduardo Llanos.
Incluso creo que he tratado de copiar a Claudio Bertoni, porque
él a mí me volvió loco. En Inglaterra leí una versión de “El
cansador intrabajable” que le había regalado a Nemesio Antúnez.
Don Nemesio me la prestó y ahí se me abrió otra
ventana.
¿Eso lo sabe Bertoni? -Hace poco, el
31 de diciembre, le regalé mi libro y después él me dijo que le
había gustado. Entonces le conté que lo único que yo hacía era
tratar de copiarle a él.
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Lunes 25 de febrero de 2002
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