Diagnóstico precario
Por Rodrigo Flores Sánchez
I
En “La poesía chilena y la intemperie”, Roberto
Bolaño comparaba la poesía chilena con un perro. No
con un dóberman o un bóxer, sino con un perro quiltro,
es decir un perro sin linaje o raza. Para el autor de Los detectives
salvajes la intemperie se relaciona con el desguarnecimiento vital
que impera en las escrituras que se asumen a sí mismas como
un proyecto estético vinculado a una condición histórica
determinada, es decir como una ética y como un hecho contingente.
La escritura de poemas no responde a ninguna necesidad concreta y,
sin embargo, se sitúa en un campo de incidencia social, cultural,
ideológica e histórica. George Steiner observa: “La
estética sabe a sentimiento de culpabilidad, de radical incomodidad
ante el producto ya terminado. No se trata de que el poema, la sinfonía
o el lienzo pudieran no existir, sino de que no responderían
a ninguna necesidad”. En este sentido, los actores involucrados en
la poesía escrita en México (editoriales, revistas,
instituciones culturales y los mismos poetas) escasamente se cuestionan
sobre su mismo quehacer, salvo en contadas ocasiones, y persisten
en reelaborar los antiguos esquemas de producción estética,
sin transformar estas prácticas más que a manera de
intención o comentario injustificado. Estos actores juzgan
la presencia de La Poesía no únicamente necesaria,
sino imprescindible.
En general la producción de poemas, al menos una buena parte
que es avalada por el aparato cultural, no se parece a un perro callejero.
En todo caso tiene pinta de cacatúa. Hablo de escrituras que
lejos de proponer nuevas vías expresivas buscan adaptarse y
acomodarse a un sistema de gustos ya instaurado. En “El artista serio”,
Ezra Pound presta atención a este tipo de conformismo: “Si
el artista falsifica sus informes para adaptarse al gusto de la época,
al decoro de la soberanía, a las conveniencias de un código
ético preconcebido, entonces ese artista miente”. Tal vez la
poesía que se escribe en México (llámese marginal,
oficial o independiente) no se parece a ningún integrante de
la fauna. En todo caso, desde una perspectiva melodramática,
se parece a un callejón sin salida, o casi sin salida, o desde
un enfoque más jocoso, a la casa de la risa.
II
Soy de la opinión de que algunas veces los poetas mexicanos
“consagrados”, dentro de un canon fácilmente localizable, pecan
de autocomplacientes. He leído algunos textos en los que los
vates nacionales,
con tal de “conmover” y “emocionar”, cifran su escritura en el melodrama
y claman: “Maldito quien crea que esto es un poema”. Otros, por el
contrario, revelan su aburrimiento y contagian su propio tedio autoconfesional
a los lectores: “He cometido un error fatal/ ?y lo peor de todo/ es
que no sé cuál”. Algunos más elevan a categoría
del espíritu una poética de miscelánea o tianguis
espectral, tanto en los referentes como en su repertorio formal: “¿Compraré
jamoncillos en Perote?/ ¿Habrá petunias en Fortín,/
nieve en Las Vigas o en El Cofre?/ En Altotonga y Martínez/
subimos a los montes,/ y allí cortamos peras de oro dulce,
manzanas y chayotes ásperos e hirsutos…”. La lista de ejemplos
desafortunados crece a medida de que nos acercamos a los escritores
más recientes.
III
Evidentemente estas referencias están lejos de conformar la
totalidad el presente de la poesía escrita en México.
Sin embargo, son prototipos de escrituras que reflejan el estado de
la producción poética.
Una de las posibles causas que podrían explicar la situación
actual es la escasa participación de movimientos críticos-renovadores.
La presencia de las vanguardias históricas en México
fue anómala en relación con los otros países
de Latinoamérica. En lo que atañe directamente a la
poesía, la única corriente programática de esta
clase, el movimiento estridentista, estuvo lejos de proponer un horizonte
crítico y estético que confrontara el pasado canónico
y planteara nuevos problemas. En su lugar instauró la proclama,
la provocación y el texto propagandístico como recursos
de autolegitimación, mientras que sus poemas, aunque ubicaban
como pautas referenciales a “lo nuevo” (las locomotoras, los automóviles
y el telégrafo), no fijaban una estrategia discursiva en donde
la modernidad “hablara”.
La experiencia de José Juan Tablada es ejemplar en lo que
a vocación experimental se refiere. Este autor, que no perteneció
a ningún movimiento colectivo, propuso una renovación
radical del repertorio formal al introducir en México el haikai
y el caligrama, trazando una línea paralela con la obra de
escritores tan disímiles como Guillaume Apollinaire y Vicente
Huidobro. Además, su obra marca una pauta de concentración
semántica y formal que heredaría el grupo de escritores
vinculado a la revista Contemporáneos. Sin embargo,
la condición de Tablada es insular y su obra no incide ni coincide
directamente con la problemática del presente de la poesía
escrita en México.
Otro movimiento tardío, el infrarrealismo, fundado por Roberto
Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro a mitad de la década
de los 70, a pesar de sus buenas intenciones, fue incapaz de crear
puntos de referencia verificables que transtornaran el clima de pax
octaviana, que, en algunas ocasiones, parece estar aún
vigente. En realidad, siempre han sido casos aislados e individuales
los que han motivado una tenue movilización crítica.
Gerardo Deniz, Max Rojas o José de Jesús Sampedro son
algunos autores que han roto con la aparente naturalidad de la recepción
armónica del objeto poético. Desde sus distintas obras,
en ocasiones desconcertantes, han interrumpido la dinámica
del divertimento espiritual, proyectando oscilaciones lingüísticas
y temáticas no privilegiadas con anterioridad.
IV
De acuerdo a lo enunciado anteriormente, una de las posibles causas
de la aparente estabilidad o inmovilidad de la poesía mexicana
reciente es la escasa incidencia de confrontación crítica,
lo que no basta para realizar un diagnóstico preciso. Otra
causa sería la endogamia entre el Estado y la figura del artista,
problema que tiene una larga tradición. Es posible vislumbrar
el clímax de este matrimonio en la aparición del escritor-funcionario.
Esta experiencia, hoy convertida en rutina, tiene su punto decisivo
en el período en el cual algunos miembros nucleares del grupo
Contemporáneos (Jaime Torres Bodet, José Gorostiza,
Salvador Novo y Bernardo Ortiz de Montellano) obtuvieron como prebendas,
o, al menos, ocuparon, diversos cargos diplomáticos y públicos.
A pesar de las carencias económicas, el alto nivel de desigualdad
social y el bajísimo nivel de educación, México
es uno de los países con un aparato cultural que mayores auspicios
ofrecen a los artistas, y, en este caso, a los poetas. Aunque a últimas
fechas el Estado ha revisado y hecho transparentes los procedimientos
de selección de sus programas de becas para los artistas, que
van desde Jóvenes Creadores hasta el Sistema Nacional de Creadores
de Arte y el Programa Nacional de Creadores Eméritos, es urgente
un análisis más exhaustivo. Por otra parte, es escaso
el movimiento que existe dentro de los escritores que se insertan
en los círculos oficiales. En ocasiones, algunos becarios llegan
a recibir esta clase de apoyos en múltiples períodos
sin que lleguen a publicar una sola obra. Mi posición en este
sentido es distante de quienes propugnan la desaparición de
los programas de apoyo dentro de las instituciones culturales. Sin
embargo, creo que es importante problematizar, analizar y estudiar
con seriedad la efectividad del funcionamiento de la burocracia cultural
en nuestro país.
V
Los grupos organizados de disidencia cultural tampoco han ofrecido
una respuesta favorable. En Estados Unidos, e incluso en otros países
latinoamericanos, como Perú, Chile y Argentina, los núcleos
de resistencia plantean círculos de reflexión que constantemente
ponen, si no en crisis, al menos en entredicho, los principios en
los cuales descansa la operatividad de las prácticas estéticas
reconocidas, y por ende, del lenguaje poético aceptado.
Un ejemplo de lo anterior sería Innovators and outsiders,
antología de poesía estadounidense compilada por Eliot
Weinberger. Este libro, que incluye propuestas de autores como Charles
Olson, Muriel Rukeyser, Robert Duncan, Robert Creeley o David Antin,
demuestra que el ejercicio la innovación en la composición
de escrituras poéticas en Estados Unidos, al menos durante
la segunda mitad del siglo XX, se generó desde sitios no privilegiados
por los grupos de poder. Por su parte, en Chile, durante la última
década, los autores más recientes, de entre 20 y 30
años, han creado un movimiento que ha ido cobrando importancia
paulatinamente. Autores como Elizabeth Neira, Felipe Ruiz, Héctor
Hernández, Arnaldo Donoso, Diego Ramírez o Paula Ilabaca
asumen su quehacer como una constante descontextualización
del espacio asignado al poema. Como antídoto ante la solemnidad,
y a lo que Nicanor Parra llama la cultura del “tonto solemne”, su
actividad ha rebasado el campo de la escritura y la lectura sentenciosa,
redimensionando el circuito social del poeta mediante el performance,
la intervención de espacios públicos, ámbitos
de oralidad radical, y otro tipo de prácticas.
La situación en México es distinta y no podría
ser de otra manera. Las condiciones de producción cultural,
la tradición literaria, y el desarrollo histórico y
social son diferentes. Sin embargo, estas divergencias no son motivo
para justificar los vicios e inercias que aquejan a los colectivos
vinculados a la oposición cultural, tanto en círculos
universitarios, talleres literarios, y revistas y editoriales independientes.
Estos grupos han sido incapaces de generar otras condiciones de recepción
de la poesía, es decir, no han tenido la pericia necesaria
para crear otro tipo de lectores. Mientras algunos eligen el sectarismo
y el aislamiento como operaciones de autolegitimación, otros
practican una especie de masificación ingenua sin criterio
aparente, confundiendo las prácticas estéticas con el
asambleísmo demagógico o litúrgico, en tanto
que unos más optan por el catecismo anti-institucional como
vía de supervivencia. A pesar de lo anterior, es posible decir
que es justo desde las iniciativas independientes donde en los últimos
años se han generado los procesos de reflexión, diálogo
y producción escritural de mayor alcance.
VI
Al inicio de este texto hablaba de la intemperie vital que es consustancial
a las escrituras que se conciben a sí mismas como productos
contingentes e inherentes a una condición histórica
determinada. Con esto me refiero a propuestas en las que la porosidad
creativa funciona como anticuerpo ante el marasmo crítico que
persiste en una buena parte de la producción estética
actual.
Las gramáticas de lo sublime, auténtico, puro y esencial
normalmente tienen como origen una renuncia o denuncia de cariz ideológico.
Es decir, en una escisión frente a otras actividades humanas
o hacia realidades más demandantes que aparentemente estarían
fuera del campo de operatividad del poema. Toda una ideología
separatista o todo un resabio ideológico. Como si el pensamiento
y la crítica de poesía fueran únicamente acompañamientos
ornamentales, y no respondieran a una necesidad consustancial en el
desarrollo de la creación.
En una conferencia pronunciada en la Residencia de Estudiantes de
Madrid en 2004, Antonio Gamoneda señalaba: “La poesía
no es literatura (…) La literatura es una creación humana grandiosa,
pero la literatura es ficción y la poesía es realidad.
La literatura narra, describe, explica o representa, y todo ello lo
hace dentro de la ficción. La poesía no es ficción
sino parte de la vida, de nuestra propia vida. Lo es con independencia
del género ?esto es quizá importante? en que se manifieste”.
Al leer esta afirmación, que es al mismo tiempo una declaración
de principios, me llamaron la atención dos puntos: la escisión
que hace el autor entre literatura y poesía, y la intuición
de la posibilidad de que la poesía sea a-genérica o
trans-genérica, muy a tono a los conceptos desarrollados por
Haroldo de Campos en “La superación de los lenguajes exclusivos”.
Gamoneda propone un carácter casi ontológico para la
poesía, como un ámbito intransferible e inalienable.
Pero al mismo tiempo deja ver que ésta es susceptible a presentarse
en cualquier género. La contradicción es evidente y,
sin embargo, para el poeta, ésta es coexistente al campo de
creación.
Si la poesía no formara parte de la literatura, la escritura
poética estaría sellada frente a los ámbitos
de reflexión y crítica en torno a la literatura. A diferencia
de Gamoneda, creo que la poesía no es únicamente susceptible
a ser estudiada, considerada o contrastada desde la crítica
literaria, sino desde otros ámbitos de reflexión como
el psicológico, el sociológico, el lingüístico
y el histórico. De hecho, creo que es una responsabilidad del
productor de poemas el sustraer a la poesía de su supuesto
lugar esencial y volverla a impregnar de espacios deliberadamente
no poéticos.
Desde esta perspectiva, es posible observar en los textos de algunos
poetas latinoamericanos más recientes ciertos desplazamientos
y atomizaciones en el cuerpo de la escritura, que demarcan una parcela
más o menos precisa frente a las poéticas centrípetas
que permean en la mayoría de los autores nacidos en la década
de los 50 y 60, e incluso a algunos nacidos a principios de los 70.
La búsqueda de la esencia o del centro en estos nuevos autores
ha sido desplazada por la experimentación lingüística
y el despliegue de una nueva conciencia crítica y verbal que
rechaza todo espacio ideológico cedido de antemano. El afuera
se materializa y usurpa el área nuclear de la escritura, posibilitando
nuevos ámbitos de lectura y reflexión. Evidentemente
es muy temprano para realizar un examen riguroso sobre la situación
de los poetas latinoamericanos a los que me refiero.
Sin embargo, quisiera terminar con dos preguntas que me hacía
en un texto publicado recientemente: ¿No se estará abriendo,
en el espacio histórico de la escritura latinoamericana, una
brecha?, es decir, ¿no estaremos ante la gestación de
otra aventura, a pesar de los apotegmas y profecías lanzadas
desde la clausura y el repliegue?
Rodrigo Flores Sánchez
(1977, México, D.F). Estudió la licenciatura en Comunicación
en la Universidad Iberoamericana, habiendo recibido mención
honorífica por su tesis Erotismo y transgresión en
el primer Aleixandre. Actualmente cursa la maestría en
Letras Modernas en la misma institución. Fue elegido para cursar
estudios de intercambio en la Universidad de Deusto, en la ciudad
de Bilbao (2005). Es fundador y miembro del consejo directivo de Oráculo.
Revista de poesía, que ha sido distinguida en tres ocasiones
con la beca Edmundo Valadés de Apoyo a las Revistas Independientes,
que otorga el Fonca (Fondo Nacional para la Cultura y las Artes).
Participó en Poquita fe. Encuentro internacional de jóvenes
poetas, celebrado en Santiago de Chile en 2004. Ha participado
en los talleres literarios impartidos por Enriqueta Ochoa, David Huerta,
Guillermo Samperio, Francisco Hernández, María Baranda
y Eduardo Milán. Sus textos han aparecido diversas revistas
y en los diarios El Universal, Excelsior y Novedades. Ha publicado
Baterías (Literal, 2005) y Estimado cliente (Salida
de emergencia-Fata Morgana, 2005). Coordinó el número
de mayo-junio de 2005 de la publicación electrónica
http://mexicovolitivo.com, dedicada en esa ocasión a la poesía
chilena reciente. Es miembro del comité organizador de Estoy
afuera. Encuentro iberoamericano de poetas jóvenes, a celebrarse
en la Ciudad de México en octubre de 2005. Ha traducido poemas
de Muriel Rukeyser, David Antin y Jack Spicer