Acerca de “Ciudad Sur” de Luis Antonio Marín
Rodrigo Hidalgo
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Luis Antonio Marín (Lota, 1972), es periodista y ha vivido entre Santiago y Temuco. El 2006 publicó la novela Palacio Larraín (Editorial La Calabaza del Diablo), y ahora, a finales del 2011, acaba de publicar Ciudad Sur (Editorial Del Aire), libro al que me referiré, seamos francos, tratando de hacerle abierta publicidad.
Digamos para comenzar que hay una continuidad entre el primer libro y este segundo. En Palacio Larraín (edificio real ubicado en Cienfuegos con Moneda, Santiago) se dan cita una pléyade de personajes sórdidos y delirantes, novios de la muerte, juglares desencantados, como Danilo Stone y Aliro Perver-rroel, quienes reaparecen ahora en Ciudad Sur. Hablamos de jóvenes intelectualizados, críticos consumidores de arte, escandalizados o indignados por la estupidización del ambiente y la desubstancialización de la política. Poetas que disparan contra la corrupción política y cultural, con un trago en la mano, a medio camino entre el hedonismo y el cinismo. Suicidas, decadentes, gañanes tristes y violentos. Marín se ríe, con una mezcla de cruel escarnio y ternura, de ellos como de sí mismo. De los escépticos, de los políticamente incorrectos, como se ha dicho. [1]
Si en Palacio Larraín la portada del libro era una pintura que recordaba al álbum “basuritas” (¿se acuerdan?), un dibujo con personajes deformes, grotescos, asquerosillos; ahora, en Ciudad Sur, la portada es un automóvil que no puede sino evocarnos a los amplios vehículos en que se desplaza o desplazaba la mafia. Creo que de lo que se trata es de un sutil cambio de perspectiva. De caricaturizar a la propia tribu, Marín pasa a caricaturizar a los que la rodean, incluyendo por cierto a sus “enemigos”: los poderosos. Entonces, en Ciudad Sur, Marín desarrolla un nuevo muestrario de monstruos, un nuevo “carnaval de esperpentos” como él mismo ha dicho, [2] y por cierto algunos de ellos, cada cual más corrompido que el otro, son alter egos de personajes reales, públicos. Periodistas, gestores culturales, empresarios, políticos, abogados, académicos, famosillos de la televisión, y por supuesto, escritores y poetas. En este sentido, la estrategia de Marín me recuerda a otro autor, conocido y odiado acaso por lo mismo. Me refiero a Gonzalo León, quien en sus libros hace actuar con sus propios nombres y apellidos a pintores, rockeros y poetas, la mayoría de los cuales están vivos y tras saberse caricaturizados terminan detestando al lengua-larga de León, quien no se ha guardado jamás de decir que fulano es alcohólico o que mengano se acostó con zutano. Lo propio hace Marín, solo que disfraza cándidamente algunos nombres y apellidos. Y claro, lo que busca es la ironía en ese arbitrario esconder “ingenuo”. [3] Recuerdo a Jodorowsky hablando del poeta Neruña y de la poetisa Estrella Díaz Varúm en El Loro de 7 lenguas. Quiero decir que este recurso no es nada nuevo tampoco, pero no por ello resulta menos risible. La pluma de Marín es perversa y rocambolesca. El libro se lee con deleite. Hay algo de Silvio Astier, de Barsut, porque como en Roberto Arlt, la abyección parece ser para estos personajes, más que un destino ineludible, el único camino para la doble redención, es decir para “perdonar” al mundo y para “ser perdonado” por éste: la única forma de (sobre)vivir.
Ahora veamos. El libro consta de 17 relatos imbricados (y 70 notas). El primero es la historia de un tipo que asesina a 2 beatas ancianas. El libro abre con esta suerte de anticipo o advertencia al lector, para que sepa la podredumbre moral que vendrá. Luego el naipe se desordena. Se suceden hechos y perfiles casi como anécdotas. Hay personajes laterales, que no tienen importancia en el “macro-relato”, pero que contribuyen a dar solidez a la atmósfera decadente general de la Ciudad Sur. Como el ya mencionado asesino de las beatas, o el chamán místico Jimmy Coyote, por ejemplo, que protagoniza otro de los relatos. En un par de relatos desfilan algunos poetas mapuches, en otros lo hacen las mujeres con las que ha tenido relación Antoine Roquentín (el personaje alter ego de Marín), y por cierto en otros tantos lo hace el propio Roquentín, contándonos sus andanzas entre Santiago y Ciudad Sur. La mayoría de los personajes terminan compartiendo fechorías, pelambres, o iniciativas destinadas al fracaso, vinculándose entre sí, aventuras en las que también reaparecen, como se ha dicho, algunos personajes del primer libro de Marín.
Pero el clímax llega, o más bien radica, en los 3 o 4 relatos dedicados a Carlos Barra Acún, personaje clave, que es el corrupto por excelencia, un emprendedor en la nomenclatura de nuestros neoliberales gobernantes, un delincuente de cuello y corbata, poderoso y blindado, como el hermano del presidente del país. Barra Acún es el fundador de una universidad privada, promotor de actividades ilícitas como la etnoprostitución, un empresario matón que goza de impunidad pagando a jueces y periodistas, en fin, una joya. Pero no he podido establecer con certeza a quién encarna Barra Acún. La verdad es que varios famosos califican, y acaso yo sea muy torpe para visualizar la identidad de este sujeto. Me gustaría preguntarle directamente a Luis Antonio Marín: en quién te inspiraste, una mezcla de Marambio con quién es este Barra Acún. Porque no es difícil descubrir al ex senador Lavandero convertido en el senador Banderas. Pero Barra Acún se me escapa. Bravo por ello.
No quisiera finalizar si decir al improbable lector/auditor, que Ciudad Sur, era que no, es un libro difícil de conseguir, que como mucha de la buena literatura actual, no se halla en la librería del mall. Pero si lo encuentra, y es usted de los chilenos que dicen tener un buen sentido del humor, humor negro, claro, incisivo y denso, entonces cómprelo. Le aseguro que sin conocer ni identificar a los poetas aludidos, se reirá de buena gana, y serán 5 lucas bien gastadas.
Una versión de este comentario
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