Proyecto Patrimonio - 2012 | index | Rodrigo Hidalgo | Autores |






 


Apuntes para un comentario sobre “Soldados Perdidos”, de Alejandro Cabrera

Por Rodrigo Hidalgo

 

.. .. .. .. .. . .. . 

Ficha básica. “Soldados perdidos”, de Alejandro Cabrera Olea, es su tercer libro. Publicado por Editorial Das Kapital. En librerías y otros negocios del ramo tiene un valor aproximado de $12.000 pesos. Saque la cuenta, son 350 páginas. Cada página a 34,3 pesos: una ganga. No, en serio. Una baratija si considera además, el pedigrí de Alejandro Cabrera: se trata de un escritor que además es guionista de telenovelas tan exitosas como “La Fiera”, “Romané” y “Amores de Mercado” (todas de TVN). Más encima es integrante del grupo musical Transporte Urbano.

Ahora, dejándonos de chacota, esta novela de Alejandro Cabrera me hizo pensar en esos libros que son tan experimentales que al lector lo hacen sentir francamente idiota. No, mentira. Exagero. Cualquier lector puede enfrentarla sin problemas. A lo mucho quedará ligeramente mareado, confundido. Imagino un estudiante, adolescente onanista, o una quinceañera ipod-conectada, dejando el volumen sobre una mesa e inquiriendo con mohín de desagrado, “sí lo leí profe, pero no caché ná, ¿de qué se trataba al final?”

Lo que pasa es que es una novela que cuesta entender bajo la imagen rígida o la idea convencional de una novela. A veces este libro parece más un conjunto de relatos imbricados. Como ya han señalado algunos críticos[1], la estructura de “Soldados perdidos” es tan fragmentaria que cuesta a ratos entender qué parte se supone que era real y qué parte era una ficción sobre esa supuesta realidad. A eso se suma que el libro es como una muñeca rusa: relatos dentro de relatos dentro de relatos. Nos encontramos (enumere): pedazos de un diario de vida, una bitácora de viaje, apuntes o ideas para cuentos futuros, un artículo para una revista de cine, 3 cuentos firmados por el protagonista de la novela, y 4 capítulos por donde se supone que corre la novela propiamente tal, relatada a veces en tercer persona, otra veces en la voz del protagonista, otras veces en la voz del co-protagonista. ¡Chuta! Tranquilo: al menos se puede identificar al protagonista. Es un joven aspirante a escritor llamado Rodrigo Rojas, que firma con seudónimo de Juan Perro o Jhon Dog. Y si hemos de seguir las sugerencias de los entendidos, que acusan a Cabrera de engrosar las filas de los Bolañistas [2], entonces Juan Perro es Ulises Lima y su Arturo Belano es el igualmente errático y marginal Robinson Guajardo, consorte del soldado perdido principal.

Porque son 2 soldados perdidos los que nos llevan a Nueva York y a Buenos Aires, cometiendo fechorías de distinta envergadura, perseguidos por sus propias vidas deshechas. Sujetos perdidos. Pero ¿por qué soldados? ¿De qué guerra?

Acá corresponde que confiese nuevamente mi propio y personal gusto. Este libro, incluso a pesar de su estructura laberíntica, de su desafiante complejidad, tiene un trasfondo, una atmósfera que nos resulta familiar. Estos “Soldados perdidos” son, a la postre, sobrevivientes o veteranos de nuestro propio Vietnam: la dictadura y la post dictadura. O sea, el libro me agarró por el componente generacional, la voz que por haber nacido en 1970 se le escapa, se le nota, se le cuela a Cabrera. ¿O es deliberado? No lo sé. Y creo que no importa. La verdad es que al leer el libro, da la sensación de que lo “político” a nivel discursivo, no fuera en realidad importante. Es contextual, es el telón de fondo, la escenografía. Esto es algo que también ya ha dicho alguna crítica.[3] No son elementos determinantes, sino sutilezas las que hacen que uno sitúe a estos jóvenes degradados en ese peculiar contexto histórico, hecho de desencanto, desesperanza, derrota, decadencia, fracaso, y todos los vocablos que usted quiera dentro de ese ingrato campo semántico que fueron los 80s y 90s. No es determinante para el libro que el vejete al que quieren asesinar Juan Perro y Robinson, sea un ex militar pinochetista. No. Y lo demuestra el propio Cabrera, cuando narra este mismo episodio –el del asesinato- sin ese componente “político”. Cuando los jóvenes salen de la cárcel por haber matado al viejo, y relatan por fin el momento exacto del asesinato, siguiendo el ya anunciado juego de contar, modificar y recontar las historias, resulta que no era a fin de cuentas más que un viejo débil, un viejo seco y punto. No era pinochetista ni militar ni ex colaborador ni nada. Porque de un cuento o capítulo a otro, las cosas cambian. De pronto lo que era no fue. Es la dinámica entre lo real y lo ficticio, entre la vida y la literatura. Cabrera deja un espacio al lector difícil de abordar si el lector no es atrevido. Usted decide. La ambigüedad queda ahí, como único final principal o resultado tras cerrar el libro: ¿era un viejo de mierda militar y pinochetista? ¿o sus asesinos sólo querían que eso creyéramos?

No hay en ningún momento un discurso explicativo, un por qué Juan Perro es tan parecido a esos antihéroes hijos de la derrota, a nuestros compañeros de generación ahogados en las más diversas formas de autodestrucción. Juan Perro es así y punto. Que uno sepa o crea entender por qué se puede comportar alguien así, es mera empatía. Juan Perro se desmiente a cada rato. Cuenta un cuento y luego te dice que el cuento se lo robó a X, y te cuenta el cuento de cómo lo robó. Tras eso, te dice que todo es mentira. No se le puede creer.

Entonces vuelvo al punto de partida de estas líneas, y digo claro, tanto fragmento, tanta caja china, tanto juego verdadero o falso, para algún lector puede resultar más que molesto. Yo soy de esos. Pero en este caso, debo reconocerlo, me atrapó. Además porque si uno lee cada capítulo o cuento por separado, se sostienen perfectamente y son relatos crueles, sangrantes, que hablan de la profunda herida que es este país donde un funcionario que rehabilita adolescentes y niños de la calle, puede tras bambalinas ser un pedófilo o un abusador.

¿Es así este país? ¿O así nos gusta verlo? ¿O así estamos acostumbrados a contarlo? Creo que en esa ambigüedad radica la fuerza del libro. Novela o conjunto de relatos, me da lo mismo. Ése es el arma y la brújula de estos soldados perdidos. Mención aparte merece la portada de la edición, excelente manera de graficar cómo se superponen las imágenes de un mismo personaje. Como una capa encima de otra, como una voz encima de otra. Las versiones de sí mismo cuenta un país, un individuo.

 

por Rodrigo Hidalgo
Una versión de este comentario
se emitió por Radio USACH, 94.5 FM, 
en el programa ACCESO LIBERADO
(sábados de 14:00 a 15:00 hrs.)

 

NOTAS

[1] Patricia Espinosa en LUN: http://www.lun.com/

[2] Camilo Marks en El Mercurio.
http://diario.elmercurio.com/

[3] Roberto Careaga en La Tercera:  http://diario.latercera.com/ y Diego Zúñiga en Qué Pasa
http://www.quepasa.cl/

 




 


Proyecto Patrimonio— Año 2012 
A Página Principal
| A Archivo Rodrigo Hidalgo | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Apuntes para un comentario sobre “Soldados Perdidos”, de Alejandro Cabrera.
Por Rodrigo Hidalgo