"Sonetos a
Orfeo"
de Rainer Maria
Rilke
.... En la torre
fortificada de Muzot, Rilke supera su sequía creativa llevando a cabo -
de manera casi épica- los ciclos poéticos "Elegías del Duino" y "Sonetos
a Orfeo". El psiquiatra Otto Drr, quien ya ha publicado su traducción
del primer ciclo, en este artículo nos introduce en el segundo y
adelanta algunas de sus versiones comentadas del mismo, las cuales se
publicarán próximamente.
Por Otto Dörr Zegers*
..... Todo el ciclo de los 55 "Sonetos a Orfeo" fue
escrito por Rilke en un rapto de inspiración en febrero de 1922, algunos
días después de terminadas sus famosas "Elegías del Duino". Lo que lo
estimuló a hacerlo fue la muerte en 1919 de una joven y hermosa
bailarina, Wera Ouckama Knoop, por quien él sentía una gran admiración.
En una carta a Margot Sizzo del 12 de abril de1923, el poeta habla de
ella en los siguientes términos: "Esta hermosa niña, que comenzó primero
a bailar y llamaba la atención de todos los que la vieron por su arte
innato del movimiento y la transformación (...) le declaró un día a su
madre que ya no podía o no quería bailar más... (...) Su cuerpo cambió
de un modo muy peculiar: sin perder sus hermosos rasgos orientales, se
tornó extrañamente pesado y macizo... (lo que señaló ya el comienzo de
su misteriosa enfermedad glandular, que tan pronto la conduciría a la
muerte). En el tiempo que le quedó, Wera se dedicó a la música y por
último, sólo al dibujo, como si la danza que le había sido vedada
hubiera seguido brotando de ella, pero en forma cada vez más suave y
discreta...".
Orfeo y los Sonetos
..... En enero de 1922 estuvo dedicado Rilke a
redactar algunas notas sobre la enfermedad de Wera, de modo que se
estableció para él un nexo necesario entre la temática órfica - que lo
venía preocupando en el último tiempo- y la figura de la muchacha muerta
prematuramente y así, en una carta a su editor Hulewicz, del 13 de
noviembre de 1925, escribe: "... (ella), cuya inmadurez e inocencia
mantiene abierta la puerta del sepulcro, de modo que habiéndola
atravesado pasa a pertenecer a esos poderes que mantienen fresca una
mitad de la vida y se abren hacia la otra mitad, sensible como una
herida". Pocas figuras mitológicas impresionaron tanto al poeta como
Orfeo, y al parecer, ya antes de la muerte de la muchacha bailarina
había abrigado la idea de escribir un ciclo de poemas en su honor. La
leyenda, bella y triste, reza así:
......Orfeo, hijo de Eagro, Rey de
Tracia y fiel adorador de Apolo, fue como éste un gran músico, además de
teólogo y poeta. Todas las ninfas admiraban su talento y deseaban
tenerlo por esposo, pero a él sólo la modesta Eurídice le pareció digna
de su amor. El mismo día de su boda el pastor Aristeo, antiguo
pretendiente de Eurídice, intentó raptarla. En su huida por el bosque
ella pisó una víbora, cuyo veneno le causó la muerte. Orfeo, sin
consuelo, rogó a todas las divinidades para que le devolvieran a su
esposa. Eros terminó compadeciéndose y le permitió descender a los
infiernos a buscar a Eurídice, pero con la condición de no dirigir a
ella su mirada hasta llegar a la tierra. El lento camino de regreso, con
la vigilancia de Hermes, estaba por llegar a su fin cuando Orfeo,
encendido por el amor y la impaciencia, olvidó su promesa y miró hacia
atrás a su esposa. Eurídice le fue arrebatada por segunda vez,
sumiéndose Orfeo en un dolor infinito. Desoyendo los cantos de sirena de
las Ménades, sacerdotisas de Dionisio, que por un lado sentían una
pasión descontrolada por él y por otro lo odiaban por haber despreciado
el culto a su dios, se refugió Orfeo en las montañas, donde se dedicó a
encantar a la naturaleza con su música.
..... Este proceso es descrito por
el poeta en el primer soneto, que comienza con los versos: "Ahí se
elevó un árbol. ¡Oh pura trascendencia! / ¡Orfeo canta! ¡Oh,
árbol alto en el oído! / Y todo calló. Pero aun en el callar hubo
/ un nuevo comienzo, un cambio, una señal..." El último
soneto de la primera parte describe su terrible muerte en manos de las
Ménades, pero también el profundo sentido de su sacrificio: el habernos
dejado a los humanos en herencia la música y la palabra. Así es como en
el último terceto dice: "Sólo porque al último la enemistad,
violenta, te partió en pedazos / es que somos ahora nosotros los
que oímos y también la boca de la naturaleza". En el resto de los
sonetos Rilke trata, con un verso insuperable, las más diversas
materias, entre las que destacan algunos temas órficos, como la
celebración, el canto y la ofrenda y otros como la relación entre
inmanencia y trascendencia, el vínculo del amor con el dolor, el
maravilloso mundo que nos abren el gusto y el olfato y, por último, los
peligros que encierra el imperio de la técnica. La segunda parte
desarrolla temas como la respiración, el espejo, las flores, el
unicornio, el tiempo y la muerte, pero también vuelve sobre el tema de
la técnica. Como una forma de acercarnos a esta obra poética tan
trascendental reproduciremos, en una traducción propia, dos sonetos de
la primera y uno de la segunda parte, con sus respectivos
comentarios.
Soneto Nº 2 de la Primera Parte
Era una niña casi; nació
de una felicidad conforme de
canto y lira,
clara brillaba a través de sus velos de
primavera
y un lecho se hizo en mi propio oído.
Y ella durmió en mí. Y todo era su sueño.
Los árboles que
admiré un día,
la pradera sentida, esa sensible lejanía
y
todos los asombros que me conmovieron.
Ella durmió el mundo. ¿Cómo, oh dios del canto,
la
creaste, para que no anhelara primero
estar despierta? Mira, ella
nació y durmió.
Su muerte, ¿dónde está? ¡Oh!, ¿inventarás aún este
tema
antes que se consuma tu canto? ¿Hacia dónde,
desde mí, se
hundirá ella?... Era una niña
casi...
..... Este soneto comienza constatando que la joven
bailarina, cuya muerte prematura le inspiró todo el ciclo, no había
madurado todavía, que no había tenido el tiempo de desarrollar todas sus
potencialidades ("Era una niña casi"). El segundo y el tercer verso
describen su nacimiento feliz y "musical" ("de canto y lira") y su
logrado y brillante desarrollo, que en todo momento la hacía parecer
primaveral. En el cuarto verso de esta primera estrofa nos encontramos
de súbito con el misterio: "Y un lecho se hizo en mi propio oído". En el
soneto anterior Orfeo les había construido un templo en el oído a los
animales. Ahora es Wera quien, en la plenitud de su arte y juventud, se
construye un lecho en el oído del poeta. A primera vista uno podría
pensar que la metáfora alude a la posibilidad de que la música que
rodeaba a Wera haya impactado de tal modo al poeta que permaneció
resonando en sus oídos, en cierto modo habitándolo. Pero podría tratarse
también de un nuevo ejemplo de sinestesia, tan frecuente en la poesía
tardía de Rilke: el oído es mucho más que la capacidad de escuchar; él
no sólo puede, además, ver, como en la "Décima Elegía", sino también
recibir a alguien para que repose en él. Y esta interpretación se ve
corroborada por el primer verso del segundo cuarteto: "Y ella durmió en
mí". A mayor abundamiento, el poeta pasa a describir cómo ella lo habitó
hasta tal punto que sus propias experiencias, recuerdos y asombros
pasaron a ser el sueño de ella ("Y todo era su sueño...,
etc.").
..... El primer terceto comienza
con la afirmación "Ella durmió el mundo". No sólo las vivencias del
poeta, sino el mundo en su totalidad pasa a ser el sueño de la muchacha.
Una hermosa imagen de la muerte. La totipotencialidad de los sentidos y
el estar "abierta" Wera a "ambas mitades" - como dice Rilke en la carta-
le da a su condición de muerta una visión de tal amplitud que puede
abarcar el universo entero. Pero el poeta le reclama al dios por no
haberla dejado más tiempo "despierta" y permitirle así gozar de la
gracia de sus pasos de baile. Ahora bien, para Rilke la distancia entre
la vida y la muerte, entre este mundo y el otro, es tan pequeña, que en
la última estrofa llega a preguntarse si es que existe la muerte
realmente: "¡Oh!, ¿inventarás aún este tema antes que se consuma tu
canto?...". Pues, mientras exista Orfeo, mientras haya música, no hay
muerte; ésta es sólo un invento. Al igual que el amor, la música también
es capaz de superar a la muerte. La joven bailarina continuará viva,
entonces, aunque sea en el oído del poeta. En los versos finales él
vuelve a preguntarse por la existencia de la muerte, pero ahora con
menos seguridad y con un dejo de tristeza, atormentado quizás por la
duda sobre lo que irá a ocurrir con Wera cuando él ya no exista: "¿Hacia
dónde, desde mí, se hundirá ella?"
.....
Se
da, por último, un paralelismo que no podemos dejar de señalar: el que
existe entre Wera y Eurídice. Ambas mueren prematuramente en la plenitud
de su belleza y de su arte, pero antes de haber podido consumar el amor.
Ambas dejan a un artista desconsolado con su muerte: Eurídice, al músico
Orfeo y Wera, al poeta Rilke. Ambos artistas, tanto el mítico como el
real, superan en cierto modo su dolor a través de una obra genial: Orfeo
encanta a la naturaleza con su música, espiritualizando el mundo,
mientras Rilke crea esta serie de sonetos de una profundidad y belleza
incomparables y que están dedicados, justamente, a Orfeo.
Soneto Nº 15 de la Primera Parte
Esperad..., el sabor... y ya se escapa.
...Sólo algo de
música, retumbar de pasos, tarareos.
Danzad, muchachas mudas y
ardorosas,
¡danzad el sabor de la fruta conocida!
Danzad la naranja. ¡Quién puede olvidarla!;
cómo ella,
ahogándose en sí misma, se defiende
contra su dulzura. La habéis
poseído y
deliciosamente se ha convertido ella en
vosotras.
Danzad la naranja. Arrojad de vosotras el cálido
paisaje,
¡para que así la madurez irradieen los aires de la
patria! Revelad, enardecidas,
aroma por aroma. Cread el parentesco
con la cáscara pura
que se niega,
con el jugo que llena a la dichosa.
.....
Al
igual que en el Soneto Nº 13, el poeta intenta aquí acercarse al
misterioso fenómeno del gusto, en el sentido del sabor, del degustar y
lo hace en forma tan magistral, que el lenguaje adquiere una sensualidad
que de algún modo se aproxima a la experiencia gustatoria misma. Ya en
el primer verso ("Esperad... el sabor... y ya se escapa") el poeta nos
muestra dos rasgos esenciales del gusto y del olfato. El primero tiene
relación con un fenómeno que Erwin Straus (1956) describiera como "la
forma de vacío característica de cada órgano de los sentidos". Podemos
ver mientras hay luz; escuchar casi permanentemente, excepto durante el
sueño; con nuestra piel sentimos la temperatura casi siempre y la
caricia, cuando corresponde. Los períodos de "vacío" o indiferencia del
sabor son los más prolongados: el sabor se presenta sólo cuando hemos
echado el alimento a la boca y el olor, cuando nos encontramos con algo
que lo produce. En suma, mientras los objetos visuales y auditivos están
siempre ahí delante y sus respectivas experiencias sensoriales son
prácticamente permanentes, con el gusto ocurre lo contrario: debemos
esperar (el apetito, las horas de comida, etc.) para que venga el sabor,
como nos dice el poeta. El segundo rasgo esencial que Rilke nos muestra
en el sentido del gusto es su peculiar temporalidad. Tanto la
experiencia visual como la auditiva necesitan un determinado tiempo para
completarse (la audición de una pieza musical o la visita a un museo, p.
ej.). Distinta es la situación en el caso del gusto y del olfato, los
que ni necesitan un determinado tiempo ni tampoco tienen un ritmo. Tanto
el aroma como el sabor invaden al sujeto, "prolongan" su presente y
luego desaparecen... Ese momento que se estira en el sabor está
representado en el verso por los puntos suspensivos que van antes y
después de la expresión das schmeckt, que hemos traducido por "el
sabor", dada la ambigüedad que tendría decir "eso sabe", que sería la
traducción literal. Pero el sabor, para ser gustado, tiene que
desaparecer. No puede quedarse mucho tiempo, porque se transformaría en
algo desagradable, algo ya observado por Kant. Esta necesaria
transitoriedad del sabor la expresa Rilke con las palabras "... y ya se
escapa".
..... Pero hasta aquí nos hemos
referido sólo al primer verso. Lo que sigue es una serie de imágenes que
van creando una atmósfera muy dionisíaca, con danzas de muchachas
"ardorosas" que muerden las frutas voluptuosamente. De paso el poeta
hace una descripción maravillosa de la esencia de la naranja: cómo ella
se ahoga en el exceso de su propio jugo y cómo en cierto modo retiene su
dulzura, pues nunca una naranja es demasiado dulce. Las danzarinas,
junto con comer la naranja, son invadidas por el "cálido paisaje" que la
fruta trae desde su lugar de origen y el poeta les pide que repartan esa
"madurez" y ese calor en su patria nórdica. También les ordena que
enriquezcan la atmósfera con los aromas que trae la naranja. En esta
descripción tan sensual de frutas y bailarinas vemos una alusión a la
inspiradora de estos versos. En el segundo terceto el poeta llama a las
muchachas a tomar conciencia de toda la plenitud de la fruta, no sólo de
"el jugo que llena a la dichosa", sino también de la cáscara "que se
niega". En pocas frutas se da de una forma tan extrema esta relación
dialéctica entre cáscara y pulpa, como en la naranja. En primer lugar,
porque ella impone su presencia como ninguna otra fruta por el color de
la cáscara, a cuyo resplandor es imposible sustraerse; en segundo lugar,
porque se trata probablemente de la más gruesa y consistente de todas
las cáscaras. Y sin embargo, el acceso a la pulpa y a su jugo delicioso
es sólo posible en la medida que la cáscara es desprendida de la
naranja, es decir, en cuanto se niega a sí misma.
Soneto Nº 2 de la Segunda Parte
Así como a veces la hoja que se acerca presurosa
le
arrebata al artista el rasgo más genuino,
así a menudo recogen
los espejos la sonrisa
sagrada y única de las
muchachas
cuando gozan la mañana, a solas,
o en el fulgor de las
luces serviciales.
Y, más tarde, sólo un reflejo cae
en la
respiración de los rostros verdaderos.
Cuánto han visto los ojos, antaño, en las cenizas
del
lento apagarse de las chimeneas:
miradas de la vida, perdidas
para siempre.
¡Ay! ¿Quién, de la tierra, conoce las pérdidas?
Sólo aquel
que cante, pero con tonos de alabanza,
el corazón nacido para el
Todo.
..... El poema comienza haciendo
referencia a una situación muy particular que le ocurre a los artistas y
que Rilke tiene que haber observado en el caso de Rodin o en el de
alguno de sus amigos pintores y escultores de la colonia de artistas de
Worpswede, donde pasó algunas temporadas. Se trata de ese primer
bosquejo de una obra que hace el artista sobre una hoja de papel y que
constituye casi siempre el germen desde el cual ella irá madurando hasta
su forma final. El poeta imagina que es la hoja la que le arrebata al
artista la inspiración, para escaparse luego "presurosa", con lo cual
nos está recordando esa cierta independencia que adquiere ese primer
bosquejo respecto del artista. Este momento tan especial en la vida del
artista es comparado por Rilke con la sonrisa fugaz y única de las
muchachas que, recién levantadas y sin ninguna tarea urgente que las
solicite, "gozan la mañana, a solas", o cuando en elcrepúsculo las luces
iluminan débilmente sus hermosos rostros ("en el fulgor de las luces
serviciales"). Sólo los espejos son capaces de recoger esa sonrisa
incomparable que ellas suelen mostrar en las lentas mañanas luminosas o
en los atardeceres llenos de nostalgia. El reflejo de esa sonrisa puede
permanecer aun en los rostros de las muchachas hasta la noche, ahí donde
se muestra "el rostro verdadero", ese rostro que vuelve a la serenidad
de sí mismo, abandonadas ya todas las máscaras que nos obliga a adoptar
la vida social y laboral durante el día.
.....
Con la imagen del "reflejo" que cae "más tarde" sobre "los
rostros verdaderos" nos conecta el poeta con la segunda parte del
soneto, cuyo tema es la relación del rostro y la mirada, con el lento
apagarse del fuego de las chimeneas en la noche. Desde tiempos
inmemoriales el fuego ha reunido a los hombres. En los viejos castillos
medievales como en las mansiones decimonónicas o en las actuales
residencias campesinas la gente se sienta junto al fuego después de la
cena. En esas llamas vuelan tanto los sueños de la muchacha enamorada
como los recuerdos del abuelo. La actitud que ambos adoptan es similar:
sentados, con la cabeza inclinada, sintiendo el grato calor que sube de
la chimenea y la mirada perdida ("miradas de la vida, perdidas para
siempre"). El poeta se pregunta entonces: "¿Quién, de la tierra, conoce
las pérdidas?" ¡Cuántas pérdidas habrán recordado, cuántos abuelos en
situaciones similares! ¡Cuántos amores fracasados o nunca consumados
habrán sido anhelados por muchachas inocentes, junto al fuego! La
respuesta que da el poeta es, como tantas veces, misteriosa: "Sólo aquel
que cante, pero con tonos de alabanza, / el corazón nacido para el
Todo". Se trata de alguien "de la tierra", es decir, de un humano; pero
ocurre que no hay persona que no haya vivido alguna pérdida, con todo lo
que ello implica. ¿Qué nos quiere decir el poeta entonces con esto de
"conocer" las pérdidas? Pienso que él se refiere aquí al conocimiento de
su sentido, ése que a la mayoría de nosotros se nos escapa. Y a
continuación viene la respuesta: sólo será capaz de conocer el sentido
de una pérdida quien, a pesar del dolor, pueda mantener el canto y que
este canto no sea un lamento, sino una alabanza. Luego precisa la
respuesta: (conocerá las pérdidas) "sólo aquel que cante... el corazón",
al que define como "nacido para el Todo". Esto significa que para poder
descubrir el sentido de las pérdidas el hombre tiene que abrir sus
sentimientos ("el corazón") hacia la totalidad, la que incluye tanto
este mundo como el otro; porque sólo desde esta perspectiva podrá
entender el sentido de un acontecimiento determinado, en el marco de una
armonía universal o un plan divino en el cual - a semejanza de lo que
ocurre con un tapiz- es el conjunto, el todo, el que le da sentido a
cada uno de sus hilos, los que aislados no significarían nada.
Apoteosis
..... No podríamos terminar estas
breves reflexiones sin mencionar el último soneto que constituye, en
nuestra opinión, una impresionante apoteosis. El poeta abandona aquí el
canto y la celebración a Orfeo y sus obras para recordarle al dios que a
pesar del olvido en que ha caído por parte de los hombres, su espíritu
aún está vigente("Recuerda, callado amigo de tantas lejanías / cómo
todavía aumenta el espacio con tu aliento..."). Luego le propone que
consume en él la unión de lo apolíneo y lo dionisíaco, de la claridad
del espíritu con las oscuridades de la embriaguez y la sensualidad ("Si
el beber te es amargo, pues hazte vino. / Y en esta noche hecha de
excesos sé una fuerza mágica / allí donde se entrecruzan los sentidos; /
sé el sentido mismo de su encuentro extraño..."). Al final le sugiere al
dios llevar a cabo la conciliación de la más universal de las
polaridades entre las que se despliega la realidad toda, la que se da
entre el tiempo y el ser, entre lo que cambia y lo que permanece, entre
el mundo de Heráclito y el de Parménides:
"Y si lo terrestre te ha olvidado,
di a la tierra
callada: yo fluyo
y al agua veloz, dile: yo
soy".
* Otto
Dorr es psiquiatra. Traductor de "Las Elegías del Duino" (E.
Universitaria) de Rilke.
en El Mercurio, 18 de febrero de 2001
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